Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
Al entrar en Vilafranca, se encontraron con una larga doble fila de coches parados a causa del primer semáforo. Tomás repitió el adelantamiento. Llegaron al semáforo sin ver la moto de Sergio.
Â
Y entonces, en el siguiente semáforo, a punto de arrancar en cuanto se pusiera en verde, Montse lo vio.
Â
Sergio.
Â
â¡AllÃ! âgritó por encima del hombro de Tomás.
Â
La potente máquina de quinientos centÃmetros cúbicos voló sobre el asfalto.
Â
Â
Â
L
a moto de Tomás adelantó a la de Sergio nada más iniciar esta última la marcha, con el cambio de rojo a verde. Primero, Sergio pareció no entender la maniobra. Después, al ver los gestos de Montse, la reconoció.
Â
Casi se estrelló contra el coche que lo precedÃa.
Montse temió que no parara, pero, por si habÃa alguna duda, Tomás se colocó por delante para hacerlo frenar. Sergio disminuyó la velocidad, hasta detenerse a la derecha, y subió la moto sobre el paseo arbolado que constituÃa el bulevar central de Vilafranca. Tomás hizo lo mismo una docena de metros más adelante, suficientes para que su pasajera pudiera hablar a solas con el sorprendido Sergio.
Montse no perdió ni un segundo, ni siquiera para quitarse el casco y dejarlo en la moto de Tomás. Saltó de ella y echó a correr mientras se lo sacaba. Lo acabó de hacer justo al detenerse delante de Sergio. Entonces sus manos cayeron a ambos lados del cuerpo, sin fuerzas, todavÃa sujetándolo con la derecha. Sergio también se habÃa quitado el suyo. Ambos quedaron como paralizados, incluso sus ojos: doloridos y con la huella de algunas lágrimas los de él, suplicantes los de ella.
La primera palabra tardó en estallar. Una eternidad.
Y la pronunció Montse.
â¿Por qué?
No hubo respuesta, sólo dolor.
â¿Por qué? ârepitió ella con más fuerza.
âEra mejor dejarlo asà âsusurró él.
â¿Qué te pasa?
âNada âSergio bajó los ojos, rehuyéndola.
â¿Es por esto? âMontse se tocó la cicatriz con la mano izquierda y, al ver que no la miraba, acabó gritandoâ: ¡MÃrame! ¿Es por esto?
â¡No! âexclamó el muchacho.
âDime una cosa: ¿sabÃas que la tenÃa?
âSÃ.
â¿Sabes lo que me pasó?
âSÃ.
â¿Desde cuándo?
âDesde el primer dÃa âconfesó.
â¿Cómo lo supiste?
âPor Dios, Montse, ya basta. Eso no importa.
âTú lo has dicho: no importa âdijo ellaâ. Lo único que sà importa es que estoy bien, y aún me he sentido mejor desde que tú... âla emoción le impidió continuar hablando, aunque lo intentóâ. ¿No crees que... es tarde para echarse... atrás?
âNunca tenÃa que haber sucedido âmovió la cabeza Sergio, vÃctima de un profundo pesar.
â¿Por qué? âvolvió a gritar Montse, incapaz de comprenderloâ. Y además, ¿qué importa esto ahora? ¡Ha sucedido y ya está!
âLo sé âaceptó Sergio.
âEntonces, ¿por qué te vas?
âPor miedo âla miró fijamenteâ. Te lo decÃa en la carta.
â¿Miedo de qué?
âTe quiero âdijo él.
No fue una declaración, sino un golpe, un estallido.
âY yo a ti, por Dios... âgimió ella.
âPero ha sido tan rápido.
â¿Y qué? Yo era la primera que no querÃa enamorarme, pero esas cosas no se escogen, pasan y ya está. Ahora te quiero, ¿cuál es el problema?
âEs que... âapretó los puños y las mandÃbulasâ.
¡No tengo nada! âacabó diciendoâ. ¡Acabo de llegar a Vallirana, estoy sin trabajo, no soy nadie, ni siquiera me conoces!
Â
â¿Es que alguien conoce a alguien alguna vez?
ârepuso Montseâ. Mis padres llevan casados veintitrés años y a veces mi madre aún le dice a mi padre que no lo conoce. Para eso decide unirse la gente, para conocerse, para compartir cosas.
âEntonces soy un cobarde âse acusó Sergio.
âTodavÃa no sé lo que eres, pero sà sé lo que no eres y, desde luego, no eres un cobarde. ¿Por qué no te das una oportunidad y me la das a mÃ?
âMontse, ¿y si...?
âSin preguntas âlo detuvo ellaâ. Ni preguntas ni condiciones. Seguimos y nos damos el tiempo que parece que necesitamos, pero juntos.
Sergio dejó caer la cabeza sobre su pecho.
âVuélvete conmigo, por favor âle pidió Montseâ. Ni siquiera has de preocuparte por el viaje. ¿Ves? Tengo casco.
Casi le hizo sonreÃr. Los dos sabÃan que llevaba uno de más, ahora posiblemente oculto en la bolsa de viaje anudada detrás.
âEstás loca âsuspiró él.
âYa lo sé. Creo que, además del corazón, me cambiaron los tornillos de la azotea. Pero estoy segura de lo que hago, te lo juro.
Sergio tenÃa las manos libres. Se las puso en los hombros. Bastó con ese contacto y el calor de su mirada para que Montse dejara caer el casco al suelo.
Pasó sus brazos alrededor del cuerpo de Sergio.
Y se abrazaron despacio, largamente, sintiéndose, antes de levantar sus cabezas y besarse por segunda vez en su vida.
En su universo, todo era paz y silencio.
Tanto, que ni siquiera oyeron el ruido de la moto de Tomás arrancando de nuevo para regresar a Vallirana.
El hermano de Carolina sonreÃa con seráfica complicidad.
Â
Â
L
a moto de Sergio se detuvo a unos metros de la casa de Montse, según su costumbre. En el momento de bajar, ella se quitó el casco. No sólo tenÃa ganas de liberarse de esa coraza, sino también de respirar y, por encima de todo, de hacer lo que hizo cuando él también estuvo libre del suyo.
Â
Abrazarle y besarle.
Sergio pareció asustarse primero, antes de mirar a su alrededor y ver que estaban solos. Luego cayó en la más absoluta de las tentaciones, lleno de aquella dulzura. Cerró los ojos y naufragó en aquel pequeño océano de ternura formado por los brazos, el cuerpo y los labios de Montse. Ella estaba temblando.
âMontse... âle oyó susurrar.
âDespacio, recuerda, despacio âmusitó ella, acariciándolo.
Le pasó una mano por la nuca, hundiendo los dedos en su cabello. El nuevo abrazo fue un poco más fuerte. El nuevo beso, aún más cálido.
No querÃan separarse, pero lo hicieron. Sólo un poco.
Montse deslizó el dedo Ãndice de su mano derecha por el labio inferior de su compañero.
â¿Después de comer? âle preguntó.
âSÃ.
â¿No volverás a escaparte?
âNo.
â¿De verdad?
âDe verdad.
âTe quiero.
âTe quiero.
Otro beso más. HacÃa calor. Pero los dos temblaban, con ramalazos de frÃo recorriendo sus espinas dorsales. Calor y frÃo, un fascinante contrasentido.
Finalmente sus labios se separaron.
Ante ellos se abrÃa una larga y dolorosa cuenta atrás.
Cuando Montse entró en su casa, pensó que hacÃa una eternidad que habÃa salido de ella.
Sergio se quedó solo, en la calle, junto a su moto.
Entonces cerró los ojos y rompió a llorar, suavemente.
Â
Â
Â
Â
C
arolina asomó la cabeza, en silencio, por la puerta de la habitación de Montse. La pilló completamente desprevenida, de espaldas y ordenando su ropa, que estaba hecha un revoltillo encima de la cama. En ese instante parecÃa dudar, con una camisa de color frambuesa entre las manos. Optó por echarla al suelo, sobre un pequeño montón de prendas que se levantaba a su derecha.
Â
â¿Haciendo cambio de vestuario? âla asustó.
Montse giró la cabeza.
â¡Eh, tÃa! âprotestóâ. PodrÃas llamar, ¿no?
â¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te pille con él? âse burló la recién llegada.
â¡Hala, qué bestia eres! âexclamó Montse.
Carolina cerró la puerta a su espalda y entró. Se sentó en la cama y cogió una blusa.
âOye, ésta no irás a tirarla, ¿verdad? Es monÃsima.
âNo voy a tirar nada, sólo hago un poco de limpieza âdijo Montse en tono paciente.
â¿Y por qué no me llamabas para algo tan delicado? Sabes muy bien que tienes el gusto al final de la espalda.
â¿Has venido a meterte conmigo?
âBueno, deberÃa âcalculó la visitanteâ. Hace tres dÃas que no sé nada de ti, ni te veo ni pareces acordarte de que existo.
Montse se sintió culpable. Carolina sabÃa cómo ponerle el dedo en la llaga. Dejó la nueva prenda que habÃa seleccionado donde estaba y se sentó junto a su compañera. Le pasó una mano por encima de los hombros.
âVale, lo siento. Perdona âdijo sinceramente.
âEs el sino de las que no tenemos novio âfingió echarse a llorar Carolina, dando rienda suelta a su lado más payasoâ. ¡Estamos condenadas a la soledad, porque nuestras amigas guapas se lo quedan todo! ¡Buaaa!
Montse se le echó encima. Carolina no pudo con el ataque, especialmente porque ya se le estaba escapando la risa. Cayó de espaldas, retorciéndose a causa de las cosquillas que le hacÃa su amiga. Fueron diez o quince segundos de liberación y carcajadas, hasta que la atacante ya no pudo más y las dos quedaron boca arriba, respirando con fuerza y retornando a la calma. Cuando lograron acompasar sus respiraciones, fue Montse la primera en hablar.
âLo siento âdijo de nuevoâ, es que estoy en el séptimo cielo, ¿sabes?
âYa, ya âasintió Carolina, vehemente.
âEn serio, ni siquiera sé qué dÃa es hoy.
âYa, ya âvolvió a decirâ. No hace falta que lo jures.
âBueno, tú decÃas que fuera a por él, ¿no?
Carolina se incorporó.
âNo, si me gusta que sigas mis consejos, faltarÃa más. A saber dónde habrÃas ido a parar tú sin ellos.
âNo seas fantasma. Hablo en serio.
âNingún problema. Yo entiendo muy bien que dos son compañÃa y tres, multitud. Pero ahora que podemos ser cuatro...
â¿Cómo que cuatro?
âBueno âCarolina se miró las uñas de la mano derecha llena de afectaciónâ, como anoche la nena se ligó a Quiquito.
â¿Te has ligado a Quique?
âPse.
â¿A Quique Puig?
âNo, si te parece será a Quique MartÃnez âla miró con horrorâ. ¡Pues claro que es Quique Puig, tÃa!
â¡Guau! âdijo Montse plegando los labios en señal de admiraciónâ. Qué
puntazo
.
Â
âPero no es nada serio como lo tuyo, no vayas a creer âle quitó importancia Carolina.
Â
â¡Anda ya, mujer fatal! âla empujó Montseâ. ¡Mira que eres fantasma!
Â
â¡Uuuuh! âla asustó.
Â
âCuenta, ¿cómo fue? ¡Va!
Â
âNada importante, en serio. Coincidimos en la cafeterÃa, en el lugar adecuado y el momento adecuado. Nos pusimos a hablar, quedamos para después y, ya sabes: «que si me has gustado siempre», «ah, pues yo creÃa que tú...», «y mira qué bien», y esto y aquello y lo de más allá... Al final un besito y a ver qué pasa.
Â
â¡Jo! âMontse la miró con admiración.
Â
âVenga, pasa de mÃ. ¿Y tú qué?
Â
â¿Yo?
Â
âTres dÃas sin verte, después de que lo devolvieras al pueblo, son muchos dÃas.
Asà que cuenta.
Â
âPues no hay mucho que contar.
Â
âPero... âCarolina hizo un gesto de ambiguo misterio, oscilando y moviendo al mismo tiempo la cabeza y ambas manos, asà como los dedos.
Â
âNada, en serio âse encogió de hombros Montseâ. Paseamos, hablamos, nos miramos, nos besamos...
Â
âRetrato de una pareja feliz âbautizó la estampa Carolina remarcando cada palabra en el aire.
Â
âPues sÃ.
Â
â¿Te ha explicado algo más?
Â
âNo, nada.
Â
â¿Le has preguntado?
Â
âNo.
Â
â¡Pues sà que...!
Â
âQuiero darle tiempo, en serio âse justificó ellaâ. Todo esto nos ha cogido desprevenidos y ahora tenemos algo maravilloso que no queremos perder. Yo no quise confesarle lo mÃo porque estaba aterrorizada; ahora lo sé. Ãl lo entendió y no me lo ha echado en cara. Y Sergio tiene algo muy dentro de sÃ, algo que probablemente le hace más daño de lo que yo misma pueda imaginar. Asà que no quiero forzarle a nada.
Â
â¿Crees que hubo otra?
Â
âEs probable âreconoció valientemente Montse.
Â
âY le hizo polvo.
Â
âEs probable ârepitió por segunda vez.
Â
âAsà que huyó de Tarragona, de su casa, dispuesto a iniciar una nueva vida, y entonces... ¡tú! âanunció de nuevo Carolina como si hablara del guión de una pelÃcula.
Â
âEl dÃa menos pensado me lo contará todo, lo sé. Es sólo cuestión de tiempo. Ahora lo único que queremos es estar juntos, ser felices. Dios mÃo, Carolina, es tan dulce, tan tierno, tan...
Â
â¿Hablas de un tÃo o de un pastel?
Â
â¡Vete a freÃr espárragos!, ¿quieres?
Â
Carolina la abrazó riendo.
Â
âVale, vale âquiso calmarlaâ. Si es que me encanta, en serio. Y si pudieras ver la cara que pones...
Â
âNo tengo otra.
Â
âY pensar que al empezar el verano estabas más fúnebre que en un entierro â
suspiró su amiga dándole un beso de afecto en la mejilla.
Â