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Authors: James Lowder

Cruzada (26 page)

BOOK: Cruzada
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Acercó el anillo de oro a los labios. «Sí, os escucho», dijo en voz muy baja para que nadie cercano pudiera oírla.

¿Qué? No te oigo, Allie. ¿Estás bien?
, escuchó la joven que preguntaba el padre. No le gustaba admitirlo, pero se alegró al advertir el tono de preocupación en la voz de Azoun.

Vangerdahast suspiró enfadado en el interior de la cabeza de la princesa.
Supongo que le hablas al anillo
, dijo el mago, impaciente.
Eso no sirve. Sólo tienes que concentrarte. Puedo captar tus pensamientos a través de la bola de cristal, pero no se establecerá el contacto hasta que te concentres en nosotros.

Alusair enfocó la mente en el sonido de la voz del hechicero, y desapareció el zumbido de los oídos.
Ah, ahí estás, Allie
, exclamó Azoun complacido.

La joven se imaginó al rey sentado en el pabellón con Vangerdahast inclinado sobre la bola de cristal. Sin darse cuenta, la princesa se representó al padre cinco años más joven, como lo recordaba antes de escapar de Suzail. La barba castaña casi sin canas y las patas de gallo apenas visibles.

Te vemos, princesa, pero el anillo sólo te permite escucharnos,
le explicó Vangerdahast.
Mientras tú…

Estoy seguro de que ya sabe cómo funciona
, intervino Azoun interrumpiendo la disertación del mago. Se produjo una pausa breve pero significativa, y después el rey añadió:
¿Dónde estás, Allie? ¿Cuál es el comportamiento de las tropas de Torg?

Alusair le explicó de forma rápida y concisa el comportamiento del ejército enano.
Al paso que llevamos,
concluyó la princesa,
estaremos con vosotros dentro de veinticinco días.

¿Tan pronto?
, preguntó Azoun sorprendido por la noticia.
Estamos a mitad de camino del punto de encuentro, y nos quedan por delante otros veinte días de marcha. Confiaba en tener tiempo para ejercitar a la tropa antes de encontrarnos.

Pues sólo dispondrás de cinco días, padre
, pensó la princesa. Se produjo otra pausa y Alusair dio por hecho que ya se habían dicho todo. Se despidió del padre y de Vangerdahast, y se quitó el anillo. La luz de la joya hechizada parpadeó antes de apagarse.

Alusair estudió de cerca el dragón grabado en el sello del anillo. Se levantó y en aquel momento oyó el graznido del halcón. La joven alzó la mirada, y vio que el ave volaba en picado hacía los árboles. El halcón volvió a graznar, y esta vez Alusair creyó oír un silbido agudo que respondía al chillido del pájaro desde algún lugar del bosque.

Al cabo de unos segundos el halcón se perdió de vista. Alusair forzó la mirada en un intento inútil por ver algo en la masa oscura del bosque. Por fin decidió que se había imaginado el silbido o que era algo relacionado con la experiencia mágica, y, tras una última mirada, le volvió la espalda al bosque de Lethyr y se fue a la cama.

El día siguiente amaneció despejado y caluroso, uno de los típicos días de principios de verano, pero en el campamento enano reinaba una inquietud casi palpable. Alusair se enteró por el Señor de Hierro que los centinelas habían informado de supuestos movimientos de tropas de caballería en los lindes del bosque durante la noche. Torg había ordenado a los soldados que se preparaban para el combate, y la princesa dio por hecho que éste era el origen de la inquietud.

A pesar de las órdenes de Torg, Alusair no llevaba la armadura. Vestía un jubón limpio, zahones de cuero, y botas de caña alta. Le resultaba mucho más cómodo para caminar, aunque el sudor todavía le aplastaba el pelo rubio contra el cráneo. El Señor de Hierro miró enfadado a la princesa, pero no hizo ningún comentario al respecto.

Se veían algunas nubes por el sur cuando los enanos comenzaron la marcha, pero el sol brillaba con fuerza. Torg no prestó ninguna atención al buen tiempo, y forzó a las tropas a comer mientras marchaban. Se detuvieron cuando comenzaba el crepúsculo, y, tan pronto como la columna se dispersó para montar el campamento, los soldados vieron a un jinete que salía del bosque de Lethyr.

Parecía un jinete desde lejos. Sin embargo, en cuanto el desconocido estuvo más cerca, Torg se sorprendió al ver que era un centauro, no un hombre, el que se acercaba a los enanos a todo galope. Llevaba un estandarte en una mano y parecía ir desarmado.

—Que carguen las ballestas —gruñó Torg. El enano joven que estaba a su lado bajó el estandarte del rey. Los portaestandartes de los clanes imitaron el movimiento, y por todas partes se escuchó el ruido de las manivelas de las ballestas que tensaban las cuerdas.

Alusair se desprendió de la mochila, pero no sacó la espada. Los centauros tenían fama de ser criaturas muy razonables, dedicadas casi siempre al cuidado de los bosques que les servían de hogar. Dudaba que el mensajero que galopaba hacia el rey enano tuviera malas intenciones. Así y todo, la princesa no se molestó en decírselo a Torg pues sabía que no la escucharía.

El centauro se acercó en línea recta al estandarte del Señor de Hierro. El estandarte bordado con los símbolos de Tierra Rápida, el ave fénix y un martillo, era el más grande de todos y ondeaba delante de las tropas, por lo que era lógico suponer que pertenecía al comandante de las tropas.

—Salud, enanos de Tierra Rápida —gritó el centauro en lengua común. Muchos de los soldados de Torg se movieron inquietos. Nunca habían visto a una criatura mitad hombre, mitad caballo. Los ballesteros que formaban la guardia personal del rey apuntaron las armas contra el heraldo.

—Decid qué asunto os trae —replicó Torg con tono brusco.

Alusair y el heraldo fruncieron el entrecejo al escuchar el tono insultante de la respuesta. El centauro se detuvo bruscamente, arrancando trozos de tierra y hierba con los cascos. Miró a la columna y en su rostro, moreno y barbado, apareció una expresión de inquietud.

—Soy el portavoz de la tribu Pastilar del bosque de Lethyr —anunció formalmente, aunque con leve tono de temor—. Lleváis el estandarte de Tierra Rápida. ¿Sois…?

—Sí, sí —lo interrumpió Torg, impaciente—. Soy Torg mac Cei, Señor de Hierro de Tierra Rápida. ¿Qué queréis?

El pecho del centauro, grande y musculoso, se movió con un suspiro de alivio. Por un momento, había creído que los exploradores habían confundido el estandarte de los enanos.

—Estáis pasando muy cerca de nuestro territorio —continuó el heraldo, un poco más tranquilo—, y sólo deseamos saber vuestras intenciones.

Torg hizo una pausa sin dejar de mirar con frialdad al centauro. Alusair era consciente de que una respuesta intempestiva despertaría sospechas sobre las tropas, así que se apresuró a intervenir.

—Pasamos por los lindes de vuestro bosque camino de Thesk. Allí nos reuniremos con el rey Azoun de Cormyr para luchar contra los bárbaros del este. —La princesa vio la expresión alegre del centauro.

—Escuchamos muchas cosas buenas de Azoun de Cormyr, incluso en este rincón de Faerun tan aislado. —Bajó el estandarte dos veces. Sin duda se trataba de una señal para las tropas centauras ocultas en el linde del bosque, y muchos enanos miraron hacia la línea de árboles, alertas ante un posible ataque.

Torg, enfadado con Alusair por el atrevimiento de hablar por él, se acercó a la princesa humana, y miró ceñudo al heraldo.

—Ahora que sabéis cuál es nuestro destino, ¿podemos continuar el viaje? Nos hemos mantenido apartados de vuestro bosque, así que esperamos que nos dejéis en paz.

—No es nuestra intención demorar a vuestras tropas, Señor de Hierro —se disculpó el centauro confundido—. Sabemos la urgencia con la que los humanos esperan vuestra ayuda en Thesk. Pero ¿no os preparabais para acampar?

—Todavía no lo hemos decidido —respondió el rey, tajante. Miró al portaestandarte y murmuró algo en su idioma. Antes de que el joven pudiera transmitir la nueva orden, el Señor de Hierro le arrebató el estandarte y lo sostuvo recto.

Alusair maldijo en silencio la estúpida antipatía de Torg hacia el centauro. Observó que Torg miraba más allá del heraldo y se volvió para ver qué le llamaba tanto la atención. A lo lejos vio un grupo de cuatro centauros que avanzaban a todo galope.

—¿Es una trampa? —gruñó Torg.

El heraldo movió la cola para espantar a un tábano que le picaba en la grupa. Giró el torso para mirar atrás y después volvió a mirar al Señor de Hierro.

—No —contestó—. Es el jefe de nuestra tribu. Sólo desea saludaros antes de que continuéis vuestro viaje.

Torg murmuró una maldición en idioma enano y le devolvió el estandarte al portaestandarte al tiempo que hacía un gesto con la cabeza. El joven transmitió al ejército la orden de bajar las armas. Las tropas enanas rompieron la formación y comenzaron a montar el campamento. Alusair y dos guardias permanecieron con Torg. La princesa agradeció al dios que había dado al Señor de Hierro la sensatez suficiente como para no ofender al cacique de los centauros de Lethyr recibiéndolo con las armas preparadas.

Alusair no tardó en ver que tres de los centauros del grupo llevaban armas. El heraldo sólo llevaba el estandarte de la tribu, pero los que escoltaban al cacique iban armados con lanzas. El líder de los centauros iba desarmado, aunque vestía una sobreveste de cuero y un cinturón negro muy ancho en el que sujetaba una bolsa y una vara larga y delgada de color plata envuelta en un cordel bastante grueso.

—Salud, Señor de Hierro de Tierra Rápida —gritó el cacique centauro alegremente mientras se detenía con gran estrépito de cascos. Alusair, que era de estatura normal, observó divertida que los hombres-caballos de Lethyr casi doblaban en altura a Torg y a sus soldados. La hierba que llegaba a la cintura los enanos, apenas si subía un poco más allá de las rodillas de los centauros.

Torg respondió al cacique con un saludo formal y frío. El centauro se presentó a sí mismo con el nombre de Jad Ojosbrillantes. Antes de que el rey enano pudiese responder, un hermoso halcón bajó en picado y rozó las hierbas a unos pocos metros delante del Señor de Hierro. Alusair contuvo el aliento, extasiada ante la belleza del pájaro de rapiña negro, gris y blanco. También Torg contempló con deleite cómo el pájaro remontaba el vuelo y comenzaba a trazar círculos en el cielo crepuscular. El jefe centauro sonrió al ver las expresiones de Torg y Alusair.

—Veo que apreciáis los pájaros de rapiña —comentó—. Eso es bueno. Son unas criaturas hermosas. Aquél sirve a nuestra tribu. —Señaló al halcón que ahora sobrevolaba las tropas.

—Nos sigue desde hace días —manifestó Alusair. Desvió la mirada hacia los centauros y añadió—: Me fijé en él, y en otro halcón, cuando volaban sobre nuestro campamento. Pensé que nos seguían para cazar a los roedores y pájaros que espantábamos en la marcha.

Jad Ojosbrillantes apartó un mechón de pelo negro que le caía sobre los ojos y adelantó un poco la barbilla casi cuadrada mientras miraba a Alusair con mucho interés.

—Sois muy observadora —señaló—. ¿Cómo sabéis que el pájaro es un halcón? La mayoría de los humanos no distinguen uno de otro y los denominan «aguiluchos».

—Me crié en un castillo donde había un gran aviario, con gavilanes, halcones y búhos —contestó la princesa—. Pasaba mucho tiempo con los cetreros y aprendí todo lo que pude de las aves de rapiña. —Alusair sonrió al recordar los momentos felices pasados entrenando a un joven gavilán negro.

Torg cruzó los brazos y golpeó el suelo con la punta del pie. Si hubiese estado en una caverna, como ocurría habitualmente, su acción habría señalado con toda claridad su impaciencia. Pero, en el campo, el ruido de la bota reforzada con acero se apagó entre la hierba.

Jad Ojosbrillantes se había embarcado en una animada discusión sobre pájaros de presa con la princesa Alusair, así que no se apercibió de la muestra de enfado del Señor de Hierro. Ésta, en cambio, no escapó a la mirada del heraldo. El centauro de pelo castaño se aclaró la garganta con un sonido muy parecido a un relincho.

—El Señor de Hierro ha marchado todo el día, cacique —le recordó el heraldo, con una leve inclinación de cabeza—. Quizá sería conveniente…

—¡Qué descortés de mi parte! —exclamó Jad Ojosbrillantes levantando las manos—. Perdonadme, Señor de Hierro, por demorar vuestro descanso.

—Mañana nos espera una larga marcha y necesitamos dormir —respondió Torg, que dejó de dar golpes con la punta del pie. Miró a Alusair, en la confianza de que estaría de acuerdo. Pero la princesa, encantada de hablar con los centauros, no quería dar por acabado el encuentro con tanta prisa. Después de soportar durante días el silencio de los enanos, la garrulería de los centauros era un cambio agradable.

Jad sonrió alegre. Escarbó el suelo con los cascos delanteros y asintió a las palabras de Torg con una inclinación de cabeza.

—Haré que os envíen comida fresca para las tropas. Estoy seguro de que estáis cansados de comer carne seca. —Hizo una señal a uno de los escoltas, que partió al galope hacia el bosque—. ¿Necesitáis alguna cosa más?

Torg, que no se esperaba la generosidad del cacique, dejó de moverse y despidió a los guardias con un ademán.

—No —respondió—. Vamos, Alusair, tenemos que discutir algunos asuntos pendientes.

—¿Alusair? —exclamó Jad, que miró a la princesa sin disimular la sorpresa—. ¿La hija de Azoun de Cormyr? —Al ver que Alusair asentía, el cacique añadió muy contento—: Tenemos que hablar. Me han contado muchas cosas de vos. —Se volvió hacia los guardias—. Podéis marcharos. Me quedaré un rato con Torg y la princesa. —Los centauros recogieron las lanzas y dieron media vuelta listos para regresar al bosque—. Ocupaos de que traigan la comida cuanto antes.

Torg suspiró, resignado a tener un invitado en el campamento, al menos durante un rato. Sin embargo, no quería perder el tiempo agasajando al centauro.

—Debo ocuparme de unos asuntos… —comenzó a decir el rey, pero Jad no le dejó acabar la frase.

—Desde luego, Señor de Hierro. No es ninguna ofensa. —Y, volviéndose hacia Alusair, agregó—: Espero que la princesa tenga un momento para conversar.

—Con mucho gusto. —La princesa se arrepintió del entusiasmo de su respuesta al ver cómo Torg fruncía el entrecejo. Pero la sensación desapareció en el acto cuando recordó los muchos días de silencio.

Torg se mostró incómodo durante un instante; después se despidió de Jad y Alusair y se marchó en dirección a la tienda.

—Torg es tal cual me lo habían descrito —comentó Jad, con un susurro. Miró a Alusair para ver su reacción, y azotó el aire con la cola.

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