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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (5 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—¿Perder?, todos hemos perdido. Todo ha acabado, ¿es que no lo ves? Está escrito en el libro de los tiempos. La hora de este planeta ha llegado. Todos desapareceremos. Será tan terrible que no habrá escapatoria de su furia.

—Debo irme, lo lamento.

Alha se alejó tan rápido como pudo mientras la anciana continuaba hablando con aquellas enigmáticas palabras. No alcanzaba a comprender qué trataba de decir pero no hizo mucho caso. Parecía que había perdido a alguien importante y en su locura intentaba expresarlo de aquella manera. Pero algo la había llamado la atención… «Tu no estarás aquí», ¿acaso la había reconocido? Esperaba que no, pero no pudo evitar sentirse terriblemente indefensa entre la multitud.

Siguió su camino hacia los edificios destruidos a un paso, si cabe, más rápido. Finalmente, llegó a una espaciosa plaza donde la mayoría de edificios estaban total o parcialmente destruidos. Una gran masa de gente gritaba y se movía desesperada intentando encontrar a sus seres queridos. En aquel momento, el segundo sol se había alzado ya sobre el horizonte; lo que indicaba que debían haber pasado unas tres horas desde el amanecer. Alha se aproximó lentamente a una mujer de una edad similar a la suya. Lloraba desconsoladamente mientras miraba inmóvil a una masa de escombros. Se acercó a ella, acarició su hombro y cálidamente dijo:

—¿Puedo ayudarte?

La mujer se dio la vuelta y la miró sorprendida. Pero la emperatriz pudo ver en su mirada que aquella desconocida se sentía reconfortada. Probablemente era el primer atisbo de calma que encontraba su espíritu después de horas de sufrimiento. Sin decir nada, se abrazó a ella y la apretó con todas sus fuerzas. Alha se sintió sorprendida y a la vez halagada. Era una sensación nueva para ella. Aquella mujer se sentía protegida y de su rostro parecía haberse desvanecido aquel desasosiego, todo por su simple presencia. Era evidente que no la había reconocido, para mayor calma suya… Lentamente, con voz entrecortada y todavía partida por las lágrimas, aquella desconocida dijo:

—No, en realidad no puedes. Mi marido… estaba ahí. Se quedó rezagado, íbamos a ir a por nuestra nueva nave. Queríamos irnos a Ghadea a visitar a sus padres. Hace años que me mudé a Antaria… Éramos tan felices. Pero ahora… todo se ha ido. —Volvió a romper a llorar y se abrazó de nuevo a Alha.

Ella hizo acopio de toda su sensibilidad para recibirla cálidamente entre sus brazos e intentar consolarla:

—Él era lo más importante para mí… Odio al emperador, ¿por qué no pudo protegernos?, ¿por qué ha dejado que esto sucediera?

—El emperador no sabía nada. Estoy segura de que hubiera hecho todo lo posible por evitarlo, pero esto nos ha sorprendido a todos.

—No creo en el emperador. Es tan desgraciado como lo fue su padre. Siempre allí, en ese frío palacio, como si su pueblo no le importara. Ahora está claro que es así. Jamás le hemos importado… ¿Cuánta gente ha podido morir hoy?, ¡muchísima! Y seguro que él sigue allí pensando sólo en que su familia está bien. —A Alha se le partió el corazón escuchándola. Pero comprendía su dolor y su necesidad de justificar una pérdida tan irreparable.

—Estábamos esperando a nuestro primer hijo —dijo mientras se acariciaba el estómago.—. Y ahora, él no podrá verlo crecer… ojalá nunca hubiéramos venido aquí.

—Entonces, a lo mejor jamás te hubieras quedado embarazada —dijo la emperatriz.

—Tampoco estaría viviendo este dolor —replicó ella.

—Todo lo que nos es preciado nos es arrebatado. A veces por la vida, otras veces… Pero tu marido te ha dejado un legado muy especial. Debes ser fuerte y cuidar a ese hijo que llegará.

—Un niño que crecerá sin su padre…

—Vivirá gracias a él, ¿no crees? Y a buen seguro tendrá muchas cualidades que tenía su padre. —Mientras Alha hablaba, la mujer sonrió tímidamente.

—Es cierto… él era minero. Le encantaba la mina de metal. Hoy teníamos el día libre, queríamos ir a por nuestra nave y poder ver Ghadea de nuevo… Pero, no me siento con fuerzas… —Volvió a abrazarse a ella cuando de nuevo el llanto la ahogaba.

De repente, la multitud se agitó cuando los restos de un edificio que se mantenía en pie comenzaron a tambalearse no muy lejos de donde la emperatriz se encontraba. Sin embargo, supo reaccionar rápidamente. Salió corriendo junto a aquella extraña, y a los pocos segundos, los primeros escombros se precipitaron contra la superficie. Así, sin ceremonia previa, fue derrumbándose aquella mole demetal, cubriendo un amplio radio. Por primera vez, se sintió realmente asustada. En cuanto vio lo que había sucedido fue consciente de que un sólo segundo de retraso la hubiera hecho perder la vida. Y las palabras del viejo mariscal «¡Los gobernantes muertos no ayudan al pueblo!» cobraron sentido. Presa de la desesperación al comprender lo que allí podía haber pasado, no pudo contener las lágrimas que asomaban en sus ojos. Aquella sensación, aquel frío glacial que la recorría era demasiado tangible como para intentar obviarlo. Por primera vez, creyó entender algo mejor lo que sentía su querido esposo cada vez que rememoraba aquella nefasta batalla en la que había perdido a sus amigos. Sin decir nada, miró a aquella desconocida. Ambas rompieron a llorar liberando su desasosiego. Y se fundieron en un largo abrazo, sabedoras de que habían recibido una nueva oportunidad de vivir, mientras aquella desconocida susurraba una y otra vez su eterno agradecimiento:

—Gracias, gracias. Me has salvado de una muerte segura… no sé cómo podré agradecértelo.

—No es necesario… de verdad. Tú misma te podrías haber salvado. —Dijo Alha.

—Pero tú me cogiste de la mano al salir corriendo. Eso me hizo reaccionar… ¿Puedo preguntarte tu nombre? —de repente la emperatriz se sintió en medio de una trampa mortal.

Obviamente no había previsto qué hacer en caso de que alguien llegara a ese extremo, pero tenía claro que después del eterno agradecimiento que aquella desconocida la estaba mostrando no podía pretender irse sin más. Por suerte, sabía que muy poca gente conocía su nombre y apellido puesto que el pueblo la conocía por su nombre de emperatriz, por lo que decidió arriesgarse diciendo únicamente su nombre de pila:

—Me llamo… Alha.

—Es un nombre precioso —y acariciándose el vientre, añadió— si es niña, me gustaría llamarla como tú, espero que no te importe.

—¡Oh!, al contrario, me halagaría enormemente. —Dijo sinceramente. Era consciente de que como emperatriz sería admirada por muchos. Pero aquella mujer hablaba desde su corazón, era un gesto noble sin ninguna oscura intención detrás.

—Ahora lo único que me preocupa —dijo aquella desconocida— es pensar en donde voy a vivir. Ésta era mi casa y era todo lo que tenía junto a mi marido. Mis padres murieron hace años… no tengo a dónde ir… —las lágrimas volvieron a aflorar en su rostro.

Pues ahora si que tenemos un serio problema, se dijo Alha para si misma, dándose cuenta de que de repente se había convertido en todo lo que aquella desconocida tenía. Se preguntó donde estaría su marido…

Horas antes de que Alha se plantease esa pregunta, Hans se había enfrentado a un importantísimo reto a nivel personal, y todavía no sabía muy bien el porqué. Justo después de besar a su esposa salió corriendo del Palacio. Sentía la necesidad de ayudar a su pueblo pero no sabía dónde podría ser útil. Sin embargo, su conciencia le dictó que el mejor lugar sería la base lunar. Desde allí, podría trabajar
in situ
con el Sensor Nadralt y coordinar los hangares de la luna y el planeta para lanzar una ofensiva si fuera preciso. Pero aquello le obligaba a vencer a su peor pesadilla. Aquel frío astro se había convertido en la representación de su peor recuerdo. Al quedar el cielo totalmente cubierto por los escombros treinta años atrás, fue lo primero que dejó de ver. Además, la órbita del satélite pasaba relativamente cerca de la zona en la que había tenido lugar aquella infame batalla. Nunca había sido capaz de reunir las fuerzas suficientes para visitar de nuevo aquel lugar. Siempre pensando en evitar aquel fatídico momento, que, por otro lado, sabía que llegaría tarde o temprano, aunque de una manera más pacífica. Se había limitado a seguir desde Antaria el desarrollo de todas las tecnologías que tenían lugar allí arriba; principalmente el Sensor Nadralt patentado por ellos mismos, y un todavía demasiado prematuro diseño de puerta galáctica que permitiría, con algo de suerte, realizar saltos en el espacio a grandes distancias. Aquella era la intención de sus científicos, y algo que, a él personalmente le alegraba, pues dichas puertas de llegar a ser funcionales, no serían usadas únicamente con fines militares sino también con fines civiles. Permitiría así, que sus habitantes se pudieran comunicar con el resto del Imperio, o por lo menos, con los otros tres planetas que poseían satélites, y ayudarían a minimizar el tiempo de viaje de forma dramática. Pero todos aquellos pensamientos quedaron apartados de su mente, cuando a medio camino entre dubitativo y envalentonado, puso sus pies sobre una de las naves de carga de las que disponía. Al no tener que pasar ningún tipo de reconocimiento ocular, su nave pasaría por una más de las encargadas de transportar recursos entre la luna y el planeta, tal y como se había previsto hacía decenas de años. Esto daba cierta libertad al emperador de turno para desplazarse de manera totalmente anónima.

Al abandonar la atmósfera de Antaria, Hans sintió un escalofrío. No era la primera vez que salía de su planeta, obviamente, pero sí la primera con destino a aquel frío complejo espacial tras lo acaecido años atrás. El trayecto transcurrió sin novedades, y en apenas cinco minutos se encontraba en las puertas de la base lunar. Se quedó maravillado cuando al bajar de su transporte pudo ver que, pese a la naturaleza yerma y muerta del astro, el interior del complejo rezumaba vida gracias a la cúpula artificial que, sobre su cabeza, cerraba aquel edificio, aislándolo de las duras condiciones exteriores. La gravedad, la atmósfera y la temperatura, eran las ideales de un planeta habitable. Incluso tenía que reconocer que la temperatura era mucho más agradable que la del frío invierno que estaban atravesando en la superficie de la capital del Imperio. Tras unos breves momentos de duda, el emperador se dirigió a las puertas de la zona de sensores, la primera sección de la base. Allí le aguardaba un vigilante, encargado de la seguridad de la estructura, que parecía no salir de su asombro al ver que era el propio emperador en persona, sin aviso previo, el que ahora se acercaba con paso firme hacia él.

—Emperador… —susurró— es una sorpresa… verle aquí. Y todo un honor. Pero, si me lo permite debo seguir el protocolo, ¿puedo preguntar el motivo de su visita?

—He venido para coordinar los movimientos de defensa contra el atacante.

—¿El atacante, señor? —contestó sorprendido el guardia.

—Sí, quizá aquí aún no sepáis nada. Lo cual sería lógico, porque el sensor está destinado a controlar los movimientos en el espacio y no en nuestro propio planeta. Una pequeña flota de Ilstram ha atacado varios edificios en la ciudad. Quiero ocuparme de la situación personalmente, parece que puede ser algo muy grave.

—Lo… lo entiendo, señor, pero… ¿ha habido víctimas? Tengo familiares en la capital, y mis padres… no desearía que les pasase nada malo.

—No temas —dijo mientras ponía su mano sobre el hombro de aquel chico— tienes mi permiso para bajar al planeta y visitar a tus familiares. Si hubiera pasado algo malo pide a tu superior que me informe de ello. Yo me hago cargo.

—Mu… muchísimas gracias, señor. No olvidaré este gesto tan noble.

Pero eso Hans ya no lo oyó, pues sus pasos le dirigían al interior del complejo. Una vez dentro, pudo ver a tres o cuatro científicos, completamente desconocidos para él, pero que sí conocían a su jefe de estado.

—¿Emperador?, disculpe nuestra torpeza —dijo el investigador más joven, mientras se aproximaba a Hans—. No sabíamos de su visita… no teníamos previsto nada.

—No te preocupes, yo tampoco tenía previsto venir. Voy a necesitar vuestra ayuda con el Sensor Nadralt, coordinaré las acciones de defensa sobre nuestro planeta. ¿Estáis al tanto de lo ocurrido?

—Algo ha llegado a nuestros oídos señor, pero nada concreto. Simplemente que la flota de Ghadea había desaparecido…, aunque las mediciones del sensor nos hacen dudar.

—¿La flota de Ghadea? Yo estoy hablando de Antaria… —dijo Hans.

—¿Cómo dice, señor?, ¿No sabe qué ha sucedido en Ghadea? —preguntó el joven investigador.

De repente, miles de pensamientos y terribles ideas invadieron la cabeza de Hans. Aquello era una pesadilla hecha realidad. Lo que más se había afanado en apartar de su mente se reproducía ahora con una crueldad inusitada… Sintió que su Imperio era frágil, que comenzaba a tambalearse entre sus propias manos sin ni siquiera saber el motivo… Su dolorido corazón volvía a repetir en su mente las escenas de sufrimiento que había padecido treinta años atrás. Y que, era consciente, ahora estaban viviendo otras personas. Pero no sólo en su querida Antaria, si no también en la próspera y preciosa colonia de Ghadea, considerada por muchos la ciudad más grande y atractiva después de la capital.

—¿Qué es lo que ha sucedido? —Hans midió perfectamente cada palabra, la pregunta fue realizada casi con miedo, puesto que sabía perfectamente que la respuesta no sería ningún motivo de alegría.

—Como sabrá, señor, la flota estacionada en Ghadea, fue enviada a investigar el bloqueo de la red comercial. Pero sin motivo aparente, desapareció de nuestros sistemas cuando repetimos el escaneo de aquella sección una hora después. Podríamos pensar que se debió a la presencia de algún campo de asteroides aunque se nos antojó altamente improbable. Hemos seguido realizando escaneados periódicos de la galaxia durante toda la noche, y las señales son normales. El Sensor Nadralt de la luna de Jaoss tampoco ha encontrado actividad fuera de lo normal, ni ninguna flota que se pudiera identificar como perteneciente al Imperio…

—¿Me estás diciendo, que una flota de miles de naves que fue enviada a investigar un bloqueo ha desaparecido?

—Sí, señor. Eso tememos…

—Puedo entender que desaparezca una nave, puedo entender que desaparezcan cien naves, doscientas. Incluso puedo entender que después de treinta años, los Tarshtanos vengan aquí, destrocen todo el Imperio y arrasen hasta los cimientos de nuestras minas. Pero no puedo entender. —Hans enfatizaba con mucha fuerza sus palabras— cómo es posible que una flota de miles de naves desaparezca.

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