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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (3 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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La desconocida se movía agitadamente y lanzaba patadas, pero Maya y Kaede le abrieron la boca a la fuerza. La gemela introdujo los dedos, localizó la cápsula de veneno y la sacó.

El ataque de Shizuka había alcanzado a uno de los hombres, cuya sangre caía a raudales por los escalones y el suelo. Shigeko golpeó al otro enemigo en un lado del cuello, donde Gemba le había enseñado, y mientras el asaltante se tambaleaba empujó el palo y le sacudió en la entrepierna. El hombre se contorsionó y empezó a vomitar a causa del intenso dolor.

—¡No les mates! —gritó a Shizuka; pero el herido ya había huido, adentrándose en el gentío. Los guardias le atraparon, aunque no lograron salvarle de la enfurecida multitud.

Más que conmocionada por el ataque, Shigeko estaba perpleja por la torpeza y el fracaso del mismo. Siempre había creído que los asesinos resultaban más mortíferos; pero cuando los guardias entraron al patio para aprisionar con cuerdas a los dos supervivientes y después se los llevaron, vio los rostros de ambos a la luz de las linternas.

"¡Son jóvenes! No mucho mayores que yo."

Los ojos de la muchacha capturada se encontraron con los suyos. Shigeko jamás lograría olvidar aquella mirada de odio.

Era la primera vez que se había enfrentado a quienes deseaban verla muerta, y cayó en la cuenta de que ella misma había estado a punto de matar. Se sintió aliviada y agradecida por no haber acabado con la vida de aquellos dos jóvenes que apenas superaban su propia edad.

3

—Son los hijos de Gosaburo —aseguró Takeo en cuanto puso los ojos en ellos—. Los vi por última vez cuando eran niños, en Matsue.

Sus nombres estaban inscritos en el árbol genealógico de la familia Kikuta; habían sido añadidos a los documentos sobre la Tribu que Shigeru había reunido antes de su muerte. El muchacho, el segundo hijo varón, se llamaba Yuzu; la chica, Ume. El que había muerto, Kunio, era el mayor, uno de los jóvenes junto a los que Takeo había recibido adiestramiento.

Era el primer día del año. Los prisioneros habían sido llevados ante su presencia a uno de los aposentos de los centinelas, en el sótano del castillo de Inuyama. Se encontraban de rodillas frente a él, con el rostro pálido —a causa del frío— pero impasible. Estaban amarrados con los brazos a la espalda y Takeo observó que, aunque posiblemente tendrían hambre y sed, no les habían maltratado. Ahora tenía que decidir qué hacer con ellos.

Su primer arrebato de indignación ante el ataque a su familia se había atemperado ante la esperanza de que tal vez pudiera aprovechar la circunstancia para su propio beneficio. Confiaba en que este nuevo fracaso, después de tantos otros, pudiera persuadir de una vez por todas a los Kikuta, que años atrás habían sentenciado a muerte a Takeo, a darse por vencidos. Tal vez se decidieran a firmar alguna clase de paz.

"He llegado a confiarme demasiado —
se recriminó—.
Me creía inmune a sus ataques; no había imaginado que pudieran agredirme a través de mi familia".

Un nuevo temor se apoderó de Takeo conforme recordaba las palabras que había mencionado a Kaede el día anterior: no se creía capaz de sobrevivir a la muerte de su esposa, a su pérdida; el país tampoco lo haría.

—¿Te han dicho algo? —preguntó a Muto Taku.

Éste, de veintiséis años de edad, era el hijo menor de Muto Shizuka. Su padre era Arai Daiichi, el gran señor de la guerra, aliado y rival de Takeo. Zenko, su hermano mayor, había heredado las tierras de Arai en el Oeste, y Takeo había querido recompensar a Taku de forma similar; pero el joven declinó, alegando que no deseaba tierras ni honores. Prefería colaborar con Kenji, el tío de su madre, llevando el control de la red de espías y confidentes que Takeo había establecido en el seno de la Tribu. Taku había accedido al matrimonio pactado con fines políticos con una joven del clan Tohan, a quien apreciaba y que ya le había dado un hijo y una hija. La gente solía subestimar a Taku, lo que a éste le beneficiaba. Había heredado de la familia Muto la constitución y apariencia físicas; de los Arai, el arrojo y la osadía. En términos generales parecía contemplar la vida como una experiencia entretenida y agradable.

Ahora, esbozó una sonrisa al responder:

—No han dicho nada. Se niegan a hablar. Me sorprende que aún sigan vivos, pues ya sabes que los Kikuta se suicidan mordiéndose la lengua hasta arrancársela. También es cierto que no los he presionado tanto como para que actúen de esa manera.

—No tengo que recordarte que la tortura está prohibida en los Tres Países.

—Claro que no, ¿pero también se aplica la norma con los Kikuta?

—Se aplica a todos por igual —respondió Takeo con voz amable—. Los detenidos son culpables de intento de asesinato y con el tiempo serán ejecutados. Mientras tanto, no deben ser maltratados. Veremos hasta qué punto el padre de ambos desea el regreso de sus hijos.

—¿De dónde proceden? —preguntó Sonoda Mitsuru. Estaba casado con Ai, hermana de Kaede, y aunque su familia, los Akita, habían sido lacayos de Arai, había optado por jurar fidelidad a los Otori con ocasión de la reconciliación generalizada que había tenido lugar tras el terremoto. A cambio, Ai y él habían recibido el dominio de Inuyama—. ¿Dónde encontrarás a ese tal Gosaburo?

—Supongo que en las montañas, más allá de la frontera con el Este —respondió Taku, y Takeo observó un ligero movimiento en los ojos de la muchacha.

Sonoda comentó:

—Entonces, no podrán llevarse a cabo negociaciones durante un tiempo; se espera que en esta semana caigan las primeras nieves.

—En la primavera escribiremos a su padre —resolvió Takeo—. A Gosaburo no le vendrá mal un poco de sufrimiento e incertidumbre sobre el destino de sus hijos; podría aumentar sus deseos de salvarlos. Mientras tanto, guardad en secreto la identidad de los prisioneros y no permitáis que mantengan contacto con nadie, salvo con vosotros mismos. —Luego se dirigió a Taku:— Tu tío está en la ciudad, ¿no es cierto?

—Sí. Le hubiera gustado acompañarnos al templo para las celebraciones del Año Nuevo, pero no se encuentra bien de salud y el aire frío de la noche le provoca ataques de tos.

—Iré a visitarle mañana. ¿Se aloja en la antigua casa?

Taku asintió con un gesto.

—Le gusta el olor de la destilería. Dice que respira ese aire con mayor facilidad.

—Imagino que el vino también sirve de ayuda —repuso Takeo.

* * *

—Es el único placer que me queda —se lamentó Muto Kenji, al tiempo que rellenaba el tazón de Takeo y luego le pasaba la frasca de vino—. Ishida dice que debería beber menos, que el alcohol es perjudicial para mis pulmones enfermos; pero lo cierto es que me levanta el ánimo y me ayuda a dormir.

Takeo escanció el vino de color claro y consistencia viscosa en el tazón de su antiguo maestro.

—Ishida también me recomienda a mí que beba menos —admitió, y ambos dieron un largo trago—, pero a mí me sirve para amortiguar el dolor de las articulaciones. Y si Ishida no sigue sus propios consejos, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros?

—Pareces un anciano, como yo —comentó Kenji entre risas—. ¿Quién habría pensado, cuando intentaste matarme diecisiete años atrás en esta misma casa, que estaríamos aquí sentados, comparando nuestros achaques?

—¡Da gracias a que hayamos sobrevivido hasta ahora! —replicó Takeo. Paseó la vista por la espléndida vivienda, con sus techos altos, las columnas de cedro y las verandas y contraventanas de madera de ciprés. Le traía innumerables recuerdos—. Esta estancia es mucho más confortable que esos míseros cuartuchos en los que me teníais encerrado.

Kenji soltó otra carcajada.

—Es que no dejabas de comportarte como un animal salvaje. A los Muto siempre nos ha gustado el lujo, y durante estos años de paz la demanda de nuestros productos nos ha enriquecido, en gran medida gracias a ti, mi querido señor Otori —Kenji levantó su tazón en dirección a Takeo y ambos dieron otro trago; luego se sirvieron más vino el uno al otro—. Lamentaré abandonar esta casa. Dudo que vaya a vivir otro Año Nuevo más —confesó—, pero tú... Según dicen, eres inmortal.

Takeo se echó a reír.

—Nadie es inmortal. La muerte me espera, como a todo el mundo. Es sólo que aún no me ha llegado la hora.

Kenji era de los pocos que conocían la profecía referida a Takeo, incluida la parte que éste guardaba en secreto: estaría a salvo de la muerte excepto a manos de su propio hijo. El resto de las predicciones se habían cumplido, de una u otra forma: cinco batallas habían traído la paz a los Tres Países, y el nuevo señor Otori gobernaba de costa a costa. El devastador terremoto que había puesto fin a la última batalla y aniquilado al ejército de Arai podía considerarse como el "deseo del Cielo". Y nadie hasta el momento había sido capaz de matar a Takeo, dando mayor verosimilitud a esta última predicción.

Takeo compartía numerosos secretos con Kenji, quien había sido su maestro en Hagi y le había enseñado los métodos de la Tribu. Con la ayuda del anciano había conseguido penetrar en el castillo de Hagi y vengar la muerte de Shigeru. Kenji era un hombre astuto y sagaz, carente de sentimentalismo, pero con un sentido del honor más arraigado de lo que era habitual entre los miembros de la Tribu. No se hacía ilusiones acerca de la naturaleza humana y veía la parte más negativa de la gente; descubría el egoísmo, la vanidad, la falsedad y la ambición que sus palabras nobles y magnánimas ocultaban. Esta circunstancia le convertía en un emisario y negociador de gran eficacia, y Takeo había acabado por depositar su confianza en él. Kenji no albergaba deseos para sí más allá de su perenne afición al vino y a las mujeres de los barrios de las licencias. No parecía tener apego a las posesiones, la riqueza o el estatus social. Había dedicado su vida a Takeo y jurado prestarle servicio. Sentía un particular afecto por la señora Otori, a quien admiraba, gran cariño por su propia sobrina, Shizuka, y cierto respeto por el hijo de ésta, Taku, el maestro de espías. Pero desde la muerte de su propia hija Kenji se había enemistado con su esposa, Seiko, quien había fallecido varios años atrás, y ahora no mantenía vínculos de amor ni de odio con ninguna otra persona.

Desde la muerte de Arai y de los señores de los Otori, dieciséis años atrás, Kenji se había consagrado con paciencia e inteligencia a los objetivos de Takeo: poner las fuentes y los medios de la violencia en manos del gobierno, reprimir el poder de los guerreros que actuaban por cuenta propia y terminar, por fin, con el atropello de las bandas de forajidos. Era Kenji quien conocía la existencia de antiguas sociedades secretas de las que Takeo nunca había oído hablar —Lealtad a la Garza, Furia del Tigre Blanco, Fortaleza del Caballo Salvaje, Sombra del Lobo, Estrechos Senderos de la Serpiente—, establecidas por granjeros y aldeanos durante los años de anarquía. Tales sociedades se habían ido ampliando, y ahora se utilizaban para que la gente pudiera resolver los asuntos concernientes a su localidad y escoger a sus propios dirigentes con el fin de que les representaran y plantearan sus quejas ante los tribunales provinciales.

Los tribunales eran administrados por la casta de los guerreros: los hijos varones menos proclives a la batalla —y en ocasiones, las hijas— eran enviados a las grandes escuelas de Hagi, Yamagata e Inuyama para instruirse en la ética del servicio público, aprender contabilidad y finanzas y estudiar Historia y a los clásicos. Cuando regresaban a sus provincias de origen para asumir sus cargos, recibían estatus social y una renta razonable. Rendían cuentas directamente ante los ancianos de sus clanes respectivos, cuyo último responsable era el "jefe" de cada clan. Estos jefes se reunían con Takeo y Kaede con cierta frecuencia para discutir sobre política, fijar porcentajes tributarios y sustentar el adiestramiento y equipamiento de los soldados. Cada uno de ellos tenía la obligación de proporcionar una cierta cantidad de sus mejores hombres a la fuerza del orden central —mitad ejército, mitad cuerpo de guardia—, que se ocupaba de los bandoleros y otros maleantes.

Kenji se aplicó al establecimiento de este sistema administrativo con eficacia, alegando que no era muy diferente a la antigua jerarquía de la Tribu. En efecto, muchas de las redes de la Tribu se encontraban ahora bajo el mando de Takeo, pero existían varias diferencias esenciales: el uso de la tortura estaba prohibido, y tanto el asesinato como la aceptación de sobornos eran castigados con la muerte. Esta última disposición fue la más difícil de hacer cumplir entre los miembros de la Tribu, pues con la astucia que les caracterizaba encontraron formas de evadirla; pero no se atrevían a realizar transacciones con elevadas cantidades de dinero o hacer ostentación de su riqueza. A medida que la determinación de Takeo de erradicar la corrupción fue en aumento y se hizo más patente, incluso los sobornos a pequeña escala fueron aminorando y otra práctica ocupó su lugar: el intercambio de regalos de belleza y gusto exquisitos, de valor encubierto, lo que a su vez condujo al estímulo de artesanos y artistas, quienes acudieron en tropel a los Tres Países no sólo procedentes de las Ocho Islas, sino también de países del continente como Silla, Shin y Tenjiku.

Después de que el terremoto hubo puesto fin a la guerra civil entre los Tres Países, los jefes de las familias y de los clanes supervivientes se reunieron en Inuyama y aceptaron a Otori Takeo como líder y señor supremo. Todos los feudos de sangre en contra de él o entre unos y otros quedaron anulados, y se produjeron escenas de gran emotividad cuando los guerreros se reconciliaron entre sí tras décadas de enemistad. Pero Takeo y Kenji sabían bien que los guerreros nacían para luchar, y el problema residía en que ahora carecían de adversarios. Y si no luchaban, ¿cómo sería posible mantenerlos ocupados?

Algunos de ellos defendían las fronteras con el Este, pero la acción era escasa y el aburrimiento suponía el mayor enemigo; otros acompañaban a Terada Fumio y al doctor Ishida en sus viajes de exploración, protegiendo los barcos de los comerciantes en alta mar y sus tiendas y almacenes en puertos distantes; otros tantos aceptaban los desafíos que Takeo establecía con respecto al manejo de la espada y del arco, y competían en combate cuerpo a cuerpo; y finalmente, unos cuantos eran elegidos para seguir el sendero supremo del combate, el dominio de uno mismo: la Senda del
houou.

Con sede en el templo de Terayama —centro espiritual de los Tres Países— y liderada por el anciano abad Matsuda Shingen y Kubo Makoto, la Senda del
houou
era una secta, una religión esotérica cuya disciplina y enseñanzas sólo podían ser seguidas por hombres y mujeres de extremada fortaleza física y mental. Los poderes extraordinarios de la Tribu eran algo innato —la sorprendente agudeza de vista y oído, la invisibilidad, la utilización del segundo cuerpo—, pero la mayoría de los hombres guardaban en su interior habilidades inexploradas; en el descubrimiento y perfeccionamiento de las mismas residía el trabajo de la secta, que se denominaba Senda del
houou
por el pájaro sagrado que habitaba en lo más profundo de los bosques que rodeaban Terayama.

BOOK: El lamento de la Garza
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