Darth Maul. El cazador en las tinieblas

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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Darth Maul, despiadado aprendiz del mal, es uno de los legendarios Sith, una orden que sirve al Lado Oscuro de la Fuerza… Darth Maul, guerrero del terrible Lord Sith, Darth Sidious… Darth Maul, una leyenda nacida de las pesadillas de la historia… en un relato de intriga y misterio situado justo antes de los acontecimientos de
Star Wars. Episodio I. La Amenaza Fantasma
.

Después de muchas décadas esperando en las sombras, Darth Sidious da el primer paso en su plan para poner a sus pies la República Galáctica. Se reúne en secreto con sus contactos neimoidianos, de la Federación de Comercio, para diseñar el bloqueo del planeta Naboo. Pero un miembro de la delegación desaparece y Sidious, que no necesita de su poder para sospechar de una traición, ordena a su aprendiz, Darth Maul, cazar al traidor.

En Coruscant, capital de la República, el neimoidiano se mueve con rapidez para vender la información secreta al mejor postor. Para Lorn Pavan, un informador del mercado negro, el negocio es demasiado bueno para dejarlo escapar. Pero ahora, él también es un objetivo para Darth Maul…

Mientras, una joven padawan llamada Darsha Assant está a punto de convertirse en Jedi. Una misión será su prueba. Junto a Lorn, por los laberínticos pasadizos y alcantarillas del lado oculto de Coruscant, deberá escapar del cazador Sith. El Consejo Jedi necesita conocer la información secreta.

El futuro de la República depende de Darsha y Lorn. Pero ¿cómo podrá una padawan inexperta y un hombre común, ajeno a los poderosos caminos de la Fuerza, triunfar por encima de uno de los asesinos más peligrosos de la Galaxia?

Michael Reaves

Darth Maul. El cazador en las tinieblas

ePUB v1.2

Perseo
06.06.12

Para mi hija Mallory.

La Fuerza es grande en ella.

Título original:
Darth Maul: Shadow Hunter

Michael Reaves, 2001

Traducción: Lorenzo Félix Díaz Buendia

Diseño/retoque portada: Perseo, basada en la original

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.2)

Corrección de erratas: Perseo

ePub base v2.0

AGRADECIMIENTOS

Plantar en terreno ajeno puede resultar una tarea onerosa, pero en este caso ha sido un placer, y eso se debe en gran medida a la ayuda que he recibido de un gran número de personas que han ayudado a crear y mantener el cosmos de
Star Wars
. Debo darle las gracias a mi editora, Shelly Shapiro, que me consiguió el trabajo; a Sue Rostoni y a todos los demás del rancho Skywalker; a Ron Marz; a Brynne Chandler; a Steve Sansweet por su enormemente útil
Star Wars. Enciclopedia
; a Steve y Dal Perry; y, por supuesto, a George Lucas por crear lo que sin ninguna duda es la galaxia más entretenida de todo el universo.

Hace mucho más tiempo, en una galaxia muy lejana…

Primera Parte
Malas Calles
Capítulo 1

E
l espacio es el lugar ideal para esconderse.

El carguero neimoidiano
Saak’ak
surcaba pesadamente las profundidades inexploradas del Espacio Salvaje. Mostraba orgulloso sus colores, con el sistema de invisibilidad desconectado, sin miedo a ser detectado. Allí, a pársecs de distancia del Núcleo Galáctico y de los sistemas que lo rodeaban, podía esconderse a simple vista. Hasta los neimoidianos, antiguos reyes de la paranoia, se sentían seguros en la vasta infinitud del abismo que separaba el núcleo de uno de los brazos de la espiral.

Pero ni siquiera en ese lugar podían los líderes de la Federación de Comercio librarse por completo de su tendencia natural al subterfugio. Buscaban trampas y engaños por todas partes, tal y como la joven oruga busca la seguridad y el calor de su celdilla de dormir en la colmena grupal. El
Saak’ak
era un buen ejemplo de esto. Aparentaba ser una nave comercial, con su forma en herradura diseñada para transportar enormes cargas, pero, apenas algún enemigo desprevenido se pusiera al alcance de su campo de tiro, se harían visibles el sólido blindaje de duracero, las torretas de cañones láser y el sistema de comunicaciones de potencia militar.

Y para entonces, claro está, ya sería demasiado tarde.

Todo estaba silencioso en el puente del
Saak’ak
, a excepción de los pitidos y timbres de los diferentes monitores de apoyo vital y el casi inaudible susurro del sistema de filtrado de aire. Había tres figuras en un lateral del enorme puente de acero transparente. Vestían los holgados mantos y ropajes de la aristocracia neimoidiana, pero en cuanto apareció una cuarta figura entre ellos, su lenguaje corporal evidenciaba deferencia hacia ella, cuando no una actitud claramente servil y humillante.

La cuarta figura no estaba realmente con ellos en un sentido físico. La forma con túnica y capucha era un holograma, una imagen tridimensional proyectada desde un punto desconocido situado a años-luz de distancia. Pero por muy intangible e inmaterial que fuera, dominaba con su presencia a los tres neimoidianos. Entonces, habló con voz seca y ronca, con el tono de alguien acostumbrado a recibir obediencia instantánea.

—Sólo sois tres.

—A… así es, Lord Sidious —dijo tartamudeando el más alto de los tres, el que llevaba la tiara de cresta triple de virrey.

—Te veo a ti, Gunray, y a tus lacayos Haako y Dofine. ¿Dónde está el cuarto? ¿Dónde está Monchar?

Nute Gunray, virrey de la Federación, se cogió las manos ante sí en lo que era más un intento de impedir frotárselas con nerviosismo que un gesto de súplica. Había esperado que con el tiempo se acostumbraría a tratar con el Señor Sith, pero todavía no lo había conseguido. En vez de eso, estas reuniones con Darth Sidious se habían ido volviendo más molestas e incómodas a medida que se acercaba la fecha del embargo. Gunray no sabía cómo se sentirían sus segundos al mando, Daultay Dofine y Rune Haako —pues discutir los propios sentimientos era anatema en la sociedad neimoidiana—, pero sí sabía cómo se sentía él tras cada encuentro con el señor Sith. Sentía ganas de arrastrarse hasta la sala de nacimiento de su colmena materna y de cerrar tras él la escotilla de su cloaca.

Y más en ese momento. ¡Maldito Hath Monchar! ¿Dónde estaba ese condenado idiota de alga apestosa? A bordo del
Saak’ak
, desde luego que no. Habían registrado la nave entera, desde la esfera central a las escotillas de los extremos de los dos brazos de atraque. No sólo no habían encontrado por ninguna parte a su virrey delegado, sino que habían descubierto la falta de una nave exploradora con capacidad para hiperimpulso. Si se sumaban ambos hechos, las posibilidades de que el virrey Gunray acabase alimentando una de las granjas de hongos de Neimoidia aumentaban de forma alarmante.

La imagen holográfica de Darth Sidious titiló ligeramente, recuperando a continuación su poco estable resolución. Un problema de transmisión, probablemente causado por la llamarada solar de alguna estrella situada entre ese lugar y el misterioso mundo del que podía provenir la señal. Y no por primera vez se descubrió Gunray preguntándose en qué clase de nave o mundo podía estar el Sith de carne y hueso, y tampoco por primera vez apartó apresuradamente y con un escalofrío esa idea de la cabeza. No quería saber demasiado del aliado que tenían los neimoidianos en su actual empresa. De hecho, le gustaría poder olvidar lo poco que ya sabía. Colaborar con Darth Sidious era tan seguro como verse atrapado en una cueva de Tatooine con un dragón krayt hambriento.

El rostro encapuchado se volvió para mirarlo directamente.

—¿Y bien? —exigió Sidious.

Incluso cuando abría la boca para responder, Gunray sabía que mentir sería un acto fútil. El Señor Sith era un Maestro de la Fuerza, ese misterioso y penetrante campo de energía que, al decir de algunos, mantenía unida a la galaxia tanto como la gravedad. Puede que Sidious no fuera capaz de leer los pensamientos de los demás, pero desde luego podía darse cuenta de cuándo alguien le mentía. Pero incluso sabiendo eso, el neimoidiano tenía tanta capacidad para no hablar con disimulas como para impedir que las glándulas sudoríparas de su nuca rezumaran una sustancia oleosa.

—Se ha puesto enfermo, Lord Sidious. Demasiada buena comida. Es… es de constitución delicada.

Tras decir esto, Gunray cerró la boca, manteniendo los labios fuertemente apretados para impedir que temblaran. Se maldijo interiormente. Había sido una prevaricación tan patética y evidente que hasta un gamorreano se habría dado cuenta. Se quedó esperando a que Sidious ordenase a Haako y Dofine que se rebelaran contra él y lo despojasen de su rango y atuendo. Y no le quedaba ninguna duda de que ellos harían precisamente eso. Si hay algún concepto en el léxico galáctico difícil de comprender por un neimoidiano ése es el de la palabra
lealtad
.

Para su sorpresa, Sidious se limitó a asentir en vez de dirigirle un chorreo de vituperios.

—Ya veo. Muy bien, entonces sólo seremos cuatro a discutir las medidas urgentes a tomar en caso de fracasar el embargo comercial. Ya se informará a Monchar una vez esté recuperado.

Y el Señor Sith continuó hablando, describiendo su plan de ocultar un gran ejército secreto de androides de combate en las bodegas de carga de las naves de los comerciantes, pero Gunray apenas podía concentrarse en los detalles. Estaba sorprendido de que hubiera funcionado su improvisada excusa.

Pero el alivio del virrey fue breve. Sabía que como mucho sólo había conseguido ganar algo de tiempo, y no demasiado. La próxima vez que el holograma de Sidious se materializara nuevamente en el puente del
Saak’ak
, volvería a preguntar por Monchar… y esta vez no aceptaría como excusa la enfermedad.

No tenía otra solución que encontrar a su lugarteniente errante, y cuanto antes. Pero ¿cómo hacerlo sin despertar las sospechas de Sidious? A veces Gunray sentía que el Señor Sith era capaz de mirar en cada compartimento, nicho y cubículo del carguero, y que estaba al tanto de todo lo que pasaba a bordo, por trivial o poco importante que fuera.

El virrey procuró controlarse. Aprovechó que la atención de Sidious estaba momentáneamente centrada en Haako y Dofine para deslizarse subrepticiamente una cápsula antiestrés entre los labios. Notó cómo sus vainas pulmonares se expandían y contraían convulsivamente dentro de él, al borde de la hiperventilación. Un viejo adagio definía a los neimoidianos como la única especie inteligente dotada de un órgano consagrado a la única tarea de preocuparse. Cuando Nute Gunray notó que la ansiedad que había acallado momentáneamente amenazaba con volver a acumularse en su saco estomacal, el adagio pareció adquirir un desagradable matiz de realidad.

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