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Authors: James Lowder

Cruzada (6 page)

BOOK: Cruzada
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—¿Demasiado ocupado, Lhaeo? —preguntó Azoun.

El escriba de tez morena miró a los presentes, y se acomodó las gafas.

—Las palabras exactas fueron: «Dejemos que los reyes y los nobles vayan y… —Lhaeo hizo una pausa y tragó saliva—. ..jueguen a la guerra. Mi tiempo es mucho más valioso».

—No me extraña —declaró Fonjara mientras volvía a situarse junto al rey—. Vuestros hechiceros están mucho más interesados en estudiar los textos de las bibliotecas que en defender el suelo donde se levantan esos edificios.

La hermosa mujer de pelo oscuro que había solicitado que Thom relatara la historia de Sune se levantó mientras Mourngrym y Lhaeo se sentaban. Estaba harta de los chalaneos del noble y quería entrar en materia cuanto antes.

—Para aquellos que no me conocen, soy Myrmeen Lhal, señora de la ciudad cormyta de Arabel. La gente de mi ciudad está dispuesta a aportar trescientos soldados y treinta magos a la causa.

Los señores y generales cormytas soltaron una breve pero entusiasta ovación. El rey Azoun agradeció la oferta con una inclinación de cabeza.

—Muchas gracias, Myrmeen. ¿Qué dice el resto de mis nobles? —El monarca disimuló una sonrisa; siempre se podía contar con la hermosa señora de Arabel para ir al fondo de la cuestión.

Un hombre enjuto se puso de pie. Se retorcía las manos mientras el sudor le corría por el rostro pálido y humedecía el cuello blanco muy almidonado.

—Ildool, señor de Marsember, promete lo mismo que Myrmeen Lhal.

—¿Qué? —exclamó Vangerdahast—. Marsember es al menos dos, o quizá tres veces más grande que Arabel. —El hechicero real miró al mago sentado junto a Ildool—. ¿Estás seguro de que has contado bien?

El joven mago frunció el entrecejo en respuesta a la firme mirada de Vangerdahast; después revisó los papeles que tenía en la mano.

—Mi señor Ildool está equivocado —dijo al cabo de un momento—. Estos cálculos indican que el rey Azoun puede contar con ochocientos soldados, setenta hechiceros, y… —el mago hizo una pausa para mirar a Ildool, que se frotó las manos un poco más rápido mientras asentía—… todas las naves de las que podamos prescindir para transportaros al este.

—Muchas gracias. El valor de vuestros súbditos os hace honor —señaló Azoun, y sonriente se apresuró a acercarse al noble, que dejó de retorcerse las manos para saludar al rey con una reverencia.

—Es lo menos que podía hacer —repuso Ildool, volviendo a sentarse.

—No lo dudo —murmuró Vangerdahast por lo bajo.

Los demás señores cormytas siguieron el ejemplo de Myrmeen Lhal e Ildool de Marsember. Antes de que los representantes de Sembia, de Los Valles o de cualquiera de las ciudades libres ubicadas en las costas del Mar Interior revelaran sus intenciones, Azoun ya disponía de diez mil soldados y casi trescientos magos para la cruzada. Pero el rey ya contaba con esto. Azoun sabía que los nobles —incluso Ildool— eran leales y que reclutarían todas las tropas posibles. En realidad, los nobles tenían obligación de cederle una cantidad de soldados, que, según las leyes cormytas, debían prestar servicios militares en el reino. Lo importante era conocer la decisión de las ciudades libres, de Los Valles y de Sembia.

Sembia fue la primera en aclarar sus intenciones. Después de escuchar a los cormytas comprometer tropas y navíos en la misión del rey, el régulo Elduth Yarmmaster levantó el enorme corpachón para dirigirse a los presentes.

—No habrá tropas sembianas en la cruzada —anunció.

El caos estalló en la sala. Azoun, atónito, miró a los reunidos sin saber qué hacer: la decisión de Sembia lo había pillado por sorpresa. Sembia era un país grande, que ocupaba buena parte de las Tierras Centrales, y su colaboración era vital en el esfuerzo contra los tuiganos. Azoun necesitaba el apoyo de la nación de mercaderes.

Unos pocos nobles cormytas, entre ellos Myrmeen Lhal, manifestaron sus mal veladas amenazas contra los dignatarios sembianos. Los mercaderes, por su parte, optaron por mantenerse en silencio, sin hacer caso de las pullas, o por recoger los papeles como señal de que se disponían a marcharse. Mourngrym y los demás señores de Los Valles se mostraban complacidos de no ser los únicos poco dispuestos a luchar en las guerras de otras gentes.

—Sin embargo —añadió el régulo descargando un puñetazo sobre la mesa—, Sembia dará todas las naves que necesiten los cruzados, y dinero para contratar mercenarios y comprar vituallas.

La promesa calmó un poco los ánimos, pero era todo lo que el líder sembiano estaba dispuesto a ofrecer. Su país no contaba con un ejército importante, y, si había que reclutar a los sembianos, la personalidad de Azoun no sería suficiente para atraerlos a la lucha contra los bárbaros.

El monarca comprendía la política militar de Sembia. Aunque no le agradaba la idea de tener mercenarios en las filas, Azoun sabía que estaba obligado a aceptarlos si quería detener a Yamun Khahan.

—Vuestra oferta es muy generosa —respondió Azoun, en la voz más alta posible sin llegar a gritar—. Os estamos muy agradecidos.

Los nobles cormytas interpretaron la respuesta del rey como una orden para que hicieran silencio, y de inmediato recuperaron la compostura. La oferta del régulo, si bien no ayudaba mucho al cambio de postura de los representantes de Los Valles, era lo bastante generosa para que los portavoces de las ciudades libres de Tantras, Hillsfar y Farallón del Cuervo aceptaran enviar contingentes a la cruzada. Azoun se alegró, no sólo porque las tropas de Hillsfar y Tantras las formaban soldados bien entrenados, sino por los magos que aportarían a sus filas.

Por fin, después de escuchar al representante de Farallón del Cuervo, el noble Mourngrym ordenó al escriba que recogiera los documentos.

—No habéis hecho nada… aparte de permitir que una vieja me amenazara… para persuadirme de participar en la cruzada.

—Vos habéis escogido no encontrar ningún motivo para apoyarnos —lo acusó Vangerdahast con voz amarga, sin moverse de la silla de respaldo recto y señalando al noble con un dedo.

—Si ésa es vuestra opinión —replicó airado un general pelirrojo del Valle de la Batalla—, entonces más nos vale marcharnos ahora mismo.

Azoun dirigió una mirada de reproche a su amigo y consejero. Estaba claro que las intervenciones de Vangerdahast sólo servirían para irritar todavía más a los representantes de Los Valles.

—Por favor, amigos —dijo el rey—, ¿cómo puedo convenceros de la importancia de nuestra tarea?

—No se nos escapa la importancia de la cruzada —contestó Mourngrym—. Sin embargo, majestad, no parecéis entender que las tropas enviadas a Thesk serán soldados que no lucharán a nuestro lado si los zhentarim decidieran atacar.

—Y, si no fueron los tuiganos quienes intentaron espiar esta reunión —señaló uno de los presentes—, entonces han tenido que ser los zhentarim.

El comentario mereció la aprobación de Mourngrym. El noble miró por unos instantes a los reunidos como si quisiera impresionarlos.

—No veo en la sala a ningún representante de Zhentil Keep.

—Claro que no —contestó Azoun, sin perder la calma—. No invité a su embajador. Me reuniré con él en cuanto conozca vuestra última decisión.

—No podemos decidir nada hasta que sepamos cuáles son las intenciones del Keep —respondió el general del Valle de la Batalla, con una risotada. La luz del globo mágico sobre la mesa proyectaba unas sombras siniestras en el rostro del hombre, y el pelo rojo contribuía a darle un aspecto de demonio.

Algunos de los presentes se irritaron ante la impertinencia del militar. Mourngrym tenía fama de buen gobernante, preocupado por el bienestar de su pueblo, así que podían perdonar la dureza de sus palabras. Pero la insolencia de este hombre, un miembro de la milicia del Valle de la Batalla, resultaba intolerable. El noble también se dio cuenta y se apresuró a evitar la discusión.

—Muchas gracias por la intervención, general Elventree. —Se volvió hacia Azoun, con una expresión más relajada—. Si vuestra alteza puede comprometer la cooperación de los zhentarim, consideraremos la posibilidad de reclutar tropas para la cruzada. —Los nobles cormytas sonrieron ante la concesión, pero los gestos de los otros representantes de Los Valles eran de rechazo—. No obstante —añadió Mourngrym con la intención de calmar a los compañeros—, las tropas procedentes de Los Valles estarán al mando de nuestros jefes.

—Entonces no diré nada más —declaró el rey después de una breve pausa—. A menos que alguien quiera agregar alguna cosa, doy por concluida la reunión. —Azoun esperó un momento antes de recitar la plegaria al dios del deber.

Apenas acabada la oración, Mourngrym indicó al escriba que recogiera los documentos al tiempo que se dirigía al rey.

—Agradecemos haber sido incluidos en esta conferencia, alteza —le comentó a Azoun, con un tono cálido y sincero—, pero debemos partir cuanto antes. Os deseamos suerte con los zhentarim. Esperamos tener noticias de su majestad sobre la respuesta.

Dicho esto, Mourngrym recogió la capa con ribetes de piel y se dirigió hacia la salida, escoltado por el escriba. Los demás delegados de Los Valles —incluido el general Elventree de Valle de la Batalla— se apresuraron a seguir al noble. Los nobles cormytas y los demás representantes no tardaron mucho más en despedirse del rey. Fonjara Galth dejó la sala en compañía de Thom Reaverson. El bardo real, a insinuación del monarca, pretendía averiguar todo lo posible sobre Rashemen. Al cabo de media hora, Azoun se encontraba otra vez a solas con Vangerdahast,

El rey se sentó en el borde de la mesa para contemplar el tapiz colgado en la pared. Había permanecido delante de él durante toda la reunión, pero ahora tenía la oportunidad de observarlo desde la perspectiva de los convocados.

El tapiz, tejido con hebras de oro, plata y otros metales preciosos, mostraba el continente de Faerun, con Cormyr en el centro. En una guarda, el artista había colocado a los monarcas del último milenio. Azoun vio a sus antepasados, desde Pryntaler a su propio padre, Rhigaerd II, que lo miraban desde la pared.

—Mi padre no permitió que incluyera a Salember, «el príncipe rebelde» en el tapiz, a pesar de que gobernó el país durante casi once años —comentó Azoun, distraído.

—Si Salember hubiese sido el vencedor de la guerra civil, tu padre no estaría en el tapiz, y me atrevería a decir que tú tampoco estarías vivo —señaló Vangerdahast mientras se sentaba detrás del rey.

—No fue un mal gobernante, Vangy —replicó el monarca. Frunció el entrecejo recordando todo lo que sabía del reinado de Salember—. Algunos opinan que tenía derecho al trono.

—¿A qué viene sacarlo ahora a colación?

Azoun meditó durante unos segundos la respuesta antes de darse la vuelta para mirar al hechicero.

—Me pregunto cómo me retratarán mis descendientes, Vangy. Creo ser un buen rey, pero podría llegar a cometer un error tan grave qué borraría todo lo bueno. Salember me obliga a no olvidarlo.

—«Tú escribirás la historia —replicó el consejero citando una de las lecciones que le había impartido a Azoun cuando todavía era príncipe—, pero la historia puede deshacerte.»

—¿Qué dirá la historia de la asamblea de hoy? —preguntó Azoun más animado, después de celebrar con una carcajada la respuesta.

Vangerdahast soltó un suspiro y golpeó con los dedos su considerable barriga.

—Dirá que la controlaste lo mejor que sabías.

—Si es eso lo único que puedes decir, es que lo hicimos bastante mal.

El hechicero se frotó los ojos; comenzó a decir algo pero se interrumpió. En realidad, Vangerdahast no tenía muy claro qué pensaba de la asamblea. Optó por una respuesta poco comprometida.

—Al menos los nobles siguieron tu guía.

—Era lo que esperábamos —repuso Azoun, que advirtió de inmediato la duda en las respuestas del consejero. Miró a Vangerdahast buscando una pista de su verdadera opinión—. Pero ¿qué me dices de Sembia o, más exactamente, de Los Valles?

—Hemos conseguido todo lo que se podía de Yarmmaster y de Sembia. —Vangerdahast encogió los hombros—. Su ejército es tan pequeño que a duras penas consigue mantener la paz interior. Por lo tanto, no podíamos esperar otra cosa que un aporte financiero.

—Sigue sin gustarme la idea de contratar mercenarios, Vangy.

—No tienes elección. Al menos Sembia pagará unos cuantos.

—¿Y Los Valles?

—Ni siquiera una bruja de Rashemen es capaz de predecir lo que harán —afirmó Vangerdahast—. Todo depende de la reunión que mantendrás con el delegado zhentarim dentro de dos días. —El hechicero hizo una pausa, al tiempo que dejaba la silla—. Aunque consigas el apoyo de los zhentarim, tendrás problemas para integrar a las tropas de Los Valles en el ejército.

—Ah, la exigencia ridícula de Mourngrym de conservar el mando de sus tropas.

—¿Ridícula? —exclamó Vangerdahast, los ojos muy abiertos por el asombro.

Azoun asintió, sin saber por qué a su amigo lo sorprendía el comentario.

—No quiero que nadie haga de filtro en mi mando sobre las tropas, Vangy. Si queremos triunfar tiene que haber un único comandante al mando del ejército.

—Te muestras inflexible.

—No soy inflexible, Vangy. Tengo razón. La historia militar demuestra que… —El monarca se interrumpió al ver que Vangerdahast levantaba los brazos y dirigía la mirada al techo.

—Primero reniegas de los historiadores y ahora basas la organización de tu ejército en sus enseñanzas.

—Busco los mejores consejos donde puedo —protestó Azoun cruzándose de brazos.

—No, Azoun —lo contradijo el hechicero. Sacudió la cabeza—. Tenía razón Alusair cuando…

El color desapareció del rostro del rey al escuchar el nombre de la hija menor. Vangerdahast vio la expresión dolida en el rostro del amigo y se arrepintió del desliz. Sin embargo, la opinión de la princesa sobre la testarudez del padre era muy válida.

La inflexibilidad de Azoun había causado el conflicto con Alusair, pero nadie creía de verdad que el monarca tuviera toda la culpa por la fuga de la princesa cuatro años atrás, porque ella era tan tozuda y decidida como el padre. Azoun, convencido de que ella tenía un deber con el estado, se había negado de plano a que la joven se marchara a recorrer mundo antes de asumir las responsabilidades del rango, y ella había optado por escapar. Azoun había ofrecido una generosa recompensa para conseguir su regreso, pero hasta ahora Alusair había permanecido oculta incluso de la poderosa magia de Vangerdahast. Todos estos hechos, y algunos más íntimos, desfilaron por la mente del monarca.

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