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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (47 page)

BOOK: Cormyr
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—Una estupenda jornada de caza —dijo el señor elfo, volviéndose hacia el monarca.

—Me alegra comprobar que Cormyr aún ofrece algo que resulte conforme a sus gustos —respondió Galaghard, encogiéndose de hombros de forma exagerada.

—Así es, en más de un sentido —dijo el elfo, y entonces, tras titubear ostensiblemente, cabalgó hasta ponerse junto al rey y apoyó una mano grácil en su brazo—: Escúchame, humano —tuteó—, porque todos estos años, largos y sangrientos, me han conferido cierta sabiduría. Es fácil regir desde un trono lejano, pero difícil cuando tienes que hacerlo desde la vanguardia de una batalla. Es fácil mandar, pero es difícil inspirar. Es mucho más sencillo conquistar, pero complejo regir. Es por eso por lo que has triunfado en la jornada de hoy sobre esos nigromantes invisibles. Albergaba mis dudas acerca de tu suerte, también de tu valía, hasta que vi a uno de tus hermanos sacrificar la vida en el fragor del combate para darte un poco de tiempo. Semejante muestra de lealtad resulta más preciosa que todo el oro que guardes en tus criptas.

—Así es —admitió el rey, esbozando una sonrisa—. Y aquí... —Se golpeó el pecho con el guantelete ensangrentado— se valora mucho más que todo el oro que los humanos puedan guardar en las ciudades de toda Faerun. Puedo creer en mi poder, en mi autoridad, siempre y cuando los demás crean en mí. —Y dicho eso, miró a Aosinin.

—Probablemente no sepas cuán importante es —añadió el elfo—, pero debo decir que has hecho un trabajo admirable en el trato dispensado a esta tierra. Iliphar estaría de acuerdo conmigo, y también, probablemente, Baerauble.

—¿Entonces se quedará usted aquí? —preguntó el rey—. Sería un verdadero placer, puesto que así me aseguraré de que toda Cormyr sepa que si el reino ha sobrevivido ha sido por la ayuda dispensada hoy por los suyos.

El elfo hizo un gesto con la mano, dando a entender que no tenía importancia.

—Aquí nos estableceremos pues, un año o quizá dos —respondió Othorion—, pero ningún elfo de verdad puede resistir la llamada de Evermeet indefinidamente. Sin embargo, creo que, en estos bellos bosques, podremos disfrutar de una buena caza durante un tiempo.

A medida que los tres hombres acompañados por el elfo descendían lentamente la colina y sus monturas se demostraban incapaces de moverse más rápido que el mago que iba caminando, los hombres de Cormyr dieron una vuelta por el campo encharcado de sangre bajo un sol que aquella mañana iluminaba la tierra bajo el cielo azul.

Los soldados de infantería elaboraron toda suerte de historias, y contaron a sus compañeros hasta qué punto habían estado al borde de la muerte, y cómo el enemigo había perecido en su lugar; al calor del fuego, los cuenta cuentos, los juglares, hablaron en todas partes de sus hazañas. Al anochecer, todos ellos habían salvado personalmente al rey y liderado a los elfos a través del campo de batalla, en aquella la última carga que cambió el curso de la batalla y salvó al reino de Cormyr.

21
Hechizos y política

Año del Guantelete

(1369 del Calendario de los Valles)

El mago enarcó las cejas.

—Qué hechizos de protección más impresionantes —alabó observando al trío de magos contratados para la ocasión. Dos de ellos eran calishitas, cuyos símbolos en el fajín señalaban claramente que dominaban al menos dos escuelas de hechicería, mientras que el tercero era un nimbriano. A juzgar por el aspecto de los rizados domos prismáticos y los campos de protección mágica que mantenían en la estancia, cualquiera de ellos sería capaz de derrotarlo en un combate mágico. Los Cormaeril no escatimaban esfuerzos a la hora de proteger a los suyos... o en su afán por impresionar al mago real.

El hombre con el que había ido a hablar inclinó la cabeza y sonrió de forma imperceptible, una sonrisa que, sin embargo, no afloró a sus ojos, duros, oscuros y fríos.

—Ya sabe, ninguna precaución está de más —murmuró mientras esperaba, apoyado en la pared, como quien no quiere la cosa.

Uno tras otro, los magos indicaron que habían completado sus hechizos. El anfitrión de Vangerdahast hizo a cada uno de ellos un gesto con la mano, y se sentaron en un banco frente a Vangerdahast desenfundando un par de varillas para tenerlas a mano. Su propósito estaba claro como el agua. Si el sumo hechicero no se comportaba como era debido durante la entrevista, no duraría mucho en el puesto.

Vangerdahast sonrió levemente, para que su anfitrión se percatara de que había entendido su sutil mensaje. Acto seguido se sentó en un bocadito de nada sólida que había conjurado, lo cual atrajo la atención de los magos sentados en el banco, ya que ninguno de ellos lo había visto formular los requisitos de invocación preliminares. Quizás aquel viejo estúpido fuera más poderoso de lo que habían creído en un primer momento, parecían decir sus ojos.

—Estoy seguro de que usted ya sabe el porqué de mi presencia —dijo el viejo estúpido, cruzando las piernas y recostándose en el respaldo invisible.

El joven noble de mirada fría se apartó con displicencia de la pared empujándose con la punta de la bota, y se acercó hacia una mesa decorada con el escudo de armas de su familia, para depositar la copa donde se había servido un poco de vino de Dragondew.

—Le gustaría proclamarse regente de Cormyr en un plazo no superior a dos días —replicó fríamente Gaspar Cormaeril—. ¿O acaso es incorrecta la información que ha llegado a mis oídos?

—Acaba de resumir perfectamente mis intenciones —admitió Vangerdahast. Miró a Gaspar a los ojos, y añadió—: No obstante, para conseguirlo necesito apoyo. El apoyo de nobles prominentes... como, por ejemplo, los de la familia Cormaeril.

—Estoy convencido —dijo Gaspar sin apartar su fría mirada del mago— de que a lo largo de estos últimos días se ha acostumbrado a hablar con florituras y a utilizar argumentos seductores, pero de un tiempo a esta parte yo soy más partidario de ir al grano, sobre todo desde que cada palabra que empleamos me cuesta lo mío. —Inclinó la cabeza para señalar a los vigilantes magos que permanecían sentados en el banco. Vangerdahast hizo un gesto de asentimiento y extendió la mano para dar a entender que continuara. El gesto provocó que al menos tres varillas se alzaran al unísono.

»Entonces es necesario que sepa usted —prosiguió Gaspar, esbozando una sonrisa— que tengo intención de respaldarlo como regente de Cormyr, por todo el tiempo que usted crea necesario mantenerse en el puesto... siempre y cuando respete mis condiciones. No soy uno de esos que odian o temen el hecho de tener a un mago sentado en el trono; de hecho, considero que los suyos han demostrado una sabiduría y una habilidad encomiables a la hora de manejar asuntos de Estado desde hace muchos años, y que nos han salvado de buena parte de la estupidez, la vanidad y la... esto, lujuria, de los monarcas Obarskyr.

—Me complace mucho oírle decir eso. —Vangerdahast inclinó levemente la cabeza—. ¿Podría saber cuáles son sus condiciones?

—Es un auténtico placer trabajar con alguien tan... práctico —respondió Gaspar, volviendo a sonreír—. Mis condiciones son las siguientes: como regente, usted deberá aceptar trabajar con un modesto consejo de nobles. Una docena, no más, cuyo nombramiento, en un principio, yo deberé aprobar. No crea que las candidaturas a este consejo estarán reñidas con la coherencia; soy consciente, seguro que al igual que usted, de la necesidad de incluir en él a las familias nobles de Bleth, Cormaeril, Crownsilver, Dauntinghorn, Emmarask, Hawklin, Huntcrown, Huntsilver, Illance, Rowanmantle y Truesilver. —Hizo una pausa en aquella letanía, y se volvió para clavar la mirada directamente en Vangerdahast. El anciano mago se percató de que su posición no impediría a ninguno de los magos sentados en el banco lanzar todas las varillas que llevaban en la mano contra el mago supremo de Cormyr—. Antes de continuar, dígame, señor mío, ¿impedirá esta primera condición el que sigamos negociando?

—No, en absoluto —respondió Vangerdahast—. De hecho, al menos hasta el momento coincide en todo con mis propios planes. Ningún regente debería gobernar sin la ayuda y el apoyo directos de las gentes del reino.

—Me alegra oír eso —dijo el joven Cormaeril, haciendo un gesto de asentimiento—. Tengo intención de que las familias que acabo de nombrar, y creo que podríamos ponernos de acuerdo a la hora de incluir una o dos más, quizá las familias Wintersun, Marliir o Wyvernspur, puedan designar a su representante para que tome asiento en el consejo. Al principio, por supuesto, los líderes de las familias querrán asistir. Más tarde, sospecho que la mayoría de ellos delegarán este deber en miembros más jóvenes o en quienes disfruten con las intrigas. —Gaspar se permitió otra sonrisa al pronunciar estas últimas palabras, sonrisa que para variar no afloró en su mirada—. Este consejo de nobles le aconsejará en cualquier asunto y se reunirá al menos una vez cada diez días, por la tarde a ser posible. Debe usted estar dispuesto a exponer ante el consejo cualquier asunto de índole de gobierno, incluida cualquier medida relacionada con los impuestos, los magos guerreros, los Dragones Púrpura, enviados del reino a potencias extranjeras, y medidas que puedan constituir una alteración de los poderes de la corona. Ningún deber real o, más bien, ninguna de las atribuciones que tenían carácter real, recaerán en el consejo ni se ocultarán a los ojos de éste.

—Me parece bien —respondió el mago de la corte, haciendo un gesto de asentimiento—. Doy por sentado que se tratará de un consejo en el que se ejercerá el voto.

—Así es —sonrió de nuevo Gaspar—, cualquier votación que se imponga por mayoría bastará para vetar toda decisión y decreto que haya podido llevar a cabo el regente. Todas sus decisiones, milord. —Sus ojos parpadearon vueltos hacia los magos del banco, antes de posarse de nuevo en Vangerdahast, lo cual supuso una advertencia poco sutil.

—Hasta el momento parece una medida muy razonable —dijo el mago supremo del reino, sonriendo educadamente—. Confío en que todo lo relacionado con el escrutinio y la información privilegiada puedan discutirse en el consejo antes de que se lleve a cabo ninguna votación.

—Por supuesto. —Gaspar inclinó la cabeza—. Una parte integral de los poderes del consejo, desde mi punto de vista, será el derecho de cada miembro integrante a emplear como guardaespaldas particular a un mago elegido por él, cuyo nombre y afiliación tan sólo serán conocidos por usted, pese a que los demás detalles no serán puestos en su conocimiento, ni en el de los magos guerreros, otros miembros del consejo o cualquier otro servidor del Estado.

—A priori me parece una garantía de que se velará por la independencia de los miembros del consejo —dijo Vangerdahast, enarcando las cejas—, pero temo que a la larga se convierta en una grave fuente de problemas para el reino. ¿Cree que es buena idea?

—Creo que es imprescindible y necesario. —La calma de Gaspar era imperturbable—. Le aseguro, señor mago, que ninguna de mis conclusiones al respecto sobre este particular han sido apresuradas. Sin embargo, espere, porque aún faltan las otras dos condiciones, que tienen un carácter más inusual.

Vangerdahast estuvo a punto de sonreír. Aquel muchacho poseía una madurez peculiar y una verborrea calculadora que, sin embargo, no bastaba para ocultar al niño que llevaba dentro.

—¿A saber?

—Asistirá usted a todas las reuniones del consejo y disfrutará de un voto. No obstante, y lo que voy a decir debe quedar en secreto, pues el hecho de revelarlo supondría la muerte para usted, su voto estará supeditado a mis directrices o a las que tenga a bien dictar cualquier miembro de la familia Cormaeril que actúe en mi nombre.

—En otras palabras, la familia Cormaeril dispondrá de dos votos —repuso Vangerdahast suavemente—. Uno público y otro privado.

—Así es —replicó el joven—. La otra condición también debe quedar en secreto por razones obvias, y también depende de su habilidad para actuar de forma convincente. Por supuesto, jamás debe traicionar este secreto mediante acción o palabra, pero le exijo que no atienda a los consejos que pueda darle ningún miembro de la familia Illance.

—La familia rival más importante de los Cormaeril —murmuró Vangerdahast—. ¿Alguna otra condición o particular?

—Ninguna —respondió Gaspar, volviendo a coger la copa—. Por lo que veo, encuentra usted estas condiciones algo más restrictivas de lo que preveía en un principio.

—Sí, así es —admitió Vangerdahast—, pero pese a ello no carecen de una justificación, y no son insalvables siempre y cuando el consejo actúe con presteza. ¿Podría, a cambio, exigir que ningún miembro del consejo, incluyéndome yo, por supuesto, pueda demorar las votaciones, y que cualquier esfuerzo por demorar la toma de decisiones requiera, al menos, de una mayoría de dos tercios del consejo?

—Creo que esa medida es bastante razonable —respondió Gaspar, frunciendo el entrecejo—. Necesitará de un consejo que no pueda lastrar las decisiones de gobierno, por muchas justificaciones, riñas o trifulcas que pueda haber entre sus miembros.

—Sin duda —asintió Vangerdahast.

—Entonces, de acuerdo —replicó Gaspar. Bebió un trago de vino y añadió—: Huelga decir que no debe hablar a nadie de nuestros acuerdos o de lo contrario... —Inclinó significativamente la cabeza, en dirección a los magos sentados en el banco.

—Llevo algunos años siendo la quintaesencia de la discreción, señor —replicó Vangerdahast, serio—, y comprendo muy bien su importancia.

Gaspar sonrió de tal modo que parecía una serpiente satisfecha después de un banquete.

—Se estará preguntando en este momento cómo salvar mis condiciones, o si realmente necesita el apoyo de los Cormaeril, dado el elevado precio que debe pagar a cambio de obtener la regencia. Sepa, señor mío, que últimamente he estado muy ocupado; en cierto modo, lo he estado desde hace un tiempo, haciendo preguntas discretas a ciertos compañeros de la nobleza. Le advierto que he procurado que las familias nobles que he mencionado, exceptuando, quizás, a las tres familias emparentadas con la realeza, que sin duda prefieren a la princesa de la corona sentada en el trono antes que regencia alguna, nunca lo apoyen a usted, a menos que esté de acuerdo con mis condiciones. Ya puede abandonar toda aspiración a la regencia. Predigo que la princesa de la corona no tardará en desterrarlo a usted del reino, ya que, por ejemplo, ha estado pidiendo apoyo para dictar un decreto al respecto, tanto a mi familia como a otras. Claro que también puede usted optar por la regencia, siempre y cuando acepte mis condiciones.

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