Dialéctica erística o el arte de tener razón (7 page)

BOOK: Dialéctica erística o el arte de tener razón
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Es el siguiente:

En toda discusión, ya sea pública, como las que se entablan en las aulas académicas y en los tribunales, o las que se sostienen por simple diversión, se procede de la siguiente manera: se presenta una tesis que debe ser refutada. Para lograrlo hay dos
modos
y dos
vías
.

1) Los
modos
son:
ad rem
y
ad hominem
, o
ex concessis
. sólo con el primero derribamos la verdad absoluta u objetiva de la tesis, en cuanto que demostramos que no coincide con la cualidad de la cusa de la que se habla. aun el otro, en cambio, derribamos únicamente su verdad relativa en cuanto que demostramos que la tesis contradice otras afirmaciones o concesiones de su defensor, o que sus argumentos son insostenibles; con esto queda indeterminada la verdad objetiva de la cosa propiamente dicha. (Por ejemplo: si en una controversia sobre asuntos filosóficos o de ciencias naturales, el adversario (que, naturalmente, tendría que ser un inglés) se permitiera presentar argumentos bíblicos, tendríamos que refutarle con argumentos parecidos aunque no fuesen más que meros
argumenta ad hominem
, que nada deciden. Es como si se pagase a alguien con su misma moneda
[23]
En algunos casos, incluso puede compararse este
modus procedendi
al acusador que presenta ante el tribunal un pagaré falso que el acusado liquida por medio de un recibo falso; el préstamo podría haberse hecho a pesar de todo.

Pero, siendo análoga a este último procedimiento, la mera
argumentatio ad hominem
tiene la ventaja de la brevedad, ya que, con frecuencia, tanto en uno como en otro caso, la verdadera y exhaustiva explicación del asunto sería muy difícil y complicada.

2) Las dos
vías
son la
directa
y la
indirecta
. La primera ataca la tesis en sus
fundamentos
; la otra, en sus consecuencias. Aquélla demuestra que no es verdad. Esta, que no puede ser lo. considerémoslas más detenidamente.

a) Refutando por
vía directa
, es decir, atacando los fundamentos de la tesis, mostramos que éstos no son verdad aduciendo:
nego majorem
o
nego minorem
; en cuanto que con ambos procedimientos atacamos la conclusión que fundamenta la
materia
de la tesis. O reconocemos aquellos fundamentos pero mostrando, sin embargo, que la tesis no se sigue de el os, aduciendo:
nego consequentiam
; con lo cual atacamos la forma de la conclusión.

b) Refutando por
vía indirecta
atacamos la tesis en sus consecuencias para deducir de la falsedad de éstas, en facultad de la ley a
falsitate rationati ad falsitatem
rationis valet consequentia
(de la falsedad de la consecuencia se sigue la falsedad del fundamento], su propia falsedad. Podemos servirnos para eso de la mera
instantia
, o de la
apagoge
.

A) La instancia,
enstasis
, es un simple
exemplum in contrarium
. Refuta la tesis mediante la aportación como prueba de cosas o relaciones que están comprendidas en su enunciado, es decir, que se deducen de ella, pero a las que manifiestamente no es aplicable el enunciado de la tesis, por lo que no puede ser verdad.

B) Utilizamos la
apagoge
cuando aceptamos la tesis como si fuese verdadera, pero en combinación con otra tesis cualquiera, reconocida abiertamente como verdadera, que unimos a la primera de forma tal que puedan ser ambas consideradas como premisas de un silogismo del que se sigue una conclusión manifiestamente falsa, en tanto que contradice la naturaleza del objeto o contradice las demás afirmaciones de quien formuló la tesis. La
apagoge
puede así, dependiendo del
modus
, ser simplemente
ad hominen
o
ad rem
. Si las verdades que refuta la conclusión son incuestionables, o bien, verdades evidentes a priori, habremos conducido al adversario
ad absurdum
. Con esto probamos que la falsedad de la conclusión debe radicar en la tesis, pues al ser la otra premisa de verdad indiscutible, la primera tiene que ser falsa.

Toda forma de ataque en la discusión puede reducirse a la del procedimiento aquí presentado; dichos ataques son a la dialéctica lo que a la esgrima son las estocadas regulares, en tercera, cuarta, etc. En cambio, las artimañas o estratagemata que yo he reunido serían comparables a las fintas, y, finalmente, los ataques personales en la discusión, a lo que los maestros universitarios de esgrima l aman golpes bajos. Como prueba y ejemplo de aquellas estratagemas que reuní, sirvan las siguientes.

Séptima estratagema
[24]
:
La ampliación
. La tesis del adversario se interpreta dándole un sentido más amplio del que él pretendía o incluso del que ha expresado, para luego refutarla cómodamente bajo este sentido.

Ejemplo: A afirma que los ingleses superan en el arre dramático a todas las demás naciones. B responde, con lo que parece ser una
instantia in contrario
, que en música y, por consiguiente también en lo que se refiere a la ópera, sus aportaciones eran escasas. De aquí se deriva que, para parar este embate, al surgir la contradicción se restrinja enseguida la propia tesis a los términos en los que se la expreso, o que se la reduzca todo lo que sea posible a sus limites más estrechos, pues cuanto más general sea una afirmación, a tantos más ataques estará expuesta.
[25]

Octava estratagema:
Uso abusivo de la consecutividad
. Se añade a la tesis del adversario, a menudo tácitamente, una segunda tesis que está emparentada con aquélla mediante un sujeto o un predicado. De esas dos premisas se saca una conclusión falsa, casi siempre aborrecible, que se atribuye al adversario.

Ejemplo: A celebra que los franceses expulsaran a Carlos X; B añade enseguida:

"¿Es que quiere Ud, que expulsemos a nuestro rey?" - La premisa que él tácitamente ha añadido es la siguiente: "aquellos que expulsan a su rey son loables". Esto puede reducirse también a la
fallacia a dicto secundum qui ad dictum simpliciter
[falacia consistente en interpretar en sentido amplio lo que se dijo en sentido restringido).

Novena estratagema:
La diversión
. Si durante la controversia se advierte que la cosa no va bien y que el adversario lleva las de ganar, se procura evitarlo a tiempo mediante una
mutatio controversiae
, es decir, desviando la discusión del asunto principal a otro asunto de carácter secundario, y, en caso de apuro, incluso saltando directamente a otra cosa. Luego se intenta adscribir ésta al adversario para combatirla en sustitución del asunto principal y convertirla así en tema del debate, de manera que el adversario tenga que dejar a un lado la partida a medio ganar para defenderse de nuevo. Si, desgraciadamente, se topa otra vez con un argumento difícil de refutar, se vuelve a saltar de nuevo a otro asunto, pudiéndose repetir esto diez veces en un cuarto de hora, si es que el adversario no ha perdido antes la paciencia. Estas diversiones estratégicas se efectúan con habilidad si se lleva la controversia imperceptiblemente y poco a poco a un asunto emparentado con el objeto en cuestión, a ser posible algo relacionado con él, pero conceptualmente distinto. Ya es menos discreto cuando simplemente se mantiene el objeto de la tesis pero se ponen sobre el tapete otras relaciones suyas que no tienen nada que ver con las que se están cuestionando; por ejemplo, hablando del budismo chino, se pasa a hablar del comercio del té. Pero si ni siquiera esto puede ponerse en práctica, se ataca entonces cualquier expresión empleada casualmente por el adversario, llevando de esta manera la controversia a un nuevo terreno para verse libre del anterior. Por ejemplo, si el adversario utiliza la expresión "Aquí precisamente está el misterio del asunto", se le interrumpe rápidamente: "¡Ah!, si habla usted de misterios y de mística, entonces no cuente conmigo, pues en lo que a esto respecta..., etc., y así se habrá ganado amplitud de campo. Pero si tampoco hay ocasión de esto, entonces, con todo descaro, se salta de repente a otro asunto completamente ajeno, con algo parecido a lo siguiente: "Ah, y eso que usted afirmó antes " etc. De entre todas las estrategias de las que instintivamente se sirven los discutidores desleales, la diversión es la más querida y más utilizada, y casi inevitable en cuanto se ven comprometidos.

De tales estratagemas, reuní y expuse cerca de cuarenta. Pero el examen de todos esos subterfugios que, junto con la tozudez, vanidad e improbidad, aún se hermanan con la cortedad e incapacidad humanas, me resulta ahora repugnante. Por lo demás, me bastan estas pruebas para tomar en serio las razones antes aludidas y evitar las discusiones con ese tipo de gente que es el que más abunda. En todo caso, se puede intentar ayudar a la inteligencia del otro con argumentos, pero en cuanto se note terquedad en su contraargumentación, debe dejarse el asunto al instante, pues poco ha de faltar para que acuda a los engaños, y lo que en teoría es un sofisma, en la práctica es una vejación. Las estratagemas de las que hablo son todavía más indignas que los sofismas, pues en ellas la voluntad se pone la máscara de la inteligencia para representar su papel, algo que siempre es abominable. Pocas cosas despiertan tanta indignación como advertir que alguien carece de intenciones para comprender. Quien no permite que prevalezcan las buenas razones del adversario denota tener, o bien una inteligencia simplemente débil, o bien sometida por el dominio de la propia voluntad, es decir, indirectamente debilitada; de ahí que sólo debamos enzarzarnos con alguien así cuando la condición del oficio u la imposición del deber lo hagan necesario.

Con todo, debo admitir, para darles su parte de razón a los engaños mencionados, que muchas veces podemos actuar apresuradamente al renunciar a nuestra opinión ante un certero argumento del adversario. Sentimos verdaderamente la fuerza de uno de estos argumentos cuando lo tenemos delante, así como que los contraargumentos u otra cosa que pudiese sostener nuestra opinión y, tal vez salvarla, no se nos ocurren con presteza. Si damos entonces nuestra tesis por perdida puede ocurrir que, con eso, seamos precisamente infieles a la verdad, pues quizás se descubra más adelante que éramos nosotros quienes teníamos razón, pero que, dada la debilidad y escasa confianza en nuestra causa, habíamos cedido ante la impresión momentánea de lo contrario. incluso puede que la prueba con que defendimos nuestra tesis fuera realmente falsa, pero, no obstante, hay otra correcta para defenderla. Ante tal impresión, ocurre que, incluso gentes sinceras y amantes de la verdad, no cedan con inmediata facilidad a un argumento, sino que intenten defender su causa aun cuando la argumentación contraria les haga dudar de su verdad. Aquí se asemejan al comandante de un ejército que procura mantener un poco más de tiempo una posición que sabe insostenible con la esperanza de que lleguen los refuerzos. Confían en que mientras se defiendan con malos argumentos se les ocurrirán entretanto los buenos, o en que acabarán por advertir la simple falsedad del argumento del adversario. Por eso, esta ilusión obligará casi necesariamente a pequeños engaños en la discusión, ya que, de momento, uno no lucha por la verdad sino por su tesis. Por otra parte, esto es una consecuencia de la incertidumbre de la verdad y de la deficiencia del intelecto humano. Pero también existe el peligro de ir demasiado lejos, es decir, de luchar demasiado tiempo por malas convicciones, de que finalmente nos entorpezcamos, y cedamos a la maldad de la naturaleza humana defendiendo nuestra tesis
por fas
y
nefas
, con ayuda de estratagemas desleales; que
mordicus
[con todas las fuerzas, a muerte], luchemos por nuestra tesis. Que a cada uno le ampare en esto su genio particular y que luego no tenga que avergonzarse. La clara comprensión de lo que aquí hemos presentado es también importantísima para la autoeducación en este sentido.

Notas

[1]
Por lo general, los antiguos, usaron lógica y dialéctica como sinónimo; también los modernos.

[2]
Erística sería sólo una palabra más severa para designar lo mismo. Aristóteles (según Diógenes Laercio, V, 28) colocó juntas a la retórica y a la dialéctica, cuyo propósito es la persuasión,
tò pizanón
; así también, la analítica y la filosofía, cuya meta es la verdad. [“Dialéctica es el arte del discurso con el que afirmamos refutar o probar alguna cosa por medio de la pregunta y la respuesta de los interlocutores”] (Diógenes Laercio, III, 48, en
Vita Platonis
). Aristóteles distingue 1) la
lógica
analítica, como la teoría o instrucción para obtener los silogismos verdaderos o apodícticos; 2) la
dialéctica
o la instrucción para obtener los silogismos probables, los que corrientemente se tienen por verdaderos,
probabilia
(
Tópicos I
, 1-12) - Silogismos a propósito de los cuales no está establecido que sean falsos, pero tampoco verdaderos (en sí y para sí), no siendo esto lo importante. ¿qué es esto más que el arte de tener razón, independientemente de que de verdad se tenga o no se tenga? Por lo tanto, es el arte de conseguir que algo pase por verdadero, sin preocuparse si en realidad lo es. Aristóteles divide los silogismos en lógicos y dialécticos, como hemos dicho; 3) en
erísticos
(erística), en los que la forma del silogismo es correcta pero las proposiciones, la materia, no lo son, sino sólo lo parecen; y finalmente 4) en
sofísticos
(sofística) en los que la forma del silogismo es falsa, pero parece correcta. Estas tres especies, pertenecen propiamente a la dialéctica erística, puesto que no atienden a la verdad objetiva, y sin preocuparse de ella sólo estiman su apariencia y el hecho de
tener razón
. El libro sobre silogismos sofísticos fue editado sólo más tarde. Era el último libro de la
Dialéctica
.

[3]
Maquiavelo escribió al príncipe que aprovechase cada instante de debilidad de su vecino para atacarle, porque de lo contrario aquél se aprovecharía a su vez de los suyos. Si dominasen la fidelidad y la franqueza, seria muy distinto: pero como su uso no es frecuente, también está permitido dejar de utilizarlas, o de lo contrario uno se verá mal pagado. Lo mismo ocurre en la discusión; si le doy la razón al adversario mientras parece que la tiene, será difícil que él lo haga en el caso inverso; más bien procederá
por nefas
; por eso tengo yo que hacer lo mismo. Se dice fácilmente que debe buscarse únicamente la verdad, sin el prejuicio del amor a la propia opinión; pero no hay que anticipar que el otro también lo haga; ésta es la causa por la que tenemos que abstenernos de pretenderlo. Además, puede suceder que al renunciar a mi argumento por parecerme que el adversario tenía razón, ocurra que, inducido por la impresión momentánea, haya renunciado a la verdad a cambio del error.

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