El libro de los portales (61 page)

Read El libro de los portales Online

Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: El libro de los portales
12.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Tash cabeceó, sin apartar la mirada de Rodak, pero no dijo nada.

—Quizá deberíamos empezar por buscar un refugio —sugirió el estudiante; pero Tash negó con la cabeza.

—No conviene moverlo por el momento.

—Pues habrá que hacerlo —intervino entonces con urgencia la voz de Cali—. Mirad.

Tash y Tabit alzaron la cabeza hacia el lugar que ella les indicaba, y descubrieron que el color del cielo había derivado hacia un inquietante tono anaranjado. Había muchos de aquellos serpenteantes resplandores que surcaban el firmamento, y todos parecían confluir en el mismo lugar: una enorme esfera luminosa que giraba lentamente sobre sí misma y que se iba haciendo más y más grande.

—Eso no tiene buena pinta —murmuró Tabit, sobrecogido.

Tash se esforzaba mucho por fingir que no estaba muerta de miedo.

—¿Y qué? —dijo con aparente indiferencia—. Son solo luces raras. Yo no pienso arriesgar la vida de Rodak por…

Pero entonces algo similar a un gigantesco relámpago, generado por el tornado naranja, iluminó todo el cielo y los cegó momentáneamente. Los jóvenes se cubrieron los ojos, con un grito de angustia, mientras se levantaba un viento feroz y despiadado que parecía haber surgido de la nada.

—¡Tenemos que salir de aquí! —jadeó Tabit, parpadeando.

—¡No! —Tash se aferró a Rodak—. ¡No podemos moverlo!

Hablaban a gritos porque apenas podían oír sus propias voces. La intensidad lumínica disminuyó un tanto, pero ellos tardaron en recuperar del todo la visión. Se reunieron en torno a su compañero caído, arrimándose todo lo posible para protegerse de aquel extraño fenómeno.

—Tash, no aguantaremos mucho tiempo —logró decir Cali.

Ella iba a responder cuando, de pronto, el viento pareció amainar. Los jóvenes alzaron la cabeza, parpadeando.

—¿Lo veis? —dijo Tash—. Va a mejorar.

—No lo creo —discrepó Cali, con una nota horrorizada en su voz.

Fue entonces cuando sus compañeros descubrieron que, lejos de disiparse, el inmenso cúmulo de luces ondulantes se había hecho mucho más grande, contrayéndose en algo que casi parecía sólido y pulsante, como un gran corazón de energía.

—Caliandra tiene razón —dijo Tabit, mirando a su alrededor con desesperación—. No sé qué va a pasar ahora, pero será mejor estar a cubierto cuando eso suceda.

Tash no respondió. Aferraba con fuerza la mano de Rodak, pero sus ojos estaban clavados en la enorme nube luminosa, y su rostro parecía una máscara de horror.

—Tenemos que irnos, Tash —la apremió Cali. Ella no reaccionó.

—Cuanto antes nos movamos, más posibilidades tendremos de trasladar a Rodak con todas las precauciones necesarias —asintió Tabit—. Y tal vez no haya que ir muy lejos —añadió, señalando hacia un agudo picacho que se recortaba contra el horizonte—. Quizá podamos encontrar algún refugio entre aquellas rocas.

El resplandeciente cúmulo del cielo latió un instante de un modo siniestro, y Tash dio un respingo.

—Está bien —aceptó a regañadientes—. Pero tened mucho cuidado, ¿de acuerdo?

Los momentos siguientes fueron los más largos de sus vidas. Siguiendo las instrucciones de Tash, Cali y Tabit la ayudaron a cargar con Rodak y lo llevaron, con mucho cuidado, hacia la elevación rocosa donde esperaban hallar amparo, mientras a sus espaldas la gran nube anaranjada rotaba más y más deprisa, aumentando de tamaño a medida que absorbía aquellas extrañas serpientes de luz. Durante el trayecto, el cúmulo desató nuevos impulsos y ráfagas de viento que los obligaron a detenerse y a protegerse como pudieron, acurrucándose unos contra otros y cubriéndose los ojos. Por fin, cuando alcanzaron la montaña y se refugiaron en una grieta, hasta Tash se mostró aliviada.

Cali gateó por el interior de la galería.

—¡Venid! —llamó—. El túnel se ensancha y creo que estaremos más cómodos y protegidos aquí dentro.

Tabit y Tash arrastraron a Rodak hasta el lugar que les indicaba Cali. Una vez allí, se acurrucaron contra la pared de roca y dedicaron unos instantes a recuperar el aliento. Por la boca de la cueva penetraban inquietantes resplandores rojizos, amarillos y anaranjados, que eran progresivamente más intensos y más frecuentes.

—Eso va a estallar de un momento a otro —comentó Tabit, preocupado.

Tash, sin embargo, parecía más relajada. Había comprobado que la herida de Rodak no había sufrido complicaciones debido al traslado y que su pulso, aunque débil, continuaba estable.

—Pero aquí estaremos a salvo —dijo, contemplando el techo de piedra casi con cariño.

Tabit cerró los ojos un instante, agotado.

—Eso espero —murmuró.

—Tal vez… —empezó Cali. Pero no pudo terminar porque, de pronto, se desató en el exterior un auténtico infierno. El viento se levantó de nuevo, con la fuerza de un huracán, y la luz se volvió tan intensa que, incluso en la seguridad de la grieta, los tres jóvenes tuvieron que protegerse los ojos como mejor pudieron.

La tormenta lumínica se descargó en varias oleadas, cada vez más rápidas y violentas. Cali gritó y se acurrucó contra Tabit, que la estrechó entre sus brazos. Tash se echó sobre el cuerpo inerte de Rodak, en un intento por protegerlo.

Poco a poco, las ráfagas se espaciaron, la luz menguó y el viento amainó. Tabit se atrevió a abrir los ojos y miró a su alrededor, desconsolado.

—¿A dónde hemos ido a parar? —se preguntó en voz alta.

Nadie supo darle una respuesta.

—Quizá maese Belban no calculó bien las coordenadas —sugirió Cali tras un momento de silencio.

—Bueno, eso parece obvio —respondió Tabit—, porque no se me ocurre ninguna razón para venir hasta aquí, salvo por error o accidente.

—¿Y no se os ha ocurrido que tal vez vuestro querido profesor esté intentando librarse de vosotros? —gruñó Tash—. Si realmente quisiera que lo encontrarais, os habría puesto las cosas más fáciles. Pero solo os ha dejado unas señas oscuras y complicadas que os han traído hasta aquí. Yo en vuestro lugar habría captado la indirecta hace mucho tiempo, ¿sabéis?

Cali no supo qué contestar. Tabit negó con la cabeza.

—No somos tan importantes, Tash. Todo esto no está hecho para confundirnos. Maese Belban estaba experimentando con la bodarita azul, tratando de hacer cosas que nadie había hecho jamás… No es tan descabellado pensar que cometió un error al calcular las coordenadas. Nosotros nos hemos limitado a seguir sus pasos… a donde quiera que nos hayan conducido.

—¿De verdad crees que vuestro
granate
loco anda por aquí? —replicó Tash con escepticismo—. ¿Haciendo qué, si se puede saber?

—Tratando de sobrevivir —respondió Tabit, sombrío—. Igual que nosotros.

Cali se irguió de pronto, sacudida por un presentimiento. Aprovechando un nuevo intervalo de luz, miró en derredor, examinando todos los rincones de la cueva con atención. Le pareció distinguir un bulto informe semioculto en un recoveco, y se arrastró hasta allí.

—¡Espera, Cali! —trató de detenerla Tabit; pero era demasiado tarde.

—Es un cuerpo —murmuró la joven, sobrecogida.

Tabit se reunió con ella. Pero la luz había vuelto a menguar, dejando el rincón en sombras otra vez.

—¿Piensas que puede ser… maese Belban?

Cali sacudió la cabeza.

—No lo creo. O no quiero creerlo. De todas formas, a simple vista parecían solo huesos. Quiero decir… que me dio la sensación de que llevaban aquí muchísimo tiempo —concluyó, esperanzada.

Tabit podría haberle rebatido aquel argumento. Podría haberle respondido que, dado que aún no sabían de qué modo se comportaban los portales violetas, maese Belban podría muy bien haber aparecido en aquel mundo siglos atrás, incluso aunque hubiese atravesado el portal el día anterior. Pero prefirió no inquietarla más. Advirtió que temblaba, y buscó su mano en la penumbra. Cali se la oprimió con fuerza.

Así, cogidos de la mano, aguardaron, conteniendo el aliento, a que el siguiente resplandor iluminase el cuerpo que acababan de descubrir.

No tuvieron que esperar mucho. Una nueva oleada sacudió el firmamento y se coló en su refugio, arrojando un haz de luz sobre lo que reposaba en el fondo de la caverna.

Cali gritó. Tabit, aterrorizado, no fue capaz de pronunciar palabra. Sostuvo a su compañera y ambos se apresuraron a regresar junto a Tash, que no se había separado de Rodak.

—¿Y bien? —dijo ella—. ¿Qué hay ahí? ¿Es vuestro profesor?

Cali negó con la cabeza. Tabit tuvo que aclararse la garganta antes de poder hablar.

—No sé lo que es —respondió con voz ronca—. Pero no es humano, ni se parece a nada que haya visto jamás.

Tash lo miró fijamente.

—¿Qué estás diciendo?

Tabit calló un momento, tratando de ordenar sus pensamientos. La imagen que acababa de contemplar seguía allí, clavada en el fondo de su retina: el esqueleto de una criatura de tamaño no superior al de un niño de diez años, de cráneo alargado, con piernas y brazos articulados, que al joven le habían recordado a las patas de los insectos, y un curioso caparazón óseo que protegía gran parte de su cuerpo. No había podido asimilar más detalles, salvo el hecho revelador de que aquellos huesos estaban adornados con aros metálicos, ya herrumbrosos, que parecían indicar que aquella criatura había llevado ornamentos y probablemente ropas, ya deshechas por el paso del tiempo.

Y eso quería decir que, probablemente, había contado con una inteligencia racional.

—Da igual lo que fuera —intervino Cali con un estremecimiento—. Tenemos que marcharnos de aquí cuanto antes.

Tash negó con la cabeza.

—Ni hablar. No pienso mover a Rodak hasta que se encuentre en condiciones y, además, salir ahí fuera puede ser peligroso. Sea lo que sea, si está muerto ya no puede hacernos ningún daño.

—Tiene razón —asintió Tabit—. Parece que aquí estamos seguros por ahora, así que yo voto por esperar al menos hasta que pase la tormenta.

De modo que permanecieron allí, en aquella cueva, durante lo que les parecieron horas. Tabit compartió con las chicas las provisiones que le quedaban y, mientras comían, trataron de hacer planes para el futuro inmediato.

—No podremos volver a abrir el portal que hemos dejado atrás —dijo Tabit—, porque no está reproducido también en este lado. Así que habría que dibujar uno nuevo.

—Bien, pues hazlo —replicó Tash.

—No es tan sencillo. Tengo un medidor Vanhar, y llevo las coordenadas espacio-temporales de la Academia apuntadas en mi cuaderno, pero no sé si eso será suficiente.

—Pero también tienes pintura; yo la he visto.

—Sí, me he traído un bote de pintura roja; pero probablemente tendría que preparar algo parecido a la pintura que usó maese Belban, mezclándolo con algo de bodarita azul. Y no tengo. —Cali abrió la boca para intervenir, pero Tabit siguió hablando—. Además, está el hecho de que no creo que baste con las coordenadas espacio-temporales para regresar a casa. El portal que hemos atravesado tenía un círculo adicional de coordenadas cuyo pleno significado no he terminado de comprender. Lo he anotado también en mi cuaderno; si soy capaz de descifrar estos signos tal vez pueda definir unas coordenadas fiables para…

—¡Deja de hablar con palabras raras! —se enfadó Tash—. ¿Podemos volver a casa, sí o no?

Cali sonrió.

—Lo que Tabit está intentando decir es que tenemos dos posibilidades, Tash —explicó—: o encontramos a maese Belban para que nos ayude con el portal de regreso, o Tabit tendrá que descubrir por sí mismo el modo de volver.

Tash se quedó mirándolos, anonadada.

—Pero… ¿no se supone que vosotros, los
granates
, sabéis pintar portales?

Cali abarcó su entorno con un gesto de su mano.

—Mira a tu alrededor —la invitó—. Estamos en un mundo totalmente desconocido. Que nosotros sepamos, los pintores de portales saben utilizar su arte para desplazarse en el espacio de nuestro propio mundo, y a veces, muy excepcionalmente, también en el tiempo. Pero esto… —Movió la cabeza con un suspiro—, esto es totalmente diferente. Hemos llegado tan lejos que no sé si seremos capaces de volver.

Tash se esforzó por mantener una expresión resuelta; pero le temblaba el labio inferior cuando dijo:

—Muy bien, pues empezad con ello, ¿de acuerdo? Mientras tanto, yo seguiré intentando que Rodak no se muera.

Les dio la espalda para volver a comprobar el estado de su amigo. Tabit tocó con cuidado el brazo derecho de Cali.

—Tú también estabas herida —recordó.

Pero ella negó con la cabeza.

—No es nada, de verdad.

Tabit insistió en vendarle el brazo aunque fuera de forma provisional, y Cali estaba demasiado cansada para discutir. De modo que se recostó contra la pared de piedra y le dejó hacer.

—¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —se preguntó en voz alta, todavía desconcertada.

Tabit se frotó la sien, tratando de pensar.

—No lo sé. Aunque no tiene nada de extraño que maese Belban se equivocase en el punto de destino, dadas las circunstancias, lo cierto es que no me esperaba que fuésemos a parar a un lugar tan… diferente. No sé qué pensar.

Cali suspiró.

—Yo tengo una idea al respecto. ¿Recuerdas esa historia que me contaste sobre maeses que se habían perdido entre portales, y nunca más los habían vuelto a ver…?

Tabit sonrió, a su pesar.

—¿… o habían reaparecido a trozos? —completó—. Caliandra, eso es solo una historia tonta para asustar a los de primero.

—¿Y si no lo fuera, Tabit? ¿Y si hemos ido a parar a ese lugar en el que acaban todos aquellos que cruzan portales mal orientados?

Tabit lo consideró.

—Si existe tal lugar —razonó—, no podría haber sido descubierto hasta ahora. Que sepamos, el portal violeta que pintó maese Belban es el único de esas características que existe en el mundo.

Cali inclinó la cabeza.

—De todas formas —dijo—, estoy segura de que maese Belban nos lo explicará todo cuando lo encontremos.

Tabit calló un instante antes de decir, con delicadeza:

—Deberías contemplar la posibilidad de que no lleguemos a encontrarlo nunca, Caliandra.

Ella se irguió como si la hubiesen pinchado.

—¿Por qué? Nosotros hemos conseguido un refugio, ¿no? Él podría haberlo hecho también. Y los huesos que hemos encontrado desde luego no son suyos, así que es probable que siga vivo.

—¿Has visto cómo es este lugar? Ya no se trata solo de esas… tormentas de viento y luz, o lo que sean. No he visto nada vivo, ni plantas, ni animales… ni siquiera agua. —Bajó la voz para que Tash no pudiera oír sus palabras—. Nos hemos terminado toda la comida que traía, y apenas quedan unas gotas de agua en la cantimplora. Nuestra única esperanza, de hecho, es que maese Belban no se encuentre aquí. Porque, si está, probablemente esté muerto, y eso se deba a que no encontró la manera de volver a casa. Y si él no pudo…

Other books

Then She Fled Me by Sara Seale
A Lady's Guide to Ruin by Kathleen Kimmel
Betting on You by Sydney Landon
Always Right by Mindy Klasky
The Dinosaur Chronicles by Erhardt, Joseph
Havana Lunar by Robert Arellano
The Trouble with Harriet by Dorothy Cannell
Bullied by Patrick Connolly
Dead on the Level by Nielsen, Helen