Él debía de notar el temblor de su mano; no podía evitarlo, como mujer alocada que era, al hallarse en presencia de un escocés taciturno. Normalmente taciturno.
—Le aseguro que estoy perfectamente —respondió ella—. ¿Por qué no acabamos con esto de manera que pueda disfrutar del resto del día tal como había planeado? Para serle sincera, tengo un montón de tareas que me aguardan en otro lugar. Ya sabe lo que pasa con las informantes: no tenemos tiempo para el aburrimiento.
Lord Gray no se inmutó.
—Por supuesto, milady. Comprendo su resquemor. Procuraremos que esto sea lo más breve posible.
Lanzó una fugaz mirada a Leam, quien miraba el suelo mientras caminaba al lado del vizconde, pero no podía ocultar que se sonreía. Llevaba de nuevo su holgado abrigo pasado de moda y la corbata descuidada, y una sombra se extendía por su mandíbula. Parecía no haber abandonado su falso papel, después de todo.
—No sé si algo de lo que pueda decirle le será de utilidad —replicó ella—, no tengo ni idea de la implicación de lord Chance en política. En verdad, siempre he creído que todos estos asuntos no le importaban.
—En realidad, señora, no hemos venido aquí para preguntarle acerca de Chance.
—¿Sobre el marqués de Drake entonces?
—No.
—Gray —la voz de Leam sonó grave al pronunciar aquella única sílaba.
Kitty soltó su mano y se detuvo en el camino entre la niebla húmeda.
—Milord, no soy aficionada a los juegos. Por lo menos, no hasta este punto. Hábleme con franqueza.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de otro caballero que usted conoce: Douglas Westcott.
Ella clavó su mirada en Leam, que fruncía el ceño.
Kitty cerró los ojos y una honda aflicción se apoderó de ella. No habría imaginado que volvería a sufrir una traición tan grande como la que Lambert le había asestado. Pero, al parecer, estaba muy equivocada. Muy equivocada, ingenuamente equivocada.
—Douglas Westcott, lord Chamberlayne —prácticamente no podía articular las palabras—. Todo este tiempo usted buscaba información sobre el pretendiente de mi madre.
El ceño de Leam se frunció aún más.
—El pretendiente…
—Sí —añadió lord Gray—, el Ministerio del Interior hace tiempo que tiene sospechas sobre actividades indecorosas por parte de personas próximas a Chamberlayne, principalmente su hijo, que aún está en Escocia. Se sabe que está interesado en fomentar una nueva rebelión entre los clanes de las Tierras Altas.
Ella dirigió sus ojos hacia Leam.
—Qué oportuno fue para usted tropezarse conmigo en Shropshire, lord Blackwood. O quizá no fue casualidad, después de todo.
Kitty sintió una punzada de dolor en el estómago, que se extendió por todo su interior.
—Siento no haberle ofrecido voluntariamente información sobre el hombre que corteja a mi madre. Si sencillamente me lo hubiera pedido con amabilidad, tal como lo está haciendo ahora lord Gray, quizá me hubiera sentido obligada y nos habríamos ahorrado esta pequeña reunión tan desagradable.
—No tenía conocimiento de esto —dijo él. Su mandíbula parecía de piedra.
—¿No?
—Milady, su conformidad con nuestros deseos sería de inmensa ayuda a la corona.
—Maldita sea, Gray, esto es inmoral.
—¿Conformidad? —ella se volvió hacia Leam—. ¿Usted sabía algo de esto?
El vizconde respondió primero.
—El nombre de lord Chamberlayne estaba en la lista que envié al señor Seton meses atrás. Pero esta misma semana, cuando lord Blackwood olvidó mencionar la relación de su madre con él, empecé a dudar que hubiera visto tal lista.
—Podría haberlo preguntado —la voz de Leam sonó estridente.
El vizconde sostuvo la mirada de Kitty.
—Sospechaba que usted sería reacia a concertar este encuentro si hubiera sabido todo este asunto.
—O incluso la mitad —intervino Leam. Su rostro se veía sombrío a la luz de la mañana invernal—. Lady Katherine, permítame que la acompañe a casa.
Kitty negó con la cabeza; ahora veía con toda claridad las circunstancias en que se hallaba su madre.
—¿Qué tipo de actividades indecorosas?
—No se lo puedo decir —respondió el vizconde—, pero usted puede ayudarnos revelándonos lo que sabe de él.
—Yo no sé nada salvo que es un caballero muy próximo a mi madre. Y, por supuesto, espero que no haya nada más que saber, puesto que lo aprecio —no sabía qué más decir. Dio media vuelta y, presa de la confusión, caminó velozmente hacia el mozo de cuadra que guardaba los caballos.
—Lady Katherine —oyó decir al vizconde—, la bala que la alcanzó en Shropshire no iba dirigida a usted. Pero la próxima podría ser que sí. ¿Acaso mi amigo aquí presente no se lo ha dicho aún?
Kitty se detuvo y dio media vuelta. Leam permaneció inmóvil.
—No logro entenderlo —acertó a decir ella, pero sí que lo entendía.
—Existe una ligera posibilidad de que se trate de una venganza —añadió el vizconde, como si le leyera el pensamiento—, pero no creemos que lord Poole le sea capaz ahora de cometer semejante acción, y sería demasiado fácil seguirle la pista si lo hiciera. Ahora se encuentra en Francia, y nuestros informantes están asombrados por el estilo de vida modesto que está llevando. Ellos piensan que él espera conseguir algún día el perdón dado su buen comportamiento, y la reposición de sus bienes.
—Pero usted aún no sabe con certeza quién disparó —dijo ella mirando a Leam. Le resultaba casi doloroso hacerlo—. ¿No es así?
Los ojos de él decían que no deseaba decírselo, pero habló:
—No exactamente.
—Lord Blackwood recibió un mensaje de la persona que le disparó hace menos de quince días en Escocia —añadió lord Gray.
—No lo entiendo —la voz de ella temblaba—. Si alguien deseaba hacerme daño, ¿por qué le enviaría un mensaje a usted?
Un músculo se movió en la mandíbula de Leam.
—Milady —dijo lord Gray con tono firme—, debido a su trabajo en favor de la corona en el pasado, lord Blackwood puede haber frustrado el propósito de una o dos personas de separar Escocia de Gran Bretaña. Sospechamos que usted está siendo amenazada para controlar sus acciones ahora, para garantizar que no seguirá impidiendo los planes de los rebeldes.
El corazón de Kitty latía con fuerza. No podía apartar la mirada de Leam.
—¿Es eso cierto? —preguntó.
—No creo que lo sea.
—Usted también me ha dicho que no es un espía.
—No lo soy. Pero usted está en peligro.
—¿Y cómo puedo alejarme de ese peligro? —una histeria violenta y desconocida brotó en ella, azuzada por el miedo por su madre, y por la idea de que quizás él había intentado conseguir información a través de ella en Shropshire. Eso era todo lo que había sido para él, igual que Lambert, quien tan sólo la había utilizado para deshonrar a sus hermanos.
—¿Debo confesar aquí, ante usted y lord Gray, todo lo que sé de lord Chamberlayne? —prosiguió ella—. Bueno, pues creo que tiene debilidad por el clarete, pero lo que realmente le apasiona es el oporto. Prefiere jugar al whist, y le gustan mucho sus dos caballos tordos, aunque en mi opinión son demasiado llamativos para un caballero de su edad. Hace poco regaló a mi madre un hermoso collar, de muy buen gusto por cierto, y creo que pretende pedirla en matrimonio en breve, a menos que ya lo hiciera la pasada noche, pero no la he visto aún, pues he sido obligada a salir de casa muy temprano para escuchar las mentiras de un par de hombres que insisten en no ser espías, pese a que su comportamiento no dista mucho del que es propio de los espías.
Lord Gray extendió una mano apaciguadora.
—Milady…
—¿Qué es lo que desea saber? Pregúnteme y le ofreceré una respuesta considerada. Y después de eso, espero que me diga qué es lo que debo hacer para protegerme a mí misma y a mi madre.
—No necesita protegerse —dijo Leam tranquilamente—, nosotros lo haremos.
Kitty cerró los ojos. ¿Era esta relación a regañadientes todo lo que recibiría de él a partir de ahora? ¿Alguien la amenazaba y ese era el motivo por el cual él seguía en contacto con ella?
—Milady —dijo lord Gray, interrumpiendo el gélido silencio—, no deseamos demorarla por más tiempo esta mañana. ¿Accedería a escribir lo que sabe de lord Chamberlayne para que nuestros agentes puedan analizarlo?
Estos hombres no estaban jugando como había hecho ella en una ocasión al espiar a Lambert Poole. Esto era real, y ella tendría que colaborar, especialmente si eso podía exculpar al pretendiente de su madre. De lo contrario… por el bien de su madre, no podía imaginar nada de eso ahora. Casi treinta años con un marido dedicado a una doble vida no deberían ser recompensados con otro hombre así. Pero ¿por qué sospechaba de él la corona?
—¿Cómo me protegerá? —preguntó finalmente.
El vizconde señaló hacia atrás, por encima de sus hombros. A unos quince metros, un hombre descomunal apoyaba su espalda en el tronco de un árbol sin hojas, las manos en sus bolsillos.
—Es el señor Grimm —informó.
—¿Con un guardaespaldas?
—Milady, debemos pedirle algo más.
—No —Leam se aproximó a ella—. Lady Katherine…
—Queremos que interrogue a su madre acerca de lord Chamberlayne, y la exhorte a que comparta información privada con usted, así como a su servicio y al de Chamberlayne, si le es posible, y que luego escriba todo esto en su informe.
—¡Maldición, Gray! —Leam se acercó más a ella, pero sin tocarla—, Kitty, debe irse ahora.
Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, y Kitty sentía una horrible presión en el pecho y la garganta.
—Sí —se obligó a mirarlo a la cara, y lo que percibió allí le revolvió el estómago: nuevamente lo veía frío como el acero, con ira, pero también había algo más, aquella calidez, aquella intensidad del principio, que la habían arrastrado hacia él.
—¿Usted volvió a Londres por el mensaje que me amenazaba? ¿Este es el objetivo que dijo que le mantenía aquí cuando su deseo era estar en Escocia?
Leam respiró hondo y puso la mano de ella sobre su brazo.
—Permítame que la ayude a montar —dijo.
—Quieres que me vaya para poder hablar con tu amigo abiertamente. Estás muy enojado, pues está claro que el interrogatorio no ha ido tal como esperabas. ¿Qué es lo que vas a hacer, Leam, pegar a lord Gray ahora como pegaste a Yale en la posada?
—Es posible —la condujo hasta su caballo.
—Vi su moratón de camino a la iglesia en Navidad —ella decía las palabras que se le ocurrían, porque pensar en ese momento le resultaba demasiado difícil—. Estoy intrigada. ¿Qué es lo que Yale iba a preguntarme para que sintieses la necesidad de «enviarlo a la nieve», tal como dijo él? ¿Acaso quería utilizar mis habilidades para interrogar al señor y la señora Milch, o quizás a Emily y al señor Cox? Eso hubiera sido maravilloso. Imagínate, podrías haber descubierto todos sus secretos y empezado a enfrentarlos entre sí allí mismo, atrapados en el pueblo. Menudo drama podrías haber provocado —su voz era quebradiza, su corazón estaba confuso.
—Sí, era por eso —respondió él con cierta frialdad—. Eres muy lista.
—Yale trabaja contigo, lord Gray y Jinan, ¿no es cierto?
—Sí —respondió él mientras ponía sus manos para que ella subiera, luego la alzó. Ella se echó hacia delante en la silla y él la ayudó a ajustar sus faldas como haría un caballero asistiendo a una dama en una tarea de lo más mundana y cortés. Todo era bastante natural, como si no hubiera habido nada entre ellos, y lo más seguro es que ya no volvería a haberlo ahora.
—Me pregunto cómo te sentiste al ser arrastrado a los problemas domésticos e insignificantes de Emily —murmuró ella—. Un espía fingiendo cortejar a una muchacha para salvarla de aquel hombre-pez.
—Creo que Emily lo llamó cebo con cara de pescado. Y no tiene nada de insignificante comprometerse con la persona equivocada —él acabó de ajustar el estribo y sus ojos se cruzaron con los de Kitty. Por un momento, pareció que hablaría. Luego se alejó del caballo y le dio una palmada en el flanco. Este empezó a avanzar, y Kitty no miró atrás. Por lo menos, esta vez no estaría obligada a ver cómo la abandonaba.
Leam se volvió hacia Gray.
—Maldito seas por engañarla, Colin. Y maldito seas por utilizarme a mí. El único motivo por el que concerté este encuentro fue por tu amenaza de recluirme en Escocia si no lo hacía.
Con Cox amenazando a Kitty, no podría abandonar Londres. El sinvergüenza aún no se había dejado ver para recoger el objeto que supuestamente Leam poseía. Pero cuando apareciera, Leam le rompería el cuello.
—Necesitamos esa información —el vizconde estaba a gusto, parecía hacer caso omiso al gruñido amenazador de la perra que tenía delante.
—¿Qué te puede aportar ella que no puedas obtener de otra fuente? ¿De un informante realmente preparado?
—Sé que ayer fuiste a los Servicios Secretos, Leam. Fuiste para leer el dosier de Poole.
—Qué orgulloso debes de estar de tu red de empleados y hombres de a pie, Colin. Admirable —respondió Leam apretando los puños.
—Has visto los documentos. Las cartas de ella son minuciosas, sus observaciones, muy agudas. Hizo todo eso durante años sin preparación alguna, ni ninguna otra ventaja. El director quedó impresionado, y por lo menos dos almirantes dijeron que nunca habían visto un trabajo tan minucioso de un informante, especialmente de alguien perfectamente integrado en la sociedad como ella. Incluida Constance.
—Kitty Savege no era una informante. Si también has leído el informe, sabes muy bien que aquello era un asunto personal para ella.
—Entonces, ya va siendo hora de que dedique su talento a los asuntos de Estado.
—Maldito seas, Colin, te retaría a duelo si pudiera soportar esa idea, pero sabes bien que no puedo.
—No deseo luchar contigo, Leam. Yo sólo estoy aquí para convencerte de que trabajes para nosotros.
Él se quedó atónito por un momento.
—¿Nosotros? Ya no hay ningún nosotros. ¿O acaso no te has dado cuenta de eso mientras realizabas tus planes secretos? No leí la maldita lista de nombres que trajo Jin porque me importa un comino.
—No estoy hablando del
Club Falcon
. Te quieren en el Ministerio del Interior. Muy seriamente.
—Pues diles que cojan a Yale. Él está ansioso por regresar allí.
—Desconfían de Yale, aunque les he asegurado que no deberían.