Aun así, sentía que allí había algo turbador. Sentía una maldad poderosa, una fuerte corrupción. Obi-Wan miró nerviosamente a su alrededor. La calle estaba mayormente desierta y silenciosa, pero no era un silencio pacífico, sino uno que le producía cierta sensación de inquietud, de peligro al acecho. La tentación de coger el sable láser y activarlo resultaba casi abrumadora. La combinación de las pocas luces callejeras, de los edificios perdiéndose en las alturas y de la omnipresente cubierta de nubes le imposibilitaban el poder ver más allá de uno o dos metros en cualquier dirección. Podía haber todo un ejército rodeándolo, dispuesto a atacarlo, invisible en esa oscuridad que parecía respirar.
Obi-Wan negó con la cabeza, intentando despejar la repentina sensación de incomodidad que le inundaba.
No hay emoción; hay paz
. Rendirse a la paranoia no ayudaría a su misión. Tenía que actuar en la creencia de que o bien Darsha o bien el Maestro Bondara, o bien los dos, aún seguían con vida. Según ese presupuesto, tenía que encontrar un testigo de la batalla que pudiera proporcionarle un mejor relato de lo sucedido. Necesitaba hechos, no especulaciones y rumores.
No hay ignorancia; hay conocimiento
.
Sabía que esto era cierto, pero, aun así, le costó acallar la ansiedad que sentía mientras se dirigía hacia una taberna cercana a hacerle unas preguntas a los clientes.
— o O o —
Dos horas después, Obi-Wan estaba más desconcertado que nunca.
Había encontrado a pocas personas dispuestas a hablar con él sin utilizar la Fuerza, y lo poco que había descubierto era confuso y contradictorio. Una cosa era segura: habían pasado muchas cosas en ese barrio, incluso para el ajetreado estándar del Pasillo Carmesí.
No había encontrado a nadie que admitiera haber presenciado la batalla, pero sí a muchos que habían visto la persecución a gran velocidad entre el aerocoche y la motojet. Algunos dijeron que había algunos Jedi implicados, otros que ninguno. Algunos juraron que un androide pilotaba el aerocoche. Otros estaban seguros de que un Jedi conducía la deslizadora, mientras que otros no. También había descubierto que una figura vestida de negro, según algunos la que pilotaba la motojet, había estado implicada en otra explosión que tuvo lugar en un bloque de cubículos situado a unas pocas calles de distancia. En esa explosión habían muerto varias personas, incluyendo un cazarrecompensas humano. También había tenido lugar un disturbio en un club nocturno propiedad de un hombre del Sol Negro, un hutt llamado Yanth, y donde se comentaba la participación de un encapuchado.
Nada de todo esto parecía tener sentido.
Consiguió encontrar un testigo que parecía estar seguro de que los dos Jedi del aerocoche eran un macho twi’lek y una hembra humana. Debían ser Anoon Bondara y Darsha, dedujo Obi-Wan. Pero seguía sin saber si habían sobrevivido o no a las explosiones. Su informador le dijo que iban con un macho humano y un androide.
Tras meditarlo un poco, Obi-Wan decidió que lo mejor era investigar en el club nocturno. Si ese Yanth era miembro del Sol Negro, seguramente sabría mejor que la chusma callejera lo que había pasado.
—Todo esto no presagia nada bueno —murmuró para sí mientras se dirigía al club nocturno.
D
arsha oyó los sonidos de un forcejeo que parecía tener lugar a gran distancia. Parecían aumentar y disminuir, rompiendo sobre ella como si fueran las olas del océano mientras su mente forcejeaba para recuperar la consciencia. Deseó vagamente que lo que fuera que pasaba se detuviese, para poder volver a las profundidades del pozo negro del que salía reticente en ese momento. Últimamente había padecido mucho miedo y dolor, y sentía que se merecía un descanso.
Pero el altercado no disminuyó, sino que aumentó en sonoridad. Ya reconocía una de las voces, la de Lorn Pavan. Las demás voces no parecían ser humanas, asemejándose en su mayoría a gruñidos y bramidos guturales.
Resultaba evidente que tenía algún tipo de problema. En su estado semiconsciente, Darsha no veía ningún motivo para acudir en su ayuda. No le caía bien, y había dejado muy claro que ella tampoco le caía bien a él. No parecía sentir ninguna animosidad personal por ella; sólo por los Jedi en general. En cierto modo, eso era incluso más insultante. Darsha prefería que alguien basara su desagrado en su personalidad, y no en algo abstracto representado por ella. Podía enfrentarse a la enemistad más fácilmente que al racismo.
No obstante, estaba resultando dolorosamente obvio que el forcejeo que oía no se resolvería solo. Y, de pronto, despertándose bruscamente, Darsha recordó lo que había pasado: el ataque de esos enemigos invisibles en los túneles, la red de electroshock que los había atrapado. El campo energético de la red la había dejado inconsciente. Fuera donde fuera donde estaba en ese momento, no podía ser ningún lugar saludable.
Abrió los ojos y se las arregló para alzar la cabeza lo bastante como para ver lo que pasaba, aunque al hacerlo sintió en el cráneo una punzada de dolor como el disparo de una pistola láser. Lo que vio le aceleró al máximo las glándulas de adrenalina. Pavan forcejeaba con varias criaturas de difícil clasificación a la escasa luz, aparte de que eran bípedas y definitivamente subhumanas. Parecía habérselas arreglado para dejar inconsciente a una de ellas, la cual yacía en el musgoso suelo junto al androide, que también parecía fuera de combate.
Darsha consiguió incorporarse y ponerse de rodillas. Sus movimientos llamaron la atención de varias de las criaturas que rodeaban a Pavan buscando el momento de atacarlo. Se giraron y se tambalearon hacia ella, con sus aullantes bocas muy abiertas. La padawan vio la piel ondulante que cubría las cuencas oculares, y el horror de esa visión hizo que el corazón le latiera apresuradamente.
Llamó a la Fuerza y, todavía de rodillas, alargó ambos brazos, con los dedos muy separados, lanzando hacia sus atacantes dos oleadas gemelas de invisible poder. Las inesperadas descargas los alcanzaron haciéndoles trastabillar hacia atrás. Aullaron de miedo y rabia, en un siniestro ulular que reverberó por todo el lugar.
La aspirante a Jedi aprovechó la ventaja que le proporcionaba ese respiro momentáneo para ponerse en pie. Buscó instintivamente el sable láser, y no se sorprendió mucho al ver que no colgaba del clip de su cinto. No tenía tiempo de buscarlo, dado que ya había varios subhumanos cargando contra ella. Resultaba difícil evitarlos pese a que se movían con lentitud, dado que eran muchos en una cámara relativamente pequeña.
Pavan, que tenía a dos de ellos aferrados en cada brazo, vio que ella había despertado.
—¡Son chton! —le gritó—. ¡Son caníbales!
Sus palabras hicieron que un escalofrío de miedo y repugnancia recorriera la columna vertebral de Darsha. Como casi todo el mundo que vivía en Coruscant, había oído leyendas sobre esos subhumanos sin ojos, pero nunca pensó que pudieran ser reales. El miedo le dio nuevas fuerzas y renovada concentración, volviendo a rechazar a sus atacantes con el uso de la Fuerza. Pero eran más fuertes de lo que parecían, además de extremadamente tenaces y, pese a verse derribados por su poder, volvían a incorporarse y a atacar, gimiendo y aullando.
A Pavan le iba peor que a ella, al tener sólo pies y manos con los que luchar. Los chton lo arrastraban hacia uno de los oscuros recovecos de la cámara.
—¡Han desactivado a I-Cinco! ¡Él puede ayudarnos! —le gritó.
¡Pues claro!
, pensó Darsha. Había experimentado por sí misma lo fuerte que era el androide, cuando los puso a salvo tanto a Pavan como a ella tras chocar el aerocoche. Miró a I-Cinco y en la escasa luz pudo ver que el interruptor maestro de su nuca estaba desconectado.
¿Podría reactivarlo? No estaba segura. No tenía manera de llegar físicamente hasta él, y no estaba tan segura de su control de la Fuerza, y menos en esas circunstancias. Una cosa era emplearla como una porra contra un enemigo, y otra muy distinta mover un pequeño interruptor a varios metros de distancia.
Alejó sus dudas. Tenía que hacerlo, o podían darse ya por muertos.
Enfocó su mente en el androide, sintió la tenue, intangible, conexión que había entre sus pensamientos y el frío metal del interruptor. Lo empujó con la mente, sintiendo la resistencia.
Un chton la agarró por detrás.
Darsha contuvo un grito de sorpresa. Sintió que casi perdía el débil asidero mental que tenía sobre la pequeña palanca de duracero, y con todo el poder de su voluntad lanzó el tentáculo de Fuerza contra ella. Entonces, el chton tiró de ella hacia atrás y la muchacha sintió que sus pegajosos dedos, fríos como las manos de un cadáver, se cerraban en torno a su cuello.
Un agudo chirrido, que no se parecía a nada que hubiera oído antes, llenó de repente el aire. Era algo más que desagradable; era realmente doloroso. Le taladró los dos oídos para expandirse en el centro de su cabeza como si fuera algo vivo y voraz. El chton la soltó y ella se tambaleó hacia adelante, llevándose las manos a los oídos. Eso la alivió un poco, pero no lo suficiente.
Pero era obvio que la estridencia le causaba más dolor a los chton que a ella. Lo cual no dejaba de tener sentido, pues al vivir en esa oscuridad eterna, las criaturas habrían dependido más y más de su oído a cada generación que pasaba. Sus chillidos y gemidos de agonía apenas eran audibles por encima de ese chirrido continuo emitido por I-Cinco.
El androide reactivado estaba en pie, moviéndose con rapidez, abriéndose paso por entre el aturdido grupo de subhumanos para llegar hasta Lorn Pavan, mientras el ensordecedor sonido continuaba brotando de su vocalizador. Los chton que se llevaban a Pavan se retorcían de dolor como sus camaradas, y lo habían soltado.
Darsha siguió al androide. I-Cinco cogió a Pavan y se dirigió hacia la oscura boca de un túnel que se abría en la pared más lejana de la cámara. No importaba a dónde pudiera llevarles, siempre sería un lugar mejor que en el que estaban.
Pero sus posibilidades de llegar a él no eran muy buenas. Aunque era evidente que seguían sufriendo de dolor, los chton ya empezaban a agruparse, sin duda movidos por la visión de su comida escapándose. Darsha lanzó más golpes invisibles a uno y otro lado, despejando un camino para los tres, pero ya se formaba un grupo mayor delante de ellos para bloquear su salida.
Miró desesperada a su alrededor, buscando algo que le sirviera de arma, y vio su sable láser a unos cinco metros de ella, sobre un montón de desperdicios y tecnobasura. Con un sobresalto de sorpresa y gratitud, lo buscó con la mano y la mente. El arma voló desde su posición cruzando el espacio que los separaba. Un chton sintió que surcaba el aire y dio un torpe salto que casi lo intercepta, cayendo de bruces a los pies de Darsha justo cuando ésta sentía que el sable láser llegaba a su mano. Apretó el botón activador y oyó el satisfactorio zumbido de la hoja amarilla brotando en toda su longitud.
Agarró el arma con ambas manos, trazando con ella una pauta defensiva en ocho. Le costaba concentrarse, al no haber dejado de emitir el androide su doloroso grito de sirena y parecerle que la cabeza iba a reventarle de un momento a otro. Rezó pidiendo para que, de sucederle eso, la metralla cerebral acertara a algún chton.
Los subhumanos no tuvieron más remedio que retroceder ante la amenaza conjunta del sable láser y el aullido del androide. Los tres entraron corriendo en el túnel, con I-Cinco delante y Darsha protegiendo la retaguardia. Oyeron cómo les seguían los enfurecidos gritos de sus antiguos captores, pero nada más.
El liquen fosforescente que cubría las paredes de la cámara donde habían estado continuó acompañándolos sólo durante un breve trecho del pasaje subterráneo, para después desaparecer y reaparecer en parches esporádicos que poco o nada conseguían aliviar la oscuridad. Los fotorreceptores del androide revelaban un túnel de ladrillos apenas lo bastante alto como para que Lorn caminara erguido. No iba en línea recta, sino que se curvaba suavemente, primero a la izquierda y después a la derecha.
I-Cinco apagó el chirrido una vez perdieron de vista la cámara de los chton, pasando de correr a un rápido caminar. Darsha tenía problemas para mantener el paso de las largas zancadas de los otros dos, y cada vez que sus botas tocaban el duro empedrado sentía una nueva punzada de dolor en la cabeza. Deseó devotamente que uno de los atributos de la Fuerza fuera la habilidad de curar dolores de cabeza.
Como si le hubiera leído la mente, el androide empezó a emitir otro sonido, uno bajo que era posiblemente lo más discordante del anterior. Éste pareció penetrar en sus huesos y músculos, y hasta en sus mismas células, y hacerlas vibrar sutilmente, barriendo todas las toxinas y dolores que las invadían. El sonido cesó a los pocos minutos, dejándola si no en plena forma, al menos sí notablemente mejor.
I-Cinco se detuvo tras caminar unos minutos más. Pavan y Darsha hicieron lo propio, la segunda desactivando de paso el sable láser.
—Mis sensores indican que no nos sigue nadie —dijo el androide.
—Sigamos moviéndonos de todos modos —replicó Pavan—. Ya te equivocaste antes, ¿recuerdas?
—No seas tan duro con él —dijo Darsha—. Después de todo ha vuelto a salvarnos la vida.
—Por mucho que ansíe que se me valore, me siento forzado a señalar que esta vez nos has salvado tú. Yo no habría podido hacer nada si no me hubieras reactivado —dijo I-Cinco, mirando a Lorn Pavan, aunque se dirigiera a Darsha.
Pavan titubeó un instante, desdeñoso. Entonces miró a la muchacha y le dijo:
—Tiene razón. Gracias.
Resultaba evidente que se había necesitado toda una manada de banthas salvajes para arrancarle esas palabras. ¿Por qué odiaría tanto a los Jedi?, se preguntó Darsha.
—No hay de qué —dijo en voz alta—. Tú me salvaste la vida en el aerocoche. Ahora estamos en paz.
Pavan le dirigió una mirada que parecía gratitud y resentimiento a partes iguales.
—Busquemos el camino más rápido a la superficie —le dijo a I-Cinco—. Hasta los raptores parecen amistosos comparados con lo que vive aquí abajo.
El androide asintió y se echó a caminar, seguido por los dos humanos. Ninguno de ellos volvió a decir nada, lo cual no importó a Darsha. Caminaba detrás de Lorn Pavan, preguntándose nuevamente a qué se debería su intensa antipatía hacia ella y su orden.
Podía limitarse a preguntárselo, claro. El único motivo por el que no lo había hecho aún era porque no habían tenido tiempo para ello; llevaban huyendo desde el momento en que se encontraron. Pero sus instintos le indicaban que ése no era buen momento para sacar el tema, así que guardó silencio. Puede que lo hiciera una vez salieran de esas laberínticas catacumbas, si es que llegaban a salir de ellas. Por el momento, parecía que lo mejor era dejarlo.