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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El brillo de la Luna (15 page)

BOOK: El brillo de la Luna
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Shizuka permaneció en silencio y examinó el rostro de Kenji bajo la luz de la lámpara. Mientras tanto, intentaba otorgar sentido a toda la información que él le había dado y descifrar los secretos que escondía. Tuvo la impresión de que su tío se alegraba de compartir con ella sus preocupaciones e imaginó que no se las había revelado a nadie, ni siquiera a sus propios padres. Shizuka era consciente del gran afecto que Kenji había sentido por Shigeru y que aún sentía por Takeo, y podía imaginar el conflicto interior que le supondría tener que ser partícipe de la muerte del muchacho. Nunca antes había oído a Kenji, ni a ningún otro miembro de la Tribu, hablar con tanta franqueza sobre las discrepancias entre los maestros.

Si las familias Muto y Kikuta se enemistaran, ¿podría la Tribu sobrevivir? Parecía un peligro mayor que cualquier acción que Arai o Takeo pudieran llevar a cabo.

—¿Dónde está tu hija ahora? —preguntó Shizuka.

—Creo que se encuentra en una de las aldeas secretas de los Kikuta, al norte de Matsue —Kenji hizo una pausa y después habló de forma reposada, no exenta de dolor—: Yuki se casó con Akio a principios de año.

—¿Con Akio? —repitió Shizuka, atónita.

—Sí, pobre muchacha. Los Kikuta insistieron y no pude negarme. Desde que eran niños, se había hablado de unirlos en matrimonio. Yo no tenía motivos reales para negar mi consentimiento; sólo me embargaban los sentimientos irracionales de un padre hacia su única hija. Mi esposa no compartía mis temores y era muy partidaria de la boda, sobre todo porque Yuki ya estaba embarazada.

Shizuka no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿El niño era de Akio?

Kenji negó con un gesto. Shizuka nunca había visto a su tío de aquella manera, incapaz de articular palabra.

—¿No sería de Takeo?

Kenji asintió. La llama de la lámpara fluctuaba; en la casa reinaba el silencio.

Shizuka no supo cómo responder. Sólo le venía a la mente el hijo que Kaede había perdido. Le pareció escuchar de nuevo la pregunta que la joven le había formulado en el jardín de la casa de Shirakawa: "¿Se habrían llevado al niño como se llevaron a Takeo?". El hecho de que la Tribu estuviera en posesión de un hijo de Takeo le parecía a Shizuka algo extraordinario, urdido por el destino cruel del que los humanos no pueden escapar por mucho empeño que pongan.

Kenji respiró hondo y continuó:

—Yuki se encaprichó con Takeo después del incidente de Yamagata, y se puso de su parte en contra del maestro Kikuta y de mí. Como puedes imaginar, yo mismo me encontré angustiado una vez que se hubo tomado la decisión de secuestrar a Takeo en Inuyama, antes del intento de asesinato a Ilida. Traicioné a Shigeru. Creo que nunca me perdonaré por el papel que jugué en su muerte. Durante años había sido mi mejor amigo. Sin embargo, en aras de la unidad en el seno de la Tribu, accedí a los deseos de los Kikuta y les envié a Takeo. Confieso que me habría gustado morir en Inuyama, pues acaso mi muerte hubiese podido borrar la vergüenza que sentía. No he hablado de este asunto con nadie, salvo contigo.

»Desde luego, los Kikuta están encantados de tener al niño en sus manos. Nacerá en el séptimo mes. Confían en que herede los poderes de sus progenitores. Achacan los defectos de Takeo a su crianza, por lo que tienen la intención de educar al niño desde la cuna —Kenji se interrumpió. En la habitación se palpaba el silencio—. Di algo, sobrina, aunque tan sólo sea que me merezco sentirme tan desgraciado.

—No soy yo quien debe juzgar tus actuaciones —replicó Shizuka en voz baja—. Lamento que hayas sufrido tanto. Me asombra el modo en el que el destino juega con nosotros, como si fuéramos piezas de ajedrez.

—¿Ves fantasmas alguna vez?

—Sueño con el señor Shirakawa —admitió la joven. Tras una larga pausa, añadió—: Supongo que sabes que Kondo y yo le matamos para proteger a Kaede y al hijo de ésta —Shizuka escuchó la respiración de su tío, pero como no respondió nada continuó hablando—: El padre de Kaede perdió la cabeza y estuvo a punto de violarla y matarla a continuación. Yo quería salvar su vida y la de su hijo, pero perdió al niño y enfermó de gravedad. No sé si Kaede recuerda lo que hicimos, pero no dudaría en volverlo a hacer.

A pesar de ello, por alguna razón, tal vez porque no he hablado con nadie sobre este asunto, ni siquiera con Kondo, la muerte del señor Shirakawa me persigue.

—La acción está justificada, ya que teníais que salvar la vida de la señora Shirakawa —replicó Kenji.

—Fue uno de esos momentos en los que no hay tiempo para pensar. Kondo y yo actuamos por instinto. Yo nunca había matado a un hombre de su posición. Me parece un crimen horrible.

—Mi traición a Shigeru también fue un crimen. Me visita en sueños. Le veo tal y como lo sacamos del río, cuando le aparté la capucha del rostro y le supliqué que me perdonara; pero él sólo tuvo aliento para hablar a Takeo. Noche tras noche, llega hasta mí.

Hubo otro prolongado silencio.

—¿En qué piensas? —susurró Shizuka—. No se te ocurriría dividir a la Tribu, ¿verdad?

—Debo hacer lo que sea mejor para la familia Muto —replicó Kenji—. Por otra parte, los Kikuta tienen a mi hija y pronto tendrán a mi nieto. Éstas son mis obligaciones principales. Por otro lado, cuando conocí a Takeo le juré que, mientras yo viviera, estaría a salvo. No voy a perseguir su muerte. Tendremos que esperar y ver hacia qué bando se decanta. Los Kikuta quieren que los Otori le provoquen y le hagan entrar en batalla. Han estado concentrando su atención en Hagi y en Terayama —Kenji exhaló un suspiro—. Supongo que el pobre Ichiro será su primer blanco. ¿Qué crees que harán Takeo y Kaede una vez que estén casados?

—Kaede está decidida a heredar Maruyama —replicó Shizuka—. Imagino que viajarán hacia el sur lo antes posible.

—Maruyama cuenta con pocas familias de la Tribu —terció Kenji—. Takeo estará más seguro allí que en cualquier otro sitio —Kenji se quedó en silencio, sumido en sus pensamientos. Entonces, sonrió ligeramente—. Sin duda, nosotros somos culpables de ese matrimonio. Los juntamos; incluso llegamos a alentar la atracción del uno por el otro. ¿En qué estaríamos pensando?

Shizuka recordó el pabellón de lucha de Tsuwano y escuchó los golpes de los palos de madera, la lluvia que arreciaba en el exterior; vio los jóvenes rostros llenos de vida, en el umbral de la pasión.

—Puede que sintiéramos lástima por ellos. Eran peones utilizados en una conspiración más compleja de lo que pudieran sospechar; ambos morirían antes de empezar a vivir.

—O tal vez tú tengas razón y fuéramos nosotros los peones —replicó su tío—. Que Kondo emprenda viaje mañana. Quédate aquí a pasar el verano; será bueno hablar de estos asuntos contigo. Tengo que tomar decisiones importantes que sin duda afectarán a muchas generaciones venideras.

5

Las primeras semanas que pasamos en Maruyama las dedicamos a restaurar las tierras, tal y como Kaede había previsto. A nuestra llegada recibimos una bienvenida cálida y sincera. Pero Maruyama era un dominio extenso; contaba con muchos lacayos que accedían a su cargo de forma hereditaria y un con un nutrido consejo de notables, tan testarudos y conservadores como casi todos los ancianos. Mi reputación como vengador de Shigeru me resultaba favorable, si bien los rumores habituales sobre cómo había llevado a cabo la venganza volvieron a aflorar: mi dudoso origen, las acusaciones de brujería... Mis guerreros Otori me eran fieles, y yo depositaba una confianza absoluta en Sugita, su familia y sus soldados. Sin embargo, sospechaba de muchos otros hombres, al igual que ellos sentían recelos hacia mí.

Sugita se mostraba feliz a causa de nuestro matrimonio y me confesó que en cierta ocasión le había asegurado a Kaede que yo podría lograr la unidad de los Tres Países y traer la paz. A los notables, en términos generales, la boda les había sorprendido enormemente. Ninguno se atrevió a decírmelo cara a cara, pero por sus insinuaciones y sus conversaciones en voz baja inferí que habían esperado un matrimonio con Fujiwara. Tal circunstancia no me preocupaba especialmente, pues por aquel entonces no tenía ni idea del inmenso poder ni de la influencia del aristócrata; pero me impulsaba a pasar a la acción. Tenía que atacar Hagi y asumir el control del clan Otori. Una vez que hubiera ganado lo que legítimamente me pertenecía y hubiese establecido mi base en la ciudad, nadie osaría cuestionar mi liderazgo ni a desafiarme.

Entretanto, mi esposa y yo dirigimos nuestra atención al estado de las tierras. Todos los días partíamos a caballo junto a Sugita e inspeccionábamos los bosques, los campos de cultivo, las aldeas y los ríos. Dábamos orden para que se realizasen las reparaciones necesarias, se arrancasen los árboles secos, se podasen los frutales y se plantasen las semillas. La supervisión de las fincas era adecuada y el sistema de impuestos parecía sensato y equitativo. Aunque en estado de abandono, el dominio gozaba de riqueza; sus gentes eran laboriosas y emprendedoras. No fue difícil animarlos a recuperar la actividad y prosperidad de las que habían disfrutado bajo el gobierno de la señora Naomi.

La residencia y el castillo también se encontraban desatendidos; pero recobraron su antiguo esplendor en cuanto Kaede abordó los arreglos necesarios. Se reemplazaron las esteras, se pintaron las mamparas y se pulieron los suelos. En el jardín se hallaba el pabellón construido por la abuela de Naomi. Esta última me había hablado del edificio cuando nos conocimos en Chigawa y me había prometido que algún día tomaríamos allí el té. Cuando la decoración de la rústica estructura de madera se hubo terminado y Kaede preparó la infusión, tuve la sensación de que la promesa se había cumplido, aunque la propia Naomi hubiera muerto.

En todo momento sentía yo la presencia de la anterior señora Maruyama y de Shigeru junto a nosotros. Como decía el abad de Terayama, a través de Kaede y de mí ambos tenían la oportunidad de volver a la vida. Conseguiríamos todos los sueños que ellos habían concebido, pero que se les negaron. Kaede y yo colocábamos tablillas y ofrendas en un pequeño santuario situado al fondo de la residencia y rezábamos suplicando ayuda y consejo. Yo me sentía aliviado por estar llevando a cabo los últimos deseos de Shigeru y Kaede parecía sentirse más contenta que en toda su vida.

Habría sido una época de plena felicidad, en la que celebrar nuestra victoria y observar cómo los campos y las gentes volvían a florecer, de no ser por la oscura tarea que me veía obligado a emprender, una tarea que no me proporcionaría el más mínimo placer. Sugita intentaba convencerme de que en la ciudad no existían miembros de la Tribu, pues se ocultaban de forma magistral y realizaban sus operaciones en absoluto secreto. Yo sabía de ellos gracias a los documentos de Shigeru y tampoco había olvidado los hombres que Hiroshi describió, aquellos que aparecieron como caídos del cielo, vestidos con ropas oscuras, y mataron a su padre. No encontramos sus cuerpos entre los cadáveres de Asagawa. Habían sobrevivido a la batalla y me estarían siguiendo.

De las familias recogidas en los informes de Shigeru, casi todas eran Kuroda e Imai; también había varios miembros de los Muto, comerciantes acaudalados. En aquellas tierras sólo existía una familia Kikuta, pero ésta mantenía la habitual superioridad sobre las demás estirpes. Yo me aferraba a las palabras de la profecía, según las cuales sólo podría morir a manos de mi propio hijo; aunque durante el día solía creerlas, por las noches no dejaba de estar atento a cada sonido y apenas lograba conciliar el sueño. Únicamente probaba la comida cocinada o supervisada por Manami.

No tuve noticia alguna de Yuki; no sabía si su hijo había nacido ni si sería varón. Kaede continuó sangrando todos los meses del verano. Yo era consciente de su decepción por no poder concebir un hijo, si bien no podía evitar sentir cierto alivio. ¿Qué ocurriría si Kaede me daba un hijo varón?

El asunto de cómo actuar con la Tribu me asediaba constantemente. Los primeros días que pasé en la ciudad de Maruyama envié mensajes a las familias Kikuta y Muto en los que les informaba de mi deseo de que me asesoraran y les pedía que acudieran a visitarme al día siguiente. Aquella noche hubo un asalto a la residencia y alguien intentó robar los documentos. Me desperté y escuché un ruido en la habitación; percibí la figura de un hombre en la oscuridad, pedí explicaciones y, luego, le seguí hasta los portones con la esperanza de atraparle vivo. Al saltar por encima de la tapia, el hombre perdió la invisibilidad y, antes de que yo pudiera evitarlo, los guardias apostados en el exterior le mataron. Vestía de negro y estaba tatuado como Shintaro, el asesino que había atentado contra Shigeru en Hagi. Averigüé que pertenecía a los Kuroda.

La mañana siguiente, envié hombres a casa de los Kikuta e hice arrestar a todos los miembros de la familia. Entonces, aguardé para ver quién mantendría la cita conmigo. Aparecieron los dos ancianos Muto, quienes se mostraron astutos y escurridizos. Les di la opción de abandonar la comarca o bien renunciar a su lealtad a la Tribu. Alegaron que tendrían que consultar con sus hijos. Durante dos días no supe nada de ellos; entonces, un arquero oculto intentó matarme mientras cabalgaba junto a Amano y Sugita en una zona remota de la campiña.
Shun
y yo escuchamos el sonido de la flecha al mismo tiempo y logramos esquivarla; dimos caza al arquero con la esperanza de sacarle información, pero ingirió una cápsula de veneno. Pensé que tal vez fuera el segundo hombre que Hiroshi había visto, pero no tenía forma de asegurarme.

Para entonces, mi paciencia se había agotado. Consideré que la Tribu estaba jugando conmigo porque sospechaban que no tendría la osadía de enfrentarme a la organización. Aquella noche mandé ahorcar a todos los adultos de la familia Kikuta y envié patrullas a otras cincuenta casas o más con órdenes de liquidar a todos los moradores, excepto a los niños. Confiaba en librar de la muerte a los pequeños, pero los miembros de la Tribu envenenaron a sus propios hijos para evitar que cayeran en mi poder. Los ancianos volvieron a visitarme, pero mi oferta había expirado. Les permití elegir entre el veneno y el puñal, y ambos tragaron una cápsula de veneno de inmediato.

Unos cuantos miembros de la Tribu huyeron del dominio, pero yo no contaba con recursos suficientes como para perseguirlos. No obstante, casi todos permanecieron encerrados en alcobas secretas o en aldeas ocultas en las montañas. Nadie habría podido seguirles la pista, excepto yo, que lo sabía todo sobre ellos y había recibido su mismo entrenamiento. En el fondo de mi corazón me sentía asqueado por mi propia crueldad. Me horrorizaba el hecho de matar salvajemente a aquellas familias, al igual que un día hicieran con la mía; mas no tenía alternativa. Les proporcioné una muerte rápida; no los crucifiqué ni los quemé vivos, ni tampoco los colgué por los talones. Mi objetivo consistía en erradicar un mal, no en aterrorizar a las gentes.

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