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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (52 page)

BOOK: Déjame entrar
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Schvittt.

¿No?

Tommy se sentó en el sofá, se desprendió del edredón.

Eso no existe. No, no. Vampiros. La chica, la del vestido amarillo tiene de alguna manera que creer que ella es… pero espera, espera. Estaba lo de ese asesino ritual que… ése al que andan buscando…

Tommy apoyó la cabeza en las manos; los billetes crujieron contra su oreja. No acababa de entenderlo. Pero de todos modos le dio un miedo terrible aquella chica.

Justo cuando había empezado a sopesar la idea de subir al piso a pesar de todo, aunque fuera todavía de noche, de soportar lo que se le iba a venir encima, oyó cómo se abría la puerta arriba, en su portal. El corazón le latía como el de un pájaro asustado y lanzó una mirada a su alrededor.

Un arma.

Lo único que había era el cepillo de barrer. La boca de Tommy dibujó una mueca que duró un segundo.

El cepillo de barrer, una buena arma contra los vampiros.

Luego se acordó, se levantó y salió del trastero mientras se guardaba el dinero en el bolsillo del pantalón. Cruzó el pasillo de una zancada y se deslizó dentro del refugio al mismo tiempo que se abría la puerta del sótano. No se atrevió a cerrar por miedo a que ella lo oyera.

Se acurrucó en la oscuridad, intentando hacer el menor ruido posible al respirar.

La cuchilla relucía en el suelo. En una de las esquinas tenía una mancha de color marrón, como de óxido. Eli cortó un trozo de la portada de un periódico, envolvió la cuchilla en el papel y se la guardó en el bolsillo.

Tommy había desaparecido, lo cual significaba que estaba vivo. Había salido de allí por su propio pie, se habría ido a casa a dormir y, aunque pudiera relacionar los hechos, no sabía dónde vivía Eli, así que…

Todo está como debe estar. Todo está… estupendamente
. El cepillo de madera estaba apoyado contra la pared, con su palo largo.

Eli lo cogió, partió el palo contra la rodilla, por abajo, casi a la altura del cepillo. Quedó una superficie irregular, en punta. Una estaca delgada del largo de un brazo. Se puso la punta contra el pecho, entre dos costillas. Exactamente en el punto donde la mujer había clavado su dedo índice.

Respiró profundamente, agarró el palo y trató de pensar.

¡Dentro! ¡Dentro!

Expulsó el aire, aflojó la presión. Lo volvió a apretar. Con fuerza.

Llevaba dos minutos con la punta a un centímetro del corazón, apretando fuertemente el palo con la mano, cuando se oyó el cerrojo de la puerta del sótano y ésta deslizándose.

Eli se quitó la estaca de madera del pecho, escuchó. Pasos lentos, inseguros, en el pasillo, como de un niño que acabara de aprender a andar. De un niño grande que acabara de aprender a andar.

Tommy oyó los pasos y pensó:
¿Quién?

Ni Staffan, ni Lasse, ni Robban. Alguien que parecía enfermo, alguien que arrastraba algo muy pesado…
¡Papá Noel!
Se llevó la mano a la boca para ahogar una risita cuando se imaginó a Papá Noel, en la versión de Disney…

¡Hohoho! Say «mamá»!

… llegar dando tumbos por el pasillo del sótano con su enorme saco a la espalda.

Sus labios temblaron bajo la palma de la mano y apretó los dientes para evitar que entrechocaran unos con otros. Todavía en cuclillas se alejó de la puerta paso a paso. Sintió el ángulo del rincón contra su espalda al mismo tiempo que el haz de luz que entraba por la abertura de la puerta se oscurecía.

Papá Noel estaba parado entre la lámpara y el refugio. Tommy se tapó la boca con las dos manos para no gritar, temiendo que la puerta se abriera.

No había escapatoria.

. través de las rendijas de la puerta se dibujaba el cuerpo de Håkan con líneas entrecortadas. Eli alargó el palo todo lo que pudo, empujó la puerta con él. Se abrió un decímetro, luego se interpuso el cuerpo que había fuera.

Una mano agarró el borde de la puerta, tirando de ella hacia arriba con tanta fuerza que ésta chocó contra la pared, se salió de un gozne. La puerta se descolgó y rebotó colgando torcida, golpeando el hombro al cuerpo que ahora llenaba el hueco de la puerta.

¿Qué quieres de mí?

Todavía se podían distinguir manchas de color azul claro en la bata que le cubría el cuerpo hasta las rodillas. El resto era un mapa sucio de tierra, barro y manchas que la nariz de Eli pudo identificar como sangre de animales, sangre humana. La bata estaba rota por varios sitios; en las aberturas se vislumbraba una piel blanca, marcada con rasguños que no curarían nunca.

La cara no había cambiado. Una masa mal trabajada de carne desnuda con un único ojo rojo estampado allí como de broma, una guinda pasada para coronar un pastel podrido. Pero ahora tenía la boca abierta.

Un agujero negro en la mitad inferior de la cara. No había labios que pudieran ocultar los dientes, que estaban al descubierto; una irregular corona blanca que hacía la oscuridad aún más oscura. El agujero se ensanchó, se redujo como si masticara algo y de él salió:

—Eeeiiiij.

No se podía distinguir si el sonido quería decir «hej» o «Eli», puesto que pronunciaba la jota o la ele sin ayuda de los labios o de la lengua. Eli dirigió el palo hacia el corazón de Håkan, diciendo:

—Hola.

¿Qué quieres?

La no-muerte. Eli no sabía nada de ella. No sabía si el ser que tenía delante estaba dominado por las mismas limitaciones que él mismo. Si sería suficiente con destrozarle el corazón. Sin embargo, el hecho de que Håkan estuviera parado ante el hueco de la puerta parecía indicar una cosa: que necesitaba una invitación.

La pupila de Håkan se movía de arriba abajo, sobre el cuerpo de Eli que se sentía desprotegido con el ligero vestido amarillo. Habría deseado que tuviera más tela, que hubiera más obstáculos entre su propio cuerpo y el de Håkan. Tanteando, acercó el palo al pecho de éste.

¿Podrá sentir algo? ¿Podrá ya siquiera… sentir miedo?
Eli revivió una sensación casi olvidada: el miedo al dolor. Todo se curaba, pero de Håkan emanaba una amenaza de tal magnitud que…

—¿Qué quieres?

Se oyó un sonido gutural hueco cuando aquel ser expulsó aire y una gota de líquido viscoso de color amarillento salió del doble orificio donde había estado la nariz. ¿Un suspiro? Luego un susurro roto: «Aaaajjj»… y uno de los brazos dio una sacudida rápida, espasmódica,

movimientos de bebé.

Se agarró con torpeza la bata por la parte de abajo, casi por el dobladillo, y se la subió.

El pene de Håkan emergía tieso del cuerpo, llamando la atención, y Eli observó su rígida hinchazón surcada por una red de venas y…

Cómo puede… tiene que haberlo tenido todo el tiempo.

—Aaaajjj…

Sacudidas violentas de la mano de Håkan cuando se movía el prepucio arriba y abajo, arriba y abajo y el glande aparecía y desaparecía, aparecía y desaparecía, como el muñeco de la caja, mientras profería un sonido de placer o algo parecido.

—Aaaaeee…

Y Eli rio aliviado.

Todo esto. Para hacerse una paja.

Permanecería allí, incapaz de moverse del sitio hasta que… hasta que…

¿Podría correrse? Iba a permanecer allí una… una eternidad.

Eli vio ante sí la imagen de una de esas muñecas obscenas a las que se daba cuerda con una llave; el monje al que se le levantaba el hábito y empezaba a masturbarse mientras durara la cuerda.

Clik clik, clik clik…

Eli se reía, estaba tan distraído con la demencial imagen que no notó cuando entró Håkan en el cuarto, sin que nadie lo invitara. No notó nada hasta que el puño, que hacía un momento estaba apretado alrededor de un placer imposible, se alzó sobre su cabeza.

En un espasmo rápido como el rayo golpeó con el brazo hacia abajo y el puño cayó sobre la oreja de Eli con una fuerza que habría bastado para matar a un caballo. El golpe cayó oblicuo y la oreja de Eli se dobló hacia dentro con tanta fuerza que se le rasgó la piel y media oreja se le despegó de la cabeza cayendo súbitamente al suelo dando contra el cemento con un golpe sordo.

Cuando Tommy comprendió que lo que avanzaba por el pasillo no se dirigía al refugio, se aventuró a quitarse las manos de la boca. Estaba sentado pegado al rincón, e intentó escuchar.

La voz de la chica.

Hola. Qué quieres.

Luego la risa. Y, además, esa otra voz. No sonaba siquiera como si viniera de una persona. Después, golpes amortiguados, ruido de cuerpos que se movían.

Ahora se estaba produciendo algún tipo de… movimiento allí dentro. Algo fue arrastrado por el suelo y Tommy no pensó en tratar de averiguar qué era. Pero aprovechó aquel ruido para acallar el que pudiera hacer al levantarse, ir a tientas a lo largo de la pared y buscar el montón de cajas de cartón.

El corazón le palpitaba como un tambor de juguete y las manos le temblaban. No se atrevió a encender el mechero, y para concentrarse mejor cerró los ojos buscando con la mano encima de la pila de cajas.

Los dedos se cerraron alrededor de lo que encontró: el trofeo de tiro con pistola de Staffan. Con cuidado, lo levantó del sitio donde estaba, lo sopesó en la mano. Si lo agarraba por el pecho de la figura, el pedestal de piedra funcionaría como un mazo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que podía distinguir vagamente la silueta del tirador de plata.

Amigo. Querido amigo.

Con el trofeo apretado contra su pecho se agachó otra vez en la esquina, esperando a que todo aquello terminara.

Eli era manipulado.

Mientras nadaba hacia la superficie desde la oscuridad en la que se había hundido, sintió cómo su cuerpo, a distancia, en otra parte del mar… era manipulado.

Una presión fuerte en la espalda, las piernas apretadas hacia arriba, hacia atrás, y aros de hierro alrededor de los tobillos. Los tobillos con sus aros de hierro
uno a cada lado de la cabeza
y la columna vertebral tan forzada, tan estirada que estaba a punto de romperse.

Me rompo.

La cabeza era un contenedor de dolor vivo cuando su cuerpo fue doblado en dos violentamente, empaquetado como un fardo de tela, y Eli creyó que aún se hallaba en una alucinación de dolor porque, cuando sus ojos empezaron a ver, sólo vieron amarillo. Y detrás del amarillo, una gran sombra agitada.

Después llegó el frío. Sobre la fina piel de sus nalgas se restregaba una bola de hielo. Alguien intentaba, primero tanteando, finalmente empujando, penetrarlo.

Eli resopló; la tela del vestido que le había tapado la cara se levantó, y pudo ver.

Håkan estaba encima de él. Su único ojo miraba fijamente hacia abajo, hacia las nalgas abiertas de Eli. Tenía las manos alrededor de sus tobillos. Las piernas habían sido brutalmente dobladas hacia atrás de manera que las rodillas quedaban apretadas contra el suelo a ambos lados de los hombros de Eli, y cuando Håkan presionó aún más Eli oyó cómo los ligamentos de la parte interior de la nalga se le rompían, igual que la cuerda de una guitarra demasiado tensa.

—¡Nooo!

Eli aulló en la cara deforme de Håkan, en la que no se podía percibir ningún sentimiento. Un reguero de baba viscosa que salía de su boca se alargó y cayó en los labios de Eli, y el sabor a cadáver le llenó la boca. A Eli se le despegaron los brazos del cuerpo, sin vida como los de una muñeca de trapo.

Algo debajo de los dedos. Redondo. Duro.

Intentó pensar, se esforzó para crear una campana neumática de luz dentro de la negra, absorbente locura. Y se vio dentro de la campana. Con una estaca en la mano.

Sí.

Eli agarró el palo del cepillo y cerró los dedos alrededor de la pobre tabla de salvación mientras Håkan seguía tanteando, empujando, intentando penetrarlo.

La punta. La punta tiene que estar del lado correcto.

Giró la cabeza hacia el palo y vio que la punta estaba en la dirección del golpe.

Una posibilidad.

La cabeza de Eli se quedó en silencio cuando visualizó lo que tenía que hacer. Después lo hizo. En un movimiento levantó el palo del suelo y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia arriba, hacia la cara de Håkan.

El antebrazo rozó su muslo y el palo dibujó una línea recta que… se detuvo a unos centímetros de la cara de Håkan cuando Eli, a causa de la postura de su cuerpo, no pudo llevar su brazo más lejos.

Había fallado.

Durante un segundo, Eli alcanzó a contemplar la idea de que quizá tuviera la capacidad de ordenar a su propio cuerpo morir. Si cerraba todas las…

Después Håkan dio un empujón, apretando al mismo tiempo la cabeza hacia abajo. Con un sonido suave como el de una cuchara de madera entrando en la papilla, la punta de la estaca se le clavó en el ojo.

Håkan no gritó. Quizá ni siquiera lo notó. Quizá fue sólo el desconcierto de que ya no podía ver lo que le hizo aflojar las manos alrededor de los tobillos de Eli. Sin notar el dolor de sus piernas destrozadas por dentro, Eli se soltó los pies y dio una patada con ellos hacia delante, contra el pecho de Håkan.

Un sonido de golpe húmedo cuando la planta del pie dio contra la piel y Håkan cayó hacia atrás. Eli bajó las piernas y con una ola de dolor frío en la espalda se puso de rodillas: Håkan no había caído, sólo se había doblado hacia atrás, y, como una muñeca electrónica de la casa de los fantasmas, se enderezaba de nuevo.

Estaban de rodillas el uno frente al otro.

El palo que Håkan tenía en el ojo se movía con pequeñas sacudidas hacia abajo, hacia abajo, con la precisión de un segundero, y luego cayó, tamborileó un poco en el suelo y se paró. Un líquido transparente empezó a manar del orificio en el que había estado, un mar de lágrimas.

Ninguno de los dos se movió.

El líquido del ojo de Håkan goteaba en sus piernas desnudas.

Eli concentró en su brazo derecho toda la fuerza que le quedaba. Cerró el puño. Cuando el hombro de Håkan se movió y el cuerpo hizo un intento de echarse sobre Eli otra vez para seguir donde lo había dejado, Eli golpeó con su mano derecha la parte izquierda del pecho de Håkan.

Se le rompieron las costillas y la piel se estiró por un instante; cedió, después reventó.

La cabeza de Håkan se inclinó hacia abajo para ver lo que no podía ver mientras Eli buscaba a tientas dentro del pecho del hombre y encontró el corazón. Una masa fría, blanda. Inmóvil.

No tiene vida. Pero claro que tiene que…

Eli apretó el corazón hasta destrozarlo. Éste cedió sin oponer resistencia, dejándose aplastar como una medusa muerta.

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