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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (65 page)

BOOK: El origen del mal
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Luchov estaba despertándose rápidamente por momentos.

—¿Tan grave es esto? ¿Has hecho las averiguaciones pertinentes en el protector de fallos?

—Sí a las dos preguntas —contestó Khuv, tajante.

—Pero…

—No hay peros —volvió a interrumpirlo Khuv—. Si se trata de algo que ha pasado por la Puerta, quiere decir que es invisible.

En este momento volvió Litve con Agursky. Los ojos de Khuv se dirigieron inmediatamente al pequeño científico. Sin embargo… daba la impresión de que Agursky no era tan bajo como antes. Iba un poco encorvado, por supuesto, pero si se hubiera puesto un poco más erguido…

Agursky no iba vestido y llevaba encima una bata. Sin embargo, iba con gafas negras.

—¿Le pasa algo en los ojos? —dijo Khuv frunciendo el entrecejo.

—¿Cómo? —dijo Agursky mirando de reojo al comandante a través de las gafas oscuras—. ¡Oh, sí! Es algo que me ocurre de cuando en cuando: fotofobia. La culpa la tiene eso de vivir aquí abajo… lejos de la luz natural. ¡Tanta luz artificial!

Khuv asintió con un movimiento de cabeza. Ya tenía bastantes preocupaciones personales para que, encima, tuviera que preocuparse ahora por las rarezas de Agursky.

—Aquí dentro hay dos hombres muertos —dijo, e indicó con un gesto de cabeza la habitación de Roborov.

Agursky no pareció excesivamente impresionado. Abrió la puerta e hizo el gesto de entrar. Khuv lo cogió por el brazo y sintió la tensión que había en él. Era extraño, pues ésta no se manifestaba en sus movimientos ni en sus gestos.

—Quiero que me diga qué los ha matado, si es que puede. Una idea, por lo menos. Gustav, entra con él.

Mientras los dos estaban en la habitación, Khuv explicó a Luchov todo lo que sabía. Imposible trabajar si el director del Projekt metía las narices en todas partes. Mejor incorporarlo desde el principio. Al llegar a este punto, Litve y Agursky salieron de la habitación. Litve seguía estando muy pálido, mientras que Agursky parecía estar como siempre.

—¿Alguna idea? —le preguntó Khuv.

El otro negó con la cabeza y desvió los ojos.

—Algún ser extremadamente fuerte, inmensamente fuerte. Sin duda, una bestia.

—¿Una bestia? —le soltó con brusquedad Luchov.

Agursky le echó una ojeada.

—Es una manera de hablar, director. Indudablemente se trata de una bestia humana, de un asesino. Pero, como ya he dicho, de un hombre muy fuerte y de grandes proporciones.

—¿Y las marcas de dientes en el cráneo de Roborov?

—No. Tenía el cráneo machacado con un martillo o herramienta similar. Sí, algo así como un martillo pequeño, pero manejado con una fuerza considerable.

Acordándose de toda aquella sarta de disparates que le había soltado Savinkov, Khuv intervino:

—Pero yo cuento con un «esper» —dijo—, Paul Savinkov, que dice que él «ha visto» al asesino. Y añade, además, que ha sido una visión de pesadilla.

Agursky ya había empezado a marcharse, pero de pronto giró en redondo y volvió.

—¿Dice que él lo ha visto?

—Sí, mentalmente.

—¡Ah! —dijo Agursky, cayendo en la cuenta, sonriendo y encogiéndose de hombros como excusándose—. Bueno, mi ciencia sólo tiene en cuenta la evidencia física, comandante. La metafísica no es lo mío. ¿Me va a necesitar de momento? Lo digo porque ahora tengo mucho que hacer y…

—Sólo una cosa más —dijo Khuv—. Dígame, ¿qué ha hecho usted de la criatura muerta que estaba en el tanque?

—¿Qué he hecho con ella? Pues fotografiarla, estudiarla hasta el punto de examinar sus cartílagos y sus huesos y, finalmente, destruirla y quemarla.

—¿Quemarla?

Agursky volvió a encogerse de hombros.

—Naturalmente, después de todo venía del otro lado de la Puerta. No tenía nada más que enseñarnos. Mejor no correr riesgos con esta clase de seres, ¿no le parece?

Luchov le dio unas palmadas en el hombro.

—Por supuesto, Vasily, por supuesto. Y muchas gracias por todo.

—Si volvemos a necesitarlo, se lo haré saber —dijo Khuv—, pero me parece que, con un poco de suerte, no lo llamaremos.

Después, dirigiéndose a Luchov, dijo:

—¡Dios mío, este hombre me ataca los nervios!

—Es el sitio lo que ataca los nervios a cualquiera… —murmuró Luchov.

Así que Agursky se marchó, volvió Savinkov acompañado de los agentes de la KGB al mando de Khuv. Habían pasado por un entrenamiento policial y se trataba de un caso rutinario de asesinato.

Khuv les echó una filípica. Iban vestidos de cualquier manera y no se habían afeitado. Su superior les afeó eso y los puso al corriente de lo que había ocurrido y de lo que quería de ellos. Entraron en la habitación de Roborov. Savinkov entretanto había desaparecido, probablemente se había escabullido antes de que Khuv pudiera encontrarle algún nuevo trabajito.

Pero cuando Khuv y Luchov se disponían a volver a los niveles superiores, el hombre dotado de poderes telepáticos regresó. Le flaqueaban las piernas, sollozaba, parecía totalmente privado de coordinación.

—¡Comandante, socorro! Yo… yo… ¡ay, Dios mío!

Khuv se abalanzó sobre él y le dijo gritando:

—¿Y ahora qué pasa, Paul?

—¡Es Leo! —dijo respirando trabajosamente.

—¿Leo Grenzel? ¿El localizador? ¿Qué le pasa a Leo?

—Me estaba preguntando por qué no había detectado la presencia del intruso y decidí ir a verlo a su habitación —dijo Savinkov farfullando las palabras—. La puerta estaba abierta… entré y…

Khuv y Luchov se miraron con una expresión muy parecida: sorpresa, incredulidad, horror. El razonamiento de Savinkov era impecable, por supuesto. Si Grenzel estaba despierto y en buenas condiciones, habría tenido que aparecer mucho antes en escena.

Dejando a Savinkov sollozando, apoyado en el muro de metal, Khuv y Luchov desaparecieron corriendo por el pasillo.

—¡Nada de alarmas, Paul! Ponlas en marcha una vez más y todo el Projekt se desmandará —le gritó Khuv.

En la habitación de Grenzel se repitió la misma historia de antes. Tenía fracturada la espina dorsal, que aparecía mordida hasta la médula. Sus rasgos eran todavía más afinados a consecuencia de la muerte y sus ojos enormes y saltones parecían de un tono gris más oscuro.

¿Qué habían visto los ojos de aquel «esper» antes de morir?, no pudo por menos de preguntarse Khuv. Inmediatamente después trató de aquietar el movimiento involuntario de la laringe y salió tambaleándose de la habitación porque quería dejar de oír a Luchov, que no paraba de vomitar en el retrete de Grenzel…

El jardín del Habitante era un lugar maravilloso.

Un valle en miniatura, una hondonada situada en la parte posterior de un collado en la parte media-occidental de las montañas. En cuanto a extensión, tendría poco más de una hectárea, limitaba por la parte de atrás con la cumbre del collado y la parte donde el collado comenzaba a bajar hacia abruptos desfiladeros. Allí se había construido un murete bajo, cuya finalidad era impedir que la gente pudiese acercarse demasiado. En medio había pequeñas parcelas, invernaderos y todo un conjunto de estanques de agua potable. En uno de estos estanques abundaban las truchas arcoiris, otros desbordaban calor debido a la actividad termal del terreno, ya que en él había géiseres y caldas.

A causa de la abundancia de agua, en aquel sitio había una vegetación lujuriante. Poquísimas eran las especies allí presentes desconocidas en la Tierra. El resto, flores, arbustos y árboles del jardín, habrían estado perfectamente en cualquier jardín inglés. La madre de Harry hijo se ocupaba del jardín cuando le venía en gana, pues ésta era normalmente una labor que correspondía a los Viajeros, al igual que casi todas las cosas que había que atender en este sitio.

Harry vivía en una casa de una sola planta, situada en el centro, de piedra blanca, tejado rojo, con la fachada frente a la amplia boca de una fuente de la que manaban de cuando en cuando vaharadas de vapor. El Habitante nadaba y se bañaba regularmente en aquel estanque, en tanto que sus Viajeros (de los que ya no se podía decir que fueran verdaderos Viajeros, pues ahora eran habitantes permanentes de aquel lugar) vivían en casas de piedra de construcción similar a ambos lados del collado, donde el terreno llano estaba a nivel de los acantilados. Todas las casas disponían de calefacción central, con tuberías de plástico que canalizaban el agua caliente desde un foso profundo y borboteante. Tenían también ventanas con cristales, y otros refinamientos de los cuales no se había oído hablar nunca antes de los tiempos de Harry hijo.

El Habitante (como insistían en llamarle todos sus inquilinos) había hecho construir invernaderos en los que se cultivaban abundantes productos vegetales. Debido a la abundancia de agua y al calor, las recolecciones eran sorprendentes. También había encontrado medios para hacer frente a los largos, fríos y oscuros períodos sin sol. Había especies vegetales que ya se habían adaptado, mientras que otras recibían sol artificial. El agua que fluía continuamente accionaba sus generadores (máquinas pequeñas pero increíblemente potentes, que Harry padre veía por vez primera en su vida y que ni siquiera había soñado nunca) que, a su vez, impulsaban las lámparas de luz ultravioleta de los invernaderos… y la luz eléctrica de las casas.

—¡Has hecho tantísimas cosas! —dijo Harry Keogh a su hijo, mientras paseaba con él por la orilla de una parcela a la sombra del maíz dulce—. ¡Todo esto es admirable!

Harry hijo ya había escuchado más o menos los mismos elogios de labios de Zek Föener, de Jazz Simmons y de todos los Viajeros que habían pasado por allí. Se trataba de una reacción habitual frente a cosas que para él no tenían ninguna importancia.

—¡No hay para tanto! —respondió—. Soy capaz de hacer mucho más. Lo que yo quería por encima de todo era contar con un sitio donde mi madre y yo pudiésemos vivir y por esto procuré que fuera un sitio agradable. En realidad, no es más que una franja de tierra fértil de unos doscientos metros de longitud por ochenta de anchura. En cuanto a los cuidados que hay que dispensar al lugar, los Viajeros se encargan de atenderlo.

—Pero están también los edificios —dijo Harry, como había repetido varias veces durante el último período de sol—. Ya sé que son casitas sencillas, pero ¡están tan bien, son tan bonitas! Simples pero encantadoras. La amplitud de sus arcos, los delicados contrafuertes, la forma de los cabios… No puedo decir que son griegas ni darles una denominación específica, pero las encuentro encantadoras. ¡Y pensar que todas han sido construidas por estos habitantes de las cavernas!

—Los trogloditas son personas, padre —dijo Harry hijo con una sonrisa—, lo que pasa es que los wamphyri no les ofrecieron nunca la oportunidad de desarrollarse, esto es todo. De hecho, no son más primitivos que los bosquimanos australianos de vuestro mundo. A lo que hay que añadir una gran ansia de aprender. En cuanto los enseñas a hacer algo, lo captan enseguida. Ademas, son gente agradecida. Sus viejos dioses no los trataban demasiado bien, mientras que yo les tengo en gran consideración. En cuanto a esa arquitectura que tanto te impresiona, debo decirte que esto me sorprende extraordinariamente. Supongo que no crees que sea yo quien ha diseñado esas casas. Los proyectos provienen de un arquitecto de Berlín que murió en 1933. Fue un estudiante de la Bauhaus que no consiguió nunca verse aceptado en vida, si bien desde entonces ha hecho cosas muy interesantes. Yo soy necroscopio, como tú, ¿no lo recuerdas? Los sistemas tan simples como eficaces que ves aquí me han llegado a través de los muertos de tu propio mundo. ¿Te das cuenta de lo que habrías podido hacer, de los lugares a los que habrías podido llegar, si no te hubieras pasado los últimos ocho años de tu vida tratando de localizarme?

Harry movió dubitativamente la cabeza, un poco desorientado por todo lo que su hijo le mostraba y por lo que le decía.

—Mira —dijo con una cierta desesperanza—, esto es otra cosa. Has dicho ocho años. Ahora, para mí, eres un niño, un niño de ocho años. De hecho, me enorgullecía pensar cómo serías, en imaginarte así. Habría sido mucho más fácil pensar que eras un niño, que es tal como te recuerdo. Pero me obligaba a pensar en cómo podías ser ahora o en cómo creía que podías ser. ¡Y ya ves en qué te has convertido! Todavía me cuesta creerlo.

Volvió a mover la cabeza.

—Ya te lo he explicado todo.

—¿Qué? ¿Cómo me engañaste? —Harry no trató de ocultar la amargura de su voz—. ¿Cómo no sólo atravesaste la divisoria entre los universos sino que también te desplazaste en el tiempo? ¡Retrocediste en el tiempo! Mucho antes de que nacieras y mucho antes de que te perdieras. Mientras yo iba creciendo tú también ibas creciendo… ¡pero aquí!, dicho sea de paso, ¿cuantos años tienes?

—Tengo veinticuatro años, Harry.

Harry asintió con viveza.

—Ahora tu madre tiene quince años más que yo. De todos modos, no es que ella me haya reconocido. Tú…, tú te has ocupado de ella. Ésta ha sido una de mis mayores preocupaciones durante todo este tiempo: que alguien se ocupara de ella. Pero en todos estos años yo no sabía nada. ¿No pudiste enviarme alguna noticia, aunque sólo fuera una vez?

—¿Para qué? ¿Para prolongar más tu agonía, Harry? ¿Para tenerte constantemente aquí, a mi espalda, a un solo paso?

El rostro de Harry dibujó una mueca antes de volverse.

—También he observado que ahora te saltas el tratamiento de «padre», ¿verdad? Ya sé que eres un hombre y no el niño que yo esperaba. Y como además llevas esa maldita máscara dorada, ni siquiera puedo verte la cara. Eres… un extraño. Sí, somos extraños. Bueno, supongo que así es como ha de ser. Quiero decir que apenas puede decirse que seamos padre e hijo, ¿no es eso? Ahora debemos enfrentarnos con la realidad y admitir que yo no soy mucho más viejo que tú.

Harry hijo lanzó un suspiro.

—Sé que te he hecho daño, lo supe durante todo el tiempo que estuviste persiguiéndome.

—Pero tú seguías huyendo.

—Podía haber vuelto, pero… ¡oh, es que había tantísimas cosas! Mamá no mejoraba; había buenos sitios a los que podía llevarla, sitios en los que hubiera sido feliz; eran muchas las razones para no volver. Algún día lo comprenderás.

Harry percibió algo de la tristeza de su hijo. Sí, había tristeza en él. Volvió a asentir con la cabeza, pero ahora con mayor suavidad. Por espacio de un buen rato estuvo luchando con sus emociones, y al final la sangre salió vencedora.

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