—En cualquier caso, eso es asunto mío —dijo él, cada vez más airado.
Había tocado el tema más espinoso de todos. El sexo con Gwen era algo inimaginable, y a Dave le horrorizaba pensar en el día, o la noche, en que no pudiera seguir eludiéndolo. Probablemente solo sería capaz de hacerlo si se emborrachaba e intentaba pensar en el bonito cuerpo de Karen.
Pero eso sería mejor que Karen no llegara a saberlo jamás.
Ella lloraba ya abiertamente.
—Hoy ha venido a verme de nuevo la inspectora Almond —sollozó—. Por lo de Amy Mills.
Resignado, Dave se quitó la chaqueta. Tenía para rato. Acababa de sacar un tema con el que siempre terminaba llorando a moco tendido. Al menos no lloraría por él, algo habían avanzado. Ojalá no estuviera tan cansado, tan harto de todo, tan cargado de problemas.
—¿Y qué quería esta vez? —preguntó él, rendido. Cuando Karen en lugar de responder empezó a sollozar aún más fuerte, Dave sacó una botella de aguardiente de su armario y dos vasos más o menos limpios—. ¡Vale ya! Tómate esto.
Karen bebía alcohol solo en contadas ocasiones y siempre se que jaba de que él lo hiciera, pero esa vez se llevó el vaso a los labios y lo vació de un solo trago. Dejó que le sirviera otro y lo vació del mismo modo. A continuación, las lágrimas al menos remitieron un poco.
—Bueno, básicamente me ha hecho las mismas preguntas una vez más —dijo. Igual que en julio, justo después de que el asesinato de Amy Mills hubiera conmocionado a Scarborough. Karen parecía agotada y conmovida—. Soy la única que tenía algo de contacto con Amy, por eso quería que le contara nuevamente lo que solía hacer, cómo pasaba los días y esas cosas. Pero ni siquiera yo sé demasiado acerca de ella. Quiero decir que… —Se mordió los labios—. Siempre me pareció que Amy era un poco… rara. Muy inhibida. Me daba lástima. Pero no puede decirse que fuéramos amigas.
—Precisamente por eso tampoco debes reprocharte nada —dijo Dave—. Has hecho más que los demás. Tú al menos fuiste a tomar un café con ella un par de veces para escuchar sus problemas. Dios mío, es evidente que tenía dificultades para conectar con la gente. Y eso no es culpa tuya.
—La policía no tiene ni idea de quién pudo haberlo hecho. No tienen ninguna pista, nada —dijo Karen—. En cualquier caso, esa es la impresión que me dieron. ¿Tú conoces bien a la señora Gardner?
—¿Quieres decir…?
—La señora Gardner. La madre de la niña a la que Amy estuvo cuidando ese día.
—Linda Gardner. Naturalmente que la conozco. También da cursos de idiomas y siempre hemos tenido que combinar nuestras clases. Pero aparte de eso no teníamos ninguna relación.
—Había dado una clase la noche en la que, más tarde, asesinaron a Amy.
La noche en la que él había conocido a Gwen y la había llevado a casa en coche. Recordaba bien esa noche, ¡demasiado bien!
—Claro. Por eso Amy había estado cuidando a su hija.
—La inspectora Almond busca a personas que lo supieran. Que supieran que Amy trabajaba como canguro en casa de la señora Gardner. Me ha preguntado si yo lo sabía. Le he dicho que sí.
—A ti no te consideran sospechosa.
—Querían saber si conocía a alguien que también lo supiera. —Karen lo miró llena de expectación.
Furioso, Dave solo quería que le dijera lo que pretendía. Odiaba esa costumbre que tenía Karen de andarse siempre con rodeos.
—Sí. ¿Y?
—No le he dicho que creía que tú debías de saberlo.
—¿Y por qué no?
Karen escondía algo, o al menos eso le pareció a él.
—No… no quería causarte problemas, Dave. Tenías la noche libre. Y recuerda que al día siguiente tuvimos una bronca descomunal porque me dejaste plantada y no quisiste decirme qué había sucedido realmente.
Claro que no. ¿Tendría que haberle contado que había ido en coche hasta Staintondale? Porque entonces habría sido inevitable explicarle también lo que sucedió a continuación.
Trató de calmarse a pesar de lo furioso que ella lo ponía.
—Siempre he tenido problemas para controlarme contigo. Tal vez ese fuera el motivo por el que nuestra relación fracasó.
—¿Lo sabías? ¿Sabías que una joven estudiante trabajaba para la señora Gardner?
—Es posible que me lo hubiera contado, sí. ¿Y qué? ¿Crees que aceché a Amy en el parque y la maté a golpes?
Karen negó con la cabeza.
—No.
Parecía triste y cansada. Seguramente no era por la suerte que había corrido una de sus compañeras de curso a la que solo había conocido de manera superficial, ni tampoco por las dificultades evidentes que tenía la policía para resolver el caso. Estaba así porque su relación con Dave había fracasado. Sintió que afloraba en él cierto sentimiento de culpa. Y eso lo enfurecía. No quería sentirse culpable.
—Bueno… —dijo.
Karen cogió su bolso. No había nada más que pudiera demorar más su despedida.
—Sí, bueno… —dijo también ella, con la voz quebrada.
—Siento que las cosas hayan sucedido de este modo —dijo Dave con una mueca en el rostro—. De verdad.
Los ojos de ella volvieron a llenarse de lágrimas.
—Pero ¿por qué, Dave? Es que no lo comprendo.
Porque estoy loco, pensó él, porque estoy cometiendo una absoluta locura. Porque finalmente me gustaría tener otra vida. Porque veo un camino, porque solo veo un camino, este, que pueda seguir.
Dave sabía que ella odiaba que le respondiera con tópicos, pero de todos modos recurrió a uno.
—A veces es difícil comprender ciertas cosas. Y simplemente deben aceptarse.
Le abrió la puerta. Una tabla del entarimado crujió en el piso de abajo. La casera, que había estado todo el tiempo a los pies de la escalera, se alejó a toda prisa.
—Te acompaño abajo —dijo Dave.
Karen se echó a llorar de nuevo. Al menos la trataría con cortesía al final.
Estaban sentadas con una botella de agua mineral y un montón de paquetes de cigarrillos. Leslie constató una vez más que jamás llegaría a acostumbrarse a algunas contradicciones del carácter de su abuela y probablemente menos todavía a aquella: Fiona fumaba como un carretero, se fumaba hasta sesenta cigarrillos al día y al parecer ignoraba con absoluta impasibilidad las advertencias de las cajetillas que profetizaban, con palabras e imágenes bastante contundentes, una muerte dolorosa íntimamente relacionada con el placer que le proporcionaban los cigarrillos. En cambio, se negaba a probar el alcohol, ni siquiera guardaba una sola botella en casa.
—Es perjudicial —solía decir—, te atonta. ¿Cómo quieres que me guste algo que mata tantas neuronas?
Después del largo viaje en coche desde Londres, a Leslie le habría gustado relajarse con un par de copas de vino, por no mencionar que habría deseado terminar ebria una semana que había empezado el lunes con su divorcio. Estaba molesta porque de haber recordado esa particularidad de Fiona se habría llevado de casa una o dos botellas.
Las dos mujeres estaban sentadas en el salón ante una mesita de café que estaba justo frente a la ventana. Fuera reinaba la más absoluta oscuridad, pero entre las nubes que se extendían por el cielo nocturno sobre la bahía sur de Scarborough refulgía de vez en cuando alguna que otra estrella. En ocasiones incluso asomaba la luna. En esos momentos, el mar parecía una masa oscura, sombría, agitada.
—¿Y qué impresión te ha dado Gwen? —preguntó Leslie.
Fiona se encendió el quinto cigarrillo desde que su nieta se había presentado en su casa con todos los bártulos para instalarse en la habitación de invitados.
—Me ha parecido bastante abrumada por todo lo que le está ocurriendo. Pero supongo que me preguntas si también se siente feliz. No lo sé. Está tensa. En mi opinión no se fía mucho de su prometido.
—¿En qué sentido?
—Tal vez dude de que sus intenciones sean serias. Y no es la única. Su padre y yo sí dudamos de él, en todo caso.
—¿Conoces a Dave Tanner?
—Conocerlo sería decir demasiado. Durante los dos últimos meses hemos coincidido un par de veces en la granja de los Beckett. Y una vez los invité a los dos, a Gwen y a él, a venir aquí. Creo que eso lo incomodó muchísimo. No le gusta conocer a gente del entorno de Gwen… y eso que somos pocos. Probablemente teme que lo descubramos.
—¿Descubrirlo? Hablas como si fuera…
—¿Un impostor? Esa es justo la impresión que me llevé de él —dijo Fiona con vehemencia antes de dar una larga calada al cigarrillo, presa de los nervios—. Podemos hablar de esto abiertamente, Leslie, y que no salga de aquí. Aprecio mucho a Gwen. Es una persona encantadora. A veces pone demasiado empeño en contentar a la gente y puede llegar a sacarme de quicio, pero eso no significa que tenga mal carácter. Tiene treinta y cinco años, y que yo sepa en su vida no ha habido jamás un hombre que se haya interesado tanto por ella ¡y las dos sabemos por qué!
Leslie se revolvió un poco en su asiento.
—Bueno, es que…
—No creo que haya en el mundo alguien más soso que ella. Aburriría incluso a las ostras. A veces parece una cateta, no sabe vestirse. Es increíblemente anticuada, la ha marcado esa porquería de libros que lee continuamente. Vive en un mundo que no existe. Puedo comprender que los hombres la eviten cuando se encuentran con ella.
—Sí, pero tal vez haya alguno que mire en su interior y…
Fiona soltó una exclamación cargada de desdén.
—¿Qué encontraría? Gwen no es tonta, pero desde que salió de la escuela no ha seguido ningún tipo de formación y nunca se ha interesado de verdad por lo que ocurre más allá de su vida. ¡Espera a conocer a Dave Tanner mañana por la noche! Es que sencillamente no consigo imaginar que un hombre como ese consiga soportar durante mucho tiempo a una mujer con la que no puede hablar de nada.
—¿Quieres decir que…?
—Que es un tipo cultivado, inteligente e interesado por todo lo que sucede en el mundo. Y encima es un hombre atractivo, lo tiene todo a su favor. Sin embargo, ha desperdiciado bastante su vida. Y desde mi punto de vista, ese es el quid de la cuestión.
—¿Quieres decir que…? —dijo de nuevo Leslie.
—¿Sabes qué hace ese tipo para mantenerse a flote? Da clases de idiomas a amas de casa por las tardes. ¿Para eso tiene estudios superiores y la carrera de ciencias políticas? Bueno, la dejó justo antes del examen final de licenciatura, prefirió comprometerse con el movimiento pacifista y dedicarse a no sé cuántas idioteces más que no le habrán servido para nada. Ahora tiene cuarenta y tres años y vive realquilado en una habitación amueblada. Es lo único que se puede permitir. Y eso lo hace inmensamente infeliz.
—Veo que sabes mucho sobre él.
—Me gusta hacer preguntas directas. A partir de las respuestas que recibo me hago una idea de cómo es la gente. Y no suelo equivocarme mucho. Estudiante fracasado, pacifista, ecologista… todo parece muy adecuado para un joven. Sin duda más interesante y emocionante que una vida aburguesada. Pero llega un momento en el que ese equilibrio se rompe. Cuando uno se hace mayor. Cuando vivir en un piso compartido y las reuniones para organizar interminables marchas de protesta dejan de tener gracia. Supongo que Tanner debe de llevar mucho tiempo insatisfecho, a pesar de que ahora se vea inmerso de lleno en la típica crisis de madurez. Siente pánico al ver cómo se le cierran las puertas y se le escapa una vida estable, segura, solvente. Apostaría a que está desesperado. A pesar de la indiferencia que pueda demostrar al respecto.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo, Fiona?
—Sí. Y creo que alguien debería decírselo también a Gwen.
Leslie se mordió los labios.
—No puede ser, Fiona. Si ella… ¡Es imposible!
—Pero ¿eres consciente de la vida que la espera? —exclamó Fiona—. Ese tipo se instalará en la granja y esperará con toda tranquilidad a que Chad entregue el alma, algo que no puede tardar mucho en suceder. No negaré que seguramente puede aportar muchas y buenas ideas para transformar la granja en un lugar atractivo para pasar las vacaciones, tal vez incluso aporte su energía para llevarlo a la práctica y sea capaz de hacerlo realmente. Es lamentable la manera como Chad y Gwen han llevado el
bed & breakfast
hasta ahora y seguro que él consigue animarlo, sin duda lo hará mejor que ellos. Pero un matrimonio es mucho más que eso, ¿no crees? Apuesto a que acabará engañando a Gwen. No tendrá reparos para resarcirse con las estudiantes del campus de Scarborough como hace ya ahora. ¡Y llegará un día en el que Gwen se enterará de ello y entonces se le caerá el mundo encima! ¿Debemos permitir que ocurra algo así?
—Tal vez ella ya haya asumido que eso pueda llegar a ocurrir.
—Porque cree que no tiene otra opción. Hace años que espera que un príncipe azul montado en un caballo blanco acuda a recogerla a su castillo. Ahora finalmente ha sucedido, con caballo blanco o sin él, o mejor dicho con el trasto de coche oxidado con el que lo vi llegar. Pero da igual. Él es la única oportunidad que se le ha presentado y eso ha deslumbrado a Gwen, hasta el punto de inhibir cualquier instinto de prudencia en ella, porque estoy segura de que en el fondo debe de haberse despertado con todo esto.
—Por teléfono me pareció oírla muy cambiada. Más libre. Más feliz. Realmente me he alegrado mucho por ella.
—Sin duda toda esta historia la ha rejuvenecido. Maldita sea, Leslie. —Fiona dio otra calada llena de agresividad a su cigarrillo—. ¿De verdad crees que tengo algún interés en pelearme con Gwen por todo esto? ¡Naturalmente que no! Nadie debe pelearse por esto. Es una situación complicada.
—Tal vez tampoco nos incumba a nosotras hacérselo ver, Fiona. Ni siquiera somos de su familia.
—Sin embargo, somos las únicas personas que tiene. A su padre no le gusta Tanner, pero no creo que él quiera entrometerse. Siempre se ha mostrado débil con Gwen y a estas alturas sería incapaz de terminar con este asunto. Pero yo… yo siempre he sido una especie de madre para ella. Siempre ha confiado mucho en mí. Ojalá… —Interrumpió la frase de repente, sin llegar a explicar lo que deseaba, tal vez era consciente de lo infructuoso que sería cualquier deseo que pudiera enunciar. En lugar de eso, se quedó mirando enfáticamente a su nieta—. ¿Y a ti cómo te van las cosas? ¿Cómo se siente una… recién divorciada?
Leslie se encogió de hombros.
—Ya me he acostumbrado a vivir sola. El divorcio solo ha sido una formalización.