Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
—Chu'unthor en Dathomir... Lo intentamos... —dijo Yoda—, pero fuimos rechazados por las brujas..., escaramuza con los maestros Gra'aton y Vulatan... Cuatrocientos acólitos muertos... Volvimos para recuperar...
La banda de audio se borró del todo con un último siseo, y la imagen holográfica no tardó en disolverse dejando paso a una estática azulada salpicada de pequeños chispazos.
Otros Jedi dieron sus informes, pero ninguna de sus palabras parecía ofrecer la más mínima esperanza. Luke se encontró pensando una y otra vez en las palabras
Chu'unthor
y
Dathomir,
y se preguntó si la primera habría sido una sola persona —quizá un líder político— o si podía haber sido toda una raza. Y Dathomir... ¿Dónde estaba?
—Erredós, repasa tus ficheros de astrogación y dime si encuentras alguna referencia a un lugar llamado Dathomir —dijo Luke—. Podría ser un sistema estelar, un planeta...
«Quizá incluso una persona», pensó con repentino abatimiento.
Erredós permaneció en silencio durante un momento y después emitió un silbido de negativa.
—Ya me lo imaginaba —dijo Luke—. Yo tampoco he oído hablar nunca de Dathomir...
Había tantos planetas que fueron destruidos o convertidos en inhabitables durante las Guerras Clónicas... Dathomir quizá fuera uno de ellos, un mundo tan devastado que había acabado siendo olvidado; o quizá fuera un lugar pequeño, una luna en algún planeta del Borde Exterior, tan alejada de la civilización que el dato de su existencia había terminado desapareciendo de los archivos. Quizá incluso fuera menos que una luna... ¿Un continente, una isla, una ciudad? Fuera lo que fuese Dathomir, Luke estaba seguro de que lo encontraría en algún momento y en algún lugar.
Volvieron a la superficie y descubrieron que había anochecido mientras investigaban los subterráneos. Su guía wífido no tardó en volver arrastrando el cuerpo de un demonio de las nieves abierto en canal y ya limpio. Las garras blancas del demonio se curvaban en el aire, y su larga lengua púrpura brotaba como una serpiente de entre sus enormes colmillos. A Luke le asombró que el wífido pudiera remolcar a semejante monstruo, pero el wífido se había limitado a agarrar la larga cola peluda del demonio con una mano y había conseguido llevarlo hasta el campamento.
Luke pasó la noche con los wífidos en un enorme refugio construido con el costillar de un motmot que había sido recubierto de pieles para proteger del viento a sus ocupantes. Los wífidos hicieron una gran hoguera en la que asaron al demonio de las nieves, y los jóvenes bailaron mientras los ancianos tocaban sus arpas de garras. Luke permaneció sentado contemplando las llamas que se retorcían ante él y escuchando el tañir de las arpas, y se dedicó a meditar. «Verás el futuro y el pasado. Viejos amigos olvidados hace mucho tiempo...» Eran las palabras que le había dicho Yoda cuando estaba adiestrando a Luke para que pudiera ver lo que se ocultaba tras las neblinas del tiempo.
Luke alzó la mirada hacia el costillar del motmot. Los wífidos habían tallado letras en los huesos que se alzaban diez o doce metros por encima de sus cabezas, escribiendo el linaje de sus antepasados en ellos. Luke no podía leer las letras, pero le pareció que bailaban a la luz de la hoguera, como si fueran palos y piedras que caían del cielo. Las costillas del motmot se curvaban hacia él, y Luke fue siguiendo la curva de los huesos con la mirada. Los palos y las rocas que se precipitaban de las alturas parecían girar, y todos caían hacia él como si quisieran aplastarle. Las fosas nasales de Luke se dilataron de repente, y ni siquiera el frío de Toóla pudo impedir que una delgada capa de sudor perlara su frente, y Luke tuvo una visión.
Estaba en una fortaleza de piedra de las montañas contemplando una llanura más allá de la que se extendía el mar oscuro de un gran bosque, y una tormenta surgió de la nada impulsada por un vendaval de terrible potencia que trajo consigo muros inmensos de nubes negras y polvo, y los árboles se lanzaron hacia él y giraron locamente por el cielo. Las nubes atronaban sobre su cabeza, llenas de llamas púrpura, ocultando hasta el último rayo del sol, y Luke pudo sentir una malevolencia oculta en aquellas nubes y supo que habían sido creadas mediante el poder del lado oscuro de la Fuerza.
El polvo y los guijarros silbaban en el aire flotando en él como hojas de otoño. Luke intentó agarrarse al parapeto de piedra desde el que se dominaba la llanura para no ser arrancado de los muros de la fortaleza. El vendaval palpitaba en sus oídos como el rugido de un océano, aullando salvajemente.
Era como si una tormenta de pura Fuerza oscura se hubiera desencadenado sobre la tierra, y de repente Luke pudo oír carcajadas entre las inmensas nubes de oscuridad que avanzaban retumbando hacia él, el dulce sonido de mujeres que reían. Alzó la mirada hacia las negras nubes, y vio a las mujeres que flotaban en el aire arrastradas junto con las rocas y los escombros como si fueran motas de polvo, y las mujeres no paraban de reír.
Y una voz pareció susurrar «Las brujas de Dathomir...».
Leia se quitó la conexión del comunicador del oído y contempló a la embajadora de Hapes con expresión de perplejidad. Tratar con los hapanianos siempre resultaba bastante difícil: la distancia cultural era muy grande, y podían llegar a ofenderse con mucha facilidad. El rugido de los centenares de miles de personas que formaban la multitud empezó a incrementarse, y Leia alzó la mirada hacia las ventanas del palco de Alderaan mientras se preguntaba qué respuesta debía dar. Han se había vuelto de espaldas al cristal y estaba hablando con Mon Mothma.
—Di a la Ta'a Chume que sus regalos son exquisitos y su generosidad ilimitada —le dijo Leia a la embajadora alzando la voz para hacerse oír por encima del estrépito—, pero aun así necesito tiempo para pensar en la oferta.
Después hizo una pausa y se preguntó durante cuánto tiempo tenía derecho a retrasar su respuesta. Los hapanianos eran un pueblo muy decidido y enérgico. La Ta'a Chume tenía la reputación de tomar decisiones de importancia monumental en cuestión de horas. ¿Podría Leia tomarse un día para decidir? Se sentía aturdida, casi mareada.
—¿Puedo hablar, por favor? —preguntó el príncipe Isolder hablando en básico con un marcado acento.
Leia le miró, muy sorprendida al ver que Isolder era capaz de hablar su lenguaje. Contempló sus ojos grises y se acordó de los negros nubarrones cargados de lluvia cálida que se alzaban sobre las montañas tropicales de Hapes.
Isolder sonrió como pidiéndole disculpas. Había una fuerza indefinible en su rostro, una cualidad curtida y enérgica.
—Sé que vuestras costumbres difieren de las nuestras. Así es como acordábamos nuestros matrimonios reales entre los antiguos, pero quiero que te sientas cómoda con cualquier decisión. Te ruego que te tomes el tiempo necesario para conocer Hapes, nuestros mundos, nuestras costumbres... Tómate el tiempo necesario para llegar a conocerme.
Algo en su manera de hablar hizo que Leia comprendiese que se trataba de una oferta inusual.
—¿Treinta días, quizá? —preguntó—. Si de mí dependiera solicitaría menos tiempo, pero he de partir hacia el sistema de Roche dentro de un par de días. Es una misión diplomática.
El príncipe Isolder bajó los ojos en señal de aceptación.
—Por supuesto —dijo—. Una reina siempre debe estar a la disposición de su pueblo... Si partes en una misión diplomática —añadió con un tono de pedir disculpas—, ¿tendré tiempo de verte antes de tu marcha, y bajo circunstancias menos formales?
Leia pensó a toda velocidad. Tenía muchos temas que estudiar y examinar antes de su partida: acuerdos comerciales, quejas presentadas, estudios de exobiología... Al parecer los verpines, una raza de insectos, habían incumplido docenas de contratos para construir navios de combate encargados por los barabels, una raza de carnívoros, y quebrantar un contrato hecho con un barabel siempre resultaba altamente nocivo para la salud. Los verpines, por su parte, afirmaban que una de sus madres de colmena había enloquecido y se había quedado con las naves, y no creían tener ninguna obligación de emplear la fuerza para conseguir que la madre de colmena devolviera la mercancía. Todo el asunto se había complicado todavía más debido a ciertos rumores procedentes de fuentes bastante dignas de confianza, según los cuales los barabels habían iniciado negociaciones para vender verpines despedazados a los chefs de los kubazis, una raza a la que le encantaba comer insectos. Leia acabó decidiendo que no podía permitir que su vida personal interfiriese con su trabajo, por lo menos no en aquellos momentos.
Alzó la mirada hacia la cubierta de observación del palco. Han se había marchado con Chewbacca, y Mon Mothma estaba de cara al cristal con el comunicador pegado al oído. Mon Mothma no se movió, pero Threkin Horm, el presidente del Consejo de Alderaan, estaba sentado a su lado. Threkin asintió con la cabeza indicando a Leia que debía aceptar la petición.
—Sí, por supuesto —dijo Leia—. Si dispones de algún momento libre para verme antes de la misión...
—Mis días y mis noches son tuyos —dijo el príncipe sonriéndole amablemente.
—Entonces te ruego que cenes conmigo esta noche en mi camarote a bordo del
Sueño Rebelde
—dijo Leia.
Isolder volvió a bajar los ojos, y después utilizó el pulgar y el índice de cada mano para alzar el velo negro delante de su rostro. Leia se había maravillado ante la hermosura de los hombres y mujeres de Hapes durante su visita, pero sintió una punzada de pena al ver que Isolder ocultaba su cara, y también se sintió un poco culpable por desear poder contemplarla durante unos momentos más.
Leia salió de la Gran Sala de las Recepciones, y su marcha fue observada por miles de asistentes a la ceremonia. Estaba nerviosa y un poco preocupada, y en aquellos momentos lo único que quería era encontrar a Han. Fue a sus aposentos de la embajada con la esperanza de que Han estaría allí, pero las habitaciones estaban vacías. Eso la dejó perpleja, y Leia utilizó su comunicador para sintonizar la frecuencia militar, y descubrió que Han se había marchado de Coruscant y que se dirigía hacia el
Sueño Rebelde.
Eso era una mala señal. El
Halcón Milenario
había estado atracado a bordo del
Sueño Rebelde
esperando el regreso de Han. Cuando Han se sentía preocupado o frustrado, siempre le gustaba trabajar en el
Halcón.
Utilizar sus manos para resolver problemas con los que estaba familiarizado parecía relajarle, y cuando no se sentía a gusto siempre tenía que ir corriendo a su nave y su trabajo. La propuesta de la delegación hapaniana debía haberle afectado y trastornado profundamente, probablemente de una manera tan profunda que ni el mismo Han sabía reconocer. Leia estaba agotada, pero podía comprender muy bien qué había puesto de tan mal humor a Han, y solicitó que le enviaran su lanzadera personal.
Encontró el
Halcón
en el muelle de atraque número noventa. Han y Chewie estaban en la cabina principal delante de los paneles de control, muy ocupados con el enredo de cables que establecían las conexiones con los escudos protectores contra ataques mediante armas energéticas y de proyectiles. Chewie alzó la mirada hacia Leia y lanzó un rugido de saludo, pero Han siguió donde estaba, dándole la espalda con un soplete de plasma en la mano. Apagó el soplete, pero no hizo girar la silla del capitán hacia ella para mirarla.
—Hola —dijo Leia en voz baja y suave—. Esperaba encontrarte esperándome en mi habitación en Coruscant.
—Sí, ya... Bueno, tenía que ocuparme de unas cuantas cosas —dijo Han. Chewbacca se puso en pie y abrazó a Leia presionando el pelaje leonado de su estómago contra su rostro, y después bajó a la cubierta inferior dejándoles a solas. Han se volvió hacia Leia. Tenía la frente cubierta de sudor, aunque Leia sabía que no podía llevar trabajando el tiempo suficiente como para transpirar de aquella manera—. Bueno... Eh... ¿Qué tal ha ido todo por ahí abajo? ¿Qué les dijiste a los hapanianos?
—Les pedí que me dieran unos cuantos días para pensarlo —respondió Leia.
No se atrevía a decirle que Isolder la visitaría a bordo del
Sueño Rebelde
aquella noche.
—Hmmmmm...
Han asintió.
Leia tomó sus manos cubiertas de grasa y suciedad entre las suyas.
—No podía decirles que se fueran —le explicó con dulzura—. Habría sido una descortesía intolerable... Aunque no quiera casarme con su príncipe, no puedo echar a perder nuestra oportunidad de establecer una relación con ellos. Los hapanianos son muy poderosos. Fui a Hapes por la única razón de que quería averiguar si estaban dispuestos a ayudarnos en nuestra lucha contra los señores de la guerra.
—Lo sé. —Han suspiró—. Harías prácticamente cualquier cosa para poder vencerles...
—¿Qué se supone que significan esas palabras?
—Odiabas al Imperio, pero ahora Zsinj y los señores de la guerra son lo único que queda de él. Has arriesgado tu vida una docena de veces para combatirles... Darías tu vida por la Nueva República si eso llegara a ser necesario, ¿verdad? Lo harías sin pensarlo dos veces, sin lamentarte...
—Por supuesto que sí —respondió Leia—. Pero...
—Entonces sospecho que ahora darás tu vida por ella —dijo Han—. Se la entregarás a los hapanianos, pero en vez de morir por ellos lo que harás será vivir por ellos.
—Yo... Yo nunca podría hacer eso —le aseguró Leia.
Han la miró fijamente. Estaba respirando de manera entrecortada, y cuando volvió a hablar todo el dolor y la acusación anteriores se habían esfumado de su voz.
—Por supuesto que no. —Suspiró y dejó el soplete de plasma en el suelo—. No sé por qué se me han metido esas ideas en la cabeza. Yo sólo...
Leia le acarició la frente. Había pasado cinco meses lejos de él, y no sabía muy bien cómo tratarle. Supuso que en circunstancias normales Han se habría tomado la propuesta de los hapanianos como una mera broma, pero estaba muy callado. No, estaba ocurriendo algo más, algo que le estaba hiriendo en lo más profundo de su ser.
—¿Qué pasa? No pareces el de siempre, Han...
—No lo sé —susurró Han—. Es... Bueno, es la última misión. El haber vuelto a todo esto... Estoy tan cansado, Leia... Ya viste lo que el
Puño de Hierro
hizo en Selaggis. Convirtió toda la colonia en escombros. Lo estuve siguiendo durante meses, y fuera donde fuese todo era lo mismo: estaciones estelares desintegradas, astilleros destruidos... Y todo eso por un solo Super Destructor Estelar con un asesino sentado delante del tablero de mandos.