Los cristianos, al hallar irresistibles las emociones de la estación del renacimiento del Sol, las adaptaron a sus creencias, en vez de luchar contra ellas. Dieron a las emociones un nuevo uso. Puesto que la Biblia no dice exactamente cuándo se produjo el nacimiento de Jesús, se lo podía ubicar en el 25 de diciembre tanto como en cualquier otra fecha; esta fecha se convirtió en la Navidad y su celebración subsiste hasta hoy. Y aún hoy la fiesta de Navidad tiene algo de las características de las viejas saturnales.
Para los romanos, en general, al menos durante el medio siglo posterior a la muerte de Jesús, los cristianos eran meramente otra secta judía. En verdad, parecían más fastidiosos que otras sectas judías, pues se esforzaban duramente por lograr conversos.
Puesto que los cristianos no adoraban a los dioses romanos oficiales, eran considerados ateos. Y puesto que no participaban del culto imperial, eran considerados radicales peligrosos y posibles traidores. De hecho, los romanos juzgaban a los primeros cristianos de manera muy similar a como la mayoría de los norteamericanos de hoy juzgan a los comunistas.
Este sentimiento llegó a un punto decisivo en 64 (817 A. U. C.), cuando estalló un gran incendio que duró seis días y destruyó casi totalmente la ciudad. No es difícil imaginar cómo puede empezar un incendio de este género. Las partes más pobres de Roma tenían construcciones de madera raquíticas y superpobladas. Los métodos modernos de prevención de incendios eran desconocidos y no existían los equipos modernos para la extinción del fuego. Era fácil que cualquier incendio que se produjese no pudiera ser dominado y destruyese la ciudad. Grandes incendios se habían producido en Roma antes de Nerón y otros más iban a tener lugar después de él, pero al parecer ese del 64 fue el peor del que haya quedado noticia.
Nerón estaba en Antium (la moderna Anzio), en la costa, a unos cincuenta kilómetros al sur de Roma, cuando el fuego estalló. Al recibir las noticias del incendio, Nerón volvió apresuradamente e hizo lo que pudo para organizar operaciones de rescate, creó refugios temporales para los que se habían quedado sin hogar, etcétera.
Al parecer su manía por el espectáculo pudo más que él en un momento. Al contemplar el terrible espectáculo de la enorme ciudad en llamas iluminando el horizonte a su alrededor, recordó el incendio de la ciudad de Troya y, agarrando su lira, no pudo resistir la tentación de cantar alguna famosa canción sobre ese escenario. Esto ha sido recordado desde entonces en el relato de que Nerón «tocaba el violín» (el violín no fue inventado hasta muchos siglos después) mientras Roma ardía.
Se hizo algún intento de modificar las condiciones que habían dado origen al fuego. Los peores tugurios quedaron totalmente arrasados y se intentó regular la reconstrucción, limitando la altura de los edificios y aumentando los materiales resistentes al fuego, al menos en los pisos inferiores. Hubiera sido una buena oportunidad para reconstruir Roma según un plan racional, pero los viejos propietarios tendían a reconstruir donde lo habían hecho antes y Roma fue una ciudad tan enmarañada y sin plan como lo había sido antes.
Nerón aprovechó la oportunidad para hacerse construir un nuevo y magnífico palacio de hormigón y ladrillos, construcción resistente y a prueba del fuego que se puso de moda en lo sucesivo, entre quienes podían permitírselo.
El pueblo romano sospechó que el incendio había sido premeditado, y Nerón quizá pensó que sus enemigos difundirían la versión de que el mismo Emperador había provocado el fuego. Nerón decidió adelantarse y acusó a los cristianos. Eran un fácil chivo emisario y, como resultado de ello, se inició la primera persecución organizada contra los cristianos.
Muchos fueron muertos obligados a enfrentarse desarmados con leones en la arena o de otras horribles maneras. Según la tradición, Pablo estaba en Roma por entonces y también Pedro, el principal discípulo de Jesús y jefe de la comunidad cristiana de la ciudad. (Pedro es considerado el primer obispo de Roma y, por lo tanto, el primer papa, según la doctrina católica romana.) Se supone que Pedro y Pablo sufrieron el martirio en esa persecución.
Pero las persecuciones fueron llevadas a tales extremos que, hasta según historiadores no cristianos, el populacho romano sintió piedad. En definitiva, tales persecuciones hicieron más para estimular el crecimiento del cristianismo que para impedirlo.
Nerón, como casi todos los primeros emperadores, desconfiaba de la aristocracia romana, y hasta la temía. Siempre tuvo miedo de que los senadores soñasen con el poder y la gloria pasados y, por ende, mantenía un ojo vigilante y una mano firme sobre ellos. La crueldad de Nerón sólo sirvió para alentar al Senado a comparar su lamentable situación con la gloria del pasado y a conspirar contra el Emperador.
En 65, hubo un movimiento secreto para eliminar a Nerón y reemplazarlo por un senador llamado Cayo Calpurnio Pisón. Por desgracia, los conspiradores no actuaron con rapidez, sino que estuvieron indecisos durante el tiempo suficiente para que alguien informase a Nerón. El Emperador actuó enérgicamente e hizo ejecutar a todos los que estaban relacionados (o de los que se sospechaba que lo estaban) con la conspiración. Séneca y Petronio fueron obligados a suicidarse a la sazón y, un poco más tarde, también Corbulón, el triunfante general que había combatido a los partos.
La muerte de Corbulón no podía ser popular en el ejército, o entre los otros comandantes de los legionarios en particular. La ejecución de unos pocos senadores o aristócratas no preocupaba a un general, pero se inquietaba cuando se mataba a otros generales.
También la revuelta de Judea era algo embarazoso para el orgullo romano, pues unos pocos y miserables campesinos judíos tenían en jaque a la flor del ejército romano. Lo más sencillo parecía culpar de ello a la mala administración del gobierno. Y era tanto más fácil cuanto que la gira de Nerón por Grecia era una muestra patente de la locura imperial, mientras los soldados morían. (Este era el verdadero acto de «tocar el violín» mientras Roma ardía.) La exhibición de Nerón en Grecia, donde intervino en varios juegos, también era indignante para todos aquellos romanos quienes aún creían que el jefe del gobierno romano debía ser un guerrero y un estadista, no un cómico de la legua.
En diversos lugares, las legiones de las provincias se rebelaron y trataron de proclamar sus emperadores particulares. Nerón volvió apresuradamente a Italia en 68 (821 A. U. C.), pero la situación empeoró. Las legiones de España proclamaron emperador a su comandante, Servio Sulpicio Galba. La guardia pretoriana lo aceptó y declaró a Nerón enemigo público.
Lo único que a Nerón le quedaba por hacer era suicidarse. Después de muchas vacilaciones, se clavó una espada, llorando mientras exclamaba (según la tradición): « ¡Qué gran artista pierde el mundo! » Sólo tenía treinta y un años en el momento de su muerte.
Nerón fue el último emperador descendiente de Augusto. Si contamos a partir del 48 a. C., cuando Julio César derrotó a Pompeyo, la casa julío-claudiana dominó en Roma durante más de un siglo y dio un dictador y cinco emperadores.
Pero la muerte de Nerón no destruyó la tradición julio-claudiana. Hubo docenas de emperadores después de Nerón y, aunque ninguno de ellos tenía una gota de la sangre de César y Augusto en sus venas, todos ellos adoptaron los títulos imperiales de César y Augusto.
De hecho, la palabra «César» llegó a ser sinónimo de «emperador», por lo que en tiempos modernos los emperadores de Alemania y de Austria-Hungría fueron llamados «Kaiser», ortografía alemana (y pronunciación correcta) del latín «Caesar». La palabra rusa «Zar» o «Czar» también deriva de «Caesar». Todavía en 1946, Bulgaria estaba gobernada por el zar Simeón II, y hasta 1947 hubo un emperador británico de la India cuyo título era «Kaiser-i-Hind». Así, durante dos mil años después del asesinato de Julio César, su nombre pervivió entre los gobernantes del mundo.
El fin de Nerón fue, en cierto modo, un terrible desastre para Roma. Demostró a los romanos de todas partes que el cargo de emperador no pertenecía a una «familia real» como el linaje de Augusto, sino que podía ser otorgado a cualquiera, a generales, por ejemplo. El ejército no olvidó esta lección.
Además, la elección de Galba como general-emperador no fue muy feliz. Era un viejo de más de setenta años, tan agobiado por la edad que no podía caminar, sino que tenía que ser llevado en litera. Luego, para terminar, decidió economizar. Esta es una actitud que puede ser buena en sí misma, pero cuando economizó a expensas de los soldados, que esperaban gratificaciones de cada nuevo emperador y cuyo apoyo era esencial para Galba en particular, resultó ser una actitud suicida.
Otros ejércitos impulsaron a otros generales a luchar por el trono. Marco Salvio Otón, uno de los oficiales que había servido bajo Galba, provocó una rebelión porque éste había nombrado a otro como sucesor. Otón conquistó el favor de la guardia pretoriana, encolerizada por no haber recibido la gratificación que esperaba, y Galba fue muerto después de haber reinado siete meses.
Otón fue aceptado por el Senado (que no podía hacer otra cosa), pero sólo reinó tres meses, pues aunque el Senado lo aceptó, hubo otras secciones del ejército que lo rechazaron.
A la cabeza de las legiones de Germania estaba Aulo Vitelio, quien había sido nombrado para ese puesto por Galba. Cuando llegaron noticias de la muerte de Galba, las legiones se negaron a aceptar a Otón y proclamaron emperador a Vitelio. Marcharon hacia Italia, derrotaron a las tropas de Otón y, cuando Otón se suicidó, el camino quedó expedito para que Vitelio se declarase emperador y recibiese la sanción del Senado.
Pero en el ínterin, Vespasiano, el general que estaba sometiendo lentamente a los judíos rebeldes, también fue proclamado emperador. Ocupó Egipto (lo cual le dio el control sobre el aprovisionamiento de cereales de Roma) y luego volvió a Italia y derrotó a las tropas de Vitelio. Este fue muerto después de un reinado de medio año, y en 69 (822 A. U. C.) Vespasiano era Emperador.
Con Vespasiano, el cuarto emperador en poco más de un año (el 68-69 es llamado a veces el «año de los cuatro emperadores), la situación se tranquilizó. El nombre tribal de Vespasiano era Flavio, por lo que se dice que él fundó la «dinastía flavia» de emperadores romanos.
Vespasiano, como Galba, era de avanzada edad, pues tenía 61 años cuando fue elegido emperador. Pero a diferencia de Galba, era un hombre vigoroso de mente y cuerpo. Pudo haber establecido un despotismo militar, pues disponía del necesario apoyo del ejército para ello. Sin embargo, se consideraba a sí mismo como el sucesor de Augusto, y se propuso deliberadamente conservar el principado y su sistema de gobierno.
Su primera tarea fue la reforma. Las finanzas del Imperio estaban en ruinas como resultado de las derrochadoras extravagancias de hombres como Calígula y Nerón.
Por ello, Vespasiano reorganizó el sistema fiscal una vez más y se dispuso a imponer una rígida economía. Él mismo era un hombre austero que amaba la vida sencilla. No tenía pretensiones y no se avergonzaba en absoluto de provenir de una familia de clase media de escasa distinción. (Fue el primer emperador que no pertenecía a una familia aristocrática.) Fue acusado de mezquindad y avaricia por los mismos historiadores senatoriales que acusaron a Nerón de extravagancia, pero sólo hay que creer eso a medias. Hay toda clase de razones para creer que las economías de Vespasiano eran necesarias y beneficiosas.
Vespasiano también se dispuso a reorganizar el ejército, y disolvió algunas de las legiones que habían actuado más desordenadamente en la guerra civil que precedió a su ascenso al trono.
La reforma del ejército fue también particularmente necesaria porque desde la época de Augusto los ejércitos del Imperio fueron cada vez menos italianos. Esto era comprensible. Era tarea de las legiones estar permanentemente en guardia en fronteras muy distantes de Roma. Era más fácil y natural reclutarlas entre las provincias que debían ser protegidas. Los galos, panonios y tracios llenaban las filas y eran buenos soldados; muy a menudo se los recompensaba con la ciudadanía.
Esto tenía sus ventajas. Apresuraba la identificación con el Imperio de las provincias exteriores. Hacía más fácil la romanización, y difundía la lengua latina y la cultura grecorromana por las regiones más lejanas de Europa.
No obstante, la provincialización del ejército también tenía sus peligros. Un galo podía hablar latín, usar una toga y ser educado en la literatura griega y latina, pero no podía abrigar los mismos sentimientos con respecto a la abstracción de la historia y la tradición romanas. No podía sentir la misma continuidad con los romanos de tiempos pretéritos, quienes, a fin de cuentas, no eran sus antepasados y, de hecho, habían matado y conquistado a sus propios antepasados. Si era un soldado, se sentiría más inclinado a ser fiel a un jefe capaz en la guerra y hábil en el manejo de los hombres que a una ciudad y un Senado distantes que no conocía. Si su jefe decidiera marchar contra esa ciudad, lo seguiría.
Esto quedó demostrado definitivamente en 69, cuando ejércitos de España, Galia y Siria convergieron sobre Roma, cada uno de ellos en pro de su propio jefe.
Vespasiano no podía modificar esto; no podía llenar las legiones de italianos porque no había suficientes italianos dispuestos a luchar, y los provincianos eran soldados demasiado buenos para prescindir de ellos. Pero la guardia pretoriana, que estaba estacionada en Italia y que, puesto que se hallaba en el lugar, era la más peligrosa, debía ser cuidada. Sus miembros, al menos, debían ser italianos, y Vespasiano hizo que así fuera. Más aún, les dio como jefe a su propio hijo, Tito, como medio adicional de dominarla.
Vespasiano también reorganizó el Senado, destituyendo a sus miembros indignos, nombrando a otros buenos y cuidando mucho de que no participasen realmente en el gobierno. Pese a su propensión a la economía, emprendió obras públicas para embellecer la ciudad, sabiendo que esto daría empleo a algunos romanos y elevaría la moral de todos.
Con su firme liderazgo, también restauró el respeto por las armas romanas, que había caído muy bajo con el endeble y autocomplaciente Nerón. Una peligrosa revuelta de algunos cuerpos de ejército de la Galia fue aplastada y Tito completó la limpieza de Judea apoderándose de Jerusalén. Vespasiano anexó los últimos restos de distritos autónomos del Este y reorganizó las provincias de Asia Menor. La provincia de Siria fue extendida hacia el Este para incluir la importante ciudad mercantil de Palmira. De este modo se puso la región en condiciones de hacer frente a cualquier problema con los partos, en caso de que Partia creyese que la rebelión de Judea y la anarquía del 68 brindaban una ocasión propicia para iniciar una guerra. Partia comprendió la indirecta y permaneció en calma.