Allí, ahora debe de haber caído la primera nieve…
No añadió nada más, sólo alzó la pluma con brusquedad, como si temiera que fuera a quedarse allí clavada, petrificada por un hechizo. Esperó a reponerse de la turbación y describió después muy lacónicamente, en un estilo semejante al de la crónica, la condena de Kurt Qyprilli y su propio nombramiento al frente del Palacio de los Sueños. Luego la pluma quedó de nuevo inmóvil en su mano, mientras la mente se le escapaba hasta aquel tatarabuelo lejano llamado Gjon que, muchos siglos atrás, en un día de invierno, tomaba parte en la construcción de un puente y junto con el puente construía su propio nombre. En aquel apellido, como en un mensaje secreto, estaba profetizado el destino de los Qyprilli generación tras generación. Para que el puente se mantuviera en pie, a sus plantas fue sacrificado un hombre. Había transcurrido tanto tiempo y sin embargo las salpicaduras continuaban alcanzándolos desde la distancia. Para que los Qyprilli se mantuvieran en pie…
Quizá precisamente por eso, igual que los antiguos griegos se cortaban los cabellos para acompañar un cortejo fúnebre de modo que el espíritu del fallecido, en caso de ser asaltado por una repentina cólera, no pudiera conocerlos ni causarles daño, del mismo modo los Qyprilli habían camuflado su apellido para hurtarse así a la identificación con el puente.
Él lo sabía, no obstante, como en aquella vela da fatal, volvió a sentir el deseo ardiente de desembarazarse de la máscara protectora, ese medio cascarón islámico de Alem, y adoptar uno de aquellos otros nombres que sembraban el peligro y estaban marcados por la fatalidad.
Y lo mismo que en otra ocasión se repitió: Mark-Gjerg Ura, Mark-Gjorg Ura… mientras sostenía aún la pluma en la mano, como dudando si añadir o no su firma a la vieja crónica.
Era una tarde de finales de marzo cuando acabó por fin el informe. Lo entregó a Copistería para que lo pasaran en limpio y ya relativamente aliviado subió a su carruaje para dirigirse a casa. Tenía la costumbre de arrellanarse en el fondo del asiento, en la sombra, donde los ojos de los curiosos, siempre abundantes en la calle, no pudieran distinguirlo. Así se sentó también aquel día, aunque después de cierto trecho sintió la atracción de la ventanilla con más fuerza que nunca. Algo había allí, tras el cristal, que lo llamaba con insistencia. Por fin, acercó la cabeza y a través del tenue velo que producía su aliento sobre el vidrio, comprobó que estaban atravesando el Parque Central. Los almendros están en flor, se dijo con nostalgia. Quiso retroceder en ese instante mismo a las profundidades del vehículo, tal como había hecho cuantas veces algo lo había tentado desde el exterior, pero fue incapaz de moverse. Al otro lado, a dos pasos de él, sabía que se encontraban la renovación de la vida, la calidez de las nubes, las cigüeñas y el amor, todo lo que había fingido ignorar, temeroso de que pudiera arrancarlo del hechizo del Palacio de los Sueños. Adivinaba que si se había refugiado allí era precisamente con el fin de defenderse y que en el instante en que, atraído por la vida, saliera de su refugio, en el instante mismo de la traición, el encantamiento tocaría a su fin y cuando el viento volviera a soplar contra los Qyprilli, en un crepúsculo como aquél, vendrían por él como habían hecho con Kurt, puede que más quedamente, para conducirlo allá de donde no se regresa más.
Pensó todo esto y sin embargo no apartó el rostro del vidrio de la ventanilla. Desde ahora mismo le pediré al tallista una rama de almendro florecida para mi tumba, pensó. Aunque limpió el vaho del cristal con la palma de la mano, su visión continuaba siendo borrosa, surcada de refracciones e irisaciones. Comprendió entonces que sus ojos estaban velados por las lágrimas.
Tirana, 1981.
[1]
Ura
: En albanés, puente.
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[2]
Salep
: Bebida elaborada a partir del tubérculo del satirión, con agua y azúcar.
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[3]
Kruq
: Integrantes del cortejo nupcial que conducen a la novia a casa del novio.
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[4]
Qofte
: Especie de albóndigas.
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[5]
Banca Vaki
: Bienes de mano muerta, propiedad de la jerarquía musulmana.
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[6]
Gavur
: Apelativo despectivo aplicado a los no musulmanes. Infieles.
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ISMAIL KADARÉ, (Gjirokastra, Albania, 28 de enero de 1936) Novelista, poeta y ensayista albanés, conocido por su amplia obra narrativa, traducido a más de cuarenta lenguas y considerado un clásico del siglo XX. Hijo de modestos comerciantes del sur de Albania, demostró una precoz inclinación por la literatura y publicó su primer libro de poemas,
Líricas
(1953), siendo estudiante de secundaria. Estudió filología en la Universidad de Tirana y asistió al Instituto Gorki de Moscú, fruto de cuya experiencia sería la novela
El ocaso de los dioses de la estepa
(1978).
Regresó a Tirana en 1960 y desde entonces se dedicó por entero a la literatura. Considerado muy pronto uno de los principales intelectuales albaneses, experimentó bajo el régimen comunista grandes dificultades para proseguir su obra, la mayor parte de la cual, pese a ser muy crítica con el régimen (a menudo todo un reto), ha sido escrita y publicada en Albania. En 1990 se exilió en París, según su propia declaración, para contribuir a la definitiva caída de la dictadura, ciudad en la que ha fijado su residencia, con frecuentes estancias en su país natal. Su carrera literaria está llena de premios como el
Booker
,la
Legión de Honor francesa
y el
Premio Príncipe de Asturias de las letras del año 2009
. Su nombre es un habitual de las quinielas para el
Premio Nobel de Literatura
.