—No comprendo.
—Infiernos, yo tampoco. Pero algo nos está embrollando la detección de la resonancia nuclear. Tenemos que rastrear lo que es.
Cooper miró con el rabillo del ojo las erráticas líneas, como si estuviera midiendo con su ojo mental las alteraciones que había que hacer para estudiar más a fondo el problema.
—¿Cómo?
—Si no podemos extirpar el ruido, estudiémoslo. Encontremos de donde procede.
¿Está ocurriendo en todas las muestras de antimoniuro de indio? ¿Se filtra desde algún otro laboratorio de aquí? ¿O se trata de algo nuevo? Eso es lo que hemos de buscar.
Cooper asintió lentamente. Gordon empezó a esbozar algunos diagramas de circuitos en la parte de atrás de una de las hojas, señalando los componentes con un lápiz. Ahora podía ver nuevas posibilidades. Un ajuste aquí, una nueva pieza de equipo allí. Podían conseguir algunos componentes de Lakin, y probablemente podrían convencer a Feher de que les dejara su analizador de espectro por un día o dos. El lápiz de Gordon hacía un débil sonido rasgueante por encima del resoplar de las bombas y el penetrante zumbido de los componentes electrónicos, pero él no oía nada. Las ideas parecían estar encadenándose a creciente velocidad en su mente y derramarse directamente en la página a través del lápiz, saltar al papel casi antes de que hubiera tenido tiempo de pensar en ellas, y tenía la sensación de hallarse tras la huella de algo concreto en aquel problema del ruido. Podía existir una nueva estructura oculta tras los datos, como una gran pieza de caza tras una densa maleza. Iba a descubrirla; estaba seguro de ello.
Gregory Markham pedaleó en su bicicleta más allá de los edificios llenos de olores de medicina veterinaria y se metió por el camino que conducía al laboratorio Cavendish. Le gustaba el suave azote del húmedo aire al girar las curvas, ir alternando su peso a uno y otro lado en un ritmo cuidadoso. Su meta era descubrir una curva mínima que lo depositara en la entrada del laboratorio, una geodésica para aquella curvatura local del espacio en particular. Un último esfuerzo de pedaleo, y desmontó a una respetable velocidad, trotando al lado de la máquina, utilizando la energía de la bicicleta para conducirla hasta una de las separaciones de cemento para bicicletas y encajar las ruedas en ella.
Tironeó de su chaqueta irlandesa marrón y subió los peldaños de dos en dos, una costumbre que le daba la apariencia de estar llegando siempre tarde a algo. Se subió con aire ausente las gafas sobre el puente de su nariz, donde habían dejado una marca rojiza, y se pasó los dedos por la barba. Era una barba bien recortada, siguiendo el trayecto convencional a lo largo de su enjuta mejilla desde las patillas hasta el bigote, pero parecía alborotarse cada hora o así, lo mismo que su cabello. Estaba jadeando más de lo habitual tras la carrera. O bien había ganado algo de peso la última semana, dedujo, o la simple erosión de la edad había llegado un poco más profundo. Tenía cincuenta y dos años, y se mantenía en unas moderadas buenas condiciones. La investigación médica había demostrado suficientemente que existía una correlación entre el ejercicio y la longevidad, de modo que él se atenía a ello.
Abrió la puerta de cristal y se encaminó hacia el laboratorio de Renfrew. Cada semana o así acudía a echar un juicioso vistazo al equipo y efectuar algunos asentimientos con la cabeza, pero la verdad es que aprendía muy poco en aquellas visitas. Su interés residía en la teoría que se hallaba detrás de aquel laberinto electrónico. Penetró cautelosamente en la ajetreada bola de sonido que era el laboratorio.
Pudo ver a Renfrew a través de la ventana de su oficina… rechoncho, desgreñado como de costumbre, su camisa desabotonada, su pelo color rata cayendo revuelto sobre su frente. Estaba revolviendo papeles en su atestado escritorio. Markham no conocía al otro hombre que estaba con él. Supuso que se trataba de Peterson, y se sintió divertido por el contraste entre los dos. El oscuro cabello de Peterson estaba perfectamente peinado en su sitio, y su traje era tan caro y tan elegantemente cortado. Parecía suave y seguro de sí mismo, y, pensó Markham, debía de ser un tipo duro para tratar con él. La experiencia le había enseñado que era difícil salirse con bien de una confrontación con ese tipo de inglés frío y reservado.
Abrió la puerta de la oficina, permitiéndose una rutinaria llamada al mismo tiempo que entraba. Los dos hombres se volvieron hacia él. Renfrew pareció aliviado y saltó en pie, derribando un libro de su escritorio.
—Ah, Markham, ya estás aquí —dijo sinceramente—. Este es el señor Peterson, del Consejo.
Peterson se levantó suavemente de su silla y extendió una mano.
—¿Cómo se encuentra, doctor Markham? Markham estrechó vigorosamente su mano.
—Encantado de conocerle. ¿Ha echado ya un vistazo al experimento de John?
—Sí, hace un momento. —Peterson parecía ligeramente aturdido por la velocidad con que Markham había entrado de lleno en el asunto—. ¿Qué opinión tiene la Fundación Nacional para la Ciencia respecto a esto, lo sabe usted?
—Por el momento, ninguna opinión. Aún no he presentado ningún informe. Hasta la semana pasada no me pidieron que actuara como enlace. ¿Nos sentamos?
Sin aguardar la respuesta, Markham cruzó la habitación, despejó la única otra silla que había, y se sentó, cruzando las piernas. Los otros dos hombres volvieron a sus asientos, un poco más ceremoniosamente.
—Es usted físico de plasma, ¿es eso correcto, doctor Markham?
—Sí. Actualmente estoy en vacaciones sabáticas. La mayor parte de mi trabajo se ha dedicado a los plasmas hasta estos últimos años. Escribí un artículo sobre la teoría de los taquiones hace mucho tiempo, antes de que fueran descubiertos y se pusieran de moda. Supongo que es por eso que la FNC me pidió que viniese.
—¿Leyó usted la copia de la propuesta que le envié? —preguntó Peterson.
—Sí, lo hice. Es buena —dijo Markham terminantemente—. La teoría es excelente. Llevo algún tiempo trabajando en las ideas que hay detrás del experimento de Renfrew.
—¿Cree que este experimento funcionará, entonces?
—Sabemos que la técnica funciona. Si lograremos realmente comunicarnos con el pasado… eso es algo que no sabemos.
—Y esa instalación de ahí… —Peterson agitó un brazo hacia el laboratorio— ¿puede hacer eso?
—Si tenemos mucha suerte, sí. Sabemos que se están llevando a cabo algunos experimentos similares sobre la resonancia nuclear en el Cavendish y en algunos otros lugares, en Estados Unidos y en la Unión Soviética, y que están en marcha desde los años cincuenta. En principio podrían captar señales coherentes inducidas por taquiones.
—¿Así que podemos enviarles telegramas?
—Sí, pero eso es todo. Es una forma altamente restringida de viaje temporal. Es el único medio en el que nadie haya conseguido pensar para enviar mensajes al pasado. No podemos transmitir objetos ni gente.
Peterson agitó la cabeza.
—Yo obtuve mi título en conflictos sociales y ordenadores. Incluso yo…
—¿En Cambridge? —interrumpió Markham.
—Sí, en el King's College. —Markham asintió para sí mismo, y Peterson vaciló. Le desagradaba que el americano lo hubiera situado obviamente en una categoría determinada. Él había hecho lo mismo, por supuesto, pero con una razón más genuina. Ligeramente irritado, tomó la iniciativa—. Mire, incluso yo sé que hay una paradoja implicada en algún lugar, aquí. Ese viejo asunto acerca de pegarle un tiro a tu abuelo, ¿no? Pero si él muere, usted no existiría. Alguien en el Consejo sacó eso a colación, ayer. Casi estuvimos a punto de rechazar todo el asunto a causa de eso.
Un buen punto. Yo cometí el mismo error en uno de mis artículos, allá por 1992. Parece evidente que existen paradojas y luego, si examinas las cosas desde el ángulo correcto, las paradojas desaparecen. Puedo explicarlo, pero tomará tiempo.
—No ahora, si no le importa. El asunto, si lo comprendo bien, es enviar esos telegramas y decirle a alguien allá en los años sesenta o así cuál es nuestra situación aquí.
—Bueno, algo así. Advertirles contra los hidrocarburos clorados, describirles los efectos sobre el fitoplancton. Controlando los efectos de algunos tipos de investigación podríamos disponer del margen que necesitamos ahora para…
—Dígame, ¿cree que este experimento puede ser de alguna ayuda real?
Renfrew se agitó impacientemente pero no dijo nada.
—Sin ponerme melodramático —dijo Markham lentamente—, creo que puede llegar a salvar millones de vidas. A la larga.
Hubo un momento de silencio. Peterson volvió a cruzar sus piernas y se quitó un invisible hilo de su rodilla.
—Es una cuestión de prioridades, entienda —dijo finalmente—. Tenemos que ver globalmente las cosas. El Consejo de Emergencia ha permanecido en sesión desde las nueve de esta mañana. Ha habido otra terrible mortandad en el norte de África debido a la sequía y a la falta de reservas alimenticias. Oirán hablar más de ello en los noticiarios a su debido tiempo, sin la menor duda. Mientras tanto, ésta y otras emergencias tienen que tener prioridad. El norte de África no es el único lugar con problemas. También se ha producido una gran propagación de diatomeas a lo largo de la costa sudamericana. Miles de personas están muriendo en ambos lugares. Y ustedes nos están pidiendo que pongamos dinero en un experimento aislado que puede o no puede funcionar… un experimento que es esencialmente la teoría de un solo hombre…
—Es más que eso —interrumpió rápidamente Markham—. La teoría de los taquiones no es nueva. Precisamente ahora hay un grupo en el Caltech, el grupo de la teoría gravitatoria, trabajando en el mismo problema desde otro ángulo. Están intentando ver cómo encajan los taquiones en las cuestiones cosmológicas… ya sabe, la teoría del universo en expansión y todo eso.
Renfrew volvió a asentir con la cabeza.
—Sí, había un artículo en la Physical Review muy recientemente, acerca de enormes fluctuaciones de densidad.
—En Los Ángeles también tienen problemas —dijo Peterson, pensativo—. Principalmente el gran incendio, por supuesto. Si el viento cambia, puede ser desastroso. No sé qué efecto tendrán esas cosas en la gente del Caltech. Pero no podemos permitirnos esperar durante años.
Renfrew carraspeó.
—Pensé que la financiación de los experimentos científicos iba a tener prioridad absoluta. —Sonó ligeramente malhumorado. La respuesta de Peterson tuvo un asomo de condescendencia.
—Oh, se está refiriendo usted al discurso del rey por televisión el otro día. Sí, bueno, por supuesto, él no sabe nada de ciencia, ni siquiera es un político. Aunque es un tipo muy bienintencionado, por supuesto. Nuestro comité le aconsejó sin embargo que en el futuro se limitara a hablar de generalidades que no comprometieran a nada. Con un toque de humor. Es bueno en eso. Sea como fuera, el hecho básico es que andamos escasos de dinero, y que tenemos que elegir muy cuidadosamente. Todo lo que puedo prometer en este estadio es que presentaré un informe al Consejo. Les haré saber tan pronto como me sea posible su decisión acerca de garantizar su prioridad de emergencia. Personalmente, creo que es un proyecto demasiado a largo plazo. No sé si podemos permitirnos correr el riesgo.
—Lo que no podemos permitirnos es no correrlo —dijo Markham con repentina energía—. ¿De qué sirve tapar brechas aquí y allá, enterrar dinero en fondos de ayuda contra la sequía y las epidemias? Pueden ustedes colocar todos los parches que quieran, pero finalmente el globo estallará. A menos…
—¿A menos que trasteen ustedes con el pasado? ¿Están seguros de que los taquiones pueden alcanzar el pasado, en primer lugar?
—Lo hemos hecho —dijo Renfrew—. Hicimos algunos experimentos a pequeña escala. Funcionaron. Está en el informe.
—Entonces, ¿los taquiones son recibidos?
Renfrew asintió secamente.
—Podemos utilizarlos para calentar una muestra en el pasado, así que sabemos que son recibidos.
Peterson arqueó una ceja.
—¿Y si, después de medir este incremento de calor, deciden ustedes no enviar los taquiones después de todo?
—Esa opción no está realmente disponible en esos experimentos. Vea, los taquiones tienen que viajar un largo camino si han de llegar tan lejos en el tiempo.
—Un momento, por favor —murmuró Peterson—. ¿Qué tiene que ver el viajar más rápido que la luz con el viaje por el tiempo?
Markham se dirigió hacia una pizarra.
—Es algo que se deriva directamente de la relatividad restringida. Vea… —Y se lanzó a una descripción. Markham trazó diagramas espaciotemporales y le dijo a Peterson cómo entenderlos, haciendo hincapié en la elección de coordenadas oblicuas. Peterson mantuvo una expresión de profunda intensidad a través de todo aquello. Markham trazó líneas onduladas para representar a los taquiones partiendo de un determinado lugar, y mostró cómo, si eran reflejados en el interior del laboratorio, podían alcanzar otra porción del laboratorio en un tiempo anterior.
Peterson asintió lentamente.
—¿Así que su opinión acerca de los experimentos que han hecho es que no existe tiempo que reconsiderar? Ustedes disparan los taquiones, y éstos calientan esa muestra de indio que tienen ustedes, unos cuantos nanosegundos antes de que ustedes hayan apretado el gatillo.
Renfrew asintió.
—Lo esencial es que nosotros no deseamos tampoco crear una contradicción. Mire, si conectáramos el detector de calor al disparador de taquiones, la aparición del calor bloquearía la emisión de los taquiones.
—La paradoja del abuelo.
—Correcto —intervino Markham—. Hay algunos puntos sutiles implicados en hacer eso. Creemos que todo ello conduce a una especie de estado intermedio, en el cual es generado un poco de calor y son emitidos unos cuantos taquiones. Pero no estoy seguro.
—Entiendo —Peterson se debatió con aquellas ideas, frunciendo el ceño—. Me gustaría profundizar un poco más en todo eso algo más tarde, una vez haya leído todo el material técnico. En realidad, todo esto no depende de mi único y exclusivo juicio… —miró a los dos hombres a su lado, que le contemplaban a su vez intensamente—, como probablemente habrán supuesto ustedes. Sir Martin, del Consejo, y ese hombre, Davies, que mencionaron ustedes, me dieron su evaluación. Según ellos vale la pena seguir adelante.
Markham sonrió; Renfrew radió. Peterson alzó una mano.
—No vayan tan aprisa. En realidad he venido aquí para captar el aroma de las cosas, no para tomar una decisión definitiva. Tengo que presentar mi caso al Consejo. Ustedes desean equipo electrónico de los laboratorios americanos, y eso significa luchar con la FNC.