El corredor del laberinto (11 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

BOOK: El corredor del laberinto
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Aquella noche, Thomas estaba tumbado, contemplando el cielo brillante, preguntándose si volvería a dormir alguna vez. En cuanto cerraba los ojos, le venía a la cabeza la imagen monstruosa de Ben saltando sobre él, con la locura reflejada en el rostro. Tanto si abría los ojos como si no, podía jurar que seguía oyendo el sonido húmedo de la flecha atravesando la mejilla de Ben.

Thomas sabía que nunca olvidaría aquellos minutos sobrecogedores en el cementerio.

—Di algo —dijo Chuck por quinta vez desde que habían colocado sus sacos de dormir.

—No —contestó Thomas, igual que había dicho antes.

—Todo el mundo sabe lo que ha pasado. Ya ha sucedido antes una o dos veces. A un pingajo al que ha picado un lacerador se le va la olla y ataca a alguien. No te creas especial.

Por primera vez, Thomas pensó que la personalidad de Chuck había pasado de ligeramente irritante a insufrible.

—Chuck, alégrate de que ahora mismo no tenga el arco de Alby.

—Sólo estoy…

—Cállate, Chuck. Vete a dormir.

Thomas no podía con aquello en esos momentos.

Por fin, su
amigo
se quedó dormido y también todos los demás, según el murmullo de ronquidos que se oía en el Claro. Unas horas más tarde, bien entrada la noche, Thomas seguía siendo el único que estaba despierto. Quería llorar, pero no lo hizo. Quería encontrar a Alby y darle un puñetazo, sin ninguna razón en especial, pero no lo hizo. Quería gritar, dar patadas, escupir, abrir la Caja y saltar a la oscuridad que había debajo. Pero no lo hizo.

Cerró los ojos e intentó alejar aquellos pensamientos y las oscuras imágenes de su cabeza, y en algún momento se quedó dormido.

• • •

Por la mañana, Chuck tuvo que sacar a rastras a Thomas de su saco de dormir, llevarlo a las duchas y arrastrarle hasta los vestidores.

Todo el rato estuvo desanimado e indiferente, le dolía la cabeza y su cuerpo quería dormir más. El desayuno fue borroso, y una hora después de acabar ya no se acordaba de lo que había comido. Estaba tan cansado que notaba el cerebro como si alguien se lo hubiese grapado al cráneo por un montón de sitios. El ardor de estómago le subía hasta el pecho.

Pero, por lo que sabía, las siestas estaban muy mal vistas en la enorme granja del Claro.

Se quedó con Newt delante del establo de la Casa de la Sangre, preparándose para su primera sesión de aprendizaje con un guardián. A pesar de aquella dura mañana, lo cierto era que estaba entusiasmado por saber más y por tener la oportunidad de quitarse de la cabeza a Ben y el cementerio. Las vacas mugían, las ovejas balaban y los cerdos chillaban a su alrededor. Por allí cerca ladró un perro y Thomas esperó que Fritanga no le diera un nuevo significado a la palabra
perrito caliente.

«Un perrito caliente —pensó—. ¿Cuándo fue la última vez que probé un perrito caliente? ¿Con quién me lo comí?».

—Tommy, ¿me estás escuchando?

Thomas salió de repente de su aturdimiento y se concentró en Newt, que llevaba hablando a saber cuánto tiempo. No había oído ni una sola palabra.

—Sí, perdona. No pude dormir anoche.

Newt trató de sonreír, pero le salió de pena.

—No me extraña. Las pasaste canutas. Seguramente crees que soy un pingajo gilipullo por sacar hoy tu culo a trabajar después de vivir algo como aquello.

Thomas se encogió de hombros.

—Lo mejor que podía hacer era ponerme a trabajar. Cualquier cosa para distraer la mente.

Newt asintió y le dedicó una sonrisa más auténtica.

—Eres tan listo como pareces, Tommy. Esa es una de las razones por las que mantenemos este sitio bonito y con mucho movimiento. Si eres holgazán, te pones triste. Comienzas a rendirte. Así de simple.

Thomas asintió y, distraídamente, dio una patada a una roca que había en el polvoriento y agrietado suelo de piedra del Claro.

—Bueno, ¿y qué se sabe de la chica de ayer?

Si algo había penetrado en la bruma de aquella larga mañana, habían sido pensamientos sobre ella. Quería saber más sobre la joven y entender la extraña conexión que sentía entre ambos.

—Sigue en coma, durmiendo. Los mediqueros le están dando de comer con una cuchara las sopas que cocina Fritanga, le comprueban las pulsaciones y todo eso. Parece que está bien, sólo que por ahora sigue muerta para el mundo.

—Fue muy raro.

Si no hubiese sido por el incidente de Ben en el cementerio, Thomas estaba seguro de que se habría pasado toda la noche pensando en ella y quizá no hubiera dormido tampoco por una razón completamente diferente. Quería saber quién era y si la conocía de verdad.

—Sí —dijo Newt—. Me figuro que
raro
es una palabra tan buena como cualquier otra.

Thomas miró por encima del hombro de Newt el gran establo rojo descolorido y dejó a un lado los pensamientos sobre la chica.

—Bueno, ¿y qué va primero? ¿Ordeñar a las vacas o matar a uno de los pobres cerditos?

Newt se rió, un sonido que Thomas advirtió que no había oído mucho desde que había llegado.

—Siempre hacemos que los novatos empiecen con los malditos cortadores. No te preocupes, cortar en pedazos las vituallas de Fritanga no es más que una parte. Los cortadores hacen todo lo relacionado con las bestias.

—Qué mala suerte que no pueda acordarme de mi vida. A lo mejor me encantaba matar animales.

Sólo estaba bromeando, pero Newt, por lo visto, no lo captó y señaló con la cabeza hacia el establo.

—Ah, lo sabrás en cuanto el sol se ponga esta noche. Vamos a presentarte a Winston. Él es el guardián.

• • •

Winston era un chaval lleno de acné, bajo pero musculoso, y a Thomas le pareció que le gustaba demasiado su trabajo.

«Quizá le hayan enviado aquí por ser un asesino en serie», pensó.

Winston le enseñó el sitio durante la primera hora, indicándole dónde estaban los corrales de según qué animales, dónde estaban las gallinas y los pavos, dónde iba cada cosa en los establos. El pirro, un pesado labrador negro llamado
Guau,
demasiado rápido para Thomas, estuvo pegado a sus pies la hora entera. El chico pensó de dónde habría salido el perro y se lo preguntó a Winston, quien le respondió que
Guau
siempre había estado allí. Por suerte, le debieron de poner el nombre en plan broma, porque apenas ladraba.

La segunda hora la pasaron trabajando con los animales de la granja: dándoles de comer, limpiándolos, arreglando una valla, quitando la clonc. Clone. Thomas se dio cuenta de que cada vez usaba más los términos de los clarianos.

La tercera hora fue la más dura para Thomas. Tuvo que mirar cómo Winston mataba un cerdo y preparaba sus distintas partes para comerlas en el futuro. Thomas se juró a sí mismo dos cosas mientras se alejaba de allí para almorzar: la primera, no trabajaría con animales; la segunda, no volvería a comer nada que procediera del cerdo.

Winston le dijo que podía seguir solo, que él estaría por la Casa de la Sangre, lo que a Thomas le pareció bien. Pero, mientras caminaba hacia la Puerta Este, no pudo evitar imaginarse a Winston en un rincón oscuro del establo royendo unos pies de cerdo crudos. Aquel tío le ponía los pelos de punta.

Thomas estaba pasando por la Caja cuando le sorprendió ver que alguien salía del Laberinto para meterse en el Claro, por la Puerta Oeste, a su izquierda. Un chico asiático de brazos fuertes, con el pelo corto y negro, que parecía un poco mayor que Thomas. El corredor se paró tras dar tres pasos, luego se inclinó y puso las manos en sus rodillas, jadeando mientras recuperaba el aliento. Parecía como si acabara de correr treinta kilómetros; tenía la cara roja, la piel sudada y la ropa empapada.

Thomas se quedó mirándole fijamente, dominado por la curiosidad. Todavía no había visto a un corredor de cerca y tampoco había hablado con ninguno. Además, según los últimos dos días, el corredor había regresado a casa horas antes. Thomas avanzó, impaciente por encontrarse con él y hacerle preguntas.

Pero, antes de que pudiera formular una frase, el chico se desplomó en el suelo.

Capítulo 12

Thomas no se movió durante unos segundos. El chico yacía en el suelo sin apenas moverse, pero Thomas estaba paralizado por la indecisión; temía involucrarse. ¿Y si a aquel tío le pasaba algo muy malo? ¿Y si le habían… picado? ¿Y si…?

Thomas reaccionó; era evidente que el corredor necesitaba ayuda.

—¡Alby! —gritó—. ¡Newt! ¡Que alguien vaya a buscarlos!

Corrió hasta el chico mayor y se arrodilló junto a él.

—Oye, ¿estás bien?

La cabeza del corredor descansaba sobre sus brazos extendidos mientras resollaba y el pecho se le movía por el esfuerzo. Estaba consciente, pero Thomas nunca había visto a nadie tan agotado.

—Estoy… bien —dijo entre jadeos, y luego alzó la vista—. ¿Quién clonc eres tú?

—Soy nuevo —de repente, se acordó de que los corredores salían al Laberinto durante el día y no habían presenciado ninguno de los recientes acontecimientos. ¿Sabría lo de la chica? Probablemente, seguro que alguien se lo había contado—. Soy Thomas. Llevo aquí sólo un par de días.

El corredor se incorporó hasta quedar sentado, con su pelo negro pegado al cráneo por el sudor.

—Ah, sí, Thomas —resopló—. El novato. Tú y la chica.

Alby se acercó trotando, claramente disgustado.

—¿Qué haces ya de vuelta, Minho? ¿Qué ha pasado?

—No te sulfures, Alby —contestó el corredor, que parecía recuperar las fuerzas por segundos—. Anda, haz el favor de traerme un poco de agua… Se me cayó la mochila ahí fuera, no sé dónde.

Pero Alby no se movió. Le dio una patada a Minho en la pierna, demasiado fuerte para ser en broma.

—¿Qué ha pasado?

—¡Casi no puedo hablar, cara fuco! —gritó Minho con voz ronca—. ¡Tráeme un poco de agua!

Alby examinó a Thomas, que se asombró de ver cómo el rastro de una sonrisa le cruzaba la cara antes de que desapareciera para fruncir el entrecejo.

—Minho es el único pingajo que puede hablarme así sin que le tire de una patada al Precipicio.

Entonces se dio la vuelta y echó a correr, supuestamente para ir en busca de agua para Minho, lo que sorprendió a Thomas aún más.

Thomas se volvió hacia Minho.

—¿Te deja que le des órdenes?

Minho se encogió de hombros y luego se limpió unas gotas frescas de sudor en la frente.

—¿Le tienes miedo a ese don nadie? Tío, te queda mucho por aprender. Putos novatos.

La reprimenda le dolió a Thomas más de lo que debería, teniendo en cuenta que había conocido a aquel tío hacía tan sólo tres minutos.

—¿No es el líder?

—¿El líder? —Minho soltó un gruñido que seguramente se suponía que era una risotada—. Sí, tú llámale
líder
todo lo que quieras. Quizá deberíamos llamarle
el presidente.
No, no,
almirante Alby.
Eso —se restregó los ojos mientras se reía por lo bajo.

Thomas no supo qué conclusiones sacar de la conversación. Era difícil saber cuándo Minho estaba o no de broma.

—Y, entonces, ¿quién es el líder?

—Verducho, mejor cállate antes de que te confundas aún más —Minho suspiró como si estuviera aburrido y, luego, masculló casi para sí mismo—: ¿Por qué los pingajos como tú siempre venís aquí haciendo preguntas estúpidas? Me da una rabia…

—¿Qué esperas que hagamos? —Thomas notó que se ponía rojo del enfado. «Como si tú hubieras actuado diferente cuando llegaste aquí», quería decir.

—Que hagáis lo que os digan y mantengáis la boca cerrada. Eso es lo que espero.

Tras aquella última frase, Minho le miró por primera vez a la cara y, al instante, Thomas se echó unos centímetros atrás, antes de poder detenerse. Inmediatamente, se dio cuenta de que acababa de cometer un error: no podía permitir que aquel chico pensara que podía hablarle de esa manera.

Volvió a incorporarse sobre sus rodillas de modo que ahora le miraba desde arriba.

—Sí, seguro que eso fue lo que tú hiciste cuando eras un novato.

Minho observó a Thomas detenidamente y, volviéndole a mirar directo a los ojos, dijo:

—Yo fui uno de los primeros clarianos, gilipullo. Cierra el pico si no sabes de lo que estás hablando.

A Thomas ahora le asustaba un poco aquel chico, pero sobre todo estaba harto de su actitud, así que se movió para ponerse de pie, pero Minho alargó la mano para agarrarlo del brazo.

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