Todo esto determina que la luz se pueda
agarrar
de algo, creando juegos de sombras en sus rostros, con zonas que sobresalen más que otras. Si la cara es más bien plana, entonces la luz no tiene dónde
caer
.
Los ojos son también muy importantes, y ahí yo creo que las personas que son de pelo oscuro y ojos claros son las que salen ganando en el cine, porque se establece una dialéctica de contraste en su rostro. En cambio, las rubias con ojos muy claros son más difíciles de retratar porque se produce visualmente cierta monotonía. No es un azar que Gene Tierney y Hedy Lamarr, dos casos de mujeres de pelo oscuro y ojos claros, se destacaran tanto en la pantalla. Este es, en simetría, el caso de Catherine Deneuve, que tiene los ojos más bien oscuros siendo rubia, y eso la beneficia, por el contraste.
La mayor parte de estas actrices famosas y bellísimas tiene la tez más bien blanca, sin bronceado alguno. En general, el problema del bronceado de la piel es que monocromiza demasiado para la pantalla. En cambio, en un rostro no demasiado expuesto al sol puede apreciarse bien el sonrosado de las mejillas, los labios de un rojo vivo natural, la blancura de la frente. Hay una serie de tonos de la piel que resaltan, mientras que con ésta bronceada todo queda muy igual. Además, la mujer tostada por el sol es una imagen que se ha popularizado hasta la saciedad en la publicidad comercial y que resulta ya un poco vulgar. Aunque, por supuesto, hay papeles que requieren el bronceado por el tema y el personaje, y entonces tiene su razón de ser.
Esta manía del bronceado, dicho sea de paso, es bastante reciente. Hasta la década de los veinte se consideraba más bien un defecto. Las mujeres salían con sombrillas para no quemarse. Con los artistas masculinos también hay actualmente esta obsesión del bronceado. Roy Scheider es un actor que siempre está muy tostado por el sol, porque cree que así ofrece mejor aspecto. Cuando hicimos
Bajo sospecha (Still of the night)
, en que representaba el papel de un psiquiatra de Nueva York, aquel bronceado no le convenía al personaje, y el director Robert Benton y yo tuvimos que insistir para que en el fin de semana no tomara baños de sol.
Con Jack Nicholson nos sucedió lo mismo en
Se acabó el pastel (Heartbum)
, de Mike Nichols.
He conocido artistas de cine con fama internacional que, en persona, me han parecido sin relieve e incluso bastante feas. ¿Hay algún secreto en esta imagen superior de sí mismas que proyectan en la pantalla? Yo creo que se trata, sin duda, de una irradiación de la personalidad interior que sólo capta la lente. La cámara actúa, de cierta manera, gracias al primer plano, como un microscopio.
Hay que recordar que no hay nadie perfecto, que hasta la persona más bella del mundo tiene un defecto. Entonces el quid de la cuestión está en ver cuál es o son esos defectos, y la astucia consiste en conseguir que esos defectos no se vean en la pantalla. Así, por ejemplo, aunque no quiero dar nombres, una de las actrices que me tocó, fotografiar, entonces muy joven, tenía un solo defecto: las encías muy grandes. Cuando reía o sonreía se le veían amplias y rosadas, muy feas, casi caballunas. Me di cuenta de esto antes de comenzar el rodaje y se lo comuniqué al director. Se lo dije a la actriz también, porque es preciso explicar que una buena actriz es la que más colabora con el director de fotografía. Nuestra función es como la de un médico, que diagnostica la enfermedad. ¿Cómo vamos a ocultarla? Las actrices, de todos modos, saben en general cuáles son sus propios defectos porque se conocen bien, y agradecen que los hayamos descubierto y queramos ayudarlas ocultándolos. Así se ponen en nuestras manos con confianza.
En el caso especial que he mencionado más arriba, solucionamos el problema sugiriéndole a la actriz que no se riera en toda la película, que se riera con los ojos; que, a lo sumo, medio se sonriese a lo
Monna Lisa
, pero jamás con una risa franca. Y entonces apareció bellísima en la cinta.
Hay otra forma de ocultar defectos: por medio de maquillaje correctivo. Lo que no se conoce bien son los detalles de la cuestión.
Así, por ejemplo, una actriz con la que he trabajado hace pocos años tenía la línea del pelo muy baja, es decir, una frente muy pequeña, lo cual le desbalanceaba el rostro, y le daba, por contraste, una mandíbula muy grande. Entonces sugerí que se depilase dos centímetros de la frente. Es esto lo que hizo en su tiempo Rita Hayworth, que tenía el mismo problema, y para
Gilda
se subió la línea del pelo. Así cambió su imagen y dejó de ser una
starlet
de tercer orden para convertirse en
sex-symbol
de toda una época.
Otro ejemplo es Marlene Dietrich. Al comenzar en el cine tenía una cara muy redonda, al estilo de una campesina alemana, pero cuando se trasladó a Hollywood le pidió al dentista que le sacara los molares, lo cual le acentuó sus famosos pómulos. Además, en Hollywood se le exigió que perdiera peso. Véase si no la versión alemana de
El ángel azul
, de 1930, y compárese con
El expreso de Shanghai
, filmada en Norteamérica dos años más tarde.
Existe también el sistema de ocultar los defectos de una actriz retratándola en sus ángulos buenos. Ya se sabe, hay personas que tienen un perfil mejor que el otro, que tienen rostros muy desiguales, con un lado bien distinto al otro, o no tienen una nariz recta. Si éste es el caso, el fotógrafo deberá poner la luz principal del lado contrario hacia el que se inclina la nariz, y entonces ésta parece enderezarse.
Pero volvamos a Marlene Dietrich, esa mujer que se conocía tan bien. Marlene pensaba —no sin cierta razón— que su perfil era inferior a su frente, que tenía nariz
de pato
. En las escenas de amor, las que se filman con los perfiles del hombre y la mujer mirándose, siempre se las ingeniaba para colocarse de frente, y siempre con una luz alta, que le acentuaba los pómulos famosos. Al estar el hombre de perfil y ella de frente a la cámara, aquél tenía que mirarla de lado, lo que después se convirtió en algo así como el
trademark
de Marlene en el cine. Ese mirar de reojo que adoptó al principio por coquetería, se convirtió con el tiempo en su mirada desdeñosa de mujer fatal; o sea, que Marlene Dietrich ocultó su defecto y lo transformó en efecto.
Otra estrategia que conocen tanto las mujeres como los hombres del cine, especialmente cuando comienzan a envejecer, es sonreír. Al sonreír, la piel se estira y la cara
se levanta
. Entonces, estos actores y actrices están sonriendo todo el tiempo en las películas, aun cuando no venga a cuento.
En algunos casos, lo que se considera como defecto puede resultar una ventaja. Richard Gere tiene los ojos más bien pequeños. Pero me di cuenta en seguida, a través del visor de mi cámara al filmar
Días del cielo
, de Terrence Malick, que esto no le perjudicaba. Al contrario, le confería a su mirada algo animalesco, penetrante y vivo que se ha convertido en uno de los motivos de su
sex appeal y
de su éxito. Los cotizados ojazos de otros artistas no son, a fin de cuentas, más que falsos motivos de belleza porque producen a menudo una mirada bovina.
Es cierto que el cine hace parecer a la gente más alta de lo que es en realidad, y la explicación es muy sencilla: en la pantalla, por el aumento real de dimensiones en la proyección mural, la gente siempre es más. grande. Al no existir referencias de comparación, todo el mundo parece igual. Como generalmente no se ven los pies, si el galán es más pequeño que su compañera se sube en un cajón.
A veces eso de la estatura es una cuestión de personalidad. Las estrellas con personalidad fuerte siempre parecen ser más altas. Así, por ejemplo, Meryl Streep. Cuando estaba filmando mi primera película con ella,
Kramer contra Kramer
, de Robert Benton, había, como de costumbre, una doble de la actriz. Los dobles, claro, tienen que parecerse a los intérpretes, por lo menos ser de la misma estatura y porte para facilitar nuestro trabajo de iluminación, que se efectúa en su ausencia. Pues bien, me pareció que la doble de Meryl era más pequeña que ella, pero pude comprobar con una cinta métrica que, en realidad, no era más pequeña que Meryl, sino que incluso era un poco más alta. Claro, no tenía la personalidad de Meryl. Aun en la vida, ya no en el cine, Meryl Streep parece más alta de lo que es en realidad.
Sobre lo de que la cámara engorda 10 libras (4,53 kilos), no creo que sea para tanto, aunque sí hay una tendencia a que la gente parezca algo más gruesa en la pantalla. Dicho esto añadiré que no pienso que una actriz, para que resulte fotogénica, tenga que ser delgada. Estoy cambiando mucho últimamente a este respecto. Esa manía de la delgadez no me parece correcta. Creo que las mujeres de antes, con sus formas redondas, tenían más belleza. Me parece equivocada la obsesión que tienen algunas mujeres actualmente de estar esqueléticas. Es algo incluso vulgar, que viene sin duda también de la publicidad comercial. Así, por ejemplo, en la película
Unico testigo
(
Witness
), de Peter Weir, Kelly McGillis es una mujer más bien redonda, no demasiado delgada de acuerdo con los estándares del cine. Cuando en dicha película aparece desnuda es como una Venus de Milo, que era más bien una griega
llenita
, lo que es muy hermoso. Creo que la mujer debe tener sus formas, sus curvas, y no estoy de acuerdo con esa tendencia actual de la mujer con músculos.
Un director de fotografía que se precie debe trabajar de acuerdo con el peluquero, el diseñador de vestuario y el maquillador. En un trabajo serio, se hacen pruebas de vestuario, de maquillaje, de peinado; se estudian, en la preproducción, todas las posibilidades; se hacen pruebas filmadas y después se exhiben en un salón de proyección, se discuten y se decide con el director el
look
final.
Estas pruebas que hacemos incluyen también, por supuesto, las de iluminación. Así, por ejemplo, una actriz que tiene una cara más bien redonda, no se debe iluminar con la misma intensidad de los dos lados, porque entonces se le ensancha todavía más el rostro. Iluminaremos sólo media cara, y la otra la podemos dejar en penumbra; eso la adelgaza. En cambio, cuando se trata de una persona de cara alargada, si se ilumina de un solo lado podrá parecer excesivamente delgada. Una luz frontal le convendrá más. Si la actriz o actor tiene los ojos hundidos hay que poner las luces más bien bajas, porque si están altas, con las sombras de los arcos superciliares apenas se le verán los ojos. Este era el caso de Jean-Pierre Léaud, con quien he hecho cuatro filmes.
Otra de las actrices con las que he trabajado tiene cara, torso y brazos muy hermosos, pero la parte baja del cuerpo no está muy bien formada. Entonces, la estrategia consistió en vestirla con faldas oscuras y largas, de manera que se ocultasen sus piernas, no insistiendo en sacarla de cuerpo entero. Todas estas decisiones deben tomarse con antelación, precisamente en el momento de efectuar las pruebas. En nuestro trabajo de embellecimiento de las actrices no hay ninguna magia, ningún misterio, sino lógica y sentido común.
Como director de fotografía, tengo que alejarme de lo que una mujer quiere hacer creer, y analizarla tal como es, sin dejarme influir. Muchas mujeres, con su personalidad, hacen creer a los hombres que son bellísimas, y no lo son. En mi profesión tengo que ser totalmente objetivo, llegando al extremo, cuando trabajo, de tratar de convertirme en un ser humano sin sexualidad para analizar a las personas sin apasionarme. A menudo, los propios realizadores, entusiasmados con una actriz o un actor, no se dan cuenta de sus defectos físicos. A mí, precisamente, me toca explicarles lo que son o lo que no son para poder mejorarlos. Por esto me pagan también.
Hay una ley que se puede aplicar tanto en la naturaleza como en el cine, que es que la luz que proviene de arriba no hay rostro que la resista. Por eso ocurría —y ocurre— que en el trópico las mujeres casaderas sólo salían a la calle
a la tardecita
, ya que entonces la luz era más suave y mejoraba su semblante. Si salen al mediodía, la sombra bajo los ojos no permite apreciar la mirada y bajo la nariz forma como un bigote.
En los estudios cinematográficos, como en la casa, una luz que viene de arriba sólo debería iluminar una planta o un cuadro, pero no un rostro. Las luces que favorecen más son las laterales, de lámparas: luces que no sean crudas, sino suaves y tamizadas. Por eso, la pantalla de las lámparas caseras fue un gran invento. Los
spotlights
o
track ligbts
, que se pusieron de moda en decoración en los años sesenta, son un disparate. Son luces que acentúan todos los defectos de la piel. Justamente otro truco clásico es el del personaje de Blanche Dubois en
Un tranvía llamado deseo
: la
penumbra
para disimular los defectos. Otro, el que el tono de las lámparas sea cálido: rosa, ámbar, etc. Eso siempre unifica y suaviza, y se aplica igual a la vida que a la fotografía de cine. La luz de las velas también favorece muchísimo. Esto lo saben hasta los decoradores de
night-clubs
de medio pelo.
Hago a continuación una breve lista de mujeres del pasado a quienes me hubiera gustado fotografiar: Marlene Dietrich, en primer lugar; luego, Louise Brooks, Hedy Lamarr, Ava Gardner, María Félix, Gene Tierney, Conchita Montenegro, Silvana Mangano, Danielle Darrieux, Alida Valli y Dolores del Río. Cuando comencé a trabajar en el cine, desgraciadamente, ya ellas estaban de retirada.
¿Y qué decir de Katharine Hepburn? Ella tenía un rostro difícil. Un rostro, como decía Truffaut, al que “uno se tiene que acostumbrar”. Un tipo de belleza que no se declara de un golpe. Claro que cuando se impone es para siempre.
En cambio, no encuentro, en cualquier caso, que Marilyn Monroe fuese bella. Claro que era una mujer que tenía una extraordinaria personalidad, y esto es lo que
confundió
al público. Físicamente tenía defectos; por ejemplo, los ojos excesivamente separados y una cara más bien ancha, la nariz demasiado respingona. Es cierto que tenía un cuerpo muy atractivo, pero la cara, lo repito, imperfecta, un poco vulgar. Y sin los cosméticos, y sobre todo sin el
sex appeal
que tenía, Marilyn hubiera sido una chica norteamericana de campo como hay millones.
Mi mujer ideal es la de tipo latino, probablemente porque crecí viendo mujeres morenas, que son la mayoría tanto en España como en Cuba. Mujeres de tez más bien blanca y pelo oscuro. Me condicionaron, sin duda, como un perro pavloviano; es decir, que reconozco que estas preferencias son relativas.