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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cuando un hombre se enamora (11 page)

BOOK: Cuando un hombre se enamora
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—Sí —respondió él, y su mandíbula estaba tensa. Kitty se imaginó acariciándola. Debería haberlo hecho la noche anterior. Había sido una tonta. Estaba agitada.

—Tengo entendido que se encontraba en el establo cuando ocurrió el accidente.

—Así es, en efecto.

—¿Cuidando de su caballo? —Kitty se preguntó cómo podía acercarse más a él sin ponerse ridículamente en evidencia. Sólo de pensar en tocarlo se le erizaba la piel.

Él asintió.

—De todos ellos, sí.

—¿También estaba dando de comer a los caballos del carruaje? Y al del señor Cox, imagino —ella no podía hacerlo de forma sutil. Pero la sutileza a menudo estaba sobrevalorada, decidió—. ¿No podría haber dejado que lo hiciera Ned? —se acercó un poco más, inclinando la cabeza para verle la cara, su perfecta figura masculina.

—Tal vez —respondió él, esbozando una sonrisa.

—Pero no lo hizo.

—No —ahora él le miraba fijamente la boca.

Kitty no podía controlarse; su mano se movió, como por voluntad propia, pero también como si le estuviese permitido, hacia su pecho.

Se sentía bien al hacerlo. Aterradoramente bien.

Como la noche anterior, cuando se habían besado, él permaneció inmóvil por completo. Ella desplegó los dedos y apretó la mano contra sus costillas. El corazón le latía con una fuerza inusitada. La impaciencia la hacía estremercese de la cabeza a los pies, y dejó escapar un breve suspiro.

—Usted es hombre de pocas palabras, ¿no es así? —susurró.

—Sí —repuso él con voz profunda. Su respiración era desigual bajo la mano de Kitty.

—Yo… —Kitty casi no podía articular sonido—. Yo…, yo…

—¿Tú qué, muchacha?

Ella introdujo la mano bajo su abrigo. Con una aguda exhalación, él la cogió por los hombros y la acercó hacia sí.

Kitty suspiró, preguntándose si su imaginación ebria había inventado las sensaciones que había experimentado entre sus brazos. Ahora estaba perfectamente sobria, y sin embargo embriagada por ellas. Apenas podía pronunciar las palabras que había estado pensando desde que él la dejara en la escalera diez horas antes.

—Yo…, yo quisiera preguntarle algo.

Ella era esbelta y delicada en sus manos, todo curvas deliciosas contra su pecho. Leam no había abrazado a una mujer desde hacía mucho, a excepción de la noche anterior, cuando tuvo a esta demasiado tiempo para su propio bien. Ahora sus ojos brillaban con ardor y sus mejillas estaban encendidas, nada de lo cual casaba con la imagen de fría elegancia que mostraba en los círculos de la alta sociedad londinense. En esa posada, en el transcurso de sólo unas horas, Kitty se iba desintegrando en trocitos ante sus ojos. Entre sus brazos.

Pero él no quería ninguno de aquellos trozos.

«
Suéltala
».

Él inclinó la cabeza. Su fragancia confundía sus sentidos.

—¿Qué es esto, muchacha?

«
Suéltala, imbécil
».

—¿Va a besarme otra vez? —preguntó ella, que no se atrevía a mirarlo a los ojos—. Quiero que… usted —casi perdió el control al fijar la mirada en los labios de él. Casi.

Casi…

Totalmente.

La mano de él se deslizaba por su hombro, subía por la curva sedosa de su cuello hasta tocar su cabeza.

—¿Lo quieres… ahora? —la voz de Leam era ronca. Tras el beso de la noche anterior él permaneció de pie durante una hora en medio de la nieve para aliviar la tensión de su cuerpo. No había bastado. Ahora ella se apretaba contra su pecho, y una mujer con su experiencia debía saber que él esperaba algo más que un beso.

Ella asintió.

—Lo deseo terriblemente.

Aún había tiempo de soltarla.

Se comportaba como una muchacha, temblando y con los ojos muy abiertos, como si no supiera realmente lo que había pedido. Durante años Leam había creído que no existía el deseo inocente, y la experiencia, con un coste enorme para él mismo, le había dado la razón…

En Kitty, sin embargo, parecía real. Ella levantó una mirada llena de turbación hacia él, que quedó cautivado por su candidez. Él bajó la cabeza hacia aquel rostro pleno de belleza femenina. Su fragancia a madera ahumada y a cerezas respiraba por entre sus labios separados, produciéndole en las ingles un cosquilleo tan agradable como insoportable. Dios, aquella mujer era la perfección, como ya lo había advertido en el hueco de la escalera, o incluso tres años atrás, al oírla hablar y reparar en sus sedosos labios, en la expresión perspicaz de su rostro, y le molestó la actitud posesiva de Poole.

—Hágalo —dijo ella en tono de urgencia—. Béseme otra vez. Por favor. Una vez más.

Aquella mujer, belleza casi perfecta, le imploraba que la besase…

Él rozó sus suaves labios. Ella suspiró. Él deslizó su pulgar por la delicada curva de su mandíbula. Por fin la tomó por los hombros y la atrajo hacia sí, como Kitty deseaba, como llevaba deseando desde el día en que había llegado a aquella maldita posada.

Ella lo besó con candor y pasión a la vez, curiosamente indecisa y con poco refinamiento. Él le había provocado esa exquisita falta de decoro. Él y aquellas manos maravillosas que recorrían su cara, sus hombros, todo su cuerpo. Sintió el ardor de su lengua, su sabor, la suavidad con que penetraba en su boca. Por Dios, jamás imaginó que pudiera experimentar ese cúmulo de sensaciones.

Kitty se preguntó cuánto tiempo más aguantaría ese dulce tormento. Se debatía, pero Leam podía hacerla desear lo mismo que él. Sin embargo, ella no era para Leam, ni lo era su belleza, que ocultaba el tormento que la agitaba por dentro como una tempestad. No, aquel torbellino de confusión y mensajes entrelazados no sería para Leam. Nunca más.

Pero, por Dios, ella era perfecta. Él acarició su mejilla de porcelana y su mandíbula, y deslizó un pulgar sensual por sus labios. Kitty respondía como la arcilla al toque del artista y él continuaba explorándola. La acariciaba y un calor húmedo crecía dentro de ella, que finalmente soltó un gemido suave y se aferró a su camisa.

Él la besó, mordió suavemente su labio inferior y lo acarició con la punta de la lengua, para luego metérsela de nuevo, profundamente, en la boca mientras deslizaba una mano por la columna sedosa de su cuello, buscando, enardeciéndola. Necesitaba tocarla. Aunque sólo fuese una vez. Sentir la belleza de aquellos pechos cubiertos de fina lana ceñida que él había intentado no mirar fijamente en un día que parecía una eternidad. Estaba cometiendo un error. Tenía que apartarse de ella y explicarle muy claramente que debían poner punto final a aquello.

No podía. Quizá, si iba demasiado lejos, ella querría…

Cubrió uno de sus pechos con una mano. A Kitty se le cortó el aliento. Se concentró en el tacto de aquella mano, en la voluptuosidad que producía en ella, mientras en su mente una voz le advertía, como una trompeta atronadora, que estaba cometiendo un grave error y que debía huir mientras podía.

—Muchacha…

Ella unió, con mayor fuerza aún, sus labios a los de Leam, sintiendo un calor dulce y femenino impregnado de deseo. Sin dejar de acariciar su cara con delicadeza, con la otra él siguió recorriendo su cuerpo. Por Dios, le resultaba imposible apartar las manos de ella.

Kitty abrió los ojos, revelando dos lagunas grises en las que sumergirse, enmarcadas por unas pestañas negras como el carbón. Su respiración era lánguida. Leam tragó saliva con dificultad, visualizando a la vez el cielo y el infierno. Conocía demasiado bien aquel lugar en que se unían la fascinación y el infortunio. Recordaba haberlo visitado, como si hubiese ocurrido el día anterior.

Ella puso una mano sobre la de él y, apretándola contra su seno, soltó un suave gemido al tiempo que cerraba los ojos.

«
Al demonio los recuerdos
».

Él la empujó contra la pared y la besó con pasión, hasta que a ella se le olvidó su sumisión a cualquier cosa, a sus manos en sus pechos, a su lengua recorriendo la dulce curva de su garganta y en su boca, a la presión de su rodilla intentando que separase las piernas. Si Kitty Savege lo deseaba, ¿quién, por muy escocés que fuese y por loco que estuviera, loco rechazaría a una mujer semejante?

Capítulo 8

Kitty deseaba fusionarse con él, y por la forma en que la besaba él parecía desear lo mismo. Sus manos, grandes y fuertes, acariciaban su espalda, la punta de sus dedos presionaban sus omoplatos para abrazarla con mayor fuerza aún, como si deseara que se derritiese contra su pecho. Y ella se sentía cada vez más débil, y presa de una excitación tan intensa que no la dejaba respirar.

Era incapaz de aparentar siquiera que se controlaba. El autocontrol había constituido su arma y su máscara durante años. Ahora se sentía totalmente indefensa, desprotegida ante las manos y la boca de aquel hombre. Y cuanto él más la besaba y acariciaba, tanto más exangüe se sentía ella.

Eso empezó a inquietarle.

Ella lo cogió del cabello con las manos y sintió de pronto que él le mordía el labio inferior.

—Oh, yo…

—¡Por Dios, mujer! ¿Es que quieres arrancarme el pelo? —exclamó él en escocés.

Kitty le dirigió una mirada divertida y voraz a un tiempo. Qué guapo era aquel hombre, cuyos ojos oscuros parecían expresar palabras sin pronunciarlas.

—No, no es eso lo que quiero —repuso ella, y en voz alta, para su propia sorpresa.

Él respiraba entrecortadamente, mientras seguía acariciando sus pechos y le hacía sentir en el vientre la presión de su virilidad. Kitty nunca se había sentido así, tan desesperada ni tan necesitada. Nunca.

Él la besó en los labios, en la comisura de estos, en la barbilla, en el cuello, mientras ella lo abrazaba y musitaba con voz apenas audible:

—Esto está yendo demasiado rápido.

—Sí —dijo él sin preguntar a qué se refería, pues lo sabía. Y ella sabía que él sabía…

Kitty echó la cabeza hacia atrás para que él continuara besándole el cuello tanto como quisiera. «
Oh, Dios, que no acabe nunca, por favor, nunca
».

Ella estaba temblando. Lo deseaba ardientemente.

No quería hablar, temerosa, a pesar de sus progresos más que evidentes, de que si lo hacía ocurriese lo de la noche anterior. Su cuerpo no tenía conexión con su mente; sin embargo, se lo pensó mejor y decidió que las palabras aún podían tener alguna utilidad.

—Si no me hubiese abrazado ayer, en la escalera, cuando resbalé… no debería haberlo hecho.

—Sin embargo, no bastó para romper el hielo —contestó él en escocés.

Ella lo cogió del cuello para acercarlo hacia sí, desesperada por que él siguiera acariciándola, besándola, lamiéndola, en un delirio total.

—¿Qué significa eso?

—Que en ese momento faltó poco para que te besara.

—Pero…

Él le tapó la boca con una mano y le impidió seguir hablando. Sus cuerpos no podían estar más cerca el uno del otro, él continuaba presionándola contra la pared, mientras ella hundía los dedos en su grueso y a la vez sedoso cabello. Él continuaba acariciándola, como si tuviera que tocar cada parte de ella, y por fin le subió el vestido, muy apropiado para viajes invernales pero, por desgracia, poco práctico para ser abrazada de esa forma por un hombre. Pero ningún hombre la había besado así antes, y ella ignoraba que toparía con Leam Blackwood en una posada de Shropshire durante una tormenta de nieve, y por ello no había elegido su guardarropa adecuadamente.

—A punto estuvo de besarme —repitió ella tras una mirada.

—Y a punto estuve de pegarle una trompada a ese maldito cobarde de Poole, hace tres años, por tratarte como a una prostituta —dijo él contra su cuello, sin apartar las manos de sus pechos.

Kitty estaba sofocada.

—Oh, Dios mío —susurró ella entre gemidos al sentir sus manos acariciándole los duros pezones, mientras apretaba con fuerza los muslos en torno a su pierna. No podía creerse que aquello estuviera ocurriendo—. No digas eso, no es cierto.

—Sabes que lo es —replicó él en escocés.

—No —insistió ella, convencida de que no podía ser verdad. Estas cosas no pasaban. Ella lo imaginaba. Él también. Los hombres y las mujeres no hablaban sin palabras, no de cosas transcendentales. O al menos cuando se trataba de un hombre y una mujer tan distintos en todos los aspectos verdaderamente importantes de la vida. Excepto en ese. «
Esto es una locura
», pensó Kitty, y todo su ser deseaba que él siguiera acariciándola y venciendo una tras otra las defensas de su voluntad.

Él le sujetaba las manos bajo los brazos y con el muslo presionaba hacia arriba entre las piernas de Kitty, que se sentía al borde del delirio, mientras susurraba en escocés:

—No deberías haber estado con él…

—No debería haberlo hecho —dijo Kitty, pero para encontrar pruebas suficientes contra el maldito Lambert había sido imprescindible que permaneciese a su lado. Hasta aquella noche, cuando el hombre que ahora la abrazaba la alentó en silencio a liberarse. ¿Recordaría él aquella noche al igual que ella? Tenía la garganta seca—. ¿Con quién debería haber estado, entonces?

Sus grandes manos se deslizaron por la cintura hasta rodear sus caderas y presionó aún más con el muslo.

—Oh, Dios… —ella buscaba aire mientras una dulce y prohibida sensación se extendía por su cuerpo. Con la falda en torno a la cintura, apretó con fuerza los hombros de Leam mientras este le procuraba placer.

Él llevó suavemente una mano hasta su pecho y con el pulgar y el índice tomó un pezón y comenzó a acariciarlo por encima de la ropa de ella. Kitty deseaba que metiera la mano por debajo de las prendas que cubrían su desnudez. Se estremeció, el deseo crecía en ella hasta volverse casi insoportable. Nunca se había sentido tan cerca del éxtasis. Jamás se había sentido así, tan estimulada, tan acariciada.

De pronto, y a pesar de su turbación, oyó el sonido de unos pasos cercanos. Al parecer, el conde también lo percibió. La soltó y, sin un momento que perder, cogió la capa, después la tomó del hombro y la hizo girar de cara hacia la puerta. Ella a punto estuvo de perder el equilibrio y caer al suelo. Él le echó la capa sobre los hombros y, tratándola nuevamente de usted, le dijo rápida y tranquilamente al oído:

—Le presento mis disculpas. No tengo respuesta para usted.

—Milord —dijo jovialmente el posadero, detrás de ella—. Y milady, por supuesto. ¿Paseando para tomar un poco el aire? Ha quedado un día espléndido tras la tormenta.

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