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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (59 page)

BOOK: El origen del mal
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De pronto se paró y volvió la vista atrás.

—Pero tú no eres el único que está ocupado, camarada, y yo he hecho algunas recomendaciones por mi cuenta. Tú sólo piensas en invasiones procedentes del otro lado, pero mi imaginación tiene más altos vuelos. Dentro de muy pocos días estarás en condiciones de comprender más plenamente lo que quiero decir, cuando se produzca la llegada de un pelotón de tropas de asalto de primer orden… a mis órdenes.

Antes de que Luchov pudiera hacer más averiguaciones, Khuv pasó a través de una mampara y desapareció…

Vasily Agursky, que se encontraba en sus aposentos privados, estaba observándose en un espejo del cuarto de baño. Tenía la vista clavada en su rostro y le costaba creer lo que estaba viendo. Hasta ahora nadie más parecía haberse dado cuenta, pero en realidad no había nadie que estuviera demasiado interesado en él. Agursky, sin embargo, se conocía muy bien y sabía igualmente que lo que veía en el espejo era algo más que la suma total de las partes que lo componían, es decir, las partes que componían su persona.

Su primera reacción, al observar los cambios producidos al principio, fue desconfiar de lo que veía en el espejo, desconfianza que se transformó muy pronto en un profundo disgusto. Era ridículo que a un hombre le disgustase un espejo, pero así era. Ahora le disgustaban todos los espejos, probablemente porque le recordaban ciertas alteraciones innegables que necesitaba olvidar.

Los cambios eran… fantásticos. Jamás lo habría creído posible.

Él mismo había colgado el espejo en la pared al objeto de que su cara se encontrase exactamente en el centro del mismo. Sin embargo, ahora tenía que doblar un poco las rodillas para conseguir el mismo efecto. Había crecido cinco centímetros o más. El hecho habría tenido que halagarlo, puesto que siempre se había considerado poco más que un enano, pero en lugar de eso le aterraba, pues ahora sentía dentro la capacidad que tenía su cuerpo de crecer. Si aquel crecimiento vampírico continuaba, alguien tendría forzosamente que notarlo.

Su cabello también estaba experimentando una metamorfosis. Su color gris sucio derivaba hacia un tono oscuro, evidenciando señales de una virilidad largo tiempo postergada, mientras la coronilla iba concentrándose hacia el centro del cráneo e iba poblándose por momentos. No había nadie que lo hubiese notado todavía, pero él suponía que se darían cuenta cuando el crecimiento fuese completo. De hecho, ya se veía y se sentía bastantes años más joven. Se sentía preparado para cualquier cosa. Sin embargo, todavía tenía que permanecer cierto tiempo haciendo el papel del viejo Vasily, aquel Vasily despreciado, olvidado, tratado con desdén…

Mientras seguía contemplándose, Agursky quedó sorprendido al notar que de su garganta surgía de manera espontánea un gruñido que iba aumentando de forma progresiva. Primero fue como un ronroneo suave que fue subiéndole del pecho y que acabó en un gruñido tan fuerte que casi parecía un rugido. Sus labios, al mismo tiempo, se curvaron y dejaron los dientes al descubierto, unos dientes fuertes, blancos como los de un animal, cuyos caninos habían crecido tanto que se entrecruzaban como nunca le había ocurrido. ¡Rugía igual que una bestia! Sin embargo, frenó aquella manifestación. En un momento vio que había en él un poder totalmente desconocido y, sabiendo de dónde venía, comprendió que debía controlarlo… mientras pudiese.

Sabía que en el Perchorsk Projekt tenían la costumbre de quemar cosas parecidas a Vasily Agursky.

Por fin se quitó los lentes de gruesos cristales. Ahora ya no llevaba en las gafas las viejas lentes de vidrios curvados, que había retirado de la montura. Las había sustituido por discos planos de vidrios no graduados que él mismo se talló en el taller y que, según explicó, eran lentes para sus instrumentos ópticos. Actualmente ya no tenía necesidad de ayuda para ver mejor, puesto que su visión había mejorado considerablemente y alcanzaba una increíble agudeza. ¡Si incluso podía ver en la oscuridad!

Sin embargo, en relación con sus ojos había algo más que muy pronto comenzaría a manifestarse, aunque de momento todavía no podía imaginar qué podía hacer para ocultarlo. ¿Lentes de contacto? Era muy posible que, cuando pudiera pedirlas y recibirlas, ya fuese demasiado tarde. En cierto aspecto esto le asustaba, pero le resultaba fascinante.

Lentamente levantó una mano en dirección a la cuerda que sostenía el interruptor y dio un simple tirón: ¡clic! La luz se apagó.

Sin embargo, en el espejo acababan de aparecer dos luces más pequeñas. Agursky se sintió incapaz de refrenar la extraña sonrisa, la mueca que apareció en el espejo, donde se reflejaban oscuramente los rasgos de un lobo, que eran su rostro. Era una sonrisa entre las pupilas de sus ojos igual que minúsculos incensarios de azufre del infierno…

Capítulo 20

Harry y sus «amigos» - La segunda Puerta

Harry durmió doce horas seguidas, hacia el final de las cuales comenzó a soñar. Sin saber qué soñaba, le pareció que existía desde siempre en aquel limbo intemporal y sin luz y que ahora alguien lo estaba llamando desde lejos, desde muy lejos.

¡Harry, Harry! Estás durmiendo, Harry Keogh, pero los muertos han despertado. Y me han pedido un favor, a mí, a quien hasta ahora habían rehuido de forma manifiesta. Y yo me he avenido a hablar contigo, aunque cuando te he buscado lo único que he encontrado ha sido un hombre dormido. Recuerdos y sueños embarullados, intrincados rompecabezas mentales, imágenes de una existencia que está más allá de la existencia. Tu mente dormida es una extraña cosa, Harry, y no es nada fácil mantener una conversación con ella. Así es que, ¡despiértate!, porque Faethor Ferenczy te ofrece sus servicios

¿Faethor? Harry se despertó de un salto y se sentó rápidamente en la cama. Un sudor frío le empapó la frente y le cubrió los miembros, cuyos temblores le era imposible refrenar. Sí, aquélla había sido una pesadilla: había soñado que Faethor Ferenczy lo llamaba en sueños. Nadie debería soñar con criaturas como Faethor, aunque estuvieran muertas y ya no fueran capaces de maldad ninguna. Un sueño así era el peor de los augurios. Pero…

¿Un sueño?
Aquella voz pegajosa y lejana resonaba de nuevo en la mente de Harry orientada hacia Möbius.
¿Una pesadilla? ¡No eres muy simpático!, ¿verdad, Harry?
Y la risita de Faethor, aquella antigua risita muerta y no muerta llegó atravesando todos los kilómetros que los separaban, como si pugnara por entrar, al borde de la percepción todavía perezosa de Harry. Pero ahora ya estaba despierto y ya no era una pesadilla sino la pura realidad. Era algo que él conocía, lo que constituye el campo propio de un necroscopio, y ahora que sabía que era una realidad, ya no tenía miedo. Sus miembros dejaron de temblar y miró alrededor de la habitación. Las persianas estaban bajadas, pero en la pared opuesta a las ventanas se proyectaban unas rendijas de luz en forma de franjas muy pálidas. Un reloj eléctrico de la mesilla de noche anunciaba que eran las tres de la tarde.

—¿Faethor? —dijo Harry—. La última vez que hablé contigo fue en la casa donde tú vivías, en los Alpes Moldavos. En aquel entonces tuve la impresión de que acababa de tener las últimas noticias que podía recibir de ti. ¿Ha habido algún cambio? De todos modos, sigo en deuda contigo, o sea que si hay algo…

¿Cómo?
, ahora su risa era taimada, insinuante.
Dices que quieres hacer algo por mí… Pues encuentro que tienes un sentido del humor un tanto macabro, Harry. No, no puedes hacer nada por mí… pero quizá yo pueda hacer algo por ti. ¿No has oído lo que te he dicho? ¿Tan dormido estabas? Te decía que los muertos me han pedido ayuda y yo he accedido a prestársela… si me es posible
.

—¿Cómo? ¿Los muertos hablan contigo?

Harry movió lentamente la cabeza como si no acabara de creer lo que oía.

—Tienen que estar muy apurados… —añadió.

Sí, pero lo que me han pedido no es para ellos, Harry… sino para ti. Me han hablado de unas averiguaciones, de tu búsqueda; me han pedido orientación. Y en esto han demostrado ser mucho más sabios que tú, porque ¿quién puede conocer mejor la fuente secreta de los vampiros que un antiguo miembro de los wamphyri?

Harry se quedó con la boca abierta. ¡La fuente de los vampiros! ¡El lugar donde se originan, el mundo donde se crían para después venir a este mundo…, como ahora han empezado a llegar a través de la Puerta de Perchorsk!

—¿Conoces tú esa fuente secreta? —Harry conseguía a duras penas refrenar la curiosidad de su voz y de sus pensamientos—. ¿Acaso tú vienes de ese lugar?

¿Yo? ¿Me preguntas si yo he sido un habitante de ese mundo que forma parte de la leyenda de los vampiros? Yo no, Harry, pero mi abuelo sí lo fue
.

—¿Tu abuelo? ¿Y sabes dónde está, dónde reposan sus restos?

¿Dónde está enterrado? ¿El viejo Belos Pberopzis? ¡Pues no, Harry! Los romanos lo crucificaron y lo quemaron cien años antes que a vuestro Cristo. Y en cuanto a mi padre, lo último que supe de él fue que se había perdido en el mar, en alguna parte próxima a las bocas del Danubio, en el Mar Negro, en el año 547. Era un mercenario de los ostrogodos que luchó contra Justiniano; pero, naturalmente, estaba en el bando equivocado. ¡Ah, y nosotros, los wamphyri, éramos una gente violenta en nuestro tiempo! Aunque contábamos con unos buenos medios de subsistencia, suponiendo que tuviéramos estómago para ello
.

—Entonces ¿cómo puedes ayudarme? —repuso Harry, que estaba perplejo—. A mí me parece que entre la era de tu abuelo y la tuya hay una separación de mil años. Lo que él pudiera saber acerca de sus orígenes, acerca de este mundo originario, debió de morir con él.

Pero hay leyendas, Harry. Hay recuerdos, historias que el viejo Belos contó a su hijo Waldemar, quien a su vez me las transmitió a mí. Las conservo tan frescas en mi mente como el día en que las oí por vez primera. Y si las conservo tan frescas es porque constituían la única historia de wamphyri que oiría en mi vida. Por aquel entonces yo todavía estaba sometido a mi padre. Si Thibor, aquel ingrato, hubiera hecho su aprendizaje conmigo, yo le hubiera transmitido las leyendas, pero no fue así. Ahora, si quieres enterarte de todas estas cosas, que pueden aportar muy bien las claves que necesitas para completar tus averiguaciones, ven a verme y a hablar conmigo, igual que hablamos en otra ocasión
.

La voz de Faethor era ahora muy débil. Había muerto en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial y su cuerpo había quedado reducido a cenizas, pero lo que había quedado de él se había filtrado en la tierra donde en otro tiempo se levantaba su casa, en las afueras de Ploesti, cerca de Bucarest. Tenía que ser un esfuerzo muy grande para una persona como él eso de hablar desde tantos kilómetros de distancia y después de tanto tiempo. Por su parte, Harry estaba perfectamente consciente de la tortuosa naturaleza de los vampiros, de todos los vampiros en general. Que él supiera, rara vez hacían nada que no fuera en beneficio propio, pero es que, además, Faethor no había sido nunca ortodoxo. A Harry no le gustaba y sabía que no podía confiar en él, aunque lo respetaba.

—¿Sin ataduras? —dijo él.

¿Ataduras? Yo soy un muerto, Harry. De mí no queda nada, sólo mi voz. Y el único que puede oírla eres tú… y los muertos, por supuesto, cuando quieren escuchar. Y hasta mi voz va debilitándose con los años. Pero
… (y Harry se dio cuenta de que se encogía de hombros)…
haz lo que te parezca. Yo lo único que quiero es respetar los deseos de los muertos
.

Harry habría tenido que quedar satisfecho con esto.

—¡Está bien, iré! —le dijo—, pero de la misma manera que estoy hambriento de saber cosas, también estoy hambriento en el aspecto normal. Dame una hora de tiempo e iré a verte.

Tómate el tiempo que quieras
, le respondió Faethor;
yo lo tengo en abundancia. Pero ¿recuerdas el camino?

Su voz parecía vacilar, como si retrocediera hasta enormes distancias de la mente.

—Me acuerdo perfectamente.

Entonces te esperaré. Y después quizá la Gran Mayoría considerará oportuno dejarme en paz

Harry se lavó, se afeitó, se cambió de ropa, desayunó y se puso en contacto con la Rama-E. Informó rápidamente a Darcy Clarke de lo que había hecho y de lo que se disponía a hacer. Clarke le dijo que tuviera cuidado, como quien da una recomendación rutinaria, y Harry se dispuso a partir.

Sirviéndose del continuo de Möbius se trasladó a Ploesti.

La escena era aproximadamente igual a la que se había desarrollado ocho años antes. La casa de Faethor, situada en las afueras de la ciudad, era una de tantas ruinas producidas por las bombas, medio enterrada entre cascotes, es decir, uno de esos cadáveres de piedra que un día fueron casas de campo. Aquí era de noche, aunque sólo eran las 6.50 de la tarde, hora de la Europa Central. Pero aquella luz bastaba a Harry para buscarse una pared medio derrumbada y encontrar un sitio donde sentarse. Se acordaba del camino y ahora sentía la presencia de Faethor, que se cernía como una mortaja en el lugar, pese a que lentamente iba retornando al polvo. En el horizonte, por la parte de occidente, resplandecía un débil nimbo de luz que parecía proceder del otro lado de los Cárpatos.

Alrededor de Harry no había más que desolación, acentuada por los efectos del invierno que se palpaban en el aire. Se estremeció, sobre todo por el frío que notaba en el ambiente y que iba abriéndose camino lentamente hasta sus huesos. Este lugar, en verano, habría tenido una belleza salvaje, porque los cráteres de las bombas estaban cubiertos de flores y de zarzas y por los esqueléticos muros trepaban lujuriantes hiedras. El invierno, sin embargo, hacía que la nieve devolviera a aquella perspectiva su desolada y monocroma realidad. Aquella desolación era evidente, imposible de disfrazar. Sería un recordatorio perenne y probablemente ésta era la razón por la que los rumanos no quisieran volver a reconstruir en este lugar.

Una de las razones, por lo menos
, dijo Faethor,
pero siempre he querido creer que yo era una de las principales razones. No quiero que nadie construya aquí. Desde que Thibor destruyó mi antigua casa, tuve varias residencias, pero ésta fue la última
. Y
aquí me he quedado, para decirlo de algún modo. Así es que cuando ahora la gente viene a husmear aquí y yo siento sus pasos

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