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Authors: Arthur Koestler

El cero y el infinito (20 page)

BOOK: El cero y el infinito
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Miró el reloj. Las paredes de la celda se iban coloreando de un gris sucio, y el pedazo de periódico que tapaba el hueco del cristal roto se movía a impulsos de la brisa matinal. En la plataforma del muro opuesto, el centinela seguía paseando.

—Para un hombre con tu pasado —continuó Ivanov— esta súbita repulsión contra los métodos experimentales es algo cándida. Todos los años mueren millones de gentes sin beneficio alguno, por las epidemias u otras catástrofes naturales. ¿Y vamos nosotros a asustarnos ante la necesidad de sacrificar unos cuantos cientos de miles para continuar el más prometedor experimento de la historia? No me refiero a los que mueren por falta de alimento y por la tuberculosis en las minas de carbón y de mercurio, en los campos donde se cultiva el arroz y en las plantaciones de algodón. De ésos nadie se ocupa, ni se pregunta cómo ni cuándo. Pero si fusilamos a unos miles de personas que, objetivamente son perjudiciales, los humanitarios de toda la tierra echan espuma por la boca. Sí; hemos liquidado a la parte parásita de los campesinos dejándola morir de hambre. Era una operación quirúrgica, que había que hacer de una vez por todas. Ya hemos olvidado que en los buenos viejos días antes de la Revolución morían en igual cantidad en un solo año de sequía, sólo que sin sentido e inútilmente. Las víctimas de las inundaciones del río Amarillo en China ascienden algunas veces a cientos de miles. La naturaleza es generosa en sus insensibles experimentos con el género humano. ¿Por qué el género humano no ha de tener derecho a experimentar en sí mismo?

Hizo una pausa. Rubashov no contestaba. Siguió:

—¿Has leído alguna vez algún folleto de propaganda de una sociedad antiviviseccionista? Te parten el corazón y te dejan quebrantado por algún tiempo; cuando lees que el pobre perro al que han cortado el hígado en pedazos, gime y lame la mano de su atormentador, sientes tantas náuseas como las que tú sentías anoche. Pero si los antiviviseccionistas consiguieran lo que se proponen, no habría sueros contra el cólera, ni se podría prevenir la tifoidea o la difteria...

Acabó de beberse el resto de la botella, bostezó, se desperezó, levantóse, y se acercó cojeando a Rubashov, que seguía junto a la ventana. Miró hacia fuera.

—Ya es de día —dijo—. No seas tonto, Rubashov. Todo lo que te he dicho esta noche son cosas elementales que sabes tan bien como yo. Te hallabas en un estado de depresión nerviosa, pero ya pasó.

Estaba al lado de Rubashov, junto a la ventana, con un brazo sobre su hombro, y su voz sonaba casi tierna.

—Vete ahora a dormir, viejo camarada —le instó—; mañana termina el plazo y los dos debemos tener la cabeza clara para redactar su declaración. No te encojas de hombros, bien sabes que estás casi convencido de que firmarás. Si lo niegas es sólo por cobardía moral. La cobardía moral ha llevado a muchos al martirio.

Rubashov siguió mirando la grisácea luz del amanecer. El centinela estaba en aquel momento dando media vuelta, y sobre la torrecilla de la ametralladora se veía el cielo, de un gris pálido, con una sombra de rojo.

—Lo pensaré definitivamente —dijo Rubashov al cabo de unos minutos.

Cuando se cerró la puerta detrás de su visitante, Rubashov reconoció que ya estaba casi derrotado. Se tiró en el camastro, agotado y, no obstante, con una extraña sensación de alivio. Le parecía que se encontraba vacío por dentro, y, al mismo tiempo, sentía como si le hubiesen quitado un peso de encima. La llamada patética de Bogrov había perdido en su memoria algo de su agudeza acústica. ¿Quién podría calificar de traición que se guarde fe a los vivos y no a los muertos?

En tanto que Rubashov dormía profundamente y sin sueños (también se había calmado el dolor del diente), Ivanov, en el camino a su cuarto, hizo una visita a Gletkin. Gletkin estaba sentado a su mesa, minuciosamente uniformado, y trabajaba en unos ficheros. Durante muchos años había tenido la costumbre de trabajar toda la noche tres o cuatro veces por semana. Cuando Ivanov entró en la habitación, Gletkin se puso de pie y se cuadró.

—Ya está arreglado todo —habló Ivanov—; mañana firmará. Pero he tenido que sudar para reparar tu idiotez.

Gletkin no contestó; seguía rígidamente en posición de firme. Ivanov, que recordaba la movida escena que había tenido con él antes de su visita a Rubashov, y sabía lo vengativo que era su subordinado, se encogió de hombros y le sopló un poco de humo en la cara.

—No seas tonto —le dijo—. Todavía tomas las cosas como asuntos personales. Si hubieras estado en su lugar, habrías sido aún más testarudo.

—Yo tengo la fortaleza de que él carece —dijo Gletkin.

—Pero eres un completo idiota —repuso Ivanov—; sólo por esa contestación, te debían matar antes que a él.

Se acercó a la puerta cojeando y salió dando un portazo.

Gletkin se sentó a la mesa otra vez. No creía en el triunfo de Ivanov, y al mismo tiempo, lo temía. La última frase de Ivanov había sonado como una amenaza; nunca se sabía si hablaba en serio o en broma. Es probable que ni él mismo lo supiera, como pasaba con todos esos cínicos intelectuales...

Gletkin se encogió de hombros, se ajustó el cuello y los puños del uniforme, y siguió trabajando en el montón de documentos.

TERCER INTERROGATORIO

Hay ocasiones en que las palabras deben servir de pantalla a los hechos. Pero esto debe hacerse de manera que nadie se dé cuenta de ello, y para el caso de que trasluciera, hay que tener preparadas excusas y hacer de ellas uso inmediatamente.

MAQUIAVELO, Instrucciones a Raffaello Girolami.

Pero que tu respuesta no sea más que sí, sí; no, no; porque quienquiera que diga más que esto hace mal.

S. MATEO, V. 37.

1

EXTRACTO DEL DIARIO DE N. S. RUBASHOV, EN EL VIGÉSIMO DÍA DE CAUTIVERIO

... Vladimiro Bogrov se ha caído del columpio. Hace ciento cincuenta años, el día de la toma de la Bastilla, el columpio europeo empezó otra vez a balancearse después de una larga inacción. Habíase separado de la tiranía con gusto, y había continuado, con ímpetu al parecer indomable, subiendo hacia la libertad, elevándose durante cien años, cada vez más alto en las esferas del liberalismo y de la democracia. Pero, sin saber por qué, el paso se fue haciendo más lento; la oscilación alcanzó el punto más alto de su recorrido, donde a la vez se inicia el retroceso, se detuvo un segundo, y empezó la carrera en sentido contrario, con velocidad creciente. Con el mismo ímpetu con que había subido, el columpio llevó otra vez a sus pasajeros de la libertad a la tiranía, y aquel que mirando a la altura olvidó agarrarse, se mareó y cayó.

Todo aquel que desee evitar el vértigo ha de procurar encontrar la ley del movimiento del péndulo, puesto que la historia parece presentar un movimiento pendular que va del absolutismo a la democracia, y de la democracia vuelve a la dictadura absoluta.

La cantidad de libertad individual que un pueblo puede conquistar y conservar depende del grado de su madurez política. El movimiento pendular antes citado parece indicar que la madurez política de las masas no sigue en su desarrollo una curva ascendente continua, como lo hace el crecimiento de un individuo, sino que está determinada por leyes más complicadas.

La madurez política de las masas queda implícita en la capacidad de reconocer sus propios intereses. Esto, sin embargo, presupone cierto conocimiento del proceso de producción y distribución de los artículos y géneros de consumo. La capacidad de un pueblo para gobernarse a sí mismo democráticamente es, de este modo, proporcionada al grado de entendimiento que posee acerca de la estructura y funcionamiento del cuerpo social.

Ahora bien, cada perfeccionamiento técnico crea una nueva complicación en la maquinaria económica, provoca la aparición de nuevos factores y combinaciones, que las masas no pueden comprender durante cierto tiempo. En cada salto del progreso técnico, el relativamente más lento desarrollo intelectual de las masas queda un paso más atrás que aquél; viene a resultar, de este modo, un descenso en el termómetro de la madurez política.

Pasan décadas, a veces generaciones enteras, antes de que el nivel de comprensión de un pueblo se adapte gradualmente a la modificada condición de la vida, esto es, hasta que vuelve a tener la misma capacidad para gobernarse a sí mismo que tenía en un escalón inferior de civilización. En consecuencia, la madurez política de las masas no puede expresarse en una cifra absoluta, sino sólo relativamente, es decir, en proporción al estado de la civilización en aquel momento.

Cuando las masas son conscientes en un grado equivalente al progreso material alcanzado, sigue inexcusablemente un período de predominio democrático, al que se llega pacíficamente o por la fuerza. Hasta que el próximo salto de la técnica (por ejemplo, el descubrimiento del telar mecánico), deja otra vez a las masas en un estado de relativa inmadurez, y hace posible, y hasta necesario, alguna forma de gobierno absolutista.

Este proceso podría compararse al paso de un barco a través de un canal de esclusas.

Cuando entra en la primera esclusa, el barco está a un nivel más bajo con relación a la capacidad de la misma, y poco a poco, a medida que la esclusa se llena de agua, se va elevando harta ese nivel. Pero esta nivelación es sólo ilusoria, pues al llegar a la segunda esclusa, el proceso tiene que repetirse. Los muros de las cámaras de la esclusa representan el estado objetivo de control de las fuerzas naturales, o sea la civilización técnica; el nivel de agua en la esclusa indica la madurez política de las masas. No tendría significado medir esta última como una altura absoluta cobre el nivel del mar; lo que cuenta es la diferencia de niveles en las cámaras de la esclusa.

El descubrimiento de la máquina de vapor inició un período de rápido progreso material y, en consecuencia, un igualmente rápido período de subjetivo retroceso político. La era industrial es aún joven en la historia, así que la discrepancia entre su extremadamente complicada estructura económica y la comprensión que las masas tienen de ésta es todavía muy grande. De esta manera, es comprensible que la relativa madurez política de las naciones en la primera mitad del siglo XX, sea menor que la que tenían doscientos años antes de Jesucristo, o bien al concluir el período feudal.

El error de la teoría socialista fue creer que la conciencia de las masas se desarrolla de un modo constante y continuo, y de ahí su desorientación ante el movimiento pendular de la última etapa, esa automutilación ideológica de los pueblos. Nosotros creíamos que la adaptación de las masas mundiales al cambio de las circunstancias era un proceso simple que podía medirse en años; mientras que, según la experiencia histórica, hubiera sido mucho más adecuado medirlo por siglos. Los pueblos de Europa están muy lejos todavía de haber digerido mentalmente las consecuencias de la máquina de vapor, y el sistema capitalista se vendrá abajo antes que las masas lo hayan entendido.

En el País de la Revolución, las masas están gobernadas por las mismas leyes de pensamientos que en otras partes. Han llegado a la esclusa superior, pero todavía están por debajo del nivel de la posición más alta del canal. El nuevo sistema económico que ha sustituido al antiguo es aun más incomprensible para ellos. Hay que empezar de nuevo la penosa y laboriosa subida, y pararán probablemente varias generaciones antes de que el pueblo llegue a entender al nuevo estado de cosas, que ellos mismos crearon con la Revolución.

Hasta entonces, a pesar de todo, es imposible una forma democrática de gobierno, y la cantidad de libertad individual que se puede conceder es aún menos que en los otros países.

Hasta entonces, nuestros dirigentes están obligados a gobernar como si se encontrasen en un espacio vacío, lo que, medido por el patrón clásico liberal, no es espectáculo agradable. Pero no hay que olvidar que todo el horror, la degradación y la hipocresía que resaltan a primera vista, no son más que la consecuencia visible e inevitable de la ley que antes hemos citado. ¡Desgraciado del tonto y del esteta admirador de la teoría pura que se limita a preguntar el cómo y no el porqué! ¡Pero desgraciada también de la oposición en un período en que las masas no están, relativamente, maduras, como ocurre en el período actual!

En las épocas de madurez política es deber y función de la oposición apelar a las masas, mientras fuera de estos períodos sólo los demagogos invocan el "Superior juicio del pueblo".

Durante estas épocas la oposición tiene dos alternativas: apoderarse del poder mediante un golpe de Estado, sin contar con el apoyo de las masas; o arrojarse del columpio en muda desesperación. "Morir en silencio."

Hay un tercer camino que también es compatible, y que en nuestro país se ha convertido en sistema, que consiste en negar y suprimir la propia convicción, cuando no hay manera de materializarla. Como el único criterio moral que reconocemos es el de la utilidad social, la desaprobación pública del propio criterio para permanecer en las filas del partido es evidentemente más,honorable que el acto quijotesco de continuar una lucha sin esperanza.

Todas las cuestiones de orgullo personal, los prejuicios que existen por todas partes contra ciertas formas de humillación, los sentimientos personales de cansancio, disgusto y vergüenza, hay que arrancarlos de raíz...

2

Rubashov había empezado a escribir sus reflexiones sobre el "columpio" inmediatamente después del toque de diana en la mañana del día siguiente a la ejecución de Bogrov y la visita de Ivanov.

Cuando le llevaron el desayuno, bebió un trago de café y dejó enfriar el resto. Su escritura, que durante los últimos días había perdido su carácter haciéndose imprecisa y laxa, volvió otra vez a ser firme y disciplinada; las letras se hicieron más pequeñas e iguales y los floreos abiertos se convirtieron en ángulos agudos. Cuando leyó lo escrito, se dió cuenta del cambio.

A las once de la mañana fueron a buscarlo para dar su paseo, como de costumbre, y tuvo que suspender su trabajo. Al llegar al patio, no le dieron como compañero de ronda al viejo Rip van Winkle, sino a un delgado campesino con alpargatas. Rip van Winkle no estaba en el patio, y sólo entonces advirtió Rubashov que no había oído a la hora del desayuno su acostumbrado "Arriba los pobres del mundo". Según las apariencias, se habían llevado al pobre viejo, sólo Dios sabía dónde.

Desgraciada y haraposa polilla que había sobrevivido de modo milagroso e inútil a su ciclo vital, para reaparecer en la estación contraria, dar unos cuantos revoloteos en círculo y caer luego convertida en polvo.

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