Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
»Mientras hablaba, se oyeron unos firmes pasos detrás de nosotros, y una potente voz de barítono dijo:
»“Theophilus, querido, ¿te está importunando esta… cosita?”
»La media naranja de Theophilus clavó los ojos en la joven rubia, que comenzó a temblar de terror.
»Rápidamente me interpuse entre las dos mujeres (con considerable riesgo para mi persona, por supuesto, pero es bien sabido que soy valiente como un león), y dije:
»“Esta dulce criatura es mi sobrina, señorita. Al verme desde lejos, ha venido en esta dirección para depositar un casto beso sobre mi frente. Que ello la llevara también en la dirección de su querido Theophilus ha sido una mera coincidencia.”
»La expresión de sospecha que había notado en la amada de Theophilus en nuestro primer encuentro apareció nuevamente.
»“Ya”, dijo en un tono totalmente carente de la cordialidad que yo hubiera deseado percibir, “en ese caso, me gustaría verles marcharse. A los dos.”
»Me pareció que era prudente hacerlo. Cogí del brazo a la joven y nos fuimos, dejando a Theophilus con su destino.
»“Oh, señor”, dijo la joven, “ha sido tan amable y valeroso… De no haber sido por su rápida intervención, sin duda estaría llena de rasguños y contusiones.”
»“Lo cual sería una lástima”, dije galantemente, “pues un cuerpo como el suyo no está hecho para los rasguños. Ni para las contusiones. Ha mencionado usted un baño turco. ¿Por qué no tomamos uno juntos? En mi apartamento, por ejemplo. Tengo uno… o, al menos, un baño americano, que es prácticamente lo mismo. Después de todo, al vencedor…”
“The Dim Rumble”
Hago todo lo posible por no creer las cosas que me cuenta mi amigo George. ¿Cómo voy a creer a un hombre que me dice que tiene acceso a un demonio de dos centímetros de estatura al que llama Azazel, un demonio que, en realidad, es un personaje extraterrestre de poderes extraordinarios pero estrictamente limitados?
Y, sin embargo, George tiene la capacidad de mirarme fijamente con sus azules ojos y hacer que lo crea de momento…, mientras habla. Supongo que es el efecto del "viejo marinero".
Una vez, le dije que me parecía que su pequeño demonio le había otorgado el don de la hipnosis verbal, pero George lanzó un suspiro y respondió:
—¡En absoluto! Si me ha dado algo, es la maldición para atraer confidencias…, salvo que ése ya era mi sino mucho antes de conocer a Azazel. Las gentes extraordinarias insisten en abrumarme con las historias de sus infortunios. Y a veces…
Meneó la cabeza con profundo abatimiento.
—A veces —continuó—, la carga que como consecuencia de eso debo sobrellevar es más de lo que la carne humana puede soportar. En cierta ocasión, por ejemplo, conocí a un hombre llamado Hannibal West… La primera vez que le vi —dijo George— fue en el vestíbulo de un hotel en donde me hospedaba. Me fijé en él principalmente porque me obstaculizaba la visión de una escultural camarera que iba encantadora e insuficientemente vestida. Supongo que pensó que le estaba mirando a él, cosa que, con toda seguridad, no habría hecho por mi propia voluntad, y él lo tomó como un ofrecimiento de amistad.
»Se acercó a mi mesa, trayendo consigo su bebida, y se sentó sin un "con su permiso". Por naturaleza, yo soy un hombre cortés, por eso le recibí amistosamente con un gruñido y una mirada feroz, que él aceptó con toda tranquilidad.
»—Me llamo Hannibal West —dijo—, y soy profesor de Geología. Mi interés especial se centra en la espeleología. Por casualidad, ¿no será usted también espeleólogo?
»Al instante comprendí que creía haber encontrado un alma gemela. Se me revolvió el estómago ante semejante posibilidad, pero me mantuve cortés.
»—Me interesan todas las palabras extrañas —dije—. ¿Qué es la espeleología?
»—Cuevas —respondió—. El estudio y la exploración de las cuevas. Ése es mi
hobby,
señor. He explorado cuevas en todos los continentes, menos en la Antártida. Sé de cuevas más que nadie en el mundo.
»—Muy agradable —dije—, e impresionante.
»Considerando que de esta forma ponía fin a un encuentro sumamente insatisfactorio, le hice una seña a la camarera para que volviese a llenar mi vaso, y observé, con científica concentración, su ondulante avance a través de la sala.
»Sin embargo, Hannibal West no entendió que aquello fuera el final.
»—Sí —dijo, asintiendo vigorosamente con la cabeza—, tiene usted razón al decir que es impresionante. Yo he explorado cuevas que son desconocidas para el mundo. He entrado en grutas subterráneas jamás holladas por las pisadas de un ser humano. En la actualidad, soy una de las pocas personas vivas que ha llegado hasta donde ningún hombre ni mujer lo haya hecho nunca. Yo he respirado un aire no alterado hasta entonces por los pulmones de un ser humano, y he visto escenas y oído sonidos que ningún ser humano ha visto ni oído jamás…, y estoy vivo. —Se estremeció.
»Mi bebida había llegado, y la tomé con gratitud, admirando la gracia con que la camarera se inclinaba ante mí para depositarla en la mesa. Dije, sin pensar en realidad lo que hacía:
»—Es usted un hombre afortunado.
»—No —replicó West—. Soy un desdichado pecador, llamado por el Señor para vengar los pecados de la Humanidad.
»Ahora, por primera vez, lo miré fijamente, y el fanatismo que brillaba en sus ojos me dejó casi petrificado.
»—¿En las cuevas? —pregunté.
»—En las cuevas —respondió con tono solemne—. Créame. Como profesor de Geología, sé de qué estoy hablando.
»Yo había conocido a lo largo de mi vida a numerosos profesores que no se encontraban en el mismo caso, pero me abstuve de mencionar el hecho.
»Es posible que West leyese mi opinión en mis expresivos ojos, pues sacó un recorte de periódico de una cartera de mano que había dejado a sus pies y me lo entregó.
»—¡Aquí tiene! —dijo—. ¡Lea esto!
»No puedo decir que resultara muy esclarecedor. Era un artículo suelto de tres párrafos, tomado de algún periódico local. El titular decía: «Un sordo rumor», e iba fechado en East Fishkill, Nueva York. En él se informaba de que los habitantes de la localidad se habían quejado al Departamento de Policía de un sordo rumor que les había producido inquietud y que había causado gran agitación entre la población canina y felina de la ciudad. La Policía no había dado la menor importancia al asunto, considerando que se trataba del sonido de una tormenta lejana, aunque el servicio meteorológico negó tajantemente que ese día se hubiera producido alguna tormenta en ningún punto de la región.
»—¿Qué opina de
eso
? —preguntó West.
»—¿Podría haber sido una epidemia masiva de indigestión?
»Rió brevemente, como si la sugerencia no mereciese siquiera su desprecio, aunque nadie que haya experimentado indigestión alguna vez lo consideraría así.
»—Tengo recortes similares de periódicos —prosiguió— de Liverpool, Inglaterra; Bogotá, Colombia; Milán, Italia; Rangún, Birmania, y tal vez de medio centenar más de lugares de todo el mundo. Los he recopilado. Todos hablan de un penetrante rumor que provocó miedo e inquietud y enloqueció a los animales, y todos los casos se produjeron dentro de un período de dos días.
»—Un singular acontecimiento mundial —dije.
»—¡Exactamente! ¡Indigestión…! ¡Ya, ya!
»Me miró ceñudamente, tomó un sorbo de su bebida y luego se dio unos golpecitos en el pecho.
»—El Señor me ha puesto un arma en mi mano, y debo aprender a utilizarla.
»—¿Qué arma es ésa? —pregunté.
»No respondió directamente.
»—Encontré la cueva por pura casualidad —dijo—, cosa que prefiero, pues cualquier cueva cuya entrada sea demasiado ostensible resulta propiedad común y han entrado en ella millares de personas. Muéstreme una abertura estrecha y escondida, una que se halle cubierta de vegetación, oscurecida por piedras caídas, velada por una catarata, precariamente situada en un lugar casi inaccesible, y yo le mostraré una cueva virgen, digna de ser examinada. ¿Dice que no sabe nada de espeleología?
»—He estado en cuevas, por supuesto —dije—. Las Cavernas Luray, en Virginia…
»—¡Puramente comerciales! —exclamó West, haciendo una mueca y buscando un lugar adecuado en el suelo en donde escupir. Afortunadamente, no encontró ninguno—. Como usted no sabe nada de las divinas alegrías de la espeleología —continuó—, no le aburriré con explicaciones de dónde la encontré y cómo la exploré. Naturalmente, siempre es arriesgado explorar cuevas nuevas sin compañeros pero a mí me gusta realizar exploraciones en solitario. Al fin y al cabo, nadie puede igualarme en este tipo de actividad, por no hablar del hecho de que soy tan
audaz
como un león.
»»En este caso, realmente fue una suerte que estuviese solo, pues habría sido peligroso que otro ser humano descubriera lo que yo hallé. Llevaba varias horas explorando, cuando llegué a una amplia y silenciosa estancia llena de una espléndida profusión de estalactitas que pendían del techo y estalagmitas que brotaban del suelo. Bordeé las estalagmitas, dejando que se desenrollara tras de mí el cordel que utilizo para no extraviarme, y me encontré ante lo que debía de haber sido una gruesa estalagmita que se había quebrado al nivel de alguna hendidura natural. A su lado había unos fragmentos de piedra caliza. No puedo decir qué habría causado aquella fractura…, quizás algún corpulento animal que, perseguido, había penetrado en la cueva y tropezado contra la estalagmita en la oscuridad, o quizás un terremoto de poca intensidad había encontrado a esta estalagmita más débil que a las otras.
»»Sea como fuere, el muñón de estalagmita ahora tenía su parte superior cubierta por una superficie lisa, ligeramente húmeda, pero lo suficiente como para que brillara bajo la luz de mi linterna. Su forma era redondeada y presentaba una intensa semejanza con un tambor. Era tal el parecido, que, automáticamente, alargué la mano derecha y di sobre él un golpecito con el dedo índice.
»Apuró de un trago su bebida y continuó:
»—
Era
un tambor; o, al menos, era una estructura que producía una vibración al ser golpeada. Tan pronto como la toqué, un sordo rumor llenó la estancia; un vago sonido, situado justamente en el umbral de la audición y casi subsónico. De hecho, como pude determinar más tarde, la porción de sonido cuyo timbre era lo bastante alto como para ser oído, constituía una mínima fracción del total. Casi todo el sonido se expresaba en poderosas vibraciones, demasiado pequeñas para que las pudiera captar el oído, aunque hacían retemblar al cuerpo. Esa inaudible reverberación me proporcionó la sensación más desagradablemente turbadora que pueda imaginar.
»»Jamás había conocido un fenómeno semejante. La fuerza de mi pulsación había sido nimia. ¿Cómo podía haberse convertido en una vibración tan poderosa? Nunca he logrado entenderlo del todo. Naturalmente, en el subsuelo hay poderosas fuentes de energía. Podría existir una forma de extraer el calor del magma, convirtiendo en sonido una pequeña parte de él. El golpecito inicial podría liberar más energía sonora, adicional, una especie de láser sónico, o, si sustituimos «luz» por «sonido» en el acrónimo, podemos llamarlo "sáser".
»—Jamás he oído una cosa semejante —dije severamente.
»—No —respondió West con una desagradable risita—, estoy seguro de ello. No es algo de lo que alguien haya oído hablar. Alguna combinación de disposiciones geológicas ha producido un sáser natural. Es algo que no ocurriría por accidente más de una vez en un millón de años quizás, y aun entonces sólo en un punto del planeta. Acaso se trate del fenómeno más insólito de la Tierra.
»—Eso es ir muy lejos, partiendo sólo de un golpecito dado con un dedo índice —dije.
»—Como científico, señor, le aseguro que no me conformé con un solo golpecito. Procedí a experimentar. Di golpes más fuertes, y no tardé en comprender que podría resultar gravemente lesionado a consecuencia de las reverberaciones que se producían en el recinto. Establecí un sistema mediante el cual podía dejar caer sobre el sáser piedras de diferentes tamaños, valiéndome para ello de un improvisado aparato que manejaba desde fuera de la cueva. Descubrí que el sonido podía oírse
?
¡a distancias sorprendentes desde el exterior de la cueva. Utilizando un sencillo sismómetro, descubrí que podía captar vibraciones claras a varios kilómetros de distancia. Finalmente, dejé caer una serie de guijarros, uno tras otros, y el efecto fue acumulativo.
»—¿Y fue ése el día en que se oyeron sordos rumores por todo el mundo? —pregunté.
»—Efectivamente —respondió—. No se halla usted tan infradotado mentalmente como parece. El planeta entero sonaba como una campana,
»—He oído que terremotos especialmente intensos producen ese efecto.
»—Sí, pero este sáser puede producir una vibración más fuerte que la de cualquier terremoto, y puede hacerlo en determinadas longitudes de onda; en una longitud de onda puede separar el contenido de las células…, por ejemplo, los ácidos nucleicos de los cromosomas.
»Le miré pensativamente.
»—Eso mataría a la célula.
»—En efecto. Tal vez fuese eso lo que mató a los dinosaurios.
»—He oído que fue la consecuencia de la colisión de un asteroide con la Tierra.
»—Sí, pero para que una colisión ordinaria produjera ese resultado, el asteroide en cuestión tendría que ser enorme. De diez kilómetros de diámetro. Y habría que suponer que la estratosfera se llenaría de polvo, un invierno de tres años, y alguna forma de explicar por qué unas especies se extinguieron y otras no, de la manera más ilógica. Supongamos, por el contrario, que fue un asteroide mucho más pequeño el que chocó contra un sáser y desintegró las células con su vibración sonora. Tal vez el noventa por ciento de las células del mundo quedase destruido en cuestión de minutos, sin que se produjera absolutamente ningún efecto importante en el medio ambiente planetario. Unas especies lograrían sobrevivir; otras, no. Todo dependería de los detalles internos de la estructura comparada del ácido nucleico.
»—¿Y ésa —dije, con la desagradable sensación de que aquel fanático estaba hablando en serio— es el arma que el Señor ha puesto en sus manos?
»—Exactamente —dijo—. He calculado las longitudes de onda exactas del sonido producido por diversas formas de golpear el sáser, y ahora estoy tratando de determinar qué longitud de onda concreta desintegraría los ácidos nucleicos humanos.