Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—No sé cuál es el número del departamento do Beroun. Lo siento —dijo Brown.
—De acuerdo —dijo Gonzalo—. Llame a su esposa. Dígale Que baje y se fije en la lista y que después nos llame.
—No puedo. Ella fue al cine.
—Llame al portero, entonces.
Brown parecía reacio a hacerlo.
—Cómo le explico…
Drake tosió con suavidad. Apagó el cigarrillo, aunque quedaba casi un centímetro de tabaco ante el filtro, y dijo:
—Tengo una idea.
—¿Cuál? —dijo Gonzalo.
—Bueno, escuchen. Tenemos el departamento 21 C y si se fijan en el sobre verán que 21 C está escrito con tres trazos. Hay un garabato para el 2 y una línea recta para el 1 y una especie de arco para la C.
—¿Y con eso? —dijo Gonzalo, como si las ideas fueran monopolio de él esa noche.
—¿Cómo pueden estar seguros de que el 1 combina con el 2 y forma el número 21? Tal vez el 1 combina con la C, y si unen las dos cosas, el tipo trató de escribir una K. Lo que digo es que tal vez el número de departamento sea 2 K.
—Eso es —dijo Gonzalo, excitado—. Jim, hazme recordar que bese a cualquier chica sentada cerca de ti cuando haya muchachas presentes. ¡Claro! La dirección es Beroun, 354 CPS 2 K, y el cartero la leyó como Brown, 354 CPS 21 C. Ahora está todo resuelto y tú, Tom, puedes tirar de los hilos necesarios para hacer que alguien siga a este Beroun…
—Saben —dijo Trumbull—, están empezando a hipnotizarme con esta tontería y casi estoy dispuesto a hacer arreglos para que vigilen a este condenado Beroun… salvo que, mire como mire esta dirección, sigue pareciendo que dice Brown, no Beroun, y 21 C, no 2 K.
—Tom, tiene que ser Beroun 2 K. Todo encaja.
Brown sacudió la cabeza.
—No, no es así. Lo siento, Mario, pero no es así. Si Beroun viviera en el 2 K, su teoría sería impresionante pero no vive allí.
—¿Estás seguro? —preguntó Gonzalo con desconfianza.
—Ocurre que es el departamento del encargado. He ido con bastante frecuencia.
—El encargado —dijo Gonzalo, confundido por un instante y después emprendiendo otra vez la carga—. Tal vez él encajaría aún mejor. Ya se sabe: un trabajador manual… tal vez esté en el juego ilegal. Tal vez… Eh, ya lo creo que encaja. ¿Quién se metería en su departamento hoy, a revisar las tarjetas navideñas? El encargado, eso es. No tendría que forzar la puerta. Tendría las llaves y podría entrar en cualquier momento.
—Sí, ¿pero entonces por qué la tarjeta está dirigida a Brown? .
—Porque los nombres pueden ser parecidos. ¿Cómo se llama el encargado, señor Brown?
Brown suspiró.
—Ladislas Wessilewski —y lo deletreó con esmero—. ¿Cómo escribirían cualquiera de las dos palabras para que se parezca a Brown?
Avalon, sentado muy erguido, se pasó un dedo con suavidad por cada mitad del bigote y dijo sentencioso:
—Bueno, Mario, con eso tenemos nuestra lección del día. No todo es un misterio y las cadenas lógicas inexorables pueden no llevar a ninguna parte.
Gonzalo sacudió la cabeza.
—Sigo insistiendo en que hay algo que no marcha en eso. Vamos, Henry, ayúdame. ¿En qué momento perdí el norte?
Henry, que había estado parado en silencio junto al copero durante los últimos quince minutos, dijo:
—En verdad hay una posibilidad, señor Gonzalo, si aceptamos su suposición de que la tarjeta navideña representa un código calculado para pasar información. En ese caso, creo que no es correcto suponer que la tarjeta fue mal dirigida.
»Si la tarjeta hubiese sido entregada en el sitio equivocado es curioso en extremo que terminara en un departamento donde vive una notable coleccionista de tarjetas, bien conocida como tal en todo el edificio y tal vez en una zona mucho más amplia.
—Las coincidencias ocurren, Henry —dijo Gonzalo.
—Puede ser, pero parece mucho más probable que la dirección del señor Brown se empleara con deliberación. ¿Quién iba a prestarle atención a una tarjeta de felicitación de más o de menos dirigida al señor y la señora Brown, si reciben tantas? Dado que reciben tantas tarjetas de felicitación en festividades tan poco lógicas, para ellos, como el Año Nuevo Judío y el Día de la Madre, sería muy conveniente usarlos como blanco en cualquier época del año, sobre todo si todo lo que la tarjeta dice es un “Felices Augurios”, impreciso.
—¿Acaso insinúa, Henry —dijo Brown con brusca frialdad— que Clara y yo estamos metidos en alguna operación clandestina?
—Lo dudo, señor —dijo Henry—, ya que, como dijo alguien antes, en ese caso usted no habría traído a colación el asunto de la tarjeta.
—¿Entonces?
—Suponiendo que la teoría del señor Gonzalo sea correcta, sugiero que las tarjetas le fueron enviadas a usted en vez de a otro, porque si llegaran a sus manos no serían notadas. Aquí pueden haber subestimado la preferencia de su esposa por las tarjetas novedosas y su desprecio hacia las sencillas.
—Pero por lo que sé, ésta es la única tarjeta de este tipo que hemos recibido, Henry.
—Exacto, señor. Fue un accidente. No se pretende que usted las reciba. Su nombre en ellas no es más que una pantalla, que consigue hacerla perder entre cientos de otros sobres de tarjetas de felicitación con la misma dirección. Sólo que se supone que estas tarjetas en particular tienen que ser interceptadas.
—¿Cómo?
—Por la persona que conoce bien la cantidad y el tipo de correspondencia que ustedes reciben y que podría sugerir que fueran ustedes utilizados con ese fin; por la persona que tendría la oportunidad más sencilla de interceptarlas, pero que esta vez falló. ¿Señor Brown, en cuántas ocasiones ha salido del ascensor en el preciso instante en que el cartero entraba, y en cuántas ocasiones le han sacado el bulto de las manos en ese momento?
—Por lo que sé, fue la única vez —dijo Brown.
—Y la tarjeta en cuestión sobresalía, casi como si fuera a caerse. Por eso su esposa la notó de inmediato.
—Quiere usted decir que Paul…
—Quiero decir que parece extraño que un cartero insista hasta tal punto en encargarse de sus tarjetas de Navidad que toma medidas para que queden en la oficina de correos un día extra cuando no está de servicio. ¿Es así como se asegura no pasar por alto nunca una de las tarjetas dirigidas a usted, que él debe interceptar?
—Henry —interrumpió Trumbull—, yo sé algo de esto. En el proceso de clasificación de la correspondencia los carteros están bajo observación constante.
—Me lo imagino, señor —dijo Henry—, pero hay otras oportunidades.
—Usted no conoce a Paul —dijo Brown—. Yo lo conozco desde que nos mudamos al departamento. ¡Años! Es un hombre fantásticamente cuidadoso. Imagino que perdería el empleo si lo vieran quedarse con una carta que debe entregar. El vestíbulo del edificio es un lugar muy transitado; siempre hay dos carteros trabajando. Lo conozco, se lo aseguro. Aunque quisiera hacerlo, nunca se arriesgaría.
—Pero justamente ésa es la cuestión, señor Brown —dijo Henry—. Si este hombre es como usted dice que es, eso explicaría por qué insiste tanto en subirle el correo. Incluso en una ciudad atestada corno ésta, hay un sitio donde uno puede estar seguro de no ser observado por unos instantes y ese sitio es un ascensor automático vacío.
»Nada impide que el cartero, al clasificar el correo y preparar el bulto, ubique una tarjeta de felicitación, que reconoce por la forma, el color y la letra, de tal modo que sobresalga del resto. Después, en el ascensor, que sólo toma cuando está seguro de ser el único usuario, tiene tiempo de sacar el sobre y ponérselo en el bolsillo, incluso si está a solas apenas el tiempo que requiere subir un piso.
—¿Y fue Paul quien se metió hoy en nuestro departamento? —dijo Brown.
—Yo diría que es posible —dijo Henry—. Su esposa recibe la correspondencia de manos del cartero en la puerta. Y, como se acerca la Navidad, los arreglos que debe realizar se van complicando. Se precipita al cuarto de costura sin molestarse en pasarle el cerrojo a la puerta. El cartero tiene la oportunidad de empujar el botoncito que vuelve posible hacer girar el picaporte desde afuera. Entonces puede contar con unos minutos para tratar de encontrar la tarjeta. No lo logró, desde luego.
—Con seguridad un hombre tan cauteloso como para emplear un ascensor vacío para apoderarse de una carta no…
—Tal vez sea un indicio de lo desesperado del caso. Puede saber que ésta es una tarjeta de extraordinaria importancia. Si yo fuera usted, señor…
—¿Sí?
—Mañana es sábado y tal vez usted no trabaje pero el cartero lo hará. Entréguele esta tarjeta. Dígale que no es posible que sea suya y que quizás sea de Beroun. La expresión de su cara puede ser interesante y el señor Trumbull puede disponer que el hombre sea vigilado. Puede no pasar nada, desde luego, pero tengo la fuerte sospecha de que hay algo.
—Hay una posibilidad —dijo Trumbull—. Puedo encargarme de eso.
Una expresión de tristeza se acumuló en el rostro de Brown y sacudió la cabeza.
—Odio tenderle una trampa al viejo Paul en Navidad.
—Ser un invitado en el club de los Viudos Negros tiene sus desventajas, señor —dijo Henry.
“Felices Augurios” fue rechazado por el
Ellery Queen's Mystery Magazine
por algún motivo, como tienen todo el derecho de hacerlo, desde luego… incluso sin motivo, si prefieren no presentar uno. Más aún, es evidente que no hay ni la sombra de una excusa para enviarlo al
Magazine of Fantasy and Science Fiction
. Así que quedó sin vender.
En realidad, me gusta tener en las recopilaciones algunos relatos que no hayan aparecido en las revistas. Tiene que haber una especie de premio para el lector que ha sido lo bastante entusiasta y leal coma para leerlos todos cuando aparecieron por primera vez. Como es natural, podría razonar que en forma de libro ustedes cuentan con todos los relatos reunidos sin el agregado de componentes extraños así que no importa si todos fueron publicados antes: pero también es agradable contar con algo nuevo. Este es uno de ellos, y no es el único del libro, además.
“The One and Only East)”
Mario Gonzalo, anfitrión del banquete mensual del club de los Viudos Negros, refulgía en su chaqueta deportiva escarlata, pero no obstante parecía un poco desanimado.
—Es una especie de parásito, Jeff —le dijo en voz baja a Geoffrey Avalon, el abogado especializado en patentes—, pero tiene un problema interesante. Es primo de mi dueña de casa y hablamos de eso y pensé: Bueno, demonios, podría ser interesante.
Avalon, que tomaba su primer trago, inclinó sus cejas oscuras en un gesto de desaprobación y dijo:
—¿Es sacerdote?
—No —dijo Gonzalo—, no es un sacerdote católico. Creo que es lo que ustedes llaman “presbítero”, Integra una pequeña secta hermética. Lo que me recuerda que haría mejor en pedirle a Tom que suavice su lenguaje.
—Sabes, Mario —Avalon seguía ceñudo—, si invitas a un hombre tomando como base sólo su problema, y sin conocerlo para nada en lo personal, podrías hacer que pasemos una noche muy incómoda, ¿Bebe él?
—Creo que no —dijo Mario—. Pidió jugo de tomate.
—¿Eso significa que nosotros no bebamos? —Avalon bebió un trago exageradamente vigoroso.
—Por supuesto que nosotros beberemos.
—Tú eres el anfitrión, Mario… pero espero lo peor.
El invitado, apoyado contra la pared, iba vestido con prendas de un severo color negro y exhibía una expresión apesadumbrada que tal vez se debiera simplemente a la inclinación natural hacia abajo de sus ojos. El rostro casi brillaba con una reciente afeitada meticulosa y era de una palidez que podía ser sólo el resultado del contraste con las prendas oscuras. Se llamaba Ralph Murdock.
Emmanuel Rubin, con los ojos aumentados por las gafas brillando y la barba rala vibrando con la energía de lo que decía, había justipreciado al hombre de inmediato y se las había arreglado para guiar la discusión a un agudo análisis de la naturaleza de la Trinidad casi antes de que empezara la comida.
Murdock parecía impávido, y su rostro seguía tan calmo como el de Henry, el mozo del club, que llevaba a cabo sus obligaciones con la actitud imperturbable de siempre.
—El error —dijo Murdock— cometido por lo común por quienes quieren discutir los misterios en términos de la lógica ordinaria, es suponer que las reglas que se originan en la observación del mundo mediante las impresiones sensoriales se aplican al universo más amplio que se extiende más allá. Hasta cierto punto, pueden aplicarse, ¿pero cómo podemos saber dónde y por qué no lo hacen?
—Eso es una evasiva —dijo Rubin.
—No lo es —dijo Murdock— y le daré un ejemplo dentro del mundo de la impresión sensorial. Obtenemos nuestras nociones de sentido común sobre el comportamiento de los objetos a partir de la observación de cosas de tamaño moderado, que se mueven a velocidades moderadas y que existen a temperaturas moderadas. Cuando Albert Einstein elaboró un esquema para un vasto universo y velocidades enormes, culminó con una imagen que parecía ir contra el sentido común; es decir, contra las observaciones que nos resulta fácil hacer en la vida diaria.
—Sin embargo, Einstein dedujo el universo relativista a partir de impresiones sensoriales y observaciones que cualquiera podía hacer.
—Si se tiene en cuenta que se emplearon instrumentos desconocidos para el hombre de unos siglos antes —dijo Murdock con suavidad—. Las observaciones que ahora podemos hacer y los efectos que ahora podemos producir le parecerían fruto de la brujería, la magia, o incluso, tal vez, de la revelación a la humanidad de hace unos siglos, si estas cosas fueran presentadas con una correcta introducción y educación previas.
—¿Entonces usted cree —dijo Rubin— que la revelación que ha enfrentado al hombre con una Trinidad ahora incomprensible puede tener sentido en una especie de hiper-relatividad futura?
—Es posible —dijo Murdock—, o es posible que tenga sentido en una especie de hiper-relatividad que fue alcanzada por el hombre hace mucho tiempo, gracias a la puesta en cortocircuito de la mera razón, y el empleo de instrumentos mucho más poderosos para llegar al conocimiento.
Los demás se unieron al combate con franco deleite, todos en oposición a Murdock, que parecía no tener en cuenta el peso de las fuerzas en su contra. Con una expresión inmutable de melancolía y una inconmovible urbanidad, contestó a todos sin dar impresión de apremio o fastidio. Que las cuestiones tratadas no pudieran ser resueltas consultando la biblioteca del club hacía que todo fuese más excitante.