Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
âTe estaba esperando.
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â¿Por qué no llamabas? âse extrañó ella.
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âNo me atrevÃa.
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â¡No seas tonto! Si hubiera sabido que estabas aquÃ...
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âTambién me dio corte la otra noche âreconoció Sergio.
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Montse se puso ligeramente colorada, pero lo dominó. QuerÃa oÃr lo que tuviera que decirle. Al ver que él no seguÃa, lo intentó por su parte.
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âSÃ, me di cuenta âmanifestóâ. Casi echaste a correr.
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âSoy un idiota, lo siento.
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âNo eres un idiota. Ningún idiota le dice a una chica que es preciosa de la forma en que tú me lo dijiste. Y hay momentos en que a una le hace falta que le digan algo asÃ, ¿sabes?
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Se miraron fijamente, bañados por el sol de julio que caÃa a plomo pese a la presencia de numerosas nubes negras que ellos ni notaban.
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En ese instante, Montse se rindió.
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Y deseó que él la tocara, aunque sólo fuera un roce.
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âMontse, yo... âcomenzó a decir.
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Tal vez necesitaba de la noche y el silencio para expresarse, porque lo cierto es que ahà acabó todo. Los dos fueron despertados de su abstracción por el ruido de un coche doblando la esquina. Miraron hacia él y Montse reconoció el viejo cacharro de su madre, que sólo usaba para hacer recados en el pueblo o para no volver demasiado cargada de la compra.
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Odió la interrupción y su mala suerte.
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âEs mi madre âsuspiró.
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Sergio dio un paso atrás. El coche no aparcó delante de la casa, sino que dio un giro y se quedó ya de cara a la puerta del garaje. Maite bajó de él sudorosa y congestionada.
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â¡Ay, hija, qué bien! âfue su primer saludoâ. Ayúdame con esto, ¿quieres? âmiró a su acompañante y, sin cortarse, preguntóâ: ¿Quién es tu amigo? ¿No me presentas?
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Montse quiso que se la tragara la tierra.
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âMamá, Sergio. Sergio, mi madre.
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Ya no habÃa magia. Eran un chico y una chica, en verano, con una señora madre en medio.
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â¿Qué tal, señora? Encantado.
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âBien, hijo. ¿Nos echas una mano? Entre los tres...
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Sergio lo hubiera hecho igualmente, porque ya se movÃa en esa dirección después de darle la mano. Fue a la parte de atrás del coche y cogió la mayorÃa de las bolsas él solo.
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â¿Qué haces? ¡Déjanos alguna! âprotestó con simpleza la mujerâ. ¡Oh, qué fuerte! Bueno, vale, como quieras.
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Entraron los tres, aunque Montse sabÃa que Sergio tardarÃa menos de un minuto en irse.
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E
speró justo lo prudencial y, al ver que su hija no abrÃa la boca, entró en el tema directamente.
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â¿Quién era?
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Montse ya se lo esperaba.
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âUn amigo, mamá.
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âNo lo tengo visto.
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âPorque es nuevo. Está buscando trabajo.
Â
â¿AquÃ?
Â
âSÃ.
Â
â¿Y cómo lo has conocido?
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âMamá, qué pregunta, pues por ahÃ, en la piscina.
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âParece buen chico.
Â
âLo es âaseguró Montse asintiendo con la cabeza.
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â¿Y Arturo?
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Ãsa era la clase de indiscreción que no esperaba ni comprendÃa. Se sintió irritada una vez más por el poco tacto de su madre.
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âArturo nada, mamá. ¿Por qué?
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âBueno, antes...
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âTú lo has dicho: antes.
Â
â¿Os habéis enfadado? Ya decÃa yo que durante estos meses... Bueno, no te preocupes, a tu edad os enfadáis y desenfadáis como si nada.
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Montse la miró con horror. ¿A su edad? Pero, ¿de qué estaba hablando? A veces tenÃa la sensación de que seguÃa tratándola como a una niña, y más después de su enfermedad. Tuvo que contar hasta tres para calmarse.
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âDéjalo, mamá, ¿quieres?
Â
â¿Por qué? A mà me parece que eso de que el hijo de los Gaspar se interese por ti es...
Â
â¿Asà que es eso? Porque es el hijo de los Gaspar, ¡hala, a abrirse de piernas!
Â
â¡Montse! âse escandalizó su madre.
Â
âSi es que dices cada cosa, mamá. ¿A mà qué me importa de quién sea hijo Arturo, Sergio o quien sea? ¿De qué vas?
Â
âYo, de nada, pero su madre me comentaba el otro dÃa lo bien que le caÃas, y
recordaba que el verano pasado ibais juntos y hacÃais una pareja estupenda.
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âGenial âsuspiró Montse disponiéndose a salir de la cocina.
Â
âMontse âla detuvo su madreâ, ¿qué te pasa?
Â
â¿A mÃ? ¡Nada!
Â
âHas cambiado, hija. Estás... irritable. Y no lo digo por lo de ayer con los señores de la tele, que ya lo hablamos y lo entiendo, aunque no lo comparta. Lo digo porque... ¡Ay, mira, no sé!
Â
âMamá, hemos cambiado todos âle dijo seriamenteâ. Tú estás como un flan y todo el dÃa encima de mÃ. Pero yo me siento de fábula, puedes creerme, y estaré mejor cuando todo el mundo deje de recordarme lo que pasó. Y si a pesar de todo he cambiado, para bien o para mal, es porque me vi muerta, y eso da qué pensar, ¿entiendes? Ahora las cosas más sencillas me parecen las más importantes, y viceversa, porque las importantes se me antojan idiotas. Aquellos dÃas, cuando creà que me iba de este mundo, me decÃa a mà misma que era injusto. ¿Por qué yo? Ahora estoy viva y... aún me hago la misma pregunta. Pienso en esa otra persona que murió para que yo...
Â
âCalla, por favor âse estremeció su madre.
Â
Se calló, pero no porque se lo acabara de pedir temblando su madre, sino porque su padre apareció en la cocina recién llegado a casa del trabajo, aunque ninguna de las dos lo habÃa oÃdo entrar por la puerta.
Â
â¡Hola, familia! âsaludó el hombre.
Â
Le dio un beso a Montse. Luego le pasó un brazo por los hombros.
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â¿Qué hora es? âse extrañó Maite.
Â
âHoy he salido antes âanunció su maridoâ. Y esta noche nos vamos a cenar al Maremagnum, todos.
Â
Montse lo miró horrorizada.
Â
â¿Esta noche?
Â
âSÃ, ¿por qué?
Â
Su padre salÃa poco. No podÃa decirle que habÃa quedado. HabÃa muchas noches. El verano estaba lleno de ellas, aunque cada una fuese especial, diferente, sobre todo cuando habÃa alguien esperándote.
Â
HabÃa quedado con Sergio rápida y fugazmente al irse.
Â
âNo, no, por nada, papá. Me parece bien âdijo dándole un beso en la mejilla y abrazándole con cariño.
Â
Â
Â
L
a tormenta de verano descargaba con frÃa furia sobre el pueblo. Todo se habÃa puesto repentinamente negro, en cuestión de minutos, y todo volverÃa a ser diáfanamente azul en cuestión de pocos minutos más. Era lo tÃpico.
Â
No le gustaban los dÃas de lluvia.
Â
Eran dÃas tristes, melancólicos. Y aunque la lluvia fuese como aquélla, súbita y pasajera, a ella le poblaba el alma de vértigos fúnebres. La inundaba de sentimientos negativos.
Â
Lo peor habÃa pasado ya. HacÃa rato que ni siquiera tronaba y algunos rayos de sol atravesaban el cielo, pero aún llovÃa aunque con menor intensidad. Optó por descolgar el auricular del teléfono tras asegurarse de que estaba sola y nadie la oÃa. Marcó el número de Carolina y esperó.
Â
Su amiga descolgó el teléfono al otro lado antes de que pudiera morir el primer zumbido.
Â
â¡SÃ! âgritó.
Â
âSoy yo.
Â
âAh, hola. ¿Has visto qué porquerÃa de dÃa?
Â
âMejor que llueva y se mojen los bosques, y que no tengamos que ir a apagar incendios como cada año, ¿no?
Â
âYa, me olvidaba que eres «Doña Nohaymalqueporbiennovenga» y «Doña
Positiva» en una sola pieza. ¿Qué hay?
Â
âHa venido a verme.
Â
â¡Huy, qué osado!
Â
âBueno, no ha entrado, estaba en la calle. Luego sÃ, cuando ha llegado mi madre.
Â
â¿Tu madre? Cuenta, cuenta.
Â
âNo es lo que crees. Estábamos hablando y, justo en lo mejor, ha aparecido mamá, cargada, y él la ha ayudado a meter las bolsas. Luego se ha ido. Hemos quedado.
Â
â¡Bien!
Â
âLo malo es que papá quiere ir esta noche a Barcelona.
Â
âBueno, que sufra un poco.
Â
âHa estado encantador, parecÃa...
Â
â¿ParecÃa qué? ¡Vamos, sigue!
Â
âHa dicho que era un idiota por haber salido corriendo la otra noche; yo le he dicho que ningún idiota le dice a una chica que es preciosa de la forma en que él lo hizo...
Â
â¡Muy bueno, diez puntos!
Â
â...Y justo cuando me miraba con esos ojitos tan especiales..., ha llegado mi madre.
Â
â¡Anda que tu socia!
Â
âInoportuna del todo, aunque no sé qué habrÃa podido pasar.
Â
âTal y como lo pintas, ése se te declara a la primera.
Â
â¿Declararse?
Â
âSÃ, sÃ, declararse, a la antigua, «me gustas», «te quiero» y cosas asÃ.
Â
âNo creo âvaciló Montse.
Â
â¿Qué harás si lo hace?
Â
â¿Yo? Nada.
Â
âHazme caso, dale pie.
Â
âSÃ, mujer, eso.
Â
â¡No lo pienses más!, ¿quieres? ¡Es perfecto!
Â
Montse no respondió a los efusivos consejos de su amiga. Calló y el silencio llegó hasta el otro lado del hilo telefónico.
Â
âVale, perdona âdijo Carolinaâ, pero es que... ¡Jo, tÃa, que te lo mereces!
Â
âGracias.
Â
âSi fuera yo... ¡Huy, si fuera yo!
Â
âPero yo no soy tú.
Â
âYo me lo ligaba. Mira, tal y como tengo el cuerpo, que no sé qué me pasa, que unos dÃas tengo ganas de gritar y otros de llorar, porque es como si me faltara hasta el aire...
Â
âA eso se le llama adolescencia âdijo Montse.
Â
âVale, abuelita, ponte una mecha y enciéndete.
Â
âNo quiero problemas sentimentales âse justificó ella.
Â
â¡Tener un rollo de verano no es tener un problema sentimental, a no ser que te lo tomes tan en serio como te lo estás tomando! ¡Pásate un buen verano, sin preguntarte nada, sin plantearte nada, dejándote llevar!
Â
Cada vez acababan hablando de lo mismo y Carolina le decÃa también lo mismo. Montse no lograba hacerle ver su punto de vista y, aunque lo hiciera, su amiga no la escuchaba. Era tozuda hasta...
Â
âDeberÃa decirle lo que me pasó, ¿verdad?
Â
âSÃ, del todo. Ya te lo dije.
Â
âLo haré.
Â
âSé legal, es lo mejor.
Â
âVale, vale. Espera âmiró hacia la puerta de la sala al oÃr el timbre exteriorâ. Han llamado y no sé si hay alguien para abrir.
Â
Escuchó a su madre haciéndolo. Luego, una voz, y de nuevo los pasos de su madre, ahora acercándose a la sala.
Â
âTe llamaré después âse despidió Montse.
Â
â¿Es él?
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â¡Y yo qué sé, adiós!
Â
Colgó exactamente en el momento en que su madre asomaba la cabeza por la puerta.
Â
âMontse âanunció Maite con infinita prevención y tactoâ. Está aquà Arturo.
Â
Â
Â
E
staba alucinada, pero disimuló para que no se le notara, y menos su madre. Primero miró por la ventana. La lluvia habÃa perdido su fuerza, pero se resistÃa a abandonarlos y caÃa de manera persistente. No podÃan salir fuera, ni verse allÃ, en la sala, donde su madre podÃa oÃrla. Para hablar en privado sólo se le ocurrÃa su propia habitación. Algo que la molestaba profundamente.
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Arturo no tenÃa por qué entrar allÃ.
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Salió de la sala y se encontró con él. Su madre se alejaba hacia la cocina. La primera mirada fue de ira, pero la de su visitante era de súplica. No cambió la suya, ni dijo nada. Le bastó con hacer un movimiento de cabeza para que Arturo la siguiera. Montse entró en su habitación, esperó a que él hiciera lo mismo y cerró la puerta. Sólo entonces se cruzó de brazos, se volvió hacia él y se le enfrentó, decidida.
Â
â¿Qué quieres?
Â
Arturo no la miraba a los ojos, sino que recorrÃa con la vista su entorno. ParecÃa buscar cambios, recuerdos. Montse volvió a sentirse llena de ira, como si estuviese robándole su intimidad.
Â