Calificada por los críticos como obra maestra y comparada insistentemente con El nombre de la rosa, Q es una larga novela ambientada en el siglo XVI. La obra se desarrolla a lo largo de treinta años por distintos países de la Europa de la Contrarreforma, y en ella decenas de personajes conforman un prodigioso fresco de la época. Así pues, Q es una novela histórica, pero también y ante todo, es una novela de aventuras y espionaje donde el verdadero protagonista es la multitud: herejes, espías, putas, cortesanos, mercenarios, profetas improvisados, siervos… Una novela coral en estilo y contenido que en todos los países en los que ha sido traducida ha cosechado un rotundo éxito.
Luther Blissett (Wu Ming)
Q
ePUB v1.1
karpanta06.04.12
Título original:
Q
© 2000, Luther Blissett (Wu Ming)
© 2009, José Ramón Monreal Salvador, por la traducción
A Marco Morri
En la primera página hay escrito:
En el fresco soy una de las figuras del fondo
.
La letra meticulosa, sin borrones, pequeña. Nombres, lugares, fechas, reflexiones. El cuaderno de los últimos días convulsos.
Las cartas amarillentas y decrépitas, polvo de décadas pasadas.
La moneda del reino de los locos se bambolea en mi pecho para recordarme el eterno movimiento pendular de la humana fortuna.
El libro, tal vez el único ejemplar impreso, no ha sido abierto aún.
Los nombres son nombres de muertos. Los míos, y los de aquellos que recorrieron los tortuosos senderos.
Los años que hemos vivido han sepultado para siempre la inocencia del mundo.
Os prometí no olvidar.
Os he salvado del olvido.
Quiero tenerlo todo bien controlado, desde un principio, los detalles, el azar, el fluir de los acontecimientos. Antes de que la distancia empañe la mirada que se vuelve hacia atrás, atenuando el estruendo de las voces, de las armas, de los ejércitos, la risa, los gritos. Y sin embargo solo la distancia permite remontarse a un probable comienzo.
1514. Alberto de Hohenzollern es nombrado arzobispo de Magdeburgo. A los veintitrés años. Más oro en las arcas del Papa: compra también el arzobispado de Halbertstadt.
1517, Maguncia. El más vasto principado eclesiástico de Alemania aguarda el nombramiento de un nuevo obispo. Se obtiene el nombramiento, Alberto tiene en sus manos un tercio de todo el territorio alemán.
Hace su oferta: catorce mil ducados por el arzobispado, más diez mil por la dispensa papal que le permita conservar todos los cargos.
El asunto se negocia por medio de la banca Fugger de Augsburgo, que anticipa la suma. Una vez cerrada la operación, Alberto debe a los Fugger treinta mil ducados.
Son los banqueros quienes deben establecer las modalidades de pago. Alberto debe fomentar en sus dominios la predicación de las indulgencias del papa León X. Los fieles deberán realizar una contribución para la construcción de la basílica de San Pedro, a cambio de lo cual obtendrán un certificado: el Papa los absuelve de sus pecados.
Solo la mitad de lo recaudado será para financiar los astilleros de Roma. Alberto empleará el resto para pagar a los Fugger.
El encargo será confiado a Johann Tetzel, el más experto predicador del lugar.
Tetzel recorre los pueblos durante el verano del 17. Se detiene en la frontera con Turingia, que pertenece a Federico el Sabio, duque de Sajonia. No puede poner los pies allí.
Federico recauda por su propia cuenta las indulgencias, a través de la venta de reliquias. No acepta competidores en sus territorios. Pero Tetzel es un hijo de puta: sabe que los súbditos de Federico harán de buena gana unas pocas leguas más allá de la frontera. El paraíso bien vale un pequeño obstáculo en el camino.
El ir y venir de almas en busca de palabras tranquilizadoras tiene terriblemente indignado a un joven fraile agustino, doctor por la Universidad de Wittenberg. No puede tolerar el obsceno mercadeo puesto en marcha por Tetzel, con escudo de armas y sello pontificio bien visibles.
31 de octubre de 1517. El fraile clava en la puerta sur de la iglesia de Wittenberg noventa y cinco tesis contra el tráfico de indulgencias, escritas de su puño y letra.
Se llama Martín Lutero. Con ese gesto da comienzo la Reforma.
Un punto de origen. Recuerdos que recomponen los fragmentos de toda una época.
La mía. Y la de mi enemigo: Q.
(1518)
Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, miembro de la consulta teológica de Su Santidad León X, fechada el 17 de mayo de 1518.
Al ilustrísimo y reverendísimo señor y padre meritísimo Giovanni Pietro Carafa, de la consulta teológica de Su Santidad León X, en Roma.
Ilustrísimo y reverendísimo dueño y señor mío meritísimo:
El más fiel servidor de Vuestra Señoría se dispone a dar cuenta de lo que acontece en esta perdida landa, que de un año a esta parte parece haberse convertido en el centro de toda diatriba.
Desde que hace ocho meses el monje agustino Martín Lutero clavara sus tan cacareadas tesis en el portal de la catedral, el nombre de Wittenberg ha viajado a lo largo y a lo ancho en boca de todos. Jóvenes estudiantes de los estados limítrofes afluyen a esta ciudad para escuchar de viva voz del predicador esas increíbles teorías.
Muy en particular la predicación contra la compraventa de las indulgencias parece ganarse los mayores aplausos entre las jóvenes mentes, abiertas a las novedades. Lo que hasta ayer mismo era práctica corriente e indiscutida, el recibir el perdón de los pecados a cambio de una piadosa donación a la Iglesia, parece ser hoy criticado por todos como si se tratara de un escándalo innombrable.
Una fama semejante y tan repentina ha vuelto a Lutero insolente y arrogante; este se siente poco menos que investido de una misión ultraterrena, cosa que lo lleva a aventurarse aún más, a llegar mucho más lejos.
De hecho, ayer sin ir más lejos, como todos los domingos, mientras predicaba desde el púlpito sobre el evangelio del día (se trataba del texto de Juan 16, 2: «Os echarán de la sinagoga»), añadió al «escándalo» del mercado de las indulgencias otra tesis, a mi juicio más peligrosa si cabe.
Lutero ha afirmado que no hay que temer demasiado las consecuencias de una excomunión injusta, puesto que no atañe más que a la comunión exterior con la Iglesia, y no a la interior. Esta última, en efecto, atañe únicamente al vínculo de Dios con el fiel, que ningún hombre puede declarar disuelto, ni tan siquiera el mismo Papa. Tanto más cuanto que una excomunión injusta no puede perjudicar al alma, y si es soportada con resignación filial con la Iglesia, puede incluso convertirse en mérito estimable. Así pues, si alguien es excomulgado injustamente, no debe desmentir mediante palabra o acto la causa por la cual fue excomulgado, debiendo soportar pacientemente la excomunión aun cuando tenga que morir excomulgado y no ser enterrado en tierra consagrada, pues tales cosas son con mucho menos importantes que la verdad y la justicia.
Concluyó con estas palabras: «Dichoso y bendito aquel que muere en una excomunión injusta, pues por el simple hecho de sufrir este duro castigo por amor a la justicia, que él no ha querido callar ni abandonar, recibirá por la gracia de Dios la eterna corona de la salvación».
Uniendo al deseo de servirle el agradecimiento por la confianza que V.S. ha demostrado tener en mí, tendré ahora el atrevimiento de escribir lo que es mi parecer acerca de las cosas que he expuesto más arriba. Al humilde observador de Vuestra Señoría Reverendísima le ha parecido claro que Lutero se huele en el ambiente una excomunión para él, así como el zorro huele el olor de los sabuesos. Y está afilando ya sus armas doctrinales y buscando aliados para un próximo futuro. Muy en especial creo que busca el apoyo de su señor el príncipe elector Federico de Sajonia, quien aún no ha manifestado públicamente su disposición de ánimo con fray Martín. No en vano es conocido como el Sabio. El señor de Sajonia sigue sirviéndose de ese hábil intermediario que es Spalatino, el bibliotecario y consejero de corte, con objeto de sopesar las intenciones del monje. Un personaje taimado y que no inspira la menor confianza, este Spalatino, del que ya hice una sumaria descripción en mi última misiva.
Vuestra Señoría comprenderá mejor que su servidor la perniciosa gravedad de la tesis sostenida por Lutero: quisiera despojar a la Santa Sede de su mayor baluarte, el arma de la excomunión. Y no menos evidente es que Lutero no osará nunca poner por escrito esta tesis suya, consciente del desatino que representa y del peligro que podría derivarse de ella para su persona. Por dicha razón he considerado oportuno hacerlo yo, a fin de que Vuestra Señoría pueda tomar a tiempo todas las precauciones que juzgue oportunas para pararle los pies a este fraile del diablo.
Beso las manos de Su Señoría Ilustrísima y Reverendísima, encomendándome como siempre a su gracia.
De Wittenberg, a 17 de mayo de 1518,
el fiel observador de Vuestra Señoría,
Q.
Carta enviada a Roma desde la ciudad sajona de Wittenberg, dirigida a Gianpietro Carafa, miembro de la consulta teológica de Su Santidad León X, fechada el 10 de octubre de 1518.
Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor meritísimo Giovanni Pietro Carafa, de la consulta teológica de Su Santidad León X, en Roma.
Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor mío meritísimo:
Como servidor de Vuestra Señoría me he sentido enormemente halagado por la magnanimidad de que ha querido hacerme objeto, pues si el servirle es ya para mí un gran privilegio, el serle de utilidad me colma de verdadera alegría. La acusación oficial de herejía dirigida contra el fraile Martín Lutero, al que el Sermón sobre la Excomunión ha brindado un definitivo apoyo, había de inducir al príncipe elector Federico a tomar por fin una postura respecto al monje, tal como Vuestra Señoría presagiaba. Los hechos de que me apresuro a ponerle al corriente son ya acaso una primera reacción del Elector ante el inesperado precipitarse de los acontecimientos, pues, en efecto, se dispone a cerrar filas con los teólogos de su universidad.
El 25 de agosto llegó a Wittenberg, como profesor de griego, Philipp Melanchthon, procedente de la prestigiosa Universidad de Tubinga. Creo yo que nunca en ninguna universidad del Imperio se ha visto a un profesor más joven que él: no tiene más que veintiún años y, con su aspecto débil y demacrado, diríase que tiene menos aún. Si bien lo precedió y acompañó una cierta fama durante el viaje, la acogida inicial de los doctores de Wittenberg no fue lo que se dice entusiasta. Su actitud, y en particular la de Lutero, no iban a tardar en cambiar, tan pronto como ese prodigio de saber clásico pronunció su discurso inaugural en el que ilustró la necesidad de un estudio riguroso de las Escrituras en sus textos originales. Desde ese momento, hubo con Martín Lutero un entendimiento intenso y fuerte. Esos dos profesores son seguramente un arma poderosa en manos del Elector de Sajonia, desde el momento en que, a pesar de lo distintos que son, están tan unidos. Cada uno de ellos proporciona al otro aquel o de lo que carece para convertirse en un verdadero peligro para Roma: Lutero es osado y enérgico, por más que tosco e impulsivo, mientras que Melanchthon es persona de gran cultura y refinada, aunque más joven y delicado, hecho más para los enfrentamientos doctrinales que para los campales.
El primer alumbramiento peligroso de este maridaje será sin duda la Biblia en alemán, en la que se dice están trabajando de concierto y para la cual los conocimientos de Melanchthon serán como maná caído del cielo.
Como sé que Vuestra Señoría suele apreciar las informaciones concretas sobre las cosas importantes, seguiré en futuros días con atención a los doctores y referiré todo a Vuestra Señoría, con la única esperanza de poder serle de alguna utilidad.
Beso humildemente las manos de Vuestra Señoría Ilustrísima y Reverendísima.