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Authors: Javier Negrete

El corazón de Tramórea (52 page)

BOOK: El corazón de Tramórea
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El momento del asalto al Onkos se acercaba, y Tubilok estaba cada vez más ensimismado en sus cálculos. Unos días antes, triunfaba en su guerra contra las Moiras en una de cada doce simulaciones. Para alguien tan arriscado como él, resultaba una proporción razonable. Las probabilidades de vencer eran exiguas, pero el premio era infinito: convertirse en señor supremo de todo lo que existía y tener la potestad de crear y destruir universos a su antojo.

—Piensa en ello —le había dicho antes a Mikhon Tiq, susurrándole al oído mientras abrazaba su cuerpo por detrás—. Sólo a partir de esta Brana podría fabricar infinitas variantes. Imagínate un universo donde Lucifer triunfa en su rebelión contra Yahvé y los Titanes siguen gobernando el Olimpo, donde es Loki quien aprisiona y tortura a Tor y el dragón Vritra quien mata al dios Indra, donde Alejandro conquista Roma y Cleopatra asesina a Octavio, donde Hamlet escribe una obra titulada
Shakespeare
y don Quijote lucha contra auténticos hecatonquiros.

Aquellos nombres no significaban nada para Mikhon Tiq, cuyos recuerdos de este universo no se remontaban más allá del año Cero, pero le dejaba hablar.

Ahora, después de los momentos de intimidad, el Pionero había vuelto a enfrascarse en sus matemáticas y, con la lanza entre las manos, murmuraba para sí.

—Concentrando el haz de las tres lunas podemos conseguir un pico de un trillón de teravatios durante medio femtosegundo. Con menos tiempo no podríamos lanzarnos por el túnel primario. Al pasar por el universo Y
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y aplicar la transformación de Bulmar los teravatios se convertirán en yotavatios. Perderemos dos factores de energía cuando pasemos por Z
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, pero eso nos dará acceso a Y
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donde el gradiente la multiplicará por un millón. Para cuando atravesemos X
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, tendremos la energía de un quásar. Pero entonces...

Su voz se hizo inaudible durante un rato. De pronto, su rostro se iluminó y la joya incrustada en su frente pasó del púrpura a un rojo escarlata.

—¡Eso nos daría una posibilidad entre cinco!

Se volvió hacia Mikhon Tiq con una sonrisa que lo hacía parecer más joven.

Y más humano
, añadió Mikha para sí. Demasiado humano, en realidad.

—Ésa es una gran noticia —contestó en voz alta—. Las apuestas mejoran.

—Aún pueden mejorar más. Pero un veinte por ciento de posibilidades de éxito es más de lo que podía soñar antes.

El dios flotó hacia él y lo estrechó entre sus brazos. Por un momento pareció que iba a ocurrir algo más, pero Tubilok estaba demasiado impaciente por continuar con sus cálculos como para distraerse con más placeres carnales.

Unos placeres que habían resultado exquisitos. Mikhon Tiq nunca había hecho el amor con un hombre, aparte de unos escarceos con otro cadete de Uhdanfiún, de los que se avergonzó tanto en su momento que no se los confesó ni a Derguín. Después se había acostado con algunas mujeres, pocas, la mayoría de ellas prostitutas de Koras. Las que elegía él eran siempre bellas y a veces complacientes, pero el sexo nunca había acabado de colmar sus anhelos. Era una necesidad física que había que satisfacer de vez en cuando para no obsesionarse, y poco más.

Hacerlo con Tubilok había sido muy distinto. En parte se debía a que el cuerpo de Mikhon Tiq había cambiado desde que se convirtió en Kalagorinor, sus sentidos normales se habían acrecentado y había descubierto otros que antes no tenía. Pero también habían desempeñado su papel las habilidades del dios, que incluían corrientes eléctricas de todo tipo y trucos aún más refinados, como pequeños bucles temporales en los que durante una fracción de segundo Mikha experimentaba el pico del éxtasis que habría de venir al final, para volver enseguida a la ladera en ascenso del placer presente.

Además, Tubilok, el dios loco, el destructor de Narak, el mismo que iba a aniquilar Tramórea por conseguir esos teravatios que tanto le preocupaban, era un amante dulce y considerado. La impaciencia que manifestaba constantemente había desaparecido mientras ambos se acariciaban, como si por un rato se hubiese desprendido de todas las capas con que había ido envolviendo su ser a lo largo de miles de años y tan sólo fuese la persona desnuda y solitaria que se ocultaba debajo de tanto poder.

Ahora, sin embargo, la impaciencia había regresado.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo Mikhon Tiq.

Tubilok, que había vuelto a aferrar la lanza, asintió. Tras su cabeza brillaba una estrella. Enfocando la vista en ella, Mikha vio que estaba rodeada de anillos. No era una estrella, sino un planeta.

No te distraigas. Debes preguntárselo
.

—¿Por qué quieres arrebatarle el poder a las Moiras?

—¿Es que ahora tienes dudas? —Una chispa peligrosa brilló en los ojos de Tubilok. Por un instante, los tres globos rojos destellaron en su rostro como fantasmas del pasado.

—Las dudas son una consecuencia inevitable de la inteligencia.

—¿Y por qué deben gobernar las Moiras inmutables el Onkos? —preguntó Tubilok en tono irritado.

—Nunca ha sido de otra forma. Entre las syfrõnes se cree que las Moiras son el origen de toda la realidad, que preexisten antes que todos los universos.

—¿Que algo haya sido siempre de una forma en el pasado significa que deba seguir siéndolo en el futuro?

—Futuro y pasado son lo mismo para las Moiras.

—¡Pues van a dejar de serlo! ¿Sabes por qué quiero derrocarlas?

—La verdad es que no —reconoció Mikhon Tiq.

—¡Porque la realidad debe evolucionar!

—Ya lo hace. Las Moiras han creado y crean todo tipo de universos.

Tubilok sacudió la cabeza.

—Está bien. Te diré la verdad, pero tú no se la repetirás a nadie, ni siquiera a ti mismo.

—No lo haré.

—Quiero derrocarlas porque soy
un hombre
. Porque en mi naturaleza está levantar la mirada a las estrellas y estirar la mano para tocarlas. Pero si un hombre, un hombre de verdad, descubre que detrás de las estrellas hay otras estrellas, querrá alcanzarlas. Y si se entera de que hay algo que supera a las estrellas en brillo y belleza, también querrá alcanzarlo. Y si descubre que detrás del horizonte hay otro horizonte, y uno más al otro lado, y que hay infinitos horizontes, querrá llegar a todos ellos y asomarse para ver qué hay más allá. Saber es poseer y poseer es saber, y un hombre de verdad no puede vivir siendo consciente de que en algún lugar de algún universo hay algo que ignora y que por tanto no posee.

—Has dicho hombre. Creí que habías olvidado tu condición natural.

—Nunca la he olvidado y nunca la olvidaré.

—En ese caso, es tu propia especie a la que vas a aniquilar.

—¡He de hacerlo! Debo trascender y dejar atrás los últimos vestigios que me hacen humano, pero precisamente lo hago como homenaje a la humanidad. Las especies se extinguen, las estrellas se apagan, todo llega a su fin en el tiempo. Sin embargo, las estirpes que al desaparecer dejan como legado otro linaje superior demuestran que su existencia ha tenido sentido.

»Y eso es lo que haré yo. Dar sentido al ser humano. Gracias a mí, la humanidad va a extinguirse en un último y apoteósico sacrificio. Con ello le rendiré el mayor homenaje póstumo que se pueda soñar. ¡De este mundo, uno entre miles de millones de un universo que a su vez es sólo uno entre trillones, saldrá el próximo dios supremo de toda la realidad! ¡Y entonces el Hijo del hombre se sentará por siempre en el trono de gloria!

Las pupilas dobles de Tubilok se habían encendido como brasas, mas en ningún momento de su discurso llegó a insinuarse el espectro de los ojos rojos. Mikhon Tiq pensó que todos lo llamaban «el dios loco», pero en su locura encerraba una grandeza que en cierto modo le resultaba admirable.

Tubilok había nacido mortal, con un nombre que tenía prohibido pronunciar a los demás dioses y que le había confesado antes a Mikha mientras lo acunaba en sus larguísimos brazos. Como hombre se había atrevido a transgredir las fronteras de la naturaleza para experimentar con su propio cuerpo y su mente y convertirse primero en acrecentado y luego en dios. Como dios, los límites del sistema solar se le habían quedado pequeños y había convencido a Manígulat de que debían explorar las estrellas. Sin arredrarse por el fracaso de aquella aventura, Tubilok había visto en la brecha espaciotemporal del Prates una oportunidad allí donde los demás sólo veían una amenaza. Había vuelto a experimentar consigo mismo atravesando una puerta que los demás dioses temían como si se abriera a los infiernos, cosa que desde su punto de vista tal vez fuese real. Y después de traspasarla, no se había limitado a quedarse en el umbral como Tarimán, sino que había seguido haciendo honor a su apodo de Pionero, atreviéndose a penetrar en el túnel del Onkos que atravesaba los universos como los hilos del lomo de un libro atraviesan y unen las hojas de papel.

Es el momento de decírselo
, pensó Mikhon Tiq.

—Tubilok, hay algo de lo que debo informarte. Uno de los míos está aquí.

Cuando ambos se teletransportaron a la mansión de Taniar, Kalitres se retorcía en el suelo. La diosa le había quemado los ojos con los rayos de fuego de sus pupilas dobles.

Ciego y todo, el pequeño Kalagorinor escondía muchos recursos. Para evitar que los utilizara, Mikhon Tiq actuó antes de que Taniar o el propio Tubilok pudieran hacer nada. Entró en su castillo como una tromba, subió por las escaleras que llevaban a la torre sur y una vez allí penetró en la estancia donde tejían las hilanderas aprovechando la luz de los amplios ventanales.

Tras tomar el conjuro, salió de su syfrõn y abrió la mano. Un río de haces de luz blanca brotó de ella, alcanzó a Kalitres y trenzó a su alrededor una especie de capullo de gusano formado por hilos translúcidos. El Kalagorinor intentó removerse en vano. Los hilos seguían dando vueltas y vueltas engordando la envoltura, que continuaba siendo blanca pero cada vez dejaba ver menos de lo que encerraba en su interior.

Por fin, Mikhon Tiq bajó la mano. El capullo, que ahora parecía más una momia, había dejado de moverse.

—¿No sería mejor destruirlo? —preguntó Taniar.

Mikhon Tiq la miró a los ojos, los mismos que habían cegado a Kalitres. Los dioses controlaban sus cuerpos de tal manera que resultaba casi imposible adivinar si mentían o no. Pero algo le hizo sospechar que Taniar ocultaba algo.

—No os recomiendo hacerlo aquí. Provocaríais una explosión que podría destruir el Bardaliut. Si queréis hacerlo, que sea muy lejos.

—Si ese hombre era un Kalagorinor como tú —dijo Tubilok—, ¿cómo has podido dominarlo así?

—Cuanto más te entregas a tu syfrõn, más fuerte eres. Por eso yo soy ahora el más poderoso de los Kalagorinôr.

Tubilok lo miraba con satisfacción, pero en los ojos de Taniar hubo un destello de miedo. A Mikha le satisfizo.

Junto a la Roca de Sangre, Kalitres les había dicho a él y a Derguín: «Con suerte, los siete Kalagorinôr juntos podríamos haber derrotado a dos o tres dioses a la vez». Pero Kalitres no conocía, y por tanto no dominaba, el verdadero poder que anidaba dentro de ellos, un poder que no provenía de este universo ni de ningún otro, sino del mismísimo Onkos.

La primera traición había sido a las Moiras. La segunda a Kalitres.

Ahora, la tercera iba a ser a sus amigos.

Tú ya no tienes amigos
.

Estaban en la sala de control. Por el calendario de Tramórea era 22 de Bildanil, y quedaban sólo seis días para la conjunción.

Desde los ventanales del Bardaliut, Anfiún había observado algo raro en el planeta, por lo que había solicitado a Tubilok permiso para enseñárselo en la sala de control. El rey de los dioses pensó que no podía haber nada tan importante que justificara salir del observatorio y abandonar sus cálculos, que cada vez absorbían más su tiempo y su mente. Para entonces, según él, las probabilidades de triunfo de su asalto al Onkos eran de un veintiuno por ciento. Por supuesto, sólo le había confesado sus verdaderos planes a Mikhon Tiq. Delante de los demás dioses seguía manteniendo que su intención era crear un agujero de gusano para viajar entre las estrellas, limitándose al universo Alef.

—Atiéndelo tú —le pidió Tubilok a Mikhon Tiq.

—Anfiún no me profesa precisamente devoción.

—Te teme por mí, y ahora también te teme por ti mismo. Eso es bueno. «Que me odien, siempre que me teman», dijo un antiguo emperador —respondió Tubilok.

Se despidieron con un beso. Mientras atravesaba el largo conducto que unía el observatorio con la sala de control, Mikhon Tiq pensó en las vueltas y revueltas del destino. Al calor de una hoguera en Dogar, se había estremecido cuando Linar le habló por primera vez de Tubilok, el oscuro hermano de Manígulat. Y ahora se besaba con ese ser siniestro, la pesadilla de Tramórea.

Llegó a la sala al mismo tiempo que Anfiún, que venía acompañado por la hiperobesa Pothine. En la escotilla del otro lado se oyó la voz de Vanth, que discutía con Shirta. «Van a morir todos, así que deja que hagamos con ellos lo que queramos.» «Que vayan a morir no significa que tengamos que ser innecesariamente crueles con ellos.» «Mi querida Vanth, si tuvieras una mínima chispa de inteligencia comprenderías que la gracia de la crueldad está en que es innecesaria, como todas las cosas bellas.»

Shirta pasó por fin a la sala, dejando fuera a Vanth. Mientras, Anfiún ya se había dejado caer hasta el suelo curvo, donde había materializado paneles y pantallas gracias a que Tubilok le había autorizado temporalmente el acceso.

—Ah, has venido tú —dijo el dios de la guerra al ver a Mikhon Tiq. Era evidente que quería añadir epítetos como «cachorro humano» o «renacuajo», pero no se atrevía.

—Nuestro señor Tubilok te pide disculpas, pero está demasiado ocupado —dijo Mikhon Tiq.

—Qué considerado es por su parte —respondió Shirta, asomando la lengua bífida entre los labios.

—Lo es. Si tenéis a bien explicarme lo que ocurre, ¡oh venerados dioses!, nuestro señor Tubilok me ha autorizado a solucionar el problema. Tan sólo como un modesto consejero, por supuesto.

Pese a su ascenso de estatus, ellos seguían siendo dioses, por lo que Mikhon Tiq prefería mostrarse humilde y respetuoso en su presencia. Le sacaban más de un metro de altura, y a nadie suele gustarle que le dé órdenes alguien a quien considera un enano.

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