Jennifer entró en el salón con unos vaqueros y un jersey limpios y el pelo mínimamente arreglado. Una vez más, Colin pensó que sería una mujer muy atractiva solo con que hubiera algo más de alegría en sus rasgos. La infelicidad había hecho mella en su rostro. Solo Cal y Wotan eran capaces de relajarla. No había ninguna persona que pudiera conseguirlo, ni siquiera su propio esposo.
—Hoy iré a Scarborough —explicó—. Quiero pasear un poco por las calles, ir de compras y tal vez rebuscar por alguna librería. Me apetece pasarme un par de horas leyendo tranquilamente en el sofá.
Colin sonrió.
—¿Y por casualidad no te acercarás a ver a Dave Tanner para comprobar si Gwen está allí?
Jennifer no se cortó lo más mínimo.
—Puede ser, sí. Alguien tiene que preocuparse por ella, ¿no?
La indirecta iba dirigida a Chad, quien sin embargo no se inmutó en absoluto. Siguió tomándose el café en silencio. Había tensión en el ambiente, pero por fortuna nadie parecía dispuesto a que la sangre llegara al río.
—No sé si estaré de vuelta a la hora de comer —dijo Jennifer un rato después—. Me harías un favor si pudieras sacar a los perros un rato, Colin.
Él le prometió hacerlo. Estaba contento. Era buena señal que Jennifer demostrara tener ganas de hacer cosas, incluso si lo que en realidad la impulsaba era su preocupación por Gwen. Y tal vez conseguía pasar un día realmente agradable de tienda en tienda, paseando por la ciudad, comiendo una ración de pasta en algún restaurante italiano. Por algo se empezaba. Después de que la hubieran despedido de la escuela se había encerrado diez meses en casa, durante los que no llegó a cruzar el umbral de la puerta ni una sola vez. Colin se alegraba de haber tenido la idea de hacerse con esos dos perros. La obligación de salir a pasear con regularidad había acabado con aquel confinamiento.
—¿Vas a coger el coche? —preguntó Colin, a pesar de conocer de antemano la respuesta.
Jennifer reflexionó unos segundos y después negó con la cabeza.
—Tomaré el autobús. Ya sabes que…
—Lo sé —replicó Colin con resignación.
Jennifer había conducido sin problemas anteriormente. Pero después del asunto no había sido capaz de sentarse frente al volante de nuevo. Colin no sabía cuál era la relación entre una cosa y la otra, si bien al parecer era una cuestión de confianza en sí misma. Y a medida que pasaba el tiempo, menos probable era que volviera a intentarlo.
Colin miró hacia la ventana. Parecía como si la niebla fuera cada vez más densa. Era un día extraño, muy silencioso. No se oían ni siquiera las gaviotas.
Estaba inquieto. No sabía por qué. Debía de ser cosa de la niebla.
—La casera me ha dicho que me desahuciará el primero de noviembre —dijo Dave.
Eran los únicos clientes de King Richard III, una pequeña cafetería del puerto en la que se servían desayunos. Un joven esperaba aburrido detrás de la barra después de haberles servido café y bollos de bastante mala gana.
—No es que sea un lugar muy acogedor —había dicho Dave nada más entrar en el local, cuyas ventanas daban al paseo marítimo, desierto, y solo permitían ver de vez en cuando algún que otro mástil de velero descascarillado a causa de la niebla—. Pero sirven unos bollos con mermelada que no están nada mal.
A Leslie le pareció que también el café era sorprendentemente bueno. Cargado y caliente. Justo lo que necesitaba con el frío y la humedad que reinaban fuera.
—¿Y puede hacerlo? —preguntó ella—. ¿Puede echarlo en un plazo tan corto?
—Creo que sí —respondió Dave—. No nos une ningún contrato de alquiler ni nada parecido. Vivo de manera ilegal en su casa y no tengo ningún documento escrito que lo demuestre. ¿Cómo podría reclamarle nada? Además… bueno, no es que me sienta especialmente apegado a mi domicilio actual, como ya debe de haber imaginado.
—¿Y qué motivo le ha dado para echarlo?
—Según dice, la hija de una amiga tiene que venir a estudiar a Scarborough y quiere que viva en su casa. Pero apuesto a que esa amiga ni siquiera existe. En realidad lo que ocurre es que tiene miedo de mí. Teme que haya asesinado tanto a Amy Mills como a Fiona Barnes y que pueda convertirla a ella en mi próxima víctima. Ni siquiera duerme en casa últimamente, cada noche va a dormir a casa de una u otra vecina. Y al parecer va extendiendo las historias más horripilantes acerca de mí. Cuando salgo a la calle noto que me taladran centenares de ojos desde detrás de los cristales de las ventanas. Pero a mí eso me da igual. Que piensen lo que quieran.
—Bueno, de todos modos Gwen y usted quieren casarse en diciembre, por lo que tampoco es un problema tan grande. Podría mudarse a principios de noviembre a la granja.
—Sí —dijo él. No suspiró, pero ese «sí» ya sonó como un suspiro.
Leslie rodeó la taza con las dos manos. El calor le provocó un cosquilleo agradable en los dedos que parecía extenderse hasta los brazos. Era una sensación placentera que no solo contribuía a quitarle ese frío húmedo de los huesos, sino que también parecía apaciguar sus sentimientos revueltos. Se dijo que quizá estaba yendo demasiado lejos, pero la manera como la miraba Dave Tanner le hacía pensar que a él le apetecía hablar, que no se sentiría asediado por ella.
—No es que esté locamente enamorado de Gwen, ¿me equivoco? —preguntó en voz baja.
—Se me nota enseguida, ¿verdad?
—Sí.
Dave se inclinó hacia delante.
—No la amo en absoluto, Leslie, ese es el problema. Y no tiene nada que ver con el hecho de que me guste o no físicamente. Una mujer puede ser más fea que Picio y sin embargo fascinarme, y tampoco es que Gwen sea fea. Pero la fascinación… ese es el quid de la cuestión. No hay nada, pero absolutamente nada en ella que me fascine lo más mínimo.
—En la mayoría de las relaciones la fascinación disminuye bastante con el paso del tiempo.
—Pero es la chispa que prende el fuego al principio. Tiene que haber algo cautivador en el otro, algo que despierte la curiosidad, algo a lo que aferrarse. Sabe de qué le hablo, ¿no? ¿Por qué se casó con su marido?
Esa última pregunta la cogió por sorpresa y la hizo dudar unos segundos.
—Me enamoré de él —respondió ella.
—¿Qué fue exactamente lo que le enamoró?
—Todo él, en conjunto.
Dave no dio su brazo a torcer.
—¿No había nada en absoluto que le molestara de él?
—Sí, naturalmente que había cosas.
Su pasividad. Su necesidad de armonía. Que casi siempre me diera la razón, se dijo Leslie. Que me tolerara tantas cosas, tanto a mí como a los demás. Sus debilidades.
—Pero había otras características de él que compensaban aquellas que le molestaban, que hicieron posible que a pesar de todo se enamorara de él. Incluso que llegara a casarse con él. Que deseara pasar el resto de su vida con él.
—Sí. Lo que me gustaba de él pesaba más.
—¿Y qué era?
—Era muy atento —dijo ella—. Muy cariñoso. Me daba seguridad.
Dave la miró con aire pensativo.
—¿Me está diciendo que antes de encontrarlo le faltaba esa sensación de seguridad? Gwen me ha contado que a usted la crió su abuela. Por lo poco que traté a Fiona Barnes, me imagino que…
—No me apetece hablar de mi abuela —dijo Leslie de manera tajante.
—¡De acuerdo! —Dave se echó hacia atrás de repente—. Tiene razón, discúlpeme si me he excedido.
—Estábamos hablando sobre usted y sobre Gwen. No soy yo quien está a punto de tomar una decisión importante. Yo ya tomé mi propia decisión hace dos años. Me he separado de mi marido.
—Pero es evidente que las cosas no están resueltas del todo. En cualquier caso, me ha parecido que el monólogo que se traía consigo misma ahí fuera a primera hora de la mañana tenía algo que ver con él.
Leslie tomó un sorbo de café que le quemó la lengua, pero decidió ignorar el dolor.
—Me engañó —dijo—. Hace poco más de dos años. Con una mujer a la que conoció casualmente mientras yo estaba de viaje para asistir a unos cursos. No me habría enterado de ello, pero por desgracia él tenía tantos remordimientos de conciencia que acabó confesando. A partir de entonces me sentí incapaz de seguir conviviendo con él. Desde el lunes de la semana pasada estamos divorciados. Y ya está. No hay nada más que decir al respecto.
—Entonces ¿qué es lo que la tenía tan alterada esta mañana?
—Ayer por la noche vino a decirme que en realidad todo había sido culpa mía. Una terapeuta se lo ha metido en la cabeza. Que su desliz se debía a que tenía que soportar mi carácter frío, mis ganas de progresar profesionalmente y mi supuesta superioridad. Que no había confesado porque tuviera remordimientos de conciencia, sino que en realidad era un grito de ayuda. Que yo no fui capaz de entenderlo y que me excedí echándolo de casa. ¡Pobrecito! Ahora resulta que quien lo está pasando fatal es él.
Dave la miró con gesto pensativo, pero no dijo nada.
La puerta de la calle se abrió y junto a una ráfaga de aire húmedo entraron dos hombres en el local. Por un momento se les vio sorprendidos de encontrar a otros clientes, pero tampoco pareció preocuparles. Pidieron café y se quedaron en la barra, charlando en voz baja con el dueño.
Leslie apartó su plato, en el que había un bollo a medias.
—Creo que no puedo comer nada más —dijo.
—¿No le gusta cómo los hacen? —preguntó Dave.
—Sí, pero siempre que pienso demasiado en mi ex marido se me pasa el hambre —explicó Leslie. Miró a Dave con gesto provocador—. ¿A usted también le ocurre? ¿Que pierde el apetito cuando Gwen le viene a la cabeza?
—No, tan malo no es.
—¿Qué es lo que le compensa a usted, Dave? Le molesta no encontrar en Gwen algo que consiga fascinarlo, pero aun así quiere casarse con ella, pasar a su lado el resto de su vida. ¿Por qué? ¿Qué es lo que compensa en su caso las cosas que no le gustan de Gwen?
Dave la miró como si intentara descubrir si se lo preguntaba en serio o si no era más que una simple provocación.
—¿Realmente quiere saberlo?
—Sí.
—Ya lo sabe —dijo con una sonrisa agotada—. Y su abuela también lo sabía.
Leslie asintió.
—Entonces es cierto. La granja. La granja es lo único que le atrae de Gwen.
Por un momento, Dave pareció resignado, demasiado agotado para intentar disfrazar la verdad.
—Sí. Es eso.
—¿Y qué planes tiene para la granja de los Beckett si al final acaba viviendo allí?
En ese momento fue él quien retiró su plato. Las preguntas acerca de su futuro siempre le quitaban el apetito.
—Quiero abandonar la vida que llevo —explicó—. Tengo que abandonarla. No puedo seguir así. Pero necesito algo… algo a lo que aferrarme. No tengo nada, aparte de unos estudios interrumpidos y una larga retahíla de trabajos eventuales con los que apenas he podido ir tirando a lo largo de casi veinte años.
—¿Quiere volver a criar ovejas en la granja de los Beckett?
Dave negó con la cabeza.
—Creo que no serviría para eso. Me gustaría reformarla, algo que Gwen ya ha empezado a hacer tímidamente y con muy poco estilo: me gustaría transformar la granja en un alojamiento rural. Yorkshire se está convirtiendo en uno de los destinos turísticos más apreciados de Inglaterra. La granja ofrece miles de posibilidades sin que para ello se vea mermada de su encanto original. Las habitaciones tienen que ser espaciosas y limpias. Hay que abrir un camino seguro y fácil de seguir para bajar a la cala, la gente no puede ponerse a trepar por ese barranco lleno de maleza. Hay que facilitar que los huéspedes bajen a bañarse. En los establos podemos tener ponis y ofrecer la posibilidad de realizar excursiones a pie. Créame… —Había ido subiendo el tono de voz, pero volvió a bajarlo de repente en cuanto se percató de que la gente de la barra se volvía para mirarlo—. Tengo buenas ideas. Puedo hacer algo con esa finca.
—¿Y que me dice de la energía necesaria para llevarlo a cabo? —preguntó Leslie—. ¿También la tiene?
—¿Lo pone en duda?
—No le conozco lo suficiente. Pero a juzgar por lo que me ha contado acerca de su vida hasta ahora no creo que entre sus virtudes puedan contarse la energía y la determinación. Compréndalo, siempre he sospechado un poco de las personas que necesitan algo grande, en su caso una buena finca, para convertirse al fin en emprendedores serios. A menudo se trata de personas que se engañan a sí mismas. Que siempre creen que si no han podido levantar el vuelo ha sido porque las circunstancias han sido adversas. Los verdaderos éxitos funcionan de otra manera. Son historias de personas que han empezado con una mano delante y otra atrás y acaban dejando algo tras de sí.
Dave se mantuvo impasible. Leslie no sabía si se había enfadado al oírla hablar tan claro.
—Es usted muy sincera —dijo al cabo—, pero ¿ha pensado en algún momento en las alternativas que le quedan a Gwen? Vive exclusivamente de la pensión de su padre. En cuanto Chad Beckett muera, algo que por ley de vida no tardará en suceder, se encontrará sin recursos de la noche a la mañana. No tiene verdaderos ingresos. No puede vivir de lo que saca alojando a los Brankley durante las vacaciones que pasan allí dos o tres veces al año.
—Podría vender la granja.
—¿Su hogar? ¿El único lugar que ha conocido y en el que es feliz?
—¿Es feliz?
—¿Sería más feliz sin la granja? ¿En un piso cualquiera?
—Podría buscarse un empleo. Finalmente viviría rodeada de otras personas. Tal vez encontraría a un hombre que la amara de verdad.
—Ya —dijo Dave. Tras unos momentos de silencio añadió—: ¿Usted también intentará disuadirme de que me case con ella?
—¡No! —Leslie negó con la cabeza—. No pienso entrometerme. Eso debe decidirlo Gwen, ya es mayorcita.
Dave la miró a los ojos.
—Por cierto, no dormí con ella anoche —dijo Dave de repente—. Todavía no hemos dormido juntos ni una sola vez.
Leslie pensó de nuevo en el par de medias negras que había visto en la habitación de Dave. No empieces, se exhortó a sí misma.
—¿No? —se limitó a preguntar.
—No. Ella quería, pero yo… no podía hacerlo. Apenas consigo tocarla, no hablemos ya de… —Dejó la frase inacabada.
—Pero… entonces ¿cómo se imagina que será estar casado con ella? —preguntó Leslie.
Dave no respondió.
Jennifer había encontrado un papelito colgado en el tablón de notas con la dirección exacta de Dave Tanner. Naturalmente, sabía que no estaba bien entrar en la habitación de su anfitriona en ausencia de esta, pero se había justificado por lo preocupada que la tenía Gwen. No le parecía propio de ella que llevara tanto tiempo fuera de casa sin haber avisado a nadie.