Authors: Brian Lumley
¡Ahora!
Harry fijó la puerta y guió la ráfaga de sol de su hijo a través de ella. Aquel rayo fulgurante cayó sobre Belath y Menor como si fuera un haz de oro solidificado. Los quemaba, les cauterizaba la carne y la piel, que quedaban retorcidas y se evaporaban de forma hedionda. Mientras los Viajeros se alejaban locamente de ellos, estallaban en migajas abyectas.
Harry dirigió el rayo hacia el norte y encontró un guerrero a media altura, que bajaba en dirección a los defensores del muro. Antes de que pudiera acercarse demasiado, lo dejó reducido a una bola de fuego alquitranada que saltó rebotando al otro lado de los acantilados. Había otros guerreros que volaban en lo alto, y bestias voladoras con sus sorprendidos jinetes. Harry abrió la puerta horizontalmente y transformó su rayo en un gigantesco proyector. El sol brillaba hacia arriba, ¡desde la tierra!
Cayeron del cielo monstruosos desechos y…
¡Ahhh!,
… el rayo quedó nuevamente en suspenso.
—¡Hijo, hijo! —exclamó Harry hablando en dirección al continuo de Möbius—. Deja que acabe todo esto de una vez. Están derrotados, ya se van. ¡Para ya, antes de que te dejes la vida en el intento!
¡No!
, dijo la voz de Möbius, una voz que hacía estremecer.
De ésta no tienen que volver a recuperarse nunca más. Baja a ia llanura cubierta de piedras, cerca del lugar donde ellos tienen sus columnas
.
Harry comprendió lo que quería decirle y obró en consecuencia.
¡Ahora!
El rayo del Habitante salió proyectado hacia el exterior y lamió la base de la columna de Shaithis. Estuvo jugando unos momentos en la zona consiguiendo carbonizar balcones de hueso y traspasar ventanas cartilaginosas localizando a las bestias de gas instaladas en sus puestos. Siguiendo una irrefrenable reacción en cadena de bombas vivas, la base de la columna estalló hacia fuera, proyectando rocas, huesos y restos cartilaginosos hacia la llanura. La columna se balanceó, se dobló sobre sí misma y se desmoronó. Al caer, se hizo pedazos aunque, antes de que sus gigantescos trozos pudieran dar en tierra, Harry ya había vuelto a orientar el rayo.
Todos los nidos de águilas, uno tras otro, fueron derribados y sus trozos fueron a parar a la llanura, reducidos a cascotes, totalmente destruidos.
Otras dos veces el Habitante volvió a gritar y el rayo fue suspendido. Al final, la única columna que quedó en pie fue la de lady Karen.
Deja que se quede
, dijo Harry hijo en un murmullo.
Padre e hijo volvieron al jardín. Aparecieron cuando el humo y el tufo ya se estaban levantando y cuando los aturdidos Viajeros y sus amigos de un mundo diferente observaban a su alrededor y se restregaban la suciedad de sus ojos irritados.
La capa del Habitante se había fundido sobre su cuerpo. Consumiéndose con un fuego interno, se quedó un momento vacilante en su sitio. Era algo que avanzaba a tientas, una cosa negra y plateada que caminaba sin ver y que se derrumbó en brazos de su padre…
En el período de tiempo que equivalía a tres días según el tiempo de la Tierra, las noticias fueron las siguientes: ¡el Habitante se recuperaría! El vampiro que anidaba dentro de él repararía con el tiempo el daño que había sufrido. Harry padre sabía, sin embargo, que ya nunca más podría llevarse consigo a su hijo ni a Brenda ni devolverlos al mundo donde habían nacido. Harry hijo era wamphyri y, pese a ser diferente de los demás wamphyri, debería quedarse allí para siempre. Aquél era el lugar que le correspondía, el territorio por el que había luchado y que tan caro le había costado. Y por supuesto nunca podría tener la seguridad de cómo se desarrollarían las cosas.
Pero… lady Karen también era diferente. Por lo menos de momento. Además, si era cierto todo lo que Harry había oído contar de ella, un día sería más peligrosa que todos los demás juntos. Ella no le preocupaba, quien le preocupaba era su hijo. En aquel momento se le ocurrió una idea.
Después de dejar al Habitante en manos de Jazz, Zek y sus fieles Viajeros, Harry se dirigió al nido de águilas de Karen. Fue un momento memorable aquel en que abandonó el jardín, porque las cumbres volvían a estar cubiertas de oro y tuvo ocasión de ser testigo de un curioso encuentro. Lobo, con las patas sangrando, había recorrido un largo camino para reunirse con su dueña. No había nada de vampiro en él, sino sólo mucho amor y una extraordinaria fidelidad.
Y todavía había habido otro encuentro, quizá más feliz aún: junto con Lobo había llegado un exhausto Lardis Lidesci acompañado de un puñado de su gente…
El último guerrero - El horror de Perchorsk
Después de la batalla que tuvo lugar en el jardín del Habitante, Shaithis, señor de los wamphyri, condujo a su tullida bestia voladora, medio carbonizada, nuevamente a casa. Suponía que la criatura no conseguiría llegar, por mucho que se esforzase, porque tenía todo el bajo vientre quemado y por él le goteaban los fluidos del cuerpo igual que si fuera lluvia. También él había estado sometido a una cierta dosis de luz directa del sol, pero había sido suficientemente avispado para saltar del lomo de su montura y refugiarse en las concavidades córneas que formaban los poderosos músculos de sus alas.
La explosión se produjo cuando la criatura de Shaithis se alejaba del jardín después de un intento de aterrizaje, cosa que lo libró de quedarse ciego. Sin embargo, no había conseguido liberarse de aquel calor odioso y cauterizador del auténtico sol y por ello supo que era imposible derrotar al Habitante. Poseía armas demasiado poderosas, armas que estaban por encima de la comprensión de los wamphyri y, por supuesto, por encima de su control. Todo lo cual, unido a la pérdida de sus lugartenientes y guerreros, había convencido a Shaithis de que el ataque era un ejercicio inútil. Las pérdidas sufridas por los wamphyri habían sido asoladoras y los supervivientes habían llegado a la misma conclusión de Shaithis, abandonando la lucha en masa y dirigiéndose a sus casas.
Atravesando la llanura de la Tierra de las Estrellas, todas sus criaturas emprendieron la marcha, muchas de ellas mutiladas, todas humilladas, y Shaithis sintió en su alma de wamphyri el odio que abrigaban hacia él, que golpeaba su cabeza como si fueran martillazos. Lo hacían responsable de los descalabros sufridos, pues él había sido uno de los que habían instigado el ataque, un líder de la abortada refriega que se había nombrado a sí mismo. Los generales derrotados rara vez reciben honores y las más de las veces son objeto de desprecio.
Camino del este, utilizando la media bóveda de la rutilante esfera como faro y cabalgando en su silla, Shaithis vio que Fess Perene y Volse Pinescu bajaban y abandonaban el espacio debido a que sus monturas eran demasiado débiles para resistir el tirón de la gravedad y contempló cómo se estrellaban en nubes de polvo contra la llanura plateada por la luz de la luna. Los señores debieron seguir el resto del viaje a pie, ya que Shaithis sabía que carecían de la fuerza suficiente para realizar una metamorfosis de vuelo. El no lo habría conseguido en caso de que su montura hubiera sucumbido. De todos modos, siempre era mejor caminar que morir.
Los señores Belath y Lesk el Glotón, Grigis y Menor Maimbite, Lascula Longtooth y Tor Tornbody habían desaparecido, con otros wamphyri menores. En cuanto a guerreros, no se veía ninguno… si bien Shaithis tuvo que corregirse inmediatamente, pues por la parte este del cielo, como si volara con grandes esfuerzos y actuara por propia voluntad, se veía uno, ¿sólo uno? Probablemente su amo había muerto en la contienda y ahora él regresaba a la única casa que conocía.
En cuanto a los lugartenientes, ¿dónde estaban? Habían desaparecido…, habían desaparecido con las bestias voladoras, con los guerreros, con los trogloditas… Habían desaparecido con todos los sueños de conquista y de venganza. En todo el espacio no había más que una docena de bestias volando, agotadas, planeando cuando atravesaban una zona de aire caliente y, desesperados por conservar toda la energía, transportando a sus señores, incólumes o heridos, devolviéndolos a las columnas que eran sus casas, a sus…
… ¿a sus nidos de águilas?
Al pasar por encima de la resplandeciente cúpula de la Puerta, Shaithis levantó su negro rostro para mirar al frente. Y entonces se percató de algo increíble, impensable. De aquellas poderosas columnas de los wamphyri tan sólo quedaba una en pie, ¡la de la traidora Karen!
La furia lo dejó galvanizado. ¡Karen, aquella hija de mala madre! Agarró con fuerza las riendas y tiró de la cabeza de su montura, dirigiéndola hacia la columna de Karen. Su montura hizo un gran esfuerzo: sus alas de manta se movieron una vez, dos veces, tres veces… se movían casi sin fuerza en el aire, después temblaron terriblemente y formaron una «V». Aquella cosa apenas estaba viva. Había perdido toda la sustancia de su organismo y no le quedaba energía para seguir adelante. Se puso a planear cada vez más bajo, cada vez más rápidamente, sin que se pudiera hacer nada para evitarlo. Shaithis comenzó a dar frenéticas órdenes mentales a la estúpida criatura que lo llevaba y que se estaba acabando por momentos y se puso a tirar de las riendas hasta que vio que posiblemente se romperían. La bestia levantó lentamente la cabeza y las alas y adoptó una actitud más aerodinámica. Se lanzó en picado, voló en sentido horizontal y se inclinó a un lado; la llanura cubierta de desechos se convirtió en un caleidoscopio que giraba locamente, una imagen surrealista de un paisaje fugitivo. Y entonces…
El extremo del ala de la criatura voladora golpeó el fuste de la columna, cosa que aceleró su caída. Su jinete se vio despedido de la silla, sintió que los huesos del brazo izquierdo y del hombro se le fracturaban y sintió el sabor del polvo y de la sangre cuando su rostro fue a dar contra tierra y las rocas le rompieron los dientes. Transcurrieron unos largos instantes y después vino el silencio, roto únicamente por el poderoso latido del corazón de Shaithis, y la intensidad del dolor fue remitiendo lentamente. Por fin, jadeando y tambaleándose, hizo esfuerzos para ponerse de pie y golpeó con la mano derecha, cubierta por el guantelete, la solitaria columna de Karen. Lanzó unas cuantas maldiciones largas y estentóreas. El nido de águilas de Karen se erguía como una señal segura de su traición. ¡Se había pasado al bando del Habitante, había sido comprada y pagada!
Los rasgos maltrechos de Shaithis se desfiguraron con una mueca de venganza que los hizo más espantosos aún. Cuando Karen volviese del jardín del Habitante… habría un ajuste de cuentas. ¡Sí, un ajuste de cuentas…! Y sería largo, divertido… y en él habría sangre a espuertas. ¡Qué maravilla!
Dio un paso en dirección a la columna… De pronto se quedó helado, en ese mismo instante bajaba a la solitaria aguja de roca, el último nido de águilas de un wamphyri, el guerrero que había previamente observado. Lanzó un gruñido al ver que se introducía por la oscura boca de la entrada. ¡Era el guerrero de Karen! Y mientras ella viviera defendería su nido de águilas hasta el último momento, contra todos los que lo atacaran e incluso contra Shaithis, señor de los wamphyri.
¡Cómo despotricaba Shaithis! ¡Cómo despotricaba y desbarraba! Y nadie lo oía, salvo una bandada de grandes murciélagos, criaturas familiares que sin duda se preguntaban qué había ocurrido en las inmediaciones de sus colonias, instaladas en las grietas de las arruinadas columnas que eran morada de los wamphyri.
La luna hacía su rápida trayectoria a través del cielo y Shaithis cada vez estaba más quieto, hasta que se quedó totalmente inmóvil. Su sombra pasó por la vertical, luego comenzó a alargarse por el otro lado. Cuando era tan larga como el propio Shaithis, sus hombros se hundieron, se volvió y se encaminó a las ruinas desmoronadas y distantes donde antes estaba lo que él llamaba su casa…
Consternado, con las mejillas hundidas, la mitad de su cuerpo carbonizado, varios huesos rotos y la cara aplastada y quemada por un lado, el que fuera en otro tiempo gran lord Shaithis de los wamphyri se acercó a la base del potente afloramiento, la orgullosa columna de roca ahora desaparecida para siempre que le había ofrecido albergue durante las cinco centurias y media que había durado su vida. Allí, en aquel fuste poderoso es donde él tenía sus talleres, las inmensas tinas donde con gran pericia daba nacimiento a la carne metamórfica y la moldeaba, creando a sus guerreros, a sus bestias voladoras, a las criaturas que contenían gas, a otras que actuaban como un sifón… a todo tipo diferente de criaturas cartilaginosas. Allá abajo, si toda la maciza estructura no se hubiera desplomado encima, todavía estaría una bestia voladora recién formada que gemía y forcejeaba dentro de una tina. Convertida en un Viajero, pronto podría moverse de un sitio a otro, y así por lo menos Shaithis tendría una montura en la que poder viajar.
También había encontrado las cosas que tenía en su pozo: Viajeros y trogloditas metamorfoseados, insensatos seres que no hacían más que gritar sumidos en una noche eterna, la materia prima de sus guerreros y de las otras criaturas que había creado. ¡Bien, no importaba, que saltaran dentro de sus pozos, que lloriquearan y cotorrearan hasta quedar envarados y fosilizados! ¡Le daba igual!
Sobre su cabeza, los últimos wamphyri volaban silenciosamente hacia el norte, atravesaban las tierras heladas y se dirigían a las oscuras regiones situadas en el techo del mundo, donde el sol nunca más volvería a brillar. Así que su bestia voladora estuviera en condiciones de volar, Shaithis se juntaría con ellos. Según contaban las leyendas, si se cruzaba el casquete polar y se continuaba todavía más allá, se encontraban más montañas, nuevos territorios que conquistar. Nadie, sin embargo, había podido comprobar lo que referían las leyendas, ya que las altísimas columnas eran desde tiempo inmemorial el hogar de los wamphyri. Pero esto era ayer. Y ahora resultaba que había que comprobar lo que decían las leyendas. Bien, pues se haría.
Cuando Shaithis se disponía a bajar por una escalera medio desmoronada, sus ojos atentos detectaron un movimiento entre los escombros y oyó un gemido ahogado. ¿Había alguien que seguía vivo todavía en las ruinas de su nido de águilas?
Shaithis se abrió paso entre bloques de piedra desperdigados por el suelo y entre restos de huesos y llegó a una maraña de cartílagos relucientes y rocas desmenuzadas por entre los cuales asomaban una mano y un brazo. La mano iba tanteando los alrededores a ciegas y clavaba inútilmente las uñas en la piedra áspera. Procedente de más abajo se oía un lamento semünconsciente.