El Cortejo de la Princesa Leia (6 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Mientras subía hacia la nave Han esperaba que Isolder le golpeara por detrás en cualquier momento, pero el príncipe se limitó a seguirle. Después escuchó con atención a Han mientras éste le mostraba su unidad hiperimpulsora, los motores sublumínicos y el armamento y las defensas que había ido acumulando lentamente a lo largo de los años.

Cuando Han hubo terminado de enseñarle la nave, Isolder se inclinó hacia él.

—¿Quiere decir que realmente es capaz de volar? —le preguntó poniendo cara de perplejidad.

—Oh, sí —respondió Han mientras se preguntaba si el príncipe estaba realmente asombrado o si se trataba de mera insolencia—. Y es muy rápida.

—El hecho de que consiga mantener unidos todos estos componentes dice mucho en favor de su habilidad. Es una nave de contrabandista, ¿verdad? Velocidades muy altas, compartimentos secretos, armamento oculto, ¿no?

Han se encogió de hombros.

—Estoy familiarizado con los contrabandistas. Cuando era joven abandoné mi hogar y fui corsario durante unas cuantas estaciones —dijo Isolder—. ¿Ha visto alguno de nuestros cruceros de batalla de la clase Nova?

—No —respondió Han.

Observó con más atención al príncipe, y sintió curiosidad y un repentino respeto hacia él.

El príncipe juntó las manos detrás de la espalda.

—Tienen más de cuatrocientos metros de eslora —dijo con voz pensativa—, pueden funcionar sin necesidad de reavituallarse durante más de un año, son muy rápidos y podrían convertir esta nave en polvillo espacial antes de que usted tuviera tiempo de gritar.

—¿Me está amenazando? —preguntó Han.

—No —replicó Isolder—. Le entregaré uno si me promete que lo utilizará para irse muy, muy lejos de aquí —añadió después en un murmullo de conspirador.

Han se inclinó hacia adelante.

—No hay trato —le respondió con un susurro en el mismo tono que había empleado Isolder.

Isolder sonrió y la admiración brilló en sus ojos.

—Bien, así que es un hombre de principios, ¿verdad? Entonces permita que apele a esos principios... General Solo, ¿qué puede ofrecerle realmente a Leia?

Han no estaba preparado para responder a esa pregunta y vaciló durante unos momentos antes de hablar.

—Me ama y yo la amo —dijo por fin—. Eso es suficiente.

—Si la ama, entonces déjeme el campo libre —replicó Isolder—. Leia quiere la seguridad que Hapes ofrece a su gente. Pero amarle a usted sólo serviría para crearle obstáculos, y acabaría proporcionándole una vida mucho más pequeña y miserable que la que se merece.

Isolder se dispuso a marcharse pasando junto a Han por el angosto pasillo, pero Han le agarró por el hombro e hizo girar al príncipe en redondo.

—¡Un momento! —exclamó—. ¿Qué está pasando aquí? Pongamos todas nuestras armas sobre la mesa.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Isolder.

—Quiero decir que hay un montón de princesas en el universo, y que quiero saber qué le ha traído hasta aquí. ¿Qué razón impulsó a su madre a escoger a Leia? No tiene riquezas, no tiene nada que ofrecer a Hapes... Si quiere obtener un tratado con la Nueva República, hay formas más fáciles de conseguirlo.

Isolder bajó la mirada hacia los ojos de Han y sonrió.

—Tengo entendido que Leia le ha invitado a cenar con nosotros esta noche —dijo—. Creo que quizá será mejor que los dos oigan lo que tengo que decirles...

Capítulo 4

Cuando Han entró en el camarote de Leia para cenar, vestido con su uniforme más elegante y llevando todas las condecoraciones y galones que exigían las circunstancias, los comensales ya iban por el segundo plato. Resultaba evidente que Leia no esperaba que Han aceptara su invitación. El príncipe Isolder estaba sentado a la izquierda de Leia vestido con un traje de etiqueta de corte muy clásico y nada llamativo, y sus guardias-amazonas permanecían inmóviles detrás de él. Han no pudo evitar contemplar a las mujeres durante un momento: las dos vestían trajes muy seductores de seda color rojo fuego, y cada una iba armada con un desintegrador de cachas plateadas enfundado en una cadera y una espada vibratoria cubierta de complejos adornos en la otra. Threkin Horm estaba sentado en su sillón repulsor a la derecha de Leia. Los sirvientes se apresuraron a preparar un cubierto para Han, y mientras tanto Leia le presentó a Isolder.

—Ya se han conocido —dijo Threkin Horm en un tono bastante gélido.

Leia miró a Threkin, cuyo rostro estaba empezando a enrojecer de ira.

—Sí —dijo Han—, el príncipe vino a charlar un rato conmigo mientras yo estaba trabajando en el
Halcón Milenario.
Descubrimos que..., eh..., que tenemos algunas cosas en común.

Han se dio la vuelta bastante deprisa mientras se sentaba, esperando que Leia no percibiría su incomodidad.

—Oh, ¿de veras? Bueno, me encantaría saberlo todo sobre esa charla...

El tono de Leia sugería que estaba pensando en tomar represalias.

—Sí, general Solo... ¿Por qué no se lo cuenta todo? —gruñó Threkin.

Hubo un silencio bastante incómodo que acabó siendo roto por el príncipe Isolder.

—Bueno, para empezar me fascinó enterarme de que tanto el general Solo como yo fuimos corsarios durante un tiempo —dijo—. Realmente, no cabe duda de que el universo es un pañuelo...

—¿Corsarios? —preguntó Threkin con suspicacia.

Han dejó escapar un suspiro de alivio.

—Sí —dijo Isolder—. Cuando era un muchacho, unos corsarios atacaron el navio insignia real y mataron a mi hermano mayor. Fue entonces cuando me convertí en el Chume'da, el heredero... Era joven y estaba lleno de idealismo, así que me marché en secreto de mi mundo y asumí una nueva identidad. Pasé dos años recorriendo las líneas comerciales a bordo de una nave corsaria detrás de otra, persiguiendo al pirata que había matado a mi hermano.

—Qué historia tan interesante... —dijo Leia—. ¿Y lograste dar con él?

—Sí —dijo Isolder—, logré dar con él. Se llamaba Harravan. Le arresté, y le encerramos en una prisión de Hapes.

—Trabajar con piratas debió de resultar muy peligroso —dijo Threkin—. Vaya, si hubieran llegado a descubrir vuestra identidad...

—Los piratas no eran tan peligrosos como podría pensarse —dijo Isolder—. La mayor amenaza procedía de las fuerzas navales de mi madre. Tuvimos frecuentes... encuentros.

—¿Quieres decir que tu madre no sabía dónde estabas? —preguntó Leia.

—No. Los medios de comunicación creían que el miedo me había impulsado a esconderme, y como mi madre no sabía dónde había ido, intentó quitar toda la importancia que pudo a mi desaparición con la esperanza de que volvería algún día.

—Y el pirata al que capturó, Harravan... ¿Qué fue de él? —preguntó Han.

—Fue asesinado en la cárcel mientras esperaba ser juzgado —respondió secamente Isolder—, antes de que hubiera podido revelar los nombres de sus cómplices.

Hubo un silencio bastante tenso que se prolongó durante unos momentos, y Leia miró a Han. Resultaba obvio que se había dado cuenta de que Isolder había cambiado de tema para proteger a Han de su ira. Han carraspeó.

—¿Tienen muchos problemas con los corsarios en el cúmulo estelar de Hapes?

—No, la verdad es que no —dijo Isolder—. El interior del cúmulo es notablemente seguro, pero siempre tenemos problemas en la periferia sin importar lo muy a fondo que la patrullemos. Nuestros encuentros en la periferia son frecuentes, y frecuentemente sangrientos.

—Yo sobreviví a uno de esos encuentros cuando me dedicaba al contrabando —dijo Han—. Después del infierno por el que pasamos, me asombra que haya piratas dispuestos a operar en su cúmulo.

Han estaba empezando a hacerse algunas preguntas sobre Isolder. Había sido corsario, había arriesgado su vida contra el poderío de la flota de su misma madre, y había corrido el riesgo de que los piratas con los que vivía y actuaba pudieran llegar a descubrir su verdadera identidad. Isolder era apuesto y rico, y por sí solos esos rasgos ya lo convertían en una amenaza, pero Han empezó a comprender que aquel príncipe extranjero debía ocultar bastante dureza y oscuridad debajo de su impecable y cuidado exterior. No era la clase de hombre que necesitara esconderse detrás de unas amazonas adiestradas para servirle de guardaespaldas.

Isolder se encogió de hombros.

—El cúmulo estelar de Hapes es muy rico, y eso siempre atrae el interés del exterior; pero estoy seguro de que ya conoce nuestra historia. Algunos jóvenes tienden a glorificar el antiguo estilo de vida...

—¿Qué pasa con su historia? —preguntó Han.

Leia sonrió.

—¿Es que no aprendiste nada en la academia?

—Aprendí a pilotar un caza —dijo Han—. En cuanto a la política, se la dejo a los diplomáticos.

—El cúmulo estelar de Hapes fue colonizado originalmente por piratas que formaban un grupo llamado Incursores de Lorell —dijo Leia—. Acecharon durante centenares de años en las rutas comerciales de la Vieja República, atacando naves y robando cargamentos. Y cuando encontraban a una mujer hermosa, algún incursor se la llevaba a los mundos ocultos de Hapes como trofeo... En resumen, Han, que te habrías llevado estupendamente con esos incursores.

Han se dispuso a protestar, pero la cálida sonrisa de Leia le indicó que estaba bromeando.

—Y las mujeres de Hapes criaron a sus hijos lo mejor que pudieron —dijo Threkin Horm con voz estridente—. Los piratas se llevaban a los chicos y los convertían a su vez en piratas. Pasaban varios meses fuera del cúmulo, y luego volvían a él para descansar.

Han alzó la mirada. Threkin Horm estaba observando a las guardaespaldas de Isolder con tanto interés como el que demostraba normalmente hacia la comida, y Han comprendió de repente por qué la belleza física era tan corriente en el cúmulo estelar de Hapes: sus habitantes llevaban muchas generaciones reproduciéndose con la hermosura como objetivo.

—Cuando los Jedi, por fin, consiguieron acabar con los Incursores de Lorell, las flotas piratas no volvieron jamás —dijo el príncipe Isolder—. Los mundos de Hapes quedaron olvidados durante un tiempo, y las mujeres de Hapes asumieron el control de sus destinos y juraron que ningún hombre volvería a gobernarlas nunca. Las Reinas Madres se han mantenido fieles a ese juramento desde hace miles de años.

—Y han hecho un trabajo magnífico con sus mundos —dijo Leia.

—Por desgracia, algunos de nuestros jóvenes siguen sintiéndose impotentes y atrapados en nuestra sociedad —añadió Isolder—, y la consecuencia de ello es que glorifican las viejas costumbres. Cuando se rebelan, suelen convertirse en piratas, y eso nos crea un problema que nunca acaba de resolverse.

Han engulló unos cuantos bocados de su plato, que contenía una variedad de carne cuyo sabor resultaba entre anfibio y demasiado cargado de especias, y se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba comiendo.

—Pero nos hemos apartado del tema —dijo Threkin Horm—. Me parece recordar que hace unos minutos la princesa Leia preguntó de qué había hablado hoy con el general Solo... —añadió mientras miraba fijamente a Han.

—Ah, sí —dijo el príncipe Isolder—. Han me formuló una pregunta que creo merece ser respondida. Se preguntó por qué habiendo tantas princesas en la galaxia, entre ellas muchas que son considerablemente más ricas que Leia, qué razón había impulsado a mi madre a elegirla.

»La verdad es que la Reina Madre no escogió a Leia —siguió diciendo Isolder con voz firme y tranquila mientras miraba a Leia—. Fui yo quien la escogió. —Threkin Horm debía haberse atragantado con un bocado de comida, pues empezó a toser en su servilleta. Isolder se volvió hacia Leia—. Cuando la lanzadera de Leia se posó en Hapes, mi madre la invitó a una celebración en los jardines. Estaban tan rodeadas de dignatarios procedentes de todos los mundos de Hapes que Leia no habló conmigo, y es posible que ni siquiera llegase a verme. De hecho, creo que ni siquiera sabía que yo existía, pero me enamoré de ella. Nunca había hecho algo así, y nunca había sido tan impulsivo. Ninguna otra mujer me ha cautivado jamás de esta manera... Concertar el matrimonio con Leia no ha sido idea de mi madre. Se limitó a acceder a mi petición.

Isolder tomó la mano de Leia y la besó. Leia se ruborizó, y contempló al príncipe Isolder en silencio.

La mirada de Han se posó en los ojos grises de Isolder, en la cascada de cabellos dorados que caía sobre sus hombros y en su rostro enérgico y apuesto, y de repente estuvo horriblemente seguro de que Leia nunca podría resistirse a un hombre semejante.

La mente se le quedó en blanco, y lo siguiente que supo fue que se estaba levantando de la mesa y que se tambaleaba intentando empujar su silla hacia atrás. Los ojos de todos los presentes se volvieron hacia él, y Han se sintió tan torpe y estúpido como un niño pequeño. La lengua parecía habérsele vuelto de trapo, y Han volvió a sentarse. Sus pensamientos giraban a toda velocidad en un torbellino tan alocado que no dijo nada, y prácticamente no oyó nada durante el resto de la cena.

Cuando se prepararon para marcharse una hora después, Han dio un rápido beso de buenas noches a Leia y después se preguntó qué le habría parecido el beso a Leia, como si el haberla besado fuera una prueba atlética en la que ella debiera ejercer de juez. Threkin Horm se despidió de Leia con un cálido apretón de manos y fue el primero en marcharse, mientras el príncipe Isolder se quedaba hablando con ella durante unos momentos y le agradecía la cena y el tiempo que había pasado con él. Hizo alguna broma y Leia dejó escapar una suave carcajada. El príncipe le dio un beso de buenas noches justo cuando Han se daba cuenta de que a Isolder le estaba costando mucho despedirse de Leia. Isolder y Leia estaban muy cerca el uno del otro, y el beso empezó siendo un beso amistoso del tipo que solían intercambiar los dignatarios, pero Isolder lo prolongó primero un segundo y luego otro más. Después retrocedió un paso y Leia le miró a los ojos.

Isolder volvió a agradecerle aquella maravillosa velada, miró a Han, y un momento después Han e Isolder estaban al otro lado de la puerta del camarote de Leia y el príncipe ya empezaba a alejarse seguido por sus guardaespaldas.

—Voy a luchar contigo por ella —dijo Han con los ojos clavados en la espalda del príncipe.

Eran unas palabras tan groseras como estúpidas e inadecuadas, pero Han sentía que la cabeza le daba vueltas y no se le había ocurrido otra cosa.

El príncipe se envaró y giró sobre sí mismo.

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