El ladrón de tiempo (50 page)

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Authors: John Boyne

Tags: #Novela

BOOK: El ladrón de tiempo
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—Ya te dije que llevo ahorrando desde que tenía doce años, y tampoco es que haya muchos sitios donde gastar el dinero en Cageley. Me había propuesto llegar a trescientas libras, y luego largarme. La semana pasada lo conseguí. Fue cuando te comenté que iba a anunciar que dejaba el trabajo. Bien, ahora quiero que vayas a buscar ese dinero.

Se me paró el corazón. Me daba miedo pensar en lo que iba a pedirme. Peor aún, al recordar las palabras de Dominique de la noche anterior, «Cinco años es mucho tiempo», temí por mi propia honradez.

—De acuerdo —contesté a regañadientes.

—Me consta que Benson me dejará marchar si le doy una parte.

—No lo creo. —En ese momento creía más en la honradez del tal Benson que en la mía propia.

—Puedes tenerlo por seguro —insistió—. He hablado con él. Me dejará marchar por cuarenta libras. Hace el turno de noche solo, de modo que no será necesario hacer tratos con nadie más, te lo aseguro. Sólo tendremos que fingir que ha habido una fuga. Y aquí es donde entras tú.

Sentimientos encontrados pugnaban en mi interior. Quería ayudar a Jack, de verdad, pero por otro lado me maldecía por haber ido a visitarlo a la prisión. Estaba a punto de complicarme la vida cuando podría haber huido hacía horas. Cavilé sobre mi situación, consideré las distintas posibilidades y asentí con la cabeza. No me haría daño escuchar lo que tenía que decirme.

—Sigue.

—Coges el dinero, lo traes aquí por la noche y le entregamos una parte a Benson, que me dejará en libertad. Le daremos un golpe para dejarlo inconsciente, de modo que parezca que irrumpiste en la cárcel y lo atacaste para liberarme.

—¿Seguro que dejará que le des un golpe?

—Sí, dejará que tú lo golpees —me corrigió—. Cuarenta libras es mucho dinero.

—Muy bien —repuse, dispuesto a seguir escuchando su plan aunque no necesariamente fuera a ejecutarlo. Una cosa era la amistad, pero verme involucrado en un crimen y separado de Dominique y Tomas a saber por cuánto tiempo era otra—. ¿Dónde está el dinero?

Permaneció unos instantes en silencio, consciente de que había llegado el momento de la verdad para los dos. Estaba a punto de poner en mis manos el fruto del trabajo de toda su vida, los ahorros que había ido reuniendo durante años de palear excrementos o almohazar caballos. Iba a revelarme su escondite y a confiar en mí. De todas formas, no tenía alternativa: o elegía ese camino o lo perdía todo.

—Está escondido en el tejado —dijo por fin, y soltó un profundo suspiro, como si acabara de quitarse un peso de encima.

—¿En el tejado de Cageley House?

Asintió.

—Ya has subido allí, ¿verdad?

—Un par de veces —respondí.

En el ala este, donde estaban ubicadas las habitaciones del servicio, había un pasillo que conducía a una ventana desde la que podía accederse al tejado de la casa. Justo antes del ascenso a las tejas y las chimeneas, había una parte plana donde, durante el verano, había visto a Mary-Ann, a Dominique y al mismo Jack tumbarse y descansar a la sombra.

—Cuando llegues arriba —prosiguió mi amigo—, tuerce a la derecha y verás un desagüe con una tapa cuadrada. Ábrela, mete la mano y encontrarás una caja. Ahí guardo el dinero. Nadie lo sabe. Es un escondite seguro como pocos. Nunca me he fiado de nadie de la casa. Excepto de ti, ahora. Eso es todo. No se te ocurra decírselo a nadie, ¿me oyes?

—De acuerdo —dije, cerrando los ojos y asintiendo lentamente—. Sí, te he oído.

—¿Puedo confiar en ti, Mattie?

—Sí.

—Es todo lo que tengo, dime que puedo fiarme de ti, por favor. —Pasó una mano entre los barrotes y me agarró la muñeca con fuerza—. Dímelo —siseó, entornando los ojos.

—Confía en mí, Jack. Te lo prometo. Te sacaré de aquí.

Traicionar a un amigo… Me enfrentaba a un dilema difícil: puesto que no podía salvar a otro, al menos me salvaría a mí mismo. Nat Pepys estaba sentado ante la puerta principal de la casa, bajo una sombrilla para protegerse del sol. Mientras me dirigía hacia las cuadras me observó volviendo la cabeza ligeramente, no sé si a propósito o por el dolor que sentía. Al pasar por delante me detuve y me encaminé hacia ese hombre que nos había causado tantos problemas. Tenía los labios apretados y el rostro tumefacto; su aspecto no podía ser peor. Sabía que muchas de las heridas eran superficiales y que sanarían pronto, pero aun así no ofrecía una imagen muy agradable.

—¿Cómo se encuentra? —pregunté antes de recordar que no podía contestarme.

Emitió un breve gruñido y empezó a sacudir la cabeza con movimientos espasmódicos. Me encogí de hombros —los tipos como él me traían sin cuidado— y seguí mi camino mientras oía sus gruñidos cada vez más fuertes a mi espalda. No sé si me llamaba para que volviera a su lado o sencillamente me insultaba.

Dominique estaba sentada junto a la puerta de la cocina, pelando guisantes. Al oír que me acercaba miró en mi dirección, pero al principio no dijo nada. Me senté en el suelo a su lado y me puse a juguetear con unas piedrecitas, preguntándome quién de los dos hablaría primero y si estaría pensando lo mismo que yo.

—¿Y? —dijo al final—. ¿Has visto a Jack?

—Sí.

—¿Y qué?

—¿Y qué, qué? —pregunté exasperado. Llevaba el cabello recogido en la nuca y un vestido escotado que acentuaba la tersura y blancura de su cuello de cisne. Suspiré, rabioso conmigo mismo, y arrojé lejos las piedrecitas.

—¿De qué hablasteis? —preguntó sin perder la paciencia.

—Bueno, Jack está muy angustiado. No hace falta decirlo; la cárcel es un lugar espantoso, y sabe que pasará en ella mucho tiempo. El pobre está hundido.

—Es normal, ¿cómo va a estar? Pero ¿de qué más hablasteis?

Vacilé al tiempo que sentía su mano en la nuca; de pronto empezó a masajearme con fuerza los nudos de tensión que se habían ido acumulando, y por fin me sentí mejor.

—Ha ahorrado más de trescientas libras —dije.

—¿Trescientas…? —repitió a viva voz, reproduciendo la reacción que yo había tenido dos horas antes—. ¿En serio?

—En serio.

—Es mucho dinero. Piensa lo que podría haber hecho con esa suma: dejar este lugar atrás y empezar una nueva vida en otra parte. Cualquiera podría hacer lo mismo. El dinero llama al dinero.

Me pregunté si no estaría refiriéndose veladamente a nosotros en vez de a Jack. Ambos sabíamos lo que estaba pensando el otro, pero hasta ese momento ninguno de los dos había dicho nada. Al final Dominique no aguantó más y dijo con voz grave:

—No le sirve para nada, Matthieu.

Me levanté y me puse a caminar de un lado a otro delante de ella.

—Entonces, ¿qué propones? —pregunté en tono de indignación—. ¿Coger el dinero y escapar? ¿Dejar a Jack pudriéndose en su celda mientras nos largamos con sus ahorros?

—No puedes hacer nada para ayudarlo. Él se lo ha buscado. Y por el amor de Dios, baja la voz. ¡No hace falta que se entere todo el mundo, caray!

Estaba hecho una furia; detestaba encontrarme en esa situación.

—Pero… ¿y si puedo ayudarlo? —murmuré, aunque me ha bría gustado no tener que tomar una decisión—. ¿Y si empleo ese dinero para sacarlo de la cárcel? ¿Qué me dices, eh? Al fin y al cabo son sus ahorros. Es él quien ha trabajado para conseguirlos, no tú ni yo. Y en el caso de que pasara a la sombra los próximos años, al salir siempre tendría ese dinero esperándolo. De ese modo habría una oportunidad de que reconstruyera su vida.

Dejó en el suelo el cuenco de guisantes y se puso de pie. Se acercó, tomo mi cara entre sus manos y me miró a los ojos.

—Escúchame, Matthieu —dijo con una serenidad que yo estaba muy lejos de tener—. Ya no eres un niño, puedes tomar decisiones por ti mismo. Piensa en lo que voy a decirte: ésta es nuestra oportunidad, tuya, mía, de Tomas. Es la ocasión que siempre hemos buscado. Podemos hacerlo; Jack no es tu amigo; piensas que lo es, pero te equivocas de medio a medio. No le debes nada, de verdad.

Me eché a reír.

—No es cierto. Sí que es mi amigo. Mira lo que hizo por mí. Fue a la cárcel por evitar que yo corriera esa misma suerte. Si yo no le importara, no habría pegado a Nat.

—¿Acaso crees que estaba defendiendo tu honor? —preguntó con los brazos en jarras. Abrió y cerró la boca varias veces como si dudara si seguir por ese camino—. ¿Piensas que lo que estaba en juego era tu honor? Pues te equivocas: era el mío. Jack defendía mi honor. ¡Abre los ojos, Matthieu!, ¡no entiendes nada!

Di un paso atrás, sorprendido. No entendía de qué me estaba hablando.

—¿Tu honor? —musité frunciendo el entrecejo—. No… —De pronto caí y miré a Dominique azorado—. Pero ¿qué insinúas?

No respondió enseguida, sino que bajó la vista al suelo, avergonzada.

—Entre él y yo nunca ha pasado nada, por supuesto —aclaró al fin—. No he dejado que ocurriera. Ya sabes que te quiero a ti, Matthieu.

La cabeza me daba vueltas. Tuve ganas coger un caballo y marcharme de allí al galope, dejarlo todo atrás, Jack, Dominique, el dinero.

—Mientes —dije con tono cortante.

—Piensa lo que te dé la gana. Yo sólo digo que Jack Holby no es más amigo tuyo que mío, y que tiene algo que podemos tener nosotros, algo que podemos coger para luego marcharnos. Tú sabrás lo que haces. Por cierto, ¿dónde lo esconde?

Negué con la cabeza, aturdido.

—Espera. Espera un momento. Quiero saber a qué te refieres cuando dices que Jack defendió tu honor.

Suspiró y miró alrededor, secándose las manos en el delantal.

—No pasó nada. No tienes por qué ponerte así.

—¡Dime lo que ocurrió! —grité.

—Pues a veces, cuando tú volvías a casa por la noche, Jack y yo charlábamos. Después de todo, vivíamos bajo el mismo techo. Lo veía más que a ti.

—¿Qué pasó? —insistí.

—Yo le gustaba —repuso sencillamente—. Sabía que no eras mi hermano, se había dado cuenta, y así me lo dijo, y me preguntó qué había ocurrido entre nosotros, si éramos amantes.

Al oír esa palabra me dio un vuelco el corazón y esperé a que continuara sin apartar la vista de ella.

—Le dije que no —prosiguió—. ¿Qué ganaba con explicarle la verdad? Además, no era asunto suyo. Le dije que tú sentías algo por mí, pero que yo pensaba que la farsa de que éramos hermanos se acercaba bastante a la realidad.

Tragué saliva y noté que las lágrimas resbalaban por mis mejillas. No me atrevía a preguntarle si lo creía de verdad o sencillamente se lo había dicho para contentarlo. Y en el fondo, una parte de mí, la más infantil e inmadura, quería que Dominique reconociera que éramos amantes. El hecho de que lo hubiera negado ante Jack me dolía, y no sabía por qué.

—Bueno, ¿y qué hizo entonces?

—Intentó besarme. Pero lo rechacé. Podía traerme problemas, y además es un crío.

Reí para disimular la rabia que me provocaba su arrogancia. Jack era mayor que yo —y que Dominique—, por lo que el hecho de que hubiese sido rechazado de ese modo me sacaba de quicio. Estaba hecho un lío. ¿Decía Dominique la verdad sobre Jack o mentía? ¿Y qué tenía que decir de Nat? Era mayor que nosotros, mucho más feo, pero rico. Muchísimo más rico. Sacudí la cabeza para expulsar esos pensamientos y le dirigí una mirada de encono.

—No pienso decirte dónde está el dinero —mascullé—. Pero lo cogeremos. Esta noche lo cogeremos.

Sonrió.

—Es lo mejor que podemos hacer, Matthieu —dijo en voz baja.

—Cállate de una vez, Dominique —repliqué con brusquedad, cerrando los ojos mientras libraba una batalla interna contra el amor desconfiado y la codicia—. Esta noche, hacia las doce, volveré. Entonces cogeremos el dinero y nos largaremos, ¿de acuerdo?

—¿Y Tomas?

—Después de coger el dinero iremos a casa de los Amberton a buscarlo. Esta misma tarde hablaré con él.

Di media vuelta y eché a andar. Dominique me gritó algo que no oí. Seguía sin saber qué pensar. No, no es verdad, claro que lo sabía. Nada de lo que había dicho Dominique era cierto. Lo había sabido desde el primer momento. Era imposible que hubiese ocurrido algo indecoroso entre los dos por la sencilla razón de que Jack jamás lo habría permitido. Era demasiado buen amigo para eso. Nunca me habría traicionado. No dudé ni por un instante de que Dominique mentía, pero aun así preferí simular que la creía, pues de ese modo obtenía una disculpa para obrar como me proponía.

Si fingía creer que Jack Holby me había traicionado, entonces tenía carta blanca para traicionarlo a mi vez. Antes de emprender el camino a casa, ya había tomado una decisión: cogería el dinero y me fugaría con Dominique y Tomas.

Mi hermano me pidió una y otra vez que no me marchase y, todavía peor, se negó en redondo a abandonar Cageley.

—Pero piensa en la nueva vida que llevaremos en Londres —dije, esforzándome por transmitir un entusiasmo que estaba lejos de sentir—. Recuerda que es lo que teníamos planeado antes de venir aquí.

—Sí, me acuerdo de que planeabais ir allí —me corrigió—, pero no recuerdo que me preguntarais mi opinión. Los que queríais vivir en Londres erais Dominique y tú, no yo. Ahora soy feliz aquí.

Se volvió enfurruñado y pareció plantearse soltar unas lágrimas. Dejé escapar un gemido de impotencia. Nunca había contado con que Tomas encontraría en Cageley su lugar en el mundo, y la situación me sobrepasaba. Pues aunque yo había sido bastante feliz en ese pueblo, siempre había pensado que algún día lo dejaría. Envidié a mi hermano por haber encontrado algo que yo apenas había conocido en toda mi vida: un hogar.

—Señora Amberton —dije para que me ayudara a convencerlo, pero la buena mujer se apartó de mí con los ojos arrasados en lágrimas.

—Conmigo no cuentes. Sabes lo que opino de este asunto.

—No podemos separarnos —aduje con firmeza; cogí a Tomas de la mano, pero se zafó de mí—. Somos una familia, Tomas.

—Nosotros también somos una familia —dijo la señora Amberton, sollozando—. ¿Acaso no os acogimos cuando no teníais adonde ir? Entonces sí que os interesó quedaros.

—Ya lo hemos hablado, señora Amberton —repuse, agotado al ver cómo se estaba complicando todo. Su renuencia a ayudarme a convencer a Tomas me impresionaba cada vez más; no pensaba que lo quisiera tanto—. He tomado una decisión y no voy a desdecirme.

—¿Cuándo se supone que nos iríamos? —preguntó Tomas sin dar su brazo a torcer, pero ansioso por conocer los detalles de lo que se avecinaba.

Me encogí de hombros.

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