—¡Pues tampoco es que parezcas muy feliz!
—¿Y qué esperabas? Quería pasar el resto de mi vida junto a Stephen. Queríamos tener hijos… No tenía previsto mudarme de casa a los treinta y nueve años para volver a vivir sola en un pequeño apartamento, hecho a medida para una persona soltera y activa profesionalmente y volver a empezar de nuevo.
—¡Yo tampoco he entendido que te separaras! Habéis pasado tantas cosas juntos… Dios mío, solo porque una vez bebiera demasiado y acabara acostándose con una jovenzuela cuyo nombre ni siquiera debía de recordar al día siguiente… ¿Solo por eso tenías que arrojarlo todo por la borda?
—Acabó con la confianza que nos teníamos. Yo tampoco creí que fuera algo tan grave. Pero ya no confiábamos el uno en el otro y eso hizo mella en el día a día. Lo cambió todo. Ya no lo soportaba más… Ya no le soportaba más.
—Cada cual debe tomar sus propias decisiones —dijo Fiona.
—Exacto —dijo Leslie—. Y Gwen también. Fiona, es su vida. Y ya es mayorcita. Dave Tanner es el hombre por el que se ha decidido. Debemos respetar su decisión.
Fiona murmuró algo para sí. Leslie se inclinó hacia delante.
—¿Y tú qué, Fiona? Tampoco es que tengas buen aspecto. Creo que pocas veces te había visto tan pálida. Y has perdido peso. ¿Va todo bien?
—Por supuesto que todo va bien. ¿Qué podría ir mal? Ya soy vieja, no esperes verme cada día más fresca y más risueña. Finalmente he entrado en esa etapa de la vida en la que solo hay lugar para el declive. Desgraciadamente.
—Ese pesimismo no es propio de ti.
—No soy pesimista, me limito a ser realista. Ha empezado el otoño, los días a menudo son húmedos y fríos. Lo noto en los huesos. Es normal, Leslie. Es del todo normal que ya no sea la Fiona que conocías.
—¿Estás segura de que no hay nada que te inquiete?
—Completamente segura. Mira, Leslie, no te preocupes por mí. Ya tienes bastante con tu vida. Y ahora —dijo Fiona al tiempo que se levantaba del asiento— me voy a acostar. Ya es tarde. Debo reservar fuerzas si quiero sobrevivir a la celebración por todo lo alto de ese compromiso en el marco idílico de la granja de los Beckett. ¡Especialmente porque estoy convencida de que no será más que el inicio de una tragedia!
—Sí que estás demasiado pesimista —le dijo Leslie con una sonrisa antes de contemplar cómo su abuela abandonaba el salón.
Conocía a Fiona. Más que a cualquier otra persona del mundo.
Estaba segura de que algo no iba bien.
—Pero si todo eso ya me lo ha preguntado —se quejó Linda Gardner.
Sus quejas no eran fruto de la exasperación, sino más bien del agotamiento. Estaba a punto de salir con su hija para hacer la compra cuando había recibido la llamada de la inspectora Almond, que quería pasar a verla un momento. La menuda y vigorosa agente de policía con la que había estado hablando durante horas en el mes de julio. Había vuelto a despertar dentro de la misma pesadilla una vez más. Jamás conseguiría librarse de ella.
—Lo sé —dijo Valerie Almond. Estaba sentada frente a Linda, en el salón de esta. Sabía perfectamente lo mucho que le molestaba a aquella mujer que se hubiera presentado de nuevo en su casa—. Debo decirle, señora Gardner, que seguimos sin tener pistas acerca del horrible crimen que acabó con la vida de Amy Mills. Por eso intentamos trabajar en lo que tenemos, que lamentablemente no es mucho. Con la esperanza de que hayamos pasado algo por alto. O de que alguno de los interrogados se dejara algo por mencionar. Algo que hubiera olvidado. Ya me ha pasado otras veces.
Linda miró por la ventana, como si hubiera algo allí a lo que pudiera aferrarse. Un cielo azul radiante, un dorado día de octubre.
—Es que… no hago más que reprocharme cosas horribles —dijo en voz muy baja—. Si no me hubiera dejado llevar tanto por las ganas de pasarlo bien, si no me hubiera olvidado por completo de la hora que era… Quizá Amy todavía estaría viva. ¿Sabe? Desde que mi marido nos dejó, mi rutina se ha vuelto muy dura. Criar sola a una hija tan pequeña limita mucho mis posibilidades. A menudo me siento encadenada a este lugar. A mi hija. Salir de noche con mis alumnos de francés era algo especial para mí. Mujeres y hombres de mi edad con los que podía ir a tomar algo en un pub después de clase. Beber un poco de vino, reír, contar historias… y saber que la pequeña está segura porque Amy está cuidando de ella. Solo podía permitirme una canguro una vez por semana. Las noches del miércoles eran… Me pasaba la semana entera esperando que llegara ese momento.
—Habla todo el rato en pasado —dijo Valerie—. ¿No sigue dando clases?
—Sí. Pero ya no salgo al acabar con mis alumnos. Después de lo ocurrido no pude volver a hacerlo. —Los ojos se le llenaron de lágrimas. Frunció los labios para intentar contenerlas.
—No se haga demasiados reproches —respondió Valerie, que parecía sentir compasión por ella—. No podemos saber qué habría ocurrido de haber sido distintas las circunstancias, si hubiera vuelto usted a la hora acordada.
—Pero ese… ese criminal tal vez acababa de llegar a los Esplanade Gardens cuando Amy apareció por allí. Si hubiera salido antes…
—Esa es solo una de las variantes posibles —la interrumpió Valerie—. Un criminal que holgazanea por un parque y se topa accidentalmente con alguien que acaba convirtiéndose en su víctima. Otra posibilidad es que alguien hubiera puesto a Amy en su punto de mira. Y aún más, no entendemos por qué la subida directa que transcurría entre las dos vallas estaba cerrada. Ya hemos hablado con los trabajadores de la obra, pero nos han jurado que ninguno de ellos colocó las vallas de ese modo. Y la dirección del parque tampoco tuvo nada que ver. No había ningún motivo para bloquear ese camino, todo estaba correcto. Naturalmente, puede que no fuera más que una gamberrada de unos chavales. Pero también es posible que alguien hubiera cortado a propósito el camino más corto y más rápido que solía tomar Amy. No le quedó más remedio que dar un largo rodeo por el parque. Allí es donde el asesino la estaba esperando, probablemente después de haberla visto cruzar el puente. Eso podría haber ocurrido dos horas antes del suceso. Quizá la única consecuencia de que usted se retrasara fuera que el tipo hubiera tenido que esperar más de lo que había planeado.
—Si fue algo planeado…
—En cualquier caso, no podemos excluir esa posibilidad. Por eso he vuelto a preguntarle quién estaba al corriente de que Amy trabajaba para usted como canguro.
Linda Gardner parecía desconcertada.
—Pero… ¿por qué esa persona tendría que haberse fijado en eso? Quiero decir, que no fue un delito sexual, ¿no? Y tampoco le quitó el dinero. Por no decir que Amy casi no tenía nada.
—Cuando alguien está lo suficientemente loco, puede encontrar muchos motivos para matar a alguien —replicó Valerie.
Al ver la expresión atormentada de su interlocutora, no quiso siquiera mencionar que después de contemplar el cadáver terriblemente maltratado de Amy Mills estaba convencida de que lo único que había motivado el crimen había sido el odio. Puede que fuera un odio personal y concreto contra la persona de Amy Mills, pero también podría tratarse de una agresión más genérica, aunque no por ello menos violenta, contra todas las mujeres.
Decidió volver a hacerle la misma pregunta.
—¿Quién estaba al corriente de que Amy Mills trabajaba para usted? —Echó una ojeada a sus anotaciones—. Cuando la interrogamos en julio mencionó a los alumnos de su grupo de francés. En ese momento dijo que los miércoles daba clase a ocho personas. Seis mujeres y dos hombres. Aquel miércoles fueron todos a clase.
—Sí, pero…
—Hemos hablado con ellos. Realmente no parece que ninguno pueda estar implicado en el caso, aunque tal como están las cosas tampoco podemos descartar ninguna posibilidad. ¿Había alguien más?
Linda se tomó un momento para pensarlo.
—La anciana que vive en el piso de abajo quizá lo supiera. Aunque no puedo estar segura de ello. Quiero decir que no es que yo se lo haya contado, pero a lo mejor se enteró al ver que Amy entraba y salía. Amy tenía que pasar por delante de su puerta.
—¿Cómo se llama la anciana?
—Copper. Jane Copper. Pero sería absurdo sospechar de ella. Es una persona menuda y con muchos achaques, tiene casi ochenta años.
—¿Y se las arregla sola? ¿Van a verla parientes o conocidos a menudo? ¿Algún hijo? ¿Algún nieto? ¿Alguien?
—Que yo sepa, nadie. Siempre parece muy sola.
Valerie anotó el nombre de Jane Copper, aunque sin muchas esperanzas al respecto.
—Mi ex marido lo sabe —dijo Linda de repente—. Sí, a él se lo dije.
—¿Dónde vive su ex marido?
—En Bradford. O sea, que no es que viva aquí al lado precisamente. Aunque no conocía a Amy, ni siquiera sabe cómo se llamaba. En algún momento se lo dije por teléfono, le conté que daba clases de francés para ganar algo de dinero y me preguntó qué hacía con la pequeña mientras tanto. Le dije que había encontrado a una estudiante que cuidaba de ella. En todo caso creo que ni siquiera está al corriente de que las clases son siempre los miércoles. No tenemos mucho contacto, ¿sabe?
—De todos modos me gustaría que me diera el nombre y la dirección de su ex marido —dijo Valerie.
Linda le dio los dos datos.
—¿Por qué se separaron?
Linda hizo una mueca que acabó siendo una sonrisa amarga.
—Las jovencitas. Chicas muy jóvenes. Simplemente era incapaz de controlarse delante de una.
—¿Menores de edad?
—Tan jóvenes, no.
Valerie garabateó algo en su bloc de notas.
—En cualquier caso, hablaremos con su ex marido. ¿No se le ocurre nadie más?
—No sé…
—¿Alguien más de la Friarage School? —insistió Valerie.
Linda se devanó los sesos. ¿Con quién tenía contacto allí? No tenía amigos en la escuela, por motivos de tiempo y de flexibilidad le era imposible mantener cualquier clase de relación.
Pero había alguna idea, algún recuerdo vago… Tras el asesinato de Amy Mills había hablado con algunos colegas acerca de la tragedia, se había revelado como la persona para la que había trabajado Amy, la persona que había jugado frívolamente con el tiempo de la joven. Pero antes… Es decir, que quizá lo hubiera mencionado en cualquier contexto anterior. En la escuela…
De repente, cayó en la cuenta. Un hombre guapo que también daba clases de francés. Acordaba los horarios de clase con él a principios de cada curso. Durante el primer interrogatorio no había reparado en él.
—Dave —dijo—. Dave Tanner creo que lo sabía.
Valerie se inclinó hacia delante.
—¿Quién es Dave Tanner? —preguntó.
Desde el primer momento, la tarde había estado destinada al desastre en el que acabó al final. En eso estarían todos de acuerdo posteriormente y hubo quien confirmó que la atmósfera que había respirado allí habría podido cortarse con un cuchillo.
Como de costumbre, había sido Fiona quien había acabado hablando sin tapujos. Había mirado a Gwen con las cejas arqueadas. Gwen llevaba un vestido excepcionalmente bonito de terciopelo color melocotón, ceñido con un cinturón de charol negro que reveló a los presentes algo que nadie había sabido hasta entonces.
Gwen tenía la cintura estrecha y una silueta mucho más delicada de lo que podría haber sugerido la ropa holgada como un saco que solía llevar.
—Bonito vestido —dijo Fiona finalmente—. ¿Es nuevo? ¡Te queda muy bien!
Gwen sonrió ante el cumplido.
—Dave lo eligió por mí. Dijo que podía destacar algo más mi figura sin problemas.
—Pues tiene razón —confirmó Fiona en tono afable justo antes de sacar las uñas—. Además de escogerlo, ¿lo ha pagado él?
Gwen se quedó de piedra.
—Por favor, Fiona, eso no es asunto tuyo —murmuró Leslie, avergonzada.
Dave Tanner apretó los labios.
—No —respondió Gwen—, pero tampoco habría querido que lo pagara.
—No pasa nada porque un hombre le regale a su futura esposa algo especial de vez en cuando —dijo Fiona—. Aunque, naturalmente, esa solo es mi opinión.
Un silencio incómodo siguió a esas palabras. Jennifer Brankley fue la que rescató a Gwen de la situación. Había estado ayudándola a cocinar y a poner la mesa, y con ello se había ganado el estatus de coanfitriona.
—Ya podemos comer —dijo, esforzándose para que sus palabras sonaran alegres—. Cuando queráis podemos pasar al salón.
El salón servía también de comedor. Se sentaron alrededor de la mesa grande y charlaron de forma forzada. Colin Brankley, que apenas intervenía en aquella laboriosa conversación, contemplaba a los presentes y pensaba que en realidad todos deseaban algo muy distinto. En especial, Dave Tanner.
Colin Brankley trabajaba como director de una sucursal bancaria en Leeds y sabía que la gente no veía en él a un tipo fantasioso y conocedor de la naturaleza humana, sino a un aburrido chupatintas que vivía por y para sus aburridos expedientes y balances. Sin embargo, en realidad su pasión eran los libros, aprovechaba hasta el último minuto que tenía libre para leer y se sumergía en su mundo de ensueño mucho más que la mayoría de la gente. Reflexionaba acerca de los personajes de las novelas con los que se veía confrontado y los comprendía mejor de lo que podía sugerir su rostro redondo, con pelo escaso y gruesas gafas.
Mientras daba buena cuenta del cordero asado con salsa de menta sin saber exactamente lo que comía, iba analizando en silencio al resto de los presentes.
Chad Beckett, el padre de Gwen. Retraído en sí mismo, como siempre, no dejaba entrever cuál era realmente su opinión respecto al compromiso matrimonial de su hija con aquel misterioso Dave Tanner que parecía haber surgido de la nada. Tal vez estaba preocupado, pero en cualquier caso no era una persona que demostrara ese tipo de sentimientos a solas y mucho menos iba a hacerlo con tanta gente delante. Y jamás habría intentado frustrar los proyectos de su hija, ni siquiera si eso hubiera sido lo mejor para ella.
Fiona Barnes. Tan combativa como siempre y tan preocupada por la familia Beckett, tanto por la hija como por el padre. Estaba sentada al lado de Chad y antes de empezar a comer se había dedicado a cortarle la carne, algo dura, en trozos que le cupieran en la boca. Colin la conocía bastante bien de sus estancias veraniegas, puesto que a menudo estaba en la granja de los Beckett, sentada en el porche al sol con Chad, o bien llamaba para ir a dar un paseo con él por los prados. Discutían a menudo, pero como suelen hacerlo las parejas mayores para las que las riñas se han convertido ya en un ritual y una forma especial de conversación. A Fiona Barnes se la trataba siempre como la vieja amiga de la familia, aunque nadie había explicado a Colin jamás cómo había surgido esa amistad y cuánto tiempo hacía que duraba.