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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (5 page)

BOOK: El laberinto del mal
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Un segundo comando intervino, señalando su casco, dando a entender que estaba recibiendo un mensaje.

—General, es el buque insignia del comandante Dodonna. Dice que más de sesenta trasbordadores y naves de desembarco han despegado de esta fortaleza. Han destruido trece de ellas y capturado dieciocho. Un número desconocido ha conseguido llegar hasta las naves centrales de la Federación de Comercio y las Naves de Control de Droides clase Lucrehulk. Siguen intentando localizar otros trasbordadores.

Anakin dio media vuelta, aferrando con crispación el sable láser con su mano enguantada, y con la otra convertida en un puño. Una tubería cercana sirvió para descargar su frustración. Despedazada por la hoja de su sable, cayó hecha añicos sobre el suelo de la plataforma de despegue. Anakin volvió a caminar, pero se detuvo y sujetó a uno de los comandos por el hombro.

—Orden para comunicaciones. Quiero aquí mi nave y un droide médico, inmediatamente. Uno de los setenta pilotos CAR-Uno puede manejarla. El comando asintió, envió el mensaje y añadió:

—El FCC cumplirá, señor. Traerá su caza estelar lo antes posible. Anakin volvió al extremo de la plataforma, lanzando su aliento a la noche. La batalla parecía estar apaciguándose, excepto en su interior. Y no se calmaría mientras Gunray no cayera en sus manos...

—General Skywalker —dijo un comando tras él—. Mensaje urgente del comandante Cody. El general Kenobi y 61 están atrapados en el Nivel Uno. Anakin le lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Droides?

—Muchos, según parece.

Anakin contempló por un momento el cielo resplandeciente. Después se volvió hacia el comando que le había comunicado el mensaje de Cody.

—General, el Alto Mando informa que su caza estelar está en camino —advirtió otro comando.

Anakin volvió a contemplar el cielo, antes de decir:

—¿Dónde has dicho que se encuentran Obi-Wan y Cody?

—Nivel Uno, señor. En la zona de envíos.

Anakin apretó los labios.

—Está bien. Vamos a rescatarlos.

7

E
n la sala de embarque, las puertas corredizas seguían intentando cerrarse..., chocando contra el contenedor que lo impedía, abriéndose de nuevo e intentando cerrarse una vez más. Cada vez que las puertas volvían a abrirse, los droides de combate aprovechaban el momento para entrar, y las esporas continuaban flotando en el aire.

La situación había cambiado poco, exceptuando a Obi-Wan, que se sentía como si se hubiera bebido tres botellas de Reserva Whyren. Con los ojos nublados, pero lúcido; achispado, pero sin perder el equilibrio; cansado, pero atento, Obi-Wan parecía la suma de todos los contrastes.

Más o menos clavado en el sitio, oscilaba y se tambaleaba, vacilaba y se inclinaba, esquivando o desviando una corriente incesante de rayos láser. Su capa chamuscada y ennegrecida mostraba huellas de todos los disparos cercanos, pero el suelo —atestado de droides enteros o en pedazos, cuerpos chispeantes y miembros retorcidos— era mudo testigo de la puntería con que desviaba los tiros.

Unas veces se sentía como si se limitara a sostener el sable láser, y el arma hiciera todo el trabajo sola. Daba lo mismo que lo empuñara con una mano o con las dos. Otras, era consciente de haber podido prever la trayectoria de los láseres y de haberse apartado en el último momento, permitiendo que las paredes y el techo se encargasen de hacerlos rebotar.

En ocasiones, incluso se tomaba un momento de respiro para felicitarse a sí mismo por la habilidad de sus desvíos.

Se hallaba en simbiosis con la Fuerza, y, por tanto, estaba seguro, pero también estaba en algún otro lugar, mareado de asombro, mientras el mundo se movía a cámara lenta a su alrededor.

Alertado por los comandos de que el aire estaba saturado de esporas, Anakin mantuvo su respirador en la boca mientras se aproximaba a la sala en la que Obi-Wan se había enfrentado a cincuenta droides, ahora esparcidos por el suelo. Cuando entró en ella, un oscilante y confuso Obi-Wan acababa con el último.

Cuando cayó ese último droide, Obi-Wan dirigió inconscientemente la punta de su sable láser hacia el suelo y se quedó quieto, tambaleándose en su sitio y respirando con dificultad, pero sonriendo ampliamente.

—Anakin —saludó alegre—. ¿Cómo estás?

Cuando Anakin se acercó a él. Obi-Wan se derrumbó en sus brazos.

Anakin desactivó el sable láser de Obi-Wan y le colocó un respirador en la boca, el mismo que había encontrado en el suelo de la gruta. Después lo sacó del cuarto, hasta donde esperaban Cody y varios comandos más, algunos con el casco ya quitado.

—¿Qué estilo de lucha con sable estabas utilizando ahí dentro, Maestro? —preguntó Anakin cuando Obi-Wan logró recuperarse y ya no necesitaba el respirador.

—¿Estilo?

—Más bien la ausencia de alguno —rió Anakin brevemente—. ;Ojalá te hubieran visto Mace. Kit o Shaak Ti...!

Obi-Wan pestañeó confuso y contempló la carnicería de droides en la zona de envío.

—¿Nosotros hemos hecho eso?

—Tú te encargaste de la mayoría, general.

Obi-Wan miró confuso a Anakin.

—Ya te lo explicaré después —le prometió el joven.

Obi-Wan se pasó la mano por el pelo. Entonces, como si se acordase de repente, exclamó:

—¡Gunray! ¿Lo has cogido?

Los hombros de Anakin cayeron.

—Ha escapado del palacio con todo su séquito.

Obi-Wan tardó un momento en asimilarlo.

—¿Por qué no lo perseguiste?

Anakin se encogió de hombros.

—¿Y abandonarte? —hizo una pausa, antes de añadir—: De haber sabido que ibas a convertirte en Maestro de un nuevo estilo de lucha con sable láser...

Los ojos de Obi-Wan se iluminaron.

—Todavía estarán en órbita.

—Es posible.

—En caso contrario habrá otras oportunidades. Anakin. Volveremos a verlo.

Anakin asintió.

—Lo sé, Maestro.

Obi-Wan estaba a punto de añadir algo, cuando un comando con el casco todavía puesto surgió de un turboascensor cercano y se acercó hasta ellos.

—General Kenobi, general Skywalker, hemos encontrado algo interesante entre el equipaje que han abandonado los neimoidianos.

8

E
l hecho de que el trasbordador clase Sheathipeda hubiera conseguido abrirse camino entre una tormenta de turboláseres y llegar hasta el hangar de la torre de mando de la nave central de la Federación de Comercio no era garantía de seguridad. De hecho, la nave central era atacada por los navíos de guerra de la República mientras Nute Gunray y su séquito descendían por la rampa en forma de lengua del trasbordador.

En cuanto puso el pie en cubierta, el virrey Nute Gunray, ataviado con su túnica de color rojo sangre y luciendo un sombrero alto, semejante a una mitra, pidió un informe de situación a uno de los técnicos de ojos saltones que lo esperaban en el hangar.

—En este mismo momento estamos calculando las coordenadas para saltar a velocidad luz, virrey —dijo el más cercano—. Unos segundos más y estaremos muy lejos de Cato Neimoidia. Sus aliados del Consejo Separatista nos esperan en el Borde Exterior.

—Eso espero —contestó Gunray, mientras la nave se veía sacudida por una tremenda explosión.

Tras Gunray se encontraba el oficial Rune Haako, con un bonete en forma de cresta; y, detrás de Haako, varios funcionarios financieros, legales y diplomáticos, cada uno con su sombrero distintivo. Los droides empezaban a descargar sus posesiones, los tesoros por los que Gunray se había arriesgado tanto.

Llamó a Haako a su lado, mientras los demás salían del estéril hangar.

—¿Crees que tendremos alguna oportunidad de volver y recuperar lo que hemos dejado atrás?

—Ni la más remota —respondió Haako con rotundidad—. Nuestros mundos pertenecen ahora a la República. Nuestra única esperanza es encontrar refugio en el Borde Exterior. Por otra parte, esta nave tendrá que convenirse en nuestro hogar... ¡y quizás en nuestra última morada!

La tristeza asomó a los ojos rojos de Gunray.

—Pero mis colecciones, mis recuerdos...

—Sus posesiones más preciadas lo acompañan —arguyó Haako, señalando los contenedores ya apilados junto ala rampa de desembarco—. Lo más importante es que hemos conseguido escapar con vida. Un poco más y hubiéramos caído en manos de los Jedi.

Gunray se permitió asentir con la cabeza.

—Me lo advertiste.

—Sí.

—Cuando ganemos la guerra, el Conde Dooku nos ayudará a encontrar nuevos mundos en los que establecernos.

—Si ganamos la guerra, querrás decir. La República parece decidida a expulsarnos de la galaxia.

Gunray hizo un gesto despectivo con sus dedos gordezuelos.

—Contratiempos temporales. La República todavía no ha visto el rostro de su verdadero enemigo.

Haako se encogió ligeramente de hombros ante la referencia. —Pero... ¿bastará con él, virrey? —preguntó tranquilamente.

Gunray no dijo nada, aunque las últimas semanas se había estado haciendo la misma pregunta.

Una cosa estaba clara: los días de gloria de la Federación de Comercio habían terminado. Irónicamente, el individuo responsable de ese periodo de esplendor, y del ascenso del propio Nute Gunray, era el mismo que lo había traicionado repetidamente, y al que Gunray y los demás separatistas se veían forzados a suplicar que los salvara.

Darth Sidious, el Señor Sith.

En Dorvalla y Eriadu, manipulando los acontecimientos para aumentar cl poder y la influencia de los neimoidianos; en Naboo, ordenando el bloqueo del planeta, el asesinato de dos Jedi y la muerte de la Reina... Un desastre para la Federación de Comercio. Desde entonces, la República había dedicado años de esfuerzo a intentar declarar culpable a Gunray y sus principales funcionarios, y a romper el dominio de la Federación de Comercio sobre el transporte galáctico. Pero durante todo ese tiempo de humillación pública. Gunray no había mencionado ni una sola vez el papel jugado por Sidious.

¿Por miedo?

Ciertamente.

Pero también porque se había dado cuenta de que Sidious nunca lo abandonaba completamente. Más aún, de alguna manera, el Señor Oscuro se había encargado de que los juicios nunca llegasen a celebrarse, de que no se dictara ningún veredicto o de que no se cumplieran los castigos. A medida que el movimiento separatista ganaba poder y amenazaba la seguridad de naves y cargamentos en los sectores más lejanos de la galaxia, la Federación de Comercio conseguía incrementar su ejército de droides de combate tratando directamente con mundos como Geonosis e Hypori, donde se fabricaban. Gracias, sobre todo, a la súbita inestabilidad de la República, habían podido cerrarse tratos muy lucrativos entre la Federación de Comercio y la Alianza Corporativa, el Clan Bancario Intergaláctico, la TecnoUnión, el Gremio de Comercio y otras entidades corporativas.

Durante el último intento de juzgar a la Federación de Comercio, el Conde Dooku se acercó a Gunray y le prometió que todo terminaría bien para ellos. En un momento de debilidad, Gunray se había sincerado con él, contándole toda la verdad, incluida su relación con Darth Sidious. Dooku lo escuchó atentamente y le prometió que, aunque él había abandonado la Orden hacía ya algunos años, llevaría el tema al Consejo Jedi. Gunray tenía sentimientos encontrados acerca de la intención de Dooku de crear un movimiento separatista, sobre todo porque la corrupción del Senado de la República a menudo redundaba en beneficio de la Federación de Comercio. Pero si la Confederación de Sistemas Independientes de Dooku podía eliminar parte de los sobornos y comisiones que eran moneda corriente en el comercio galáctico, mejor.

Pronto quedaron al descubierto los verdaderos objetivos de Dooku: estaba menos interesado en ofrecer una alternativa a la República que en ponerla de rodillas... incluso por la fuerza, de ser necesario. Si la Federación de Comercio se las había arreglado para reunir un ejército ante las mismas narices del Canciller Supremo Finis Valorum, Dooku había hecho que los talleres baktoides suministrasen armas a toda corporación dispuesta a aliarse a él.

No obstante, Gunray se había resistido a ofrecer su apoyo incondicional a los separatistas... Al menos mientras existiera la oportunidad de seguir obteniendo beneficios en los innumerables sistemas estelares de la República. Imponiendo su propio criterio, había logrado imponer a Dooku una condición previa a la aceptación de un acuerdo exclusivo: la muerte de la anterior Reina de Naboo, Padmé Amidala, que había desbaratado los planes de Gunray en dos ocasiones y que era la voz acusadora que más se había hecho oír durante sus juicios.

Para organizar el atentado, Dooku contrató a un cazarrecompensas que intentó dos veces asesinar a la senadora Amidala, pero fracasó. Entonces llegó Geonosis.

Pero cuando Gunray tuvo por fin a Amidala en sus garras, y nada menos que acusada de espionaje, Dooku se equivocó negándose a matar a la mujer y alzando la mano contra los Jedi, provocando que doscientos de ellos aparecieran con un ejército clon que la República había creado en secreto.

Ese día, Gunray vivió la primera de una larga serie de ajustadas huidas. Gunray y Haako consiguieron escapar a duras penas de la batalla que se libraba en la superficie del planeta, y reunieron las naves nodriza y los transportes de droides que les quedaban.

En aquel momento ya era tarde para distanciarse de la Confederación de Dooku.

La guerra estalló, y a Dooku le llegó el turno de hacer unas cuantas revelaciones: ¡El también era un Sith, y su Maestro era nada más y nada menos que Sidious! Nute Gunray no se preocupó de averiguar si el Conde era el sustituto del temible Darth Maul o si era Sith desde sus años de formación en la Orden Jedi; lo único que le importaba era que volvía a encontrarse en la misma posición que tantos años atrás: al servicio de fuerzas que de ninguna manera podía controlar.

Mientras la guerra le había ido bien a sus intereses, no le había importado a quién servía. Los negocios habían continuado adelante, y la Federación de Comercio consiguió consolidar su hegemonía. Por un tiempo, incluso dio la impresión de que podía hacerse realidad el sueño de Sidious y Dooku de aniquilar a la República, pero encontraron un digno antagonista en la persona del Canciller Supremo Palpatine, también procedente de Naboo. Este nunca había impresionado a Gunray, pero no sólo había conseguido permanecer en el poder más años de los que le correspondían por su cargo, gracias a una combinación de encanto e ingenio, sino que se las había arreglado para cambiar el curso de la guerra junto a los Jedi. Poco a poco, la rueda empezó a girar en sentido contrario, la República empezó a recuperar un mundo separatista tras otro, y ahora hasta el propio virrey Nute Gunray se veía expulsado del Núcleo.

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