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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (48 page)

BOOK: Déjame entrar
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Oskar agitó la otra mano para hacerle callar, dijo:

—Tú sabes que ese viejo… que se ha escapado, ¿verdad?

—¿Qué viejo?

—El viejo que… el que dijiste que era tu papá. El que vivía contigo.

—¿Qué pasa con él?

Oskar cerró los ojos. Unos rayos azules resplandecieron dentro de sus párpados. La cadena de acontecimientos reconstruida a partir de los periódicos pasó chirriando ante él y se puso furioso, apartó su mano de las de Eli y cerró el puño, y se golpeó con él su dolorida cabeza mientras decía con los ojos aún cerrados:

—Déjalo, déjalo ya. Lo sé todo, ¿vale? Deja de fingir. Deja de mentir, estoy harto de eso.

Eli no dijo nada. Oskar apretó los ojos, tomando aire.

—El viejo ha huido. Lo han estado buscando todo el día y no lo han encontrado. Así que ya lo sabes.

Una pausa. Luego la voz de Eli por encima de la cabeza de Oskar.

—¿Dónde?

—Aquí. En Judarn. En el bosque. En Åkeshov.

Oskar abrió los ojos. Eli se había levantado, estaba con la mano sobre la boca y unos ojos grandes y asustados por encima de la mano. El vestido era demasiado grande, colgaba como un saco sobre sus hombros estrechos y parecía un niño que se hubiera puesto sin permiso la ropa de su madre y ahora estuviera esperando algún duro castigo.

—Oskar —dijo Eli—. No salgas fuera. Mientras sea de noche. Prométemelo.

El vestido. Las palabras. Oskar sonrió, no pudo evitar decirlo.

—Suenas como mi mamá.

La ardilla está ocupada abajo, en el tronco del roble, se para, escucha. Una sirena, a lo lejos.

Por la calle Bergslagsvägen pasa una ambulancia con la luz azul encendida y la sirena puesta.

Dentro de la ambulancia hay tres personas. Lacke Sörenssson va sentado en un asiento abatible y sostiene una mano exangüe, llena de rasguños, que pertenece a Virginia Lindblad. El enfermero ajusta el tubo que introduce suero en el cuerpo de Virginia para darle a su corazón algo que bombear, después de haber perdido tanta sangre.

La ardilla juzga el ruido poco peligroso, irrelevante. Continúa bajo el tronco. Todo el día ha habido gente en el bosque, perros. Ni un momento de tranquilidad, y hasta ahora, cuando se ha hecho de noche, no se ha atrevido a bajar del roble en el que se ha visto obligada a permanecer todo el día.

Ahora los ladridos de los perros y las voces se han callado, han desaparecido. También el pájaro alborotador que ha estado revoloteando por las copas de los árboles parece que ha volado a su nido.

La ardilla llega hasta el pie del árbol, corre a lo largo de una gruesa raíz. No le gusta moverse por el suelo cuando es de noche, pero el hambre manda. Avanza con cautela, se para y escucha, mira cada diez metros. Da un rodeo para evitar una tejonera donde hasta el verano pasado vivía una familia de tejones. Hace mucho que no los ve, pero todas las precauciones son pocas.

Finalmente alcanza su objetivo: el más cercano de los muchos almacenes de invierno que ha preparado durante el otoño. La temperatura, ya por la tarde, ha descendido bajo cero, y en la nieve que se ha fundido durante el día ha comenzado a formarse una costra delgada y dura. La ardilla raspa la costra con sus patas, la atraviesa y se mueve hacia abajo. Se para, escucha y sigue cavando. A través de la nieve, las hojas, la tierra.

Justo cuando ha cogido una nuez entre las patas oye un ruido.

Peligro.

Coge la nuez entre los dientes y se sube corriendo a un pino sin tiempo para tapar el almacén. Ya fuera de peligro, arriba, en una rama, vuelve a coger la nuez entre las patas, intenta localizar de dónde viene el ruido. El hambre es mucha y la comida sólo a unos centímetros de su boca, pero primero hay que localizar el peligro, esquivarlo antes de que haya tiempo para comer.

La cabeza de la ardilla se mueve de un lado a otro, el hocico le tiembla cuando mira furtivamente el paisaje cubierto de sombras a la luz de la luna que tiene bajo sus pies y localiza el origen del ruido.

Sí. El rodeo ha merecido la pena. Esos crujidos y sonidos húmedos proceden de la tejonera.

Los tejones no pueden trepar a los árboles. La ardilla baja un poco la guardia, da un bocado a la nuez mientras sigue estudiando el terreno, ahora más como espectadora en una representación teatral, tercer palco. Quiere ver lo que pasa, cuántos tejones hay.

Pero lo que sale de la madriguera no es un tejón. La ardilla se retira la nuez de la boca, observa. Intenta comprender. Interpretar lo que ve según lo conocido. No lo consigue.

Por eso se lleva la nuez a la boca de nuevo y echa a correr árbol arriba, hasta la copa.

Quizá uno de ésos pueda trepar por los árboles.

Todo cuidado es poco.

Domingo 8 de Noviembre
(Tarde/ Noche)

Las ocho y media, domingo por la tarde. Al mismo tiempo que la ambulancia con Virginia y Lacke conduce sobre el puente de Traneberg, al mismo tiempo que el jefe de la policía de Estocolmo muestra una fotografía a los periodistas ávidos de material gráfico, al mismo tiempo que Eli elige vestido en el armario de la madre de Oskar, al mismo tiempo que Tommy echa pegamento en una bolsa de plástico y aspira por la nariz el dulce embotamiento y el olvido, al mismo tiempo que una ardilla es el primer ser viviente que ve a Håkan Bengtsson en las últimas catorce horas, Staffan, uno de los que ha participado en la búsqueda, está a punto de servir el té.

No ha notado que la tetera está un poco desportillada justo en el orificio de salida, y buena parte del té se escurre por la manga, por la tetera, y cae en la encimera. Murmura algo y vuelca el recipiente tan deprisa que el líquido rebosa y la tapa de la tetera cae en la taza. El té hirviendo le salpica las manos y suelta de golpe la tetera, pone los brazos rígidos a lo largo del cuerpo mientras mentalmente recita el alfabeto hebreo para contener el impulso de lanzar el recipiente contra la pared.
Aleph, Beth, Gimel, Daleth…

Yvonne entró en la cocina y vio a Staffan doblado sobre el fregadero con los ojos cerrados.

—¿Qué ha pasado? Staffan meneó la cabeza.

—Nada.

Lamed, Mem, Nun, Samesh…

—¿Estás triste?

—No.

Koff, Resh, Shin, Taff. Así. Mejor.

Abrió los ojos, hizo un gesto señalando a la tetera.

—Para mí que ésta es una mala tetera.

—¿Es mala?

—Sí, se… se sale fuera cuando uno vierte el líquido

—No lo he notado nunca.

—Pues se sale de todas formas.

—Pero si está bien.

Staffan apretó los labios, extendió la mano que se había quemado hacia Yvonne e hizo un gesto hacia ella:
Calma. Shalom. Cállate.

—Yvonne. Siento en este momento… unas ganas enormes de darte un tortazo. Así que, por favor: no hables más.

Yvonne dio medio paso atrás. Algo dentro de ella estaba preparado para esto. Era una intuición de la que no había querido ser consciente, pero sí que había sospechado que Staffan, detrás de su mansa fachada, ocultaba alguna que otra forma de… rabia.

Se cruzó de brazos, tomó aire unas cuantas veces mientras Staffan estaba quieto, con la mirada fija en la taza de té con la tapa dentro. Luego dijo:

—¿Sueles hacerlo?

—¿Qué?

—Pegar. Cuando algo te sale mal.

—¿Te he pegado?

—No, pero dijiste…

—Yo dije. Y tú escuchaste. Y ahora está bien.

—¿Y si no te hubiera escuchado?

Staffan parecía totalmente calmado e Yvonne se relajó, bajó los brazos. Él le cogió las manos entre las suyas, le besó suavemente el dorso de las dos.

—Yvonne. Uno
tiene que
escuchar al otro.

Sirvieron el té y lo tomaron en el cuarto de estar. Staffan anotó en su memoria que tenía que comprar una tetera nueva de regalo para Yvonne. Ésta le preguntó acerca de la búsqueda en el bosque de Judarn y Staffan se lo contó. Ella hizo lo que pudo para mantener viva la conversación alrededor de otros temas, pero al final llegó de todos modos la pregunta inevitable.

—¿Dónde está Tommy?

—Yo… no sé.

—¿No lo sabes? Yvonne…

—Bueno. En casa de un amigo.

—Hmm. ¿Cuándo vuelve?

—No, creo que… iba a pasar la noche. Allí.

—¿Allí?

—Sí. En casa de…

Yvonne repasó en su cabeza los nombres de los amigos de Tommy que ella conocía. No quería decirle a Staffan que Tommy pasaba la noche fuera de casa sin que ella supiera dónde. Staffan se tomaba muy en serio eso de la responsabilidad de los padres.

—… en casa de Robban.

—Robban. ¿Es su mejor amigo?

—Sí, debe de serlo.

—¿Cómo se apellida ese Robban?

—… Ahlgren, ¿por qué? Tienes algo que…

—No, sólo estaba pensando.

Staffan cogió su cucharilla, dio un golpecito con ella en la taza de té. Un suave tintineo. Asintió.

—Bien. No, escucha… creo que debemos llamar a casa de ese Robban y pedirle a Tommy que venga un momento. Para que yo pueda hablar un poco con él.

—No tengo el número.

—No, pero… Ahlgren. ¿Sabrás dónde vive? No hay más que mirar en la guía telefónica.

Staffan se levantó del sofá e Yvonne se mordió el labio inferior, se dio cuenta de que estaba construyendo un laberinto del que iba a ser cada vez más difícil salir. Él cogió la guía y se colocó en mitad del cuarto de estar, hojeándola mientras decía en voz baja:

—Ahlgren, Ahlgren… Hmm. ¿En qué calle vive?

—Yo… en Björnsonsgatan.

—Björnsons… no. No hay ningún Ahlgren allí. Pero hay uno aquí, en la calle Ibsengatan. ¿Puede ser él?

Como Yvonne no contestaba, Staffan puso el dedo en la guía y dijo:

—Creo que voy a probar con él de todas formas. Era Robert, ¿no?

—Staffan…

—¿Sí?

—Le prometí que no iba a decirlo.

—Ahora no entiendo nada.

—Tommy. Le dije que no iba a decir… dónde está.

—Así que no
está
en casa de Robban.

—No.

—¿Dónde está entonces?

—Yo… yo se lo prometí.

Staffan dejó la guía sobre la mesa y se sentó al lado de Yvonne en el sofá. Ella dio un sorbito de té, manteniendo la taza delante de la cara como para esconderse mientras Staffan la estaba aguardando. Cuando dejó la taza en el plato notó que las manos le temblaban. Staffan colocó su mano en las rodillas de ella.

—Yvonne. Tienes que comprender que…

—Se lo prometí.

—Yo sólo quiero
hablar
con él. Perdóname, Yvonne, pero creo que es precisamente este tipo de incapacidad para afrontar los problemas cuando éstos se presentan lo que hace que… bueno, que ocurran. Mi experiencia en lo que se refiere a personas jóvenes es que cuanto antes se reacciona ante sus actos, mayor es la posibilidad de… por ejemplo un heroinómano. Si alguien hubiera
reaccionado
cuando sólo le daba, digamos, al hachís…

—Tommy no anda metido en eso.

—¿Estás
completamente
segura de ello?

Se hizo un silencio. Yvonne sabía que por cada segundo que pasara su «sí» como respuesta a la pregunta de Staffan perdía valor. Tictac. Ya había contestado «no», sin pronunciar la palabra. Tommy
estaba
raro a veces. Al volver a casa. Algo en los ojos. Piensa si él…

Staffan se echó hacia atrás en el sofá, sabía que había ganado la batalla. Ya sólo esperaba la rendición.

Yvonne buscaba algo en la mesa con la mirada.

—¿Qué buscas?

—Mi tabaco, ¿lo has…?

—En la cocina. Yvonne…

—Sí. Sí. No puedes ir a buscarle
ahora.

—No. Eso lo tienes que decidir tú. Si te parece…

—Mañana por la mañana, entonces. Antes de que se vaya a la escuela. Prométemelo. Que no vas a ir allí
ahora.

—Lo prometo. Bueno. ¿Y cuál es ese sitio tan misterioso en el que se encuentra ahora?

Yvonne se lo contó.

Después fue a la cocina y se fumó un cigarro, echando el humo a través de la ventana entreabierta. Se fumó otro más, menos preocupada de adónde iba a parar el humo. Cuando Staffan entró en la cocina, sacudió el humo con la mano intencionadamente y preguntó dónde estaban las llaves del sótano, ella le dijo que lo había olvidado, pero que probablemente lo recordaría mañana por la mañana.

Si, él era bueno.

Cuando Eli se hubo marchado, Oskar volvió a sentarse a la mesa de la cocina y estuvo mirando los artículos que tenía delante. El dolor de cabeza había empezado a aflojar a medida que se concentraba en organizar sus impresiones.

Eli le había explicado que el viejo estaba… contagiado. Más que eso. El contagio era lo único vivo dentro de él. El cerebro estaba muerto, y el contagio le dirigía hacia Eli.

Eli le había dicho,
rogado
que no hiciera nada. Eli se iría de allí al día siguiente tan pronto como se hiciera de noche, y Oskar lógicamente le había preguntado por qué no se iba ya, esa misma noche.

Porque… no puede ser.

¿Por qué? Yo puedo ayudarte.

Oskar, no puede ser. Estoy demasiado débil.

¿Cómo es posible? Si has…

Lo estoy, nada más.

Y Oskar comprendió que él era el causante de la falta de energía de Eli. Toda la sangre que había perdido en la entrada. Si el viejo encontraba a Eli, sería culpa de Oskar.

¡La ropa!

Oskar se levantó tan deprisa que la silla cayó hacia atrás y golpeó contra el pavimento.

La bolsa con la ropa ensangrentada de Eli estaba todavía en el suelo delante del sofá, la camisa colgaba fuera. La empujó para dentro y el brazo se le puso como si hubiera apretado una esponja húmeda cuando cerró la bolsa y… Se detuvo, se miró la mano con la que había aplastado la camisa.

La herida que se había hecho tenía una costra un poco abierta que mostraba lo que había debajo.

… la sangre… no quería mezclarla… ¿me habré… contagiado ya?

Automáticamente se dirigió hacia la puerta con la bolsa en la mano, prestó atención por si se oía algo en el portal. Nada, y corrió escaleras arriba hasta el hueco por el que se tiraba la basura, abrió la portezuela. Introdujo la bolsa y la sostuvo en esa posición, moviéndola sobre la oscuridad del pozo.

Sopló una ráfaga de aire frío a través del agujero, enfriándole la mano que permanecía allí agarrada al nudo de plástico de la bolsa. El blanco de ésta resaltaba contra el negro de las paredes algo rugosas del túnel. Si la soltara, la bolsa no caería hacia arriba. Caería hacia abajo. La fuerza de la gravedad tiraría de ella hacia abajo. Hacia el saco.

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