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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (55 page)

BOOK: Cormyr
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El sudor perlaba la frente del mago. La palanca podía silenciar el ruido mecánico o reactivar a la bestia... o quizá bastara con tocarla para que explotara. ¿Acaso debía esperar a los demás nobles, a los caballeros y clérigos?

La criatura empezó a mover lentamente la mandíbula, abriéndola y cerrándola rítmicamente. En el interior del cascarón metálico, Jorunhast pudo oír la bomba que empujaba el veneno, justo cuando la criatura abrió la boca y exhaló un aire que antes hubiera estado cargado de veneno.

Jorunhast profirió una maldición, recitó después una plegaria silenciosa a Mystra y movió la palanca.

El rumor de las bombas desapareció al correr la palanca, y la bestia volvió a quedar inerte. Oyeron gritos procedentes de la cima de la colina, cuando los primeros en llegar en su ayuda abandonaron el seto.

El rey Pryntaler se acercó un poco para examinar a la criatura.

—¿Un artilugio mágico?

—Sí, aunque no sea de los que uno encuentra en los bosques frondosos de Cormyr —asintió Jorunhast—. Alguien lo ha traído aquí para tenderos una emboscada.

—¡Los sembianos! —escupió el rey—. ¡Esto supone la guerra!

—Sí y no —replicó Jorunhast—. Sí, es probable que hayan sido los sembianos o al menos uno de los mercaderes. Pero no, no creo que esto suponga la guerra. Ellos consideraban esta criatura como un instrumento para solventar una disputa fronteriza. Por tanto, utilicémosla con el mismo propósito.

El rey miró fijamente al mago, y lo hizo durante un buen rato antes de hacer un gesto de asentimiento. A aquellas alturas, los que acudían en su ayuda se diseminaban por toda la orilla. El rey se volvió para gritar algunas órdenes a los sanadores, para que atendieran a los Crownsilver, y dejó a solas a Jorunhast para que examinara la presa.

El mago murmuraba entre dientes al echar un atento vistazo a la criatura, exclamando de vez en cuando a medida que descubría otras palancas y paneles ocultos. Solicitó la ayuda de los cuatro caballeros que tuvieron que librarse de su armadura, dispuestos a hacer un poco de ejercicio.

Por la mañana, los sembianos ya se habían reunido en los pabellones de color púrpura y negro, esperando la llegada de la comitiva cormyta, mientras preguntaban cada treinta segundos qué hora era. Los cormytas se retrasaron, y al llegar encontraron cinco rostros que los miraban con expresión ceñuda.

En cambio, su majestad el rey Pryntaler derrochaba alegría. Si en verdad había pasado la noche anterior luchando por salvar su vida, no había nada que lo acusara.

—Llega tarde —dijo Kodlos, hosco, como si el rey fuera un contable que llegara a trabajar pasada la campanada que señalaba el mediodía—. Ayer nos habló usted de nuestra falta de respeto, y ahora resulta que...

—Tarde no... he llegado con cierto retraso —dijo el rey, que interrumpió sonriente al líder de los mercaderes de Sembia. Kodlos pestañeó dos veces seguidas, y Pryntaler hizo un gesto para señalar la entrada de la tienda.

Dos de los nobles caballeros de Cormyr tiraron de un carro con ruedas para introducirlo en el pabellón. En el carro había un objeto de tamaño considerable, cubierto con una lona. A un lado del carro caminaba Jorunhast, con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro. Los mercaderes cruzaron unas miradas que reflejaban su curiosidad.

Pryntaler continuó, sin dar oportunidad de responder a los sembianos.

—Ayer noche fui a pasear, para poder considerar sus ofertas y puntos de vista. Mientras estaba en ello, me crucé con esto abandonado en un seto, no muy lejos de aquí.

El rey hizo un gesto de asentimiento y Jorunhast cogió el puño de la lona y tiró de él con un movimiento no exento de elegancia, gracias a lo cual la gorgona dorada con la que habían trabado conocimiento la noche anterior quedó a la vista de los presentes.

Cuatro sembianos se inclinaron hacia adelante con curiosidad al ver el toro dorado. Uno de ellos, el siempre inmóvil Jollitha Par, recuperó la postura de siempre, pálido como un muerto.

—Se trata de un ingenio maravilloso —explicó Jorunhast—, una especie de guardia mecánico, al que no parece afectarle la edad. Sin embargo, no sabemos exactamente qué es y...

—Es un abraxus, mago —lo interrumpió el anciano Bennesey, tan falto de tacto como de costumbre—. Eran autómatas creados por magos de Chondatha, aunque podía usarlos cualquiera. Por regla general se activan gracias a un sacrificio humano involuntario, y sirven tanto de guardias como de asesinos... —Finalmente su cerebro atrapó a su lengua, e interrumpió la explicación. Tartamudeó, miró a Jollitha Par y volvió a tartamudear.

—¿Decís que es de esos magos de Chondatha? —preguntó Pryntaler—. Claro, eso explica el que lo conozcáis. Supongo que era una antigua salvaguarda de las fronteras de Sembia con Chondatha. Jorunhast, ¿ha descubierto usted cómo se controla la criatura?

—Creo que tiene una palanca aquí mismo, en la base del cuello —respondió el mago, inclinándose ante el rey.

Jollitha Par estalló como si lo hubieran prendido fuego.

—¡Creo que eso no será necesario! —protestó, levantando la voz a medida que hablaba.

Sus compañeros sembianos —al menos Kodlos, Homfast y también lady Threnka— volvieron la cabeza lentamente para observar a Jollitha, de arácnidos movimientos. Era la primera vez que había hablado en voz alta, como si el dorado abraxus acabara de tocar una fibra sensible.

—Observo que el sabio Bennesey, aquí presente —continuó Pryntaler—, acaba de referirse a la criatura como a una especie de guardián. Si este objeto ha permanecido en su lugar desde la era de los chondatianos, podría decirse que los primeros colonos de su país reconocían los picos del Trueno como la frontera entre nuestras tierras.

Lady Threnka sonrió ligeramente al rey, y ajustó sus quevedos para responder a Pryntaler con fría condescendencia.

—¿Pretende hacernos creer que esta criatura ha permanecido en el mismo lugar durante cientos de años, sin que nada la afectara, para que así usted pueda establecer la frontera existente entre nuestros territorios?

—¿Y qué otra explicación se le ocurre, señora? —preguntó Jorunhast—. Si los antepasados suyos sembianos no la dejaron allí, la otra opción que se me ocurre es que algún que otro sembiano de hoy en día lo haya hecho. Entonces la pregunta es quién y por qué. ¿Era eso a lo que se refería usted?

Mientras hablaba, el arácnido sembiano cogió a lady Threnka del brazo y habló en voz muy baja a su oído. Su comportamiento cambió sensiblemente al escuchar sus palabras, y su arrogancia y superioridad se tornaron en tensión y preocupación.

—Entiendo a qué os referís, majestad —dijo dirigiéndose a Pryntaler y haciendo caso omiso de los argumentos del mago—. Quizá debamos interrumpir la presente, Kodlos, para discutir en privado todo lo relacionado con la fijación de las fronteras oficiales que separen a nuestras dos naciones.

—Pero señora, con lo tarde que hemos empezado hoy... —exclamó Kodlos, sorprendido.

—Ya tendremos tiempo de sobra para considerar de nuevo la situación. —Se puso en pie—. Vamos. Disculpad nuestra retirada, majestad.

—No tiene importancia, señora —respondió Pryntaler, sonriendo y haciendo un amago de inclinarse ante ella.

Los cinco representantes y sus ayudantes se retiraron sin perder el tiempo.

—¿Cuánto cree que tardarán? —preguntó Pryntaler al mago.

—Depende —respondió— de si regresan para aceptar el desfiladero del Trueno como nuestra frontera, o van ahora mismo a Ordulin para consultarlo.

—Me ha llamado majestad —constató Pryntaler.

—Y dos veces —apuntó Jorunhast, al tiempo que asentía con la cabeza—. Claro que parecía como si mascara gusanos cuando lo decía.

—¿Y reparó usted en Jollitha Par? —preguntó el rey.

—Sí —respondió el mago—, y si vos no optáis por cortarle la cabeza, os aseguro que recibirá más tarde una visita mágica y especial, que impedirá que nadie confunda la identidad del mensaje ni del mensajero.

—¿Cortarle la cabeza? —estalló Pryntaler, con una sonrisa de oreja a oreja—. Al meter la pata, esa vieja araña ha conseguido lo que nosotros llevábamos intentando durante los últimos tres días. ¡Creo que lo más justo sería concederle una medalla!

25
Mentiras, espías y asesinos

Año del Guantelete

(1369 del Calendario de los Valles)

—Ya estamos casi preparados, ya sabe... casi. Faltan algunos detalles sin importancia, y después tendremos que movernos con suma rapidez. —Ondrin Dracohorn observó la estancia una vez más, y añadió a modo de disculpa—: Ya sabéis, uno nunca es lo bastante cuidadoso. Los magos guerreros tienen espías en todas partes, ¿quién sabe para quién trabajan?

—Para Vangerdahast, por supuesto —respondió el otro noble, uno de los Dauntinghorn de mediana edad, dibujando un mohín con los labios.

La mirada acuosa de Ondrin desapareció brevemente al pestañear.

—Bien, algunos de ellos, claro está, pero tengo razones que me empujan a creer que un puñado de ellos tienen otros amos... nobles. Confíe en mis palabras: mis espías también están en todas partes. —Su nariz estuvo a punto de arrugarse por la excitación—. Respecto a por qué aconsejo apoyar, habrá oído lo que le sucedió a Ohlmer Cormaeril y a Sogar Illance... ¡Ambos, patriarcas de sus respectivas familias, fueron hallados muertos en sus propias camas y la misma mañana!

—Una limpieza a fondo en esas dos familias, al menos —asintió el otro noble—. Siempre me había sorprendido que esas dos sabandijas no tuvieran el doble de niños para venderlos como esclavos: «Sangre azul garantizada, vendo barato». Y todo eso.

—¡Vaya, he ahí una buena idea para obtener un buen margen de beneficios! —exclamó Ondrin, con mirada febril—. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? Tendré que contratar algunas mozas para poner en marcha el negocio.

—No, no, antes tiene que liberar a Cormyr —dijo el otro noble, más alto que Ondrin, haciendo un gesto de negación—. Y cuando haya cumplido encargo tan elevado y espléndido... Dígame, ¿cuántos mercaderes ricos podrán decir lo mismo, que han derrocado reyes, para entronizar a otros?... otros nobles se le habrán adelantado a usted en el negocio. En una docena de años, más o menos, después de haberlos mantenido y adiestrado a conciencia, descubrirá usted que el mercado está copado.

—Supongo que sí —suspiró Ondrin, visiblemente desanimado; entonces, apresuradamente, dijo—: ¡Pero si casi olvido decírselo! Me he enterado de que fueron los mismos quienes asesinaron al viejo Ohlmer y al cabeza de la familia Illance. ¡Hombres que trabajaban para un único patrón, perteneciente a la familia Cormaeril!

El otro enarcó ambas cejas.

—Dicen que los magos guerreros estaban furiosos —prosiguió Ondrin, animado—. Pensaron que bastaría con algunos hechizos para averiguar quién andaba detrás de todo ello, en cuanto echaran el guante a uno solo de los asesinos, ¡pero cuando empezaron a pescarlos en el puerto, no tenían cabeza y estaban rodeados por campos mágicos que impedían el uso de la magia!

—¿Negación de magia? —dijo el otro, enarcando las cejas—. ¡Eso me suena a la intervención de alguien más poderoso que cualquier mago guerrero con el que uno pueda cruzarse por la calle!

Ondrin pareció ronronear de lo satisfecho que estaba.

—¡Y como usted bien sabe, sólo hay un hombre en Cormyr lo bastante poderoso para dar la talla en ese papel! Qué casualidad, resulta que el otro día hablaba yo con el mago de la corte sobre unos asuntillos de carácter privado, ya sabéis, cuando...

El gong que había junto a la puerta sonó débilmente, como accionado por un dedo discreto.

Gaspar Cormaeril apartó los labios de la increíble mujer y sonrió fríamente.

—¡Acércate! —dijo, atrayéndola hacia sí con mano firme, en las aguas plácidas y cálidas donde se bañaban juntos. Extendió la otra mano y cogió un vaso de un vino vaporoso y azulado, un producto que, a juzgar por su precio, debían de haber importado de un lugar muy, muy lejano.

La moza se arrimó al noble y se acurrucó en un hombro. Las aguas perfumadas no habían dejado de moverse cuando un hombre enfundado en cuero negro se acercó hasta el borde de la piscina y se arrodilló.

—Traigo nuevas que debe oír cuanto antes señor —dijo el hombre de cuero negro—. Se ha oído a Ondrin Dracohorn hablar de las muertes, relacionándolas con la familia Cormaeril.

—¿A estas alturas? —respondió Gaspar, sorbiendo el vino—. ¡Bien hecho, Tuthtar! Envía a Elios a vigilar a nuestro parlanchín amigo noble durante lo que quede de día, y aprovecha para comer algo. Tengo algo importante que encomendarte. —Obsequió al hombre con la mejor de sus sonrisas serpentinas, hizo un gesto para que se retirara y se volvió para volcar toda su atención en el vino, antes de hundirse de nuevo en la piscina.

Ella empezó a murmurar en voz baja; Gaspar se lo permitió durante un breve espacio de tiempo, antes de volverse de nuevo y apretar un botón situado junto al borde de mármol de la piscina. Sonó un gong en la distancia, y apenas había desaparecido cuando otro hombre entró en la habitación y se arrodilló con la facilidad de la práctica.

—¿Qué desea el señor? —preguntó.

—Es necesario quitar de en medio a Ondrin Dracohorn —respondió Gaspar, sonriendo fríamente—. Alguien acabará por tomarlo en serio. Encárgate también del pobre Tuthtar. Asegúrate de silenciarlo para siempre, antes de que tenga oportunidad de hablar en las cocinas.

—De inmediato, señor —respondió el hombre, volviéndose con una sonrisa.

—Qué pena —murmuró Gaspar, volviendo a coger a la cariñosa moza en brazos—, pero no puedo permitirme el lujo de que haya gente por ahí que sepa demasiado. Cualquier boca proclive a tratar de tales cosas en público es un peligro que la familia Cormaeril no puede permitirse.

Miró a la mujer; al observarlo a su vez con ojos esmeralda, se dio cuenta de lo que acababa de oír y abrió los ojos como platos.

—Qué pena —dijo Gaspar con una sonrisa, al apretar un segundo botón, dispuesto a llamar a otro asesino.

El hombre de la túnica pasó de largo, con aspecto malhumorado. Dos guardias inclinaron la cabeza a modo de saludo.

—Es la primera vez que veo a lord Alaphondar desde hace unos días. Me pregunto dónde habrá estado —dijo uno de los Dragones Púrpura cuando el hombre desapareció, cerrando la puerta tras de sí.

—Es mejor no preguntar, creo yo —respondió el otro guardia, encogiéndose de hombros—. Ahora está ahí dentro reunido con Dimswart, y a juzgar por cómo pintan las cosas, trae malas noticias. —Frunció el entrecejo—. Me pregunto qué...

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