Darth Maul. El cazador en las tinieblas (8 page)

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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Y se dio cuenta de que no irían a ninguna parte.

—Vamos, ¿a qué estás esperando? ¡Despega!

—No puedo —respondió, señalando a la consola, donde estaba la cuchilla vibratoria, clavada hasta el pomo, aún activada y agarrada por la mano cortada del gotal. Todavía echaba humo y saltaban chispas, y pudo oír el débil zumbido de la oscilación de alta frecuencia del arma—. Ha cortado los controles de las aspas estabilizadoras. Si intentamos volar con esto, giraremos como un sacacorchos.

Oolth miró al cuchillo, y después a ella.

—No puedo creerlo. ¡Menudo Jedi estás hecha! ¡Te las has arreglado para inutilizar tu propia nave!

Darsha se tragó todas las respuestas punzantes que acudieron a su mente, diciendo en su lugar:

—Sólo es un contratiempo. Aún tengo mi comunicador. Llamaré al Templo para…

Dejó la frase sin terminar, pues mientras hablaba se había llevado la mano a la túnica para coger su comunicador. En cuanto sus dedos lo tocaron se dio cuenta de que también había quedado inutilizado. La carcasa de plakelita estaba rota, sin duda por la patada propinada por uno de los raptores. Seguramente le había evitado una costilla rota, pero, dada la situación, en ese momento habría preferido tener esa lesión.

Antes de que pudiera explicar a Oolth este último infortunio, el parabrisas que tenía delante estalló formando el dibujo de una estrella. Al mismo tiempo escuchó el amortiguado disparo de un arma de proyectiles. Alguien les disparaba, seguramente uno de los raptores.

Darsha tomó una decisión rápida. Tendrían que abandonar el saltador. Debían llegar lo antes posible a los niveles superiores. Miró a su alrededor dándose cuenta de que era más fácil decirlo que hacerlo. La mayoría de los edificios estaban cegados por encima de los niveles diez o doce; los habitantes de los pisos superiores no querían ni reconocer la existencia de los pisos inferiores. Pero tampoco podían quedarse allí. Un disparo del francotirador oculto silbó junto a su oído como subrayando ese hecho. Y no podían ni correr el riesgo de intentar volver al piso franco.

Ya se desvanecían las últimas luces del día y en poco tiempo sería noche cerrada.

—Fuera de la nave, ¡deprisa! —dijo, saltando mientras sacaba la pistola de ascensión de las cartucheras del cinturón. Disparó el gancho hacia arriba, hasta su máxima longitud, esperando poder alcanzar una viga o una cornisa por encima de la capa de niebla.

El parabrisas fue alcanzado por otro disparo. Oolth chilló de miedo y salió del saltador.

—¿Qué estás haciendo? ¡Tenemos que salir de aquí!

—Eso es justo lo que estamos haciendo —dijo Darsha, sintiendo que una vibración bajaba por el cable, señal de que el gancho había encontrado un blanco—. ¡Agárrate a mí!

Rodeó por la cintura al fondoriano y apretó el mecanismo de rebobinado. La reserva de cable daba para un máximo de doscientos metros, y el cable de monofilamento aguantaría fácilmente el peso de los dos. Darsha sabía que si conseguían llegar al primer estrato de tráfico, a la altura del nivel veinte, podrían encontrar un aerotaxi y llegar al Templo, o al menos encontrar una estación de comunicaciones desde la que solicitar ayuda.

Otro disparo rebotó en la pared, debajo de ellos, justo cuando ascendían rápidamente superando el primer nivel, y cuando estaban en el segundo nivel, y en el tercero. Darsha sentía que el brazo se le desencajaba. Miró hacia arriba y calculó que la capa de niebla flotaba a la altura del décimo nivel. Estarían a salvo del francotirador una vez llegaran a ella.

Una sombra enorme la cubrió por un instante, seguida de varias más. Al principio, y en la decreciente luz, no estuvo segura de lo que eran. Entonces vio con claridad a uno de los seres, y sintió que un escalofrío de miedo le recorría el cuerpo.

Eran halcones murciélago.

Nunca había visto uno tan de cerca. Sus huevos se consideraban exquisitos y los había tomado más de una vez en la comida matinal del Templo. Normalmente no se consideraba peligrosos a los halcones murciélago, pero había oído historias de personas atacadas por bandadas de esas criaturas. Resultaba evidente que eran muy territoriales, y que quien se aventurase cerca de sus criaderos corría peligro.

Cosa que, al parecer, habían hecho.

De pronto, se vieron envueltos en una aleteante y chirriante pesadilla de alas, picos y garras. Darsha ocultó como pudo la cara en el hombro para protegerse los ojos. Intentó llamar a la Fuerza para usarla de escudo contra esas criaturas, pero el feroz golpeteo de sus alas le impedía concentrarse en otra cosa que no fuera sujetarse a la pistola de ascensión.

Mantuvo el pulgar apretando el control de rebobinado; su mejor esperanza radicaba en dejar atrás el territorio de los halcones murciélago.

Oolth se apretó con más fuerza al pecho de ella, hasta que ésta sintió que la asfixiaba. Gritó con miedo y dolor cuando las furias aladas cargaron contra los dos. Las garras y los bordes de sus alas de cuero desgarraban las ropas de Darsha; lo único que veía ésta eran picos y furiosos ojos rojos.

Oolth volvió a gritar, esta vez con más fuerza. Ella miró hacia abajo para ver a uno de los halcones murciélago posado en el hombro de su protegido, picoteándole salvajemente la cara. El pico le arrancó la mejilla, dibujando una línea de sangre oscura en su piel.

Darsha sintió que Oolth aflojaba su abrazo. Vio cómo otro halcón murciélago se agarraba al brazo de él, atacándole la mano con el pico.

—¡Aguanta! —exclamó ella—. ¡Ya casi hemos llegado!

Oolth volvió a gritar, esta vez con más fuerza que antes. La aspirante a Jedi volvió a mirar hacia abajo, viendo que una de las criaturas había hundido el cruel pico en su ojo derecho. Enloquecido por el dolor, el fondoriano se soltó, alzando ambas manos para apartar a su tormento alado.


¡No!
—giró Darsha, intentando agarrarlo con la mano libre.

Pero el hombre pesaba demasiado y su túnica se rasgó, dejando un trozo de tela en las manos de ella, y cayó en la oscuridad seguido por su propio grito.

Darsha sabía que no tenía sentido ir tras él, incluso en caso de tener algún modo de hacerlo; ya había ascendido siete u ocho niveles, y estaba segura de que la caída había sido fatal. Un instante después, entraba en la niebla, pero los murciélagos halcón no daban señales de disminuir en su ataque. Tenía la piel cortada y desgarrada por numerosos sitios y a ese ritmo no viviría para llegar a los niveles superiores.

Solo había una forma de actuar con alguna posibilidad de éxito. Cada nivel superado tenía una hilera de ventanas oscuras. Soltó el botón de rebobinado y sacó el sable láser. Cuando el ascenso se ralentizó hasta detenerse, usó la hoja de energía para fundir un gran agujero en el acero transparente de la ventana más próxima. Puso un pie en el alféizar y entró tambaleándose, soltando la pistola de ascensión al caer en la oscuridad del interior del edificio.

Al caer, rodó de costado, manteniendo el sable láser lejos de su cuerpo para evitar hacerse alguna herida, tal y como le habían enseñado. Cuando se levantó, lo hizo con el arma lista para defenderse de los halcones murciélago.

Pero parecía no ser necesario; no le había perseguido ninguno hasta el interior del edificio. Darsha abandonó lentamente la posición defensiva, mirando a su alrededor para situarse.

Fuera ya estaba oscuro; la ventana rota no era más que un parche de una oscuridad menos densa. La luz compacta del sable láser no le servía de mucha iluminación. Escuchó tanto con los oídos como con la Fuerza. No oyó sonido alguno y no captó sensaciones de peligro. Parecía estar a salvo, de momento.

Por supuesto, eso depende de la definición que tenga cada uno de estar a salvo. Estaba atrapada en los niveles inferiores abandonados de un edificio del famoso Pasillo Carmesí. Carecía de comunicador y de transporte. Y, lo que era peor aún, había fracasado en su misión. Le habían enviado a salvar a un hombre que yacía muerto en la calle.

Si eso era «estar a salvo» pensó con tristeza Darsha, igual debería plantearse otro tipo de trabajo.

Siempre y cuando saliera con vida.

Capítulo 8

L
orn se despertó sintiéndose como si le hubiera arrollado una estampida de banthas.

Se arriesgó a abrir un ojo. La luz del cubículo era escasa, pero incluso así le pareció como si una pistola láser le hubiera disparado al ojo, subiendo por su nervio óptico hasta llegar al cerebro. Profirió un gruñido, cerró apresuradamente el ojo, y se envolvió la cabeza con los brazos.

Oyó cómo, desde alguna parte de la oscuridad, I-Cinco le decía:

—Ah, ya despierta la bestia.

—Deja de gritar —farfulló.

—Mi vocabulador está sintonizado a un nivel medio de sesenta decibelios, lo normal para una conversación humana. Por supuesto, puede que tengas el oído un poco hipersensibilizado, dada la cantidad de alcohol que sigue habiendo en tu corriente sanguínea.

Lorn gruñó e intentó, sin éxito, abrir un agujero en su cama.

—Si vas a continuar con esa actitud —continuó diciendo I-Cinco implacable—, sugiero que te hagas extirpar las pocas células del hígado que te quedan sanas, si es que te queda alguna, y que las almacenes criogénicamente, dado que igual necesitas que te clonen ese órgano concreto en un futuro muy próximo. Puedo recomendarte un androide médico MD-5 muy bueno al que conozco…

—Muy bien,
¡muy bien!
—exclamó Lorn, sentándose y acunándose la dolorida cabeza en las manos, mientras miraba al androide—. Ya te has divertido. Y ahora haz que se me quite.

—¿Hacer que se te quite? —dijo el androide, fingiendo una educada incomprensión—. Sólo soy un vil androide, cómo voy a poder yo…


Hazlo…
o reprogramaré tu módulo cognitivo con la pistola láser de Bilk.

—Naturalmente, vivo para servir —repuso I-Cinco con un suspiro notablemente humano.

El androide hizo una pausa antes de emitir con su vocabulador un sonido de tono bajo que subía y bajaba por la escala, pareciendo resonar en el pequeño cubículo.

Lorn permaneció sentado en la cama y dejó que el sonido le bañara, que reverberara en su cabeza. A los pocos minutos, el dolor de cabeza aflojó su presa, al igual que las náuseas y el malestar general que sentía. No estaba seguro de cómo funcionaba la canción sin palabras del androide, pero había algo en sus vibraciones que la convertían en la mejor cura para la resaca que había conocido nunca. Pero no hay cura sin un precio, y sabía que a cambio tendría que soportar durante casi todo el día la complacida superioridad de I-Cinco.

Aun así valía la pena. Para cuando el androide dejó de emitir el sonido, Lorn se sentía notablemente mejor. Ese día no iría al gimnasio del Centro Trantor a ejercitarse en gravedad cero, pero al menos podía pensar en hacerlo sin que eso le produjera ganas de vomitar.

Miró a I-Cinco y volvió a sorprenderse pensando cómo era posible que un androide con una única y fija expresión facial, y tan limitado lenguaje corporal, pudiera arreglárselas para parecer tan desaprobador.

—¿Ya estamos todos mejor? —preguntó éste con burlona solicitud.

—Digamos que estoy dispuesto a posponer lo de la reprogramación, al menos por hoy —respondió, levantándose con cuidado, ya que seguía sintiendo como si la cabeza se le fuera a caer del cuello si la agitaba demasiado.

—Tu gratitud me abruma.

—Y tu sarcasmo me deprime —comentó, mientras se dirigía al lavabo, se mojaba la cara con agua fría y se pasaba un limpiador de ultrasonidos por los dientes—. Creo que incluso puedo estar en una habitación donde haya comida —dijo al salir.

—Ya habrá tiempo para eso. Creo que tu prioridad es examinar los mensajes que llegaron mientras estabas en estado comatoso.

—¿Qué mensajes?

Era demasiado esperar que Zippa hubiera decidido venderles finalmente el holocrón. No obstante, sabía que I-Cinco no se habría molestado en conservar los comunicados si no fueran importantes.

—Estos mensajes —replicó paciente el androide, activando la unidad de mensajes.

Sobre la unidad se formó la titilante imagen de un cuerpo fofo y enorme. Lorn reconoció a Yanth el hutt.

—Lorn —dijo la imagen con una voz profunda—. Pensaba que hoy nos encontraríamos para hablar de cierto holocrón que deseabas enseñarme. Es muy poco educado hacer esperar a un comprador, ¿sabes?

La imagen se disolvió.

—Gracias —le dijo Lorn a I-Cinco—, si después no estás muy ocupado, tengo una rodilla herida sobre la que puedes echar algo de sal.

—Creo que tu actitud cambiará en cuanto veas el siguiente mensaje.

La segunda imagen se materializó sobre el proyector. Enseguida le resultó evidente que no eran ni Zippa ni Yanth. Un momento después reconocía la especie: un neimoidiano. Eso por sí solo ya resultaba sorprendente; los señores de la Federación de Comercio no solían verse por Coruscant, debido a las tensas relaciones existentes entre su organización y el Senado de la República.

El neimoidiano miró furtivamente a su alrededor antes de inclinarse hacia adelante y hablar en voz baja.

—Lorn Pavan, me han dado su nombre como el de alguien que sabe ser… discreto manejando información delicada —dijo con los tonos gorgoteantes de su especie—. Desearía discutir un asunto que puede sernos mutuamente beneficioso. Si le interesa, reúnase conmigo en la Posada del Dewback en el 0900. No le hable a nadie de esto.

La imagen tridimensional se apagó.

—Vuelve a ponerlo —dijo Lorn.

El androide así lo hizo, y Lorn vio el mensaje por segunda vez, prestando más atención al lenguaje corporal que a lo que se decía. No estaba familiarizado con los manierismos neimoidianos, pero no hacía falta ser un psicoanalista interplanetario para ver que el alienígena estaba tan nervioso como un novio de H’nemthe. Algo que podía significar problemas, pero que también beneficios. Y en su línea de trabajo rara vez se obtenía lo segundo sin tener que sortear lo primero.

—¿Tú qué dices? —preguntó, mirando a I-Cinco mientras apretaba un botón que borraba el segundo mensaje.

—Yo digo que tenemos diecisiete decicréditos de la República en el banco, y todo lo suelto que se te haya podido caer en el lecho de dormir. Creo que dentro de una semana toca pagar el alquiler. Creo que deberíamos hablar con ese neimoidiano.

—Yo también lo creo —dijo Lorn.

— o O o —

Ya casi se había pasado la hora de la comida nocturna. Mahwi Lihnn había investigado cuatro restaurantes que incluían cocina neimoidiana en el menú. Sólo en uno de ellos encontró a un neimoidiano. Una hembra. Lihnn la interrogó, pero ella afirmó no conocer a ningún paisano llamado Hath Monchar. No obstante, mencionó otra casa de comidas de las cercanías que solían frecuentar los de su especie. Era una pequeña posada llamada Dewback, de los pocos locales de bebidas de la zona donde se servía cerveza de agárico, brebaje extremadamente apreciado por la mayoría de los suyos.

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