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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (4 page)

BOOK: El laberinto del mal
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"El séquito de Gunray está cerca."

—Están sondeando distintas trayectorias de huida para el trasbordador, bajando el escudo defensivo y lanzando señuelos —anunció el comando en voz baja—. El fuego de los turboláseres ha permitido que varios de los señuelos pasen nuestro bloqueo y lleguen hasta la órbita de las naves centrales.

Los músculos de la mandíbula de Anakin se tensaron.

—Entonces tenemos que actuar con rapidez.

Nadie discutió cuando Anakin se puso al frente de la partida. Los comandos aceptaban sin discusión que sus armaduras y sus sistemas de visión eran primitivos comparados con el poder de la Fuerza. Avanzaron, alerta, por un laberinto de elegantes pasillos abandonados a toda prisa, sembrados de pertenencias descartadas en la huida.

Al acercarse a un cruce, Anakin hizo un gesto de alto con la mano izquierda.

Escuchó un segundo. Desde la esquina más próxima le llegó el ruido de unas fuertes pisadas que sólo podían pertenecer a los superdroides de combate. El comando situado a su izquierda cabeceó afirmativamente, confirmando su sospecha. Anakin extendió una delgada holocámara hasta sobrepasar la esquina y activó el holoproyector de su guante. Las ruidosas imágenes de Nute Gunray y su séquito de funcionarios de élite se formaron en el aire. Huían corriendo por el pasillo, con sus altos tocados oscilando a un lado y a otro, sus ricos ropajes revoloteando y protegidos por una vanguardia y una retaguardia de fornidos droides de combate.

Anakin hizo señas para que permanecieran en silencio. Estaba a punto de correr hacia el pasillo, cuando un plateado droide de protocolo apareció en el vestíbulo, alzando las manos en una encantadora sorpresa.

—¡Bienvenidos, señores! —exclamó en voz alta—. ¡Me siento encantado de encontrar invitados en palacio! Soy TC-16 y estoy a su disposición. Casi todo el mundo se ha marchado... a causa de la invasión, por supuesto, pero estoy seguro que podré hacer que se sientan cómodos, y el virrey Gunray se sentirá encantado de...

Una mano tapó el pequeño rectángulo del altavoz del TC-16, y un comando tiró de él hacia un lado, pero ya era demasiado tarde. Anakin dobló la esquina a tiempo de ver huir a los neimoidianos, y de ver los ojos rojos y la nariz chata de Gunray lanzando una nerviosa mirada por encima de su hombro.

Los superdroides de combate giraron y avanzaron hacia Anakin sobre sus rígidas patas. En cuanto descubrieron al Jedi, sus brazos armados se elevaron y giraron, situándose en posición de tiro.

Y el pasillo se llenó de rayos láser.

5

Q
ui-Gon Jinn nunca creyó en el truco del cebo
, pensó Obi-Wan mientras los comandos y él viajaban en el turboascensor hasta los niveles bajos de la fortaleza. Utilizar un cebo implicaba cierta planificación por adelantado, y Qui-Gon no tenía paciencia para eso. Reaccionaba ante las situaciones tal como se presentaban, cuadrando los hombros y lanzándose con audacia hasta el origen de los problemas, confiando en que tanto su instinto como su sable láser se encargarían de todo. Debió de ser difícil para él servir bajo las órdenes de un Maestro Jedi tan metódico como Dooku, un consumado planificador, un consumado duelista.

Y ahora un Sith.

En cierto modo, tenía sentido.

El deseo de dominar y controlar.

Durante cierto tiempo, la relación de Obi-Wan y Anakin había pasado por los mismos problemas. Anakin era claramente tan poderoso en la Fuerza como cualquier Jedi que se hubiera sentado alguna vez en el Consejo, pero, como Obi-Wan le decía una y otra vez, la esencia de un Jedi no consistía en el dominio de la Fuerza, sino en el dominio de uno mismo. Si Anakin llegaba a aceptar eso algún día, entonces sería verdaderamente invencible. Hacía más de una década que Qui-Gon había tenido la visión necesaria para descubrirlo, y que Obi-Wan sintió que su deber hacia su antiguo Maestro le dictaba ayudar a Anakin a cumplir con su destino.

Su fe en Anakin había aumentado tanto, que él se había convertido en su más firme defensor ante los miembros del Consejo, quienes sentían una progresiva aprensión ante los progresos del joven y mucha incomodidad por su relación particular, casi familiar, con el Canciller Supremo Palpatine. Si Anakin solía decir que Obi-Wan era el padre que nunca tuvo, Palpatine resultaba ser su tío inteligente, su consejero, su mentor en todos los aspectos de la vida ajenos al Templo.

Obi-Wan comprendía que Anakin le tuviera cierta envidia, ya que él había sido elegido miembro del Consejo. ¿Cómo podía no sentirla, si fue nombrado el Elegido, respaldado continuamente por los elogios de Palpatine e impulsado a demostrar a su anterior Maestro que podía ser el perfecto Caballero Jedi?

En innumerables ocasiones, los intrépidos actos de Anakin les habían permitido derrotar a unos enemigos aparentemente imposibles. Pero también eran incontables las veces en que la prudencia de Obi-Wan los había salvado en el último instante. Obi-Wan no sabía si la previsión era algo innato en él o resultado de su continua fascinación ante la gran visión de la Fuerza unificadora. Sólo podía asegurar que había aprendido a confiar en los instintos de Anakin.

En ocasiones.

Si no, no habría aceptado seguir actuando como cebo.

—La próxima parada es la nuestra, general —anunció Cody tras él. Obi-Wan se giró y vio cómo el clon metía un nuevo cargador en su DC‑15, antes de oír el familiar chasquido del mecanismo de recarga del arma. El Jedi situó el pulgar sobre el botón activador de su sable láser.

—¿Cómo quiere que actuemos, señor?

—Usted es el experto, comandante. Lo seguiré.

Cody asintió con la cabeza, quizá sonriendo bajo su casco.

—Bien, señor, nuestras órdenes son simples: matar a tantos enemigos como sea posible.

Obi-Wan recordó la conversación que él mismo mantuvo en Ord Cestus con un soldado clon llamado Nate sobre las similitudes entre los Jedi y los clones. Los primeros habían nacido con midiclorianos para servir a la Fuerza; los segundos estaban programados para servir a la República.

Pero las similitudes terminaban ahí, porque los soldados clon nunca pensaban en las posibles repercusiones de sus actos. Se les encomendaba una misión y ejecutaban las órdenes en la medida de sus posibilidades, mientras que hasta los Jedi más poderosos tenían sus momentos de duda. Qui-Gon siempre había criticado al Consejo por ser demasiado autoritario y promover métodos de enseñanza inflexibles. Consideraba al Templo como un lugar donde los candidatos eran "programados" para convertirse en Jedi en vez de un lugar donde crecer hasta convertirse en Jedi. Qui-Gon no era ajeno a lo que los Jedi llamaban "negociaciones agresivas", y que habitualmente tenía más que ver con los sables láser que con la diplomacia, pero Obi-Wan se preguntaba lo que habría opinado su antiguo Maestro sobre la guerra. Recordó, como si fuera ayer, la pulla de Dooku en Geonosis: el Conde le aseguró que Qui-Gon habría terminado uniéndose a él y convirtiéndose en un abanderando de la causa separatista.

En cuanto el turboascensor se detuvo, dos comandos lanzaron granadas de impacto al pasillo que se abría ante ellos, y los droides de combate que les esperaban a derecha e izquierda se vieron arrojados contra las paredes y el techo. Obi-Wan lo supo porque el pasillo se convirtió rápidamente en un torrente de rayos láser. Cody y los demás se lanzaron al suelo, y sus armas rugieron. Los secos
staccatos
no tardaron en acabar con los droides, pero ya llegaban nuevos refuerzos.

Mientras el equipo de Obi-Wan se abría paso por el pasillo en dirección a las salas de empaquetado y embarque de la ciudadela, dos de los comandos cayeron bajo el fuego enemigo. Pero a medio camino se toparon con el contingente de superdroides de combate que los neimoidianos habían enviado contra los infiltrados.

Comparar a un alto y delgado droide de infantería con un superdroide de combate negro era como comparar a un muun con un campeón de bolachoque. Una decapitación rápida era imposible porque la cabeza de los superdroides estaba encajada y fusionada con su ancho torso. Un fuerte blindaje protegía sus largos brazos y sus largas piernas. Sus manos sólo servían para sujetar y disparar los rifles de concentrada energía.

—¡Parece que se han tragado el cebo, general! —gritó Cody mientras Obi-Wan, dos comandos más y él intentaban entrar en una sala lateral.

—¡Otra acción coronada por el éxito! ¡Ya sólo nos queda sobrevivir!

Cody señaló la entrada a una segunda sala, en la pared opuesta de aquella en la que encontraban.

—Por allí —gritó—. Al otro lado hay un segundo grupo de turboascensores —tocó el hombro de Obi-Wan para reclamar su atención—. Usted primero, nosotros lo cubriremos. ¡Adelante!

Obi-Wan entró en el cuarto, desviando rayos láser y mutilando a dos superdroides de combate que le impedían el paso. La sala estaba atiborrada de contenedores de embarque en forma de ataúd fabricados con alguna aleación ligera. Varios droides obreros trasladaban los contenedores a una zona adyacente de empaquetado. Un droide de combate apareció sin previo aviso en la entrada. Obi-Wan estudió el mecanismo empotrado en la pared que accionaba las puertas correderas, adoptó una posición defensiva e hizo lo mismo que en la gruta: devolver el primer disparo láser del droide contra 61 y enviar el segundo a través de la sala, contra el mecanismo de las puertas.

El plan habría funcionado si un droide obrero no hubiera entrado en la sala en un momento inoportuno, guiando un contenedor flotante tras él. Tras rebotar contra el suelo, el láser desviado atravesó el recipiente antes de alcanzar el mecanismo de la puerta. Las hojas intentaron cerrarse, pero el contenedor ya había caído entre ambas, y volvieron a abrirse. Intentaban cerrarse y se abrían, intentaban cerrarse y se abrían...

Y cada vez que se abrían, un droide de combate se deslizaba dentro de la sala disparando y obligando a Obi-Wan a retroceder hacia la puerta por la que había entrado originalmente, donde los comandos y los superdroides de combate todavía intercambiaban un fuego brutal.

Mientras sucedía todo esto, una brumosa sustancia blanca empezaba a emanar del contenedor de embarque agujereado.

Obi-Wan comprendió instantáneamente qué sustancia era.

Empuñó el sable láser con una mano y con la otra buscó el respirador en su cinturón. Pero no pudo encontrarlo.

—El fin de las estrellas —maldijo, más desilusionado que furioso. Ya empezaba a sentirse mareado.

6

—¡
S
eñores, esto es un terrible error! —logró decir TC-16 en una breve pausa de la batalla.

—Que se calle —cortó Anakin, dirigiéndose al comando clon más cercano al droide.

—Pero, señores...

Un segundo comando miró a Anakin y le hizo señas, señalando el pasillo que se encontraba tras ellos—. Llegan seis droides de infantería. Nos van a coger entre dos fuegos.

—¡No!, seguidme... —respondió Anakin— ...y traed al droide. Una sorda exclamación de desaliento escapó del sistema parlante del TC-16.

La furia nubló los ojos de Anakin. Giró en el cruce de pasillos, sosteniendo en alto el sable láser, que empuñaba con la mano derecha. No necesitaba utilizar la Fuerza porque, como solían decir tantos Jedi, estuviera donde estuviera, siempre se encontraba inmerso en ella. En cambio, recurrió a su rabia, evocando imágenes que la alimentasen. No le resultó difícil, tenía muchas donde elegir: imágenes de un campamento tusken en Tatooine, de Yavin 4, de la derrota en Jabiim, de Praesitlyn...

Con la hoja azul relampagueando, trazó un arco a través de los superdroides de combate, abriendo sus bruñidos caparazones con tajos diagonales, cortando sus brazos armados y desestabilizándolos al desviar los disparos hacia sus rodillas herméticamente selladas. Sin dejar que un solo tiro pasara su guardia para que los comandos que lo seguían pudieran concentrar el fuego en los superdroides que Anakin sólo averiaba.

Sus enemigos caían a ambos lados, casi como si se rindieran.

Concentrado en la ruta que habían tomado Gunray y sus lacayos. Anakin corrió por pasillos, dobló esquinas sin reducir la marcha y aceleró a toda velocidad por el hangar de despegue situado al final del último pasillo. Enfrentado a una compuerta en iris, clavó la resplandeciente hoja láser en el metal como si fuera carne. Con los labios abiertos y dejando entrever los dientes, intentó que su sable describiera un círculo en la puerta. Hizo acopio de toda su voluntad para acelerar la tarea, pero el sable láser no podía fundir el metal más deprisa de lo que ya lo hacía, por mucho que lo empuñara un poderoso Jedi.

Retiró la hoja y retrocedió un paso. Entonces movió las manos, invocando a la Fuerza y deseando que el iris se abriera. La puerta se estremeció, pero siguió cerrada. Volvió a intentarlo, gritando a través de dientes apretados.

Cuando los comandos llegaron por fin hasta él, se giró hacia ellos.

—¡Voladla!

Un comando colocó rápidamente dos cargas magnéticas en la puerta metálica. Anakin se situó detrás y esperó. Otro comando tuvo que tirar de él para arrastrarlo hasta una distancia segura.

Las cargas explotaron y la puerta cedió. Anakin cargó a través del iris, antes incluso de que estuviera completamente abierto.

El hangar de despegue estaba sembrado de contenedores, ropas y toda clase de objetos que los neimoidianos habían abandonado por falta de tiempo o espacio.

El trasbordador había despegado.

Volutas de vapor se arremolinaban en el hangar, y el aire olía débilmente a combustible. Anakin corrió hasta el borde de la plataforma de despegue, buscando algún rastro de la nave en el cielo nocturno de Cato Neimoidia. El escudo defensivo del palacio había sido desactivado. Espesos paquetes de luz carmesí brotaban de las baterías láser situadas bajo él, en la falda de la colina.

Los compañeros de Anakin se reunieron con él en el borde de la plataforma. Uno de ellos retenía al TC-16, sujetándolo por el brazo izquierdo.

—¿Qué tipo de nave es? —preguntó Anakin al droide.

El TC-16 inclinó su cabeza a un lado.

—¿Nave, señor?

—El trasbordador... El trasbordador de Gunray. ¿Qué modelo es?

—Creo que es de clase Sheathipeda, señor.

—Un trasbordador Haor Chall de clase Sheatipeda, señor —explicó uno de los comandos—. Su diseño está basado en los escarabajos-soldado. Popa alta, rampa baja, tren de aterrizaje en forma de garra. Gunray lo llama
Cortador de Lapislázuli
.

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