Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
âHay tantas cosas âSergio miró al frenteâ. En verano todo es siempre muy distinto.
â¿Significa eso que volverás a Tarragona si no encuentras trabajo?
â¿Y si no tengo otra opción? âvaciló él, y la miró de reojo al agregarâ: DeberÃa volver y estudiar.
âHazlo âse encontró con la firme respuesta de Montseâ. Yo también tengo que volver a estudiar y recuperar el año que he perdido, asà que poco vamos a vernos durante el curso. Los fines de semana, en cambio, no nos los va a quitar nadie. En moto te plantas aquà en una hora.
â¿No te importarÃa?
â¿A mÃ? No, claro. Me parece odioso que en una pareja él o ella traten de imponer algo al otro. Por supuesto que preferirÃa verte cada dÃa y estar juntos, pero..., cuando no se puede, no se puede.
âA veces me asusta lo madura que eres.
â¿Me estás llamando vieja? âle empujó con el hombroâ. Hay algo que sà me gustarÃa hacer.
â¿Qué?
âConocer a tus padres, ver tu casa, tu ambiente.
Ahora fue ella la que le miró a él de reojo. Notó cómo Sergio mantenÃa sus ojos fijos en la distancia, sin contestar. Pensó que era un momento tan bueno como cualquier otro para forzarle, para que se abriera, para que le hablara de lo que ocultaba en su pasado. Tal vez esa novia que intuÃa, tal vez un drama familiar, tal vez una ruptura con sus padres...
Un buen momento.
Iba a lanzarse a fondo, pedirle confianza, pero todo se le vino abajo cuando escuchó una voz a su espalda.
â¡Eh, pareja! ¡Hay más gente en el mundo además de vosotros!, ¿sabéis?
A veces Carolina era verdaderamente inoportuna.
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arolina se sentó entre Sergio y Quique Puig. Los cogió a ambos de cada brazo y miró a Montse.
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â¿No hay por aquà una Polaroid? âpreguntó alegrementeâ. Quiero una fotografÃa con los dos tÃos más buenos a este lado de la frontera.
â¿Siempre es igual? âfingió cara de agotamiento Quique, también dirigiéndose a Montse.
âComo una moto âsentenció ella.
âVenga, hombre, que bastante amuermado estabas tú antes de que yo entrara a saco en tu vida âdijo Carolina cogiendo a Quique por las dos mejillas con una mano, de forma que, al apretárselas, a él se le juntaron los labios en forma de besugo.
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Abuerbado bero tran-ilo
âfarfulló el chico.
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âEs maravilloso âCarolina dejó de apretarle las mejillas y miró a Sergioâ. Me encanta cuando habla de amor.
Se echaron a reÃr. La que llevaba la voz cantante se puso en pie de un salto.
âTengo sed âexpresó en voz altaâ. ¿Alguien quiere algo más?
âNo âdijeron al unÃsono.
Desapareció por la puerta que comunicaba el área de la piscina con la casa, solitaria y casi a oscuras salvo por una tenue luz en la sala. Los tres siguieron su estela, cada cual con un pensamiento distinto en su cabeza. Fue Quique el que exteriorizó el suyo.
âImposible aburrirse con ella.
âEs la mejor de las tÃas âconvino Montse.
âVaya, me dijo lo mismo de ti hace un rato, cuando os hemos visto en la carretera.
âAlmas gemelas âmanifestó Sergio.
âCarolina es la persona más clara, directa y sincera que existe. Por eso nos llevamos bien y por eso somos amigas desde hace tantos años âcontinuó Montseâ. Tiene tanta vitalidad, tanta fuerza interior...
âA mà me parece que a veces pide y grita en silencio todo lo que necesita âcomentó Sergio.
â¿Carolina? âdudó Montse.
âLas personas, cuanto más fuertes parecen, más inseguras y débiles pueden ser âsostuvo su punto de vista Sergio.
âTú no la conoces como yo âdijo ella.
âEstoy de acuerdo con Sergio âopinó Quiqueâ.
Por eso me gusta, porque tiene carácter y energÃa, pero también es tierna y vulnerable.
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âVaya, acabáis de conocerla y ya opináis âdijo Montse.
âEs tu amiga Ãntima, pero nosotros la vemos de otra forma y, probablemente, como es en realidad
âaseguró Sergio.
No siguieron hablando sobre la ausente, porque ésta volvÃa con una cerveza en la mano. Se detuvo en la misma puerta y se la llevó a los labios, bebiendo directamente de la botella.
âCarolina, que ya es la tercera âla advirtió Montse.
âSÃ, mamá.
âTus padres pensarán que hemos hecho una orgÃa âMontse se dirigió a Quique.
âLuego repondré las cervezas en la nevera âdijo el dueño de la casaâ. Tenemos una buena despensa. Además, mis padres no se meten nunca con lo que hago.
âPorque es un chico brillante âanunció Carolina volviendo a sentarse entre ellos dosâ. Acaba de aprobar todo el primer curso de carrera, ¿verdad? âno le dio tiempo a decir nada y miró a Sergioâ. ¿Y tú?
âquiso saberâ. ¿Qué te gustarÃa hacer? Montse me ha dicho que a lo mejor vuelves a estudiar.
âNo sé, supongo que medicina, como mi hermano. Medicina o arquitectura.
â¿Tienes un hermano médico? âle preguntó Montse.
âSÃ.
â¡Bien, un resquicio! âcantó Carolina.
Su amiga la fulminó con la mirada, pero ella no se dio cuenta. Estaba un poco achispada y se le notaba por el brillo de los ojos.
âDe hecho, tengo un hermano médico, otro arquitecto y una hermana que estudia derecho. Yo soy el último. Nacà un poco descolgado del resto. Lo tÃpico.
âO sea, que estáis forrados âdisparó Carolina.
âTampoco es eso âsonrió Sergio.
âHoy te he visto sacar pasta del cajero automático con una tarjeta de crédito âfue incapaz de detenerseâ. Nada, calderilla para pasar el
weekend
, claro.
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Montse abrió los ojos.
âMis padres me dejan hacer lo que quiera âconfesó de nuevo élâ. Pero me envÃan dinero mientras tanto.
Carolina miró a su amiga.
âNo lo dejes escapar âdijoâ. Es perfecto.
âOye, ¿qué tal si nos metemos contigo? âpasó al ataque Montse.
â¿Conmigo? Vais listos, chavales. Venga, ¡en guardia! ¿Quién se atreve? âse puso en pie fingiendo estar dispuesta para luchar, con un puño cerrado mientras en la otra mano sostenÃa la cerveza, de la que ya sólo quedaba la mitad.
âVen aquà âla agarró Quique tirando de ella hasta hacerla caer encima de él.
Carolina lanzó un gritito de furia revestido de afectación. Ya en brazos de Quique, los dos cambiaron la pugna por un encuentro mucho más directo a cargo de sus labios.
El beso dotó de un largo silencio el encuentro de los cuatro bajo la noche.
Sergio miró a Montse.
Pero ella tenÃa la cabeza baja y los ojos fijos en el suelo.
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odavÃa era temprano, sobre todo teniendo en cuenta que se habÃa acostado pasadas las dos de la madrugada, pero aun asà marcó el número de teléfono de su amiga y esperó. Carolina se habÃa quedado con Quique un rato más en su casa, asà que igual ella se habÃa ido a la cama a las tres o las cuatro. Ni siquiera eso le importó. Iba a sacarla de la cama.
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âHola, soy Montse âanunció.
âAhora llamo a Carolina, hija. ¿Todo bien?
âSÃ, sÃ, señora, gracias.
âVale, me alegro. Un beso, que hace mucho que no te pasas por aquÃ.
Carolina no tenÃa voz de estar dormida ni recién despertada. Se puso al aparato con la misma energÃa de siempre. Incluso la impresionó diciendo:
âHola, me has pillado en la puerta. Iba a salir.
âOye âfue al grano Montse sin perder un segundoâ, ¿anoche estabas realmente bebida o qué?
â¿Yo? ¿Tú qué crees?
âNo sé, por eso te lo pregunto.
âDigamos que mitad y mitad.
âEs que te pasaste un montón, tÃa.
âVaya por Dios, ¿qué «hice-dije-no hice-no dije-dejé de hacer o decir»?
A veces decÃa las cosas más raras con una fluidez aplastante.
â¿A qué vino lo de que si sus padres están forrados o lo de la tarjeta de crédito?
âBueno, lo vi sacando dinero y me chocó, ¿qué pasa?
â¿Y eso es una casualidad o qué?
â¿Que sacara dinero? âdudó Carolina.
âNo, que lo vieras precisamente tú haciendo eso. ¿Lo espÃas o qué?
Tardó un largo segundo en responder. Demasiado largo.
â¿Yo? Que no, mujer, que salÃa del vÃdeo-club y lo vi, nada más. Me pareció raro que un tÃo de dieciocho años tuviese una tarjeta. ¡Ya quisiera yo una, mira!
Montse suspiró con fuerza.
â¿Qué te dijo después, cuando os fuisteis? âpreguntó Carolina.
âNada.
â¿No le preguntaste?
âNo.
â¡TÃa, pero si te lo puse a tiro! ¿Tú sabÃas que tenÃa dos hermanos y una hermana, y que uno era médico y el otro, ingeniero o no me acuerdo qué dijo que eran?
âNo âconfesó Montse.
âPues no me des la paliza âle espetó su amigaâ.
A mà me parece que tanto misterio y tanto secreto ya no son normales, y tengo un no sé qué en el cuerpo que no me deja vivir.
Â
âEh, eh, que es mi problema, no el tuyo.
â¿Asà que ya estamos con ésas?
Montse se mordió el labio inferior. HabÃan decidido que todo las afectarÃa por igual y que lo que le pasara a una, para bien o para mal, le pasarÃa a la otra.
âPerdona âreaccionó.
âEntiendo que estés molesta, pero no conmigo, sino con él âse calmó Carolina, hablando muy seriamenteâ. De verdad, es estupendo, me cae bien, se le nota que te adora, que está muy enamorado, pero es como una de esas cajas de caudales, que o sabes la combi
nación, o no hay forma. Y tal vez dentro no hay nada. ¿Tanto le cuesta decir algo de sà mismo? ¿De qué tiene vergüenza? Si confiase en ti ya te habrÃa...
Â
â¡FÃate de mÃ, Carolina! âgritó Montse.
âNo, no me fÃo, lo siento âse puso sorprendentemente dura Carolinaâ. Tú le quieres y te has volcado, como siempre. Por eso cierras los ojos y le das tiempo al tiempo. Muy bien, perfecto. Pero a mà me preocupa que hagas una tonterÃa.
â¿Qué crees que haré, fugarme con él o algo asÃ?
âCuando acabe el verano, y queda ya muy poco, tendrá que hacer algo. ¿Sabes sus planes? No, ¿verdad? Pues tienes derecho a saberlos. Aunque sólo fuerais amigos, ya tendrÃas derecho, y sois mucho más que eso. ¡Pregúntale! ¡Jo, tÃa, esto es demasiado serio para ti!, ¿vale?
Raramente la veÃa o la notaba enfadada, molesta o preocupada por algo. Incluso en momentos duros, de fracasos, especialmente sentimentales, Carolina sacaba a relucir su lado sardónico, su lengua más afilada e hiriente, su faceta irónica, su rapidez mental. Ahora la notaba tensa, como si una alarma silenciosa se hubiese disparado en algún lugar de su universo particular.
âSe lo preguntaré âconvino Montse tras la densa pausa.
âCreo que deberÃas hacerlo.
âVale, lo sé.
âAlgo le pasa. A ti te cambiaron el corazón y a él puede que le falte... qué sé yo âhizo una última bromaâ. Pero por fuerte que sea, tú lo superarás, y él también, si es que te quiere, y te aseguro que eso se le nota. Está colgado.
âVale, vale.
âHe de irme, ¿de acuerdo? âsuspiró Carolina.
âChao.
â¡Ay, señor! âse despidió su amigaâ. ¡Si es que os sueltan por el mundo y no estáis preparadas para nada, para nada!
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E
ra la primera vez que le mentÃa a Montse y se sentÃa muy mal a causa de ello, verdaderamente avergonzada, pero no por eso menos dispuesta a mantener sus planes. La noche anterior, un poco cargada por las cervezas o simulándolo, habÃa disparado una primera baterÃa de misiles. Y estaba segura, totalmente convencida, de haber hecho blanco en algunos lugares muy concretos. Ahora querÃa averiguar más. Aunque se pasara un par de dÃas haciendo el idiota jugando a ser Sherlock Holmes o Colombo o cualquier heroico detective de la tele.
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TenÃa sueño, pero habÃa madrugado. Llevaba casi una hora apostada delante de la pensión La Rosa, sin saber muy bien qué hacer o cómo reaccionar en el caso de que Sergio saliera y se subiera a la moto. O incluso si echaba a andar, ¿lo seguirÃa? Aquello era un pueblo,
no la ciudad de Nueva York como en las pelÃculas.
EmpezarÃa a encontrarse gente que le dirÃa «hola, Carolina» y «a dónde vas, Carolina», y con tanto «Carolina» por aquà y por allá, él acabarÃa dándose cuenta. O sea que se sentÃa ridÃcula además de idiota.
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Pero no se movió de su puesto.
Si el dÃa anterior, casualmente, lo sorprendió sacando dinero...
Siempre, siempre se fiaba de su instinto.
Pasaron otros veinte minutos.
Y entonces Sergio salió por la puerta de la pensión, con sus gafas de sol, sus vaqueros de marca y una preciosa camisa que ya le habÃa visto en un par de ocasiones.
No se dejó ver. Se ocultó aún más y esperó con el corazón en un puño. Finalmente Sergio echó a andar, aunque se metió en la primera cabina telefónica que encontró y sacó un puñado de monedas que dispuso sobre la repisa.
Carolina frunció el ceño.
No tenÃa teléfono en la habitación. Lo sabÃan porque él se lo habÃa dicho, pero habÃa uno en la misma pensión.
La descubrirÃa, era evidente, pero no se detuvo. Cruzó la calzada y se acercó a la cabina por detrás de él, aprovechando que Sergio se encontraba de espaldas, apoyado en la repisa, con la cabeza descansando en la mano libre; la otra sujetaba el auricular junto a su oÃdo. Con la puerta cerrada, la conversación era muy difÃcil de seguir, asà que cruzó los dedos y se acercó aún más.
Sergio no se movÃa, sólo hablaba.
Carolina llegó casi a estar pegada a la puerta de la cabina.
Contuvo la respiración.