El corazón de Tramórea (24 page)

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Authors: Javier Negrete

BOOK: El corazón de Tramórea
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De pronto se encontró tumbado de espaldas, y el roce de las hierbas y la pinaza en las heridas le escoció como si lo azotaran con un látigo. La diosa estaba encima, le había aferrado las muñecas y le había estirado los brazos por detrás de la cabeza, mientras se movía de tal manera que sus pechos se bamboleaban sobre el rostro de él. ¡Por Taniar, qué fuerza tenía!

Qué pensamiento tan absurdo, hermano. Ella es Taniar
.

—Estás a mi merced, emperador —dijo ella, sin dejar de cabalgarlo.

Los músculos del interior de su cuerpo masajeaban y acariciaban su miembro como si poseyeran dedos y voluntad propios. Nunca había sentido nada parecido con ninguna mujer. Comparado con el sexo normal, aquel exquisito placer era una experiencia tan diferente como degustar caviar del país de los Équitros después de haber probado mojama de atún.

—Podría matarte ahora mismo —dijo ella.

Le acercó una mano a la cara, sacó de nuevo las garras y las apretó contra su nuez. Togul Barok volvió a sentir el calor de su sangre. Al mismo tiempo, en la espalda notó una extraña tirantez, y comprendió que los arañazos de su espalda se estaban cerrando. No era una sensación a la que estuviera acostumbrado, pues aparte de Derguín Gorión nadie había logrado herirlo.

—¿De verdad crees que podrías matarme?

—Así conseguiría la lanza para mí.

—Hazlo, si es lo que deseas.

—Te perdonaré la vida si dejas de fornicarme ahora mismo. Detente y no te mataré.

Por toda respuesta, él la agarró por las caderas y la embistió con más violencia. Un segundo después, volvía a estar encima. Tuvo que recurrir a toda su fuerza para voltearla, y por la forma en que se movió Taniar comprendió que ella no había empleado sus músculos a tope. Pero debió gustarle la reacción de él, porque en ese momento la asaltó el segundo orgasmo.

Y no fue el último.

Después estuvieron hablando horas. Nunca en su vida Togul Barok había mantenido una conversación tan larga con nadie. En ella averiguó más cosas sobre sí mismo de las que sospechaba. Algunas de ellas no tenían mucho sentido para él y, por otra parte, se percató de que Taniar contaba exclusivamente lo que quería contar. Como rezaba el
Táctico
en su capítulo sobre la manipulación, «conseguir que el enemigo conozca de nosotros sólo lo que le filtremos es un arte; lograr que crea sobre sí mismo lo que nosotros deseamos se eleva a la categoría de magia».

Seguramente Taniar pretendía utilizarlo para sus propios fines, pero Togul Barok estaba dispuesto a fingir que lo permitía, siempre que eso le ayudara a aprender las reglas de la partida de ajedrez que se jugaba en Tramórea.

Una de las cuestiones de las que hablaron fue el origen de Togul Barok. Taniar confesó que lo había tomado al principio por un dios, pero luego, mientras hacían el amor, había comprobado con sus propios ojos que no lo era.

—¿Con tus propios ojos?

—Me temo que ven más que los tuyos, emperador de hombres.

Ella le explicó que, gracias a que sus pupilas dobles no sólo penetraban la oscuridad, sino también la carne, había descubierto que su organismo era prácticamente igual que el de los humanos normales, con la salvedad de que era mucho más alto y fuerte, inmune a casi todas las enfermedades concebibles y además podía curarse a sí mismo a una velocidad pasmosa. Pero no poseía huesos reforzados, ni artilugios mágicos incrustados en el cuerpo que le permitieran volar o lanzar rayos de fuego.

—¿Puedes ver lo que tengo en la cabeza? —le preguntó él.

¿Ya me estás delatando otra vez, hermano? ¿Qué hay de nuestro trato?

No recuerdo haber hecho ninguno
.

—Sí, lo he visto. Una especie de gnomo feo y deforme.

¿Te das cuenta? Ella te habría visto aunque yo no le hubiera dicho nada
.

¡Mentira, mentira!

Airado por eso o por el hiriente comentario de Taniar, el homúnculo empezó a arañarle por dentro, hasta que Togul Barok tuvo que decirle:
No voy a pedirle que te mate. Sólo quiero saber por qué nos pasa esto. Pero si insistes en hacerme daño, juro que le pediré que te saque de mi cabeza y te aplaste de un pisotón aunque yo también muera
.

Su gemelo pareció acobardarse con la amenaza, que era sincera: los pinchazos de dolor habían enfurecido sobremanera a Togul Barok. La diosa se dio cuenta y dijo:

—¿Estás discutiendo con tu quimera? ¿Es capaz de hablarte?

—¿Mi quimera? ¿Qué quieres decir?

—¿Sabes si hubo algún suceso raro relacionado con tu concepción o tu nacimiento?

Togul Barok le refirió lo que a su vez le había contado Mendile, la tercera esposa del emperador: que durante el embarazo su madre había sufrido algún tipo de manipulación en el templo de Tarimán. Cuando añadió que sospechaba que esos manejos más bien íntimos eran la causa de su extraña naturaleza, ella asintió.

—Tarimán alteró tu genética usando un waldo.

—No te entiendo.

Taniar se lo explicó. Los waldos eran estatuas móviles que los dioses podían manejar desde el Bardaliut. En la misma noche en que el fuego del cielo asoló Mígranz, los dioses habían utilizado esos waldos para sembrar la destrucción en varias ciudades de Tramórea. En el caso de Tarimán, debía de haber usado el suyo años atrás para crear un semidiós, un híbrido de mortal e inmortal: Togul Barok.

—Hablo en hipótesis. El herrero nunca me ha comunicado sus planes, ni a mí ni a nadie. Pero sospecho que, cuando eras un feto más pequeño que la cabeza de un alfiler, Tarimán te inoculó semillas de dios.

Semillas de dios
. Togul Barok se quedó pensativo.

—Antes del certamen por Zemal, soñé que me trasladaba por arte de magia al Bardaliut. Allí la diosa Himíe se me apareció y me aseguró que era mi madre.

—Podría ser cierto. Podrías ser hijo de Himíe y al mismo tiempo de tu madre humana, compartiendo genes de ambas.

—¿Genes?

—Son diminutas cadenas que todos guardamos en el interior, y esas cadenas están escritas como libros, con leyes y profecías que dictan desde antes de nacer cómo vamos a ser. —La diosa soltó una carcajada—. ¡Se me acaba de ocurrir, pero como metáfora no está mal!

Para los dioses, prosiguió Taniar, la alteración y recombinación de esos genes no guardaba ningún misterio. Sin embargo, durante el proceso con Togul Barok debió surgir algún problema. Dentro del feto transformado en semidiós por Tarimán quedaron incrustadas células sin manipular —las células eran, precisó, los ladrillos del cuerpo—. Esas células, que tenían genes distintos de los de Togul Barok, deberían haber sido devoradas por las demás. Pero, de algún modo, se las habían arreglado para sobrevivir y convertirse en una quimera, el homúnculo diminuto y deforme que habitaba en su cerebro.

—¿Podrías... evitar que me siga torturando? —preguntó Togul Barok.

¡Traidor, lo sabía!
, gritó su gemelo, rascando con saña dentro de su cabeza.
Rrrikkk, rrrikkk, rrrikkk
.

—Sin hacerle daño a él —añadió.

—Tal vez podría sacarlo de tu cabeza y criarlo en un tanque de crecimiento hasta que se convirtiera en un humano completo.

¡Yo no quiero ser humano! Quiero ser un dios como ella
.

Se lo pediremos. Le pediré lo que sea con tal de que dejes de torturarme
.

Entonces...

Pero si insistes en hacerme daño juro que nos mataré a los dos
.

Aquellas palabras parecieron alterar más todavía a su gemelo. Para apaciguarlo, Togul Barok decidió dejar por un rato la conversación, y empezó a acariciar a Taniar entre los muslos al tiempo que le besaba los pechos. Eso provocó una interrupción de media hora que resultó incluso más placentera que las anteriores sesiones; sus cuerpos estaban aprendiendo a conocerse.

Después hablaron de otras cosas. Togul Barok se sintió poeta por un momento y recitó los versos que Barjalión había compuesto para Taniarimya, la primera serie de maestría.

—¡Oh, diosa roja de la sangre, hermosa llama de los cielos! ¡Revélame tus secretos movimientos para que el aire silbe y ensordezca a mis enemigos, y para que mi
kisha
sea cegadora como el relámpago de Manígulat, rey de los dioses, en la oscura noche!

Ella tenía la cabeza y las manos apoyadas en su pecho. Levantó la barbilla para apartarse un poco y entornó los párpados como si fuera miope. Qué curioso, pensó Togul Barok, verse reflejado en unos ojos tan extraños como los suyos. Pero cuanto más los miraba más se acostumbraba a ellos, y empezaba a pensar que era así como debían ser unas pupilas.

—De modo que así es como me invocáis los maestros de la espada.

—Es necesario para convertirse en Tahedorán y lucir esto —dijo él, mostrándole el brazalete de oro con ocho marcas rojas. Era lo único que llevaba encima de la piel.

—Es halagador. Pero tendréis que cambiar el último verso. Manígulat ya no existe.

Aquello le interesó.

—¿Cómo?

—Ahora su espíritu está prisionero en la otra mitad de la lanza de Prentadurt.

Taniar le habló de Tubilok y de sus planes para abrir el Prates. Mucho de lo que contaba le resultaba ininteligible, pero escuchó con atención.

—Temo que todo acabe con la destrucción total —confesó Taniar.

—Y eso no te complacería.

—Les tengo cierto cariño a Tramórea y a Agarta. Y, por supuesto, a mi propia existencia —dijo ella, enredando en el vello de su pecho con las uñas—. Es curioso. Hacía mucho que no tocaba un cuerpo con pelo.

—¿Qué es Agarta?

—Si Tramórea es la tierra, Agarta es su contratierra. Ya lo descubrirás cuando llegue el momento.

Togul Barok se resignó. Si ella no quería explicar algo, era inútil sonsacárselo.

En cierto modo, le gustaba esa reserva. La mayoría de las mujeres que había conocido, en el harén o fuera de él, se le sometían demasiado rápido. Según los poetas, las mujeres rara vez se entregan del todo, o lo hacen a un solo hombre y una sola vez en la vida. Quizá en su caso era distinto, quizá la sangre divina de Togul Barok hacía que lo miraran con adoración y se le rindiesen.

Taniar, en cambio, era una ciudadela alta, rocosa, casi inexpugnable.
Casi
. Por eso la idea de conquistarla, al asalto o consiguiendo que ella misma le entregara las llaves, le seducía tanto.

—Él también me habló de destrucción.

La diosa volvió a levantar la cabeza y le miró con una mezcla de curiosidad y suspicacia.

—¿Quién es él?

—Un viejo —contestó Togul Barok—. Alguien que no es un dios, pero tampoco parece un simple mortal. Vaticinó que antes de un mes Áinar y todos los demás reinos dejarían de existir.

—En eso tiene razón. Cuando llegue la conjunción de las tres lunas, será la última. ¿Qué más te contó ese viejo?

Togul Barok le habló del viaje a Guinos, donde encontrarían una puerta.

—Un portal Sefil —comentó ella—. Cuando llegues, te sorprenderás de lo rápido que se puede viajar a través de él.

—¿Dónde nos llevará ese portal?

—Lejos, muy lejos. Al este.

Volvió a apoyar la cabeza en el pecho de él y cerró los ojos. Togul Barok comprendió que, al igual que Linar, ella tampoco pensaba decirle cuál era su lugar de destino. Sintió deseos de tirarle del pelo para obligarla a hablar. Una idea más bien temeraria con alguien que podía degollarlo con sus garras.

—El viejo también me dijo que debía utilizar la lanza para proteger a mis hombres del mal que flota en el desierto de Guinos —comentó, como de pasada.

Taniar se incorporó, y esta vez se despegó de él y se sentó en el suelo, con los talones cruzados sobre los muslos.

—No se te ocurra hacerlo. No debes utilizar la lanza en ninguna circunstancia.

—¿Es que alguien más sabe que la tengo?

—Por ahora no. Pero, aunque Tubilok ya no posee los ojos de los Tíndalos, tiene recursos de sobra para localizar la lanza. Hasta ahora te has salvado porque tiene la cabeza ocupada en otros asuntos, pero eso no significa que tu suerte vaya a durar siempre.

—¿Para qué me sirve poseer media lanza de Prentadurt si no puedo usarla?

—Llegado el momento es posible que tengas que utilizarla. Pero esa ocasión será decisiva y definitiva. No hay por qué adelantarla.

Togul Barok recordó la profecía que le había traducido Derguín. Ahora, tras su larga estadía en aquellos túneles con la Tribu había aprendido el Arcano y podía comprender los versos por sí solo.

Cuando un medio hermano

posea de Tarimán el arma

entonces lanza negra y espada roja

entre sí chocarán en el terrible Prates

donde arden por siempre las llamas del gran fuego.

¿De modo que debía luchar contra Derguín en el Prates, allá dondequiera que se encontrase tal lugar? La profecía era confusa, pues la lanza se había convertido en dos. Uno de los fragmentos había vuelto a poder de Tubilok, mientras que el otro lo guardaba él. ¿Cuál de las dos mitades lucharía contra
Zemal
? ¿Quién la blandiría?

Esas cuestiones ya se dilucidarían. Además, él era Togul Barok, emperador de Áinar, acostumbrado a forjar su propio destino. No tenía por qué obedecer el dictado de unos versos escritos hacía siglos.

—Si no he de usar la lanza, ¿cómo protegeré a mis hombres?

—¿Te preocupas por ellos? —preguntó Taniar, con lo que parecía genuina curiosidad.

—Me son útiles.

—Eran muy rápidos —dijo ella con aire pensativo—. Extremadamente rápidos. Al igual que tú. ¿Cómo lo hacéis?

—¿Cómo lo haces tú, oh diosa?

Ella se rió, divertida por el vocativo.

—Yo pregunté primero. Además, como bien has dicho, soy una diosa. —Extendió los dedos delante de su propia cara y sacó las garras, que destellaron en la oscuridad. Su cuerpo seguía salpicado de puntitos fosforescentes que resaltaban sus formas.

—Pronunciamos mentalmente fórmulas mágicas —explicó Togul Barok—. Al hacerlo tenemos la impresión de que el mundo exterior se vuelve más lento. A veces me he preguntado si no sería así en realidad, si las Tahitéis, en lugar de alterarnos a nosotros, no afectan al resto del mundo.

—¡Deliciosamente solipsista! ¿Así pues, crees que se trata de magia?

—¿Qué otra cosa podría ser?

—Cualquier tecnología lo bastante avanzada no se distingue de la magia. ¡Que gran verdad! Pero dime una cosa, ¡oh emperador de Áinar! ¿Todos los mortales conocéis esas fórmulas mágicas?

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