Col recalentada (5 page)

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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

BOOK: Col recalentada
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Conque asunto resuelto. Cuando se iba acercando la fecha, hablé con la vieja para preguntarle cuándo quería que apareciéramos. Me soltó el típico: «A ver, déjame hacer memoria…, ¿a qué hora dijo Elspeth que iban a venir Greg y ella?»

En fin, ya os podéis hacer una puta idea. Cuando llegó el día de Navidad, Joe y yo estábamos hasta las putas narices del novio de Elspeth, el Greg de los huevos o como coño se llame. Yo estuve de pedo toda la Nochebuena con los muchachos, y Joe tres cuartos de lo mismo. Se le notaba en los ojos que también estaba reventao. Y es que la noche había sido un desmadre que te cagas. Rayas de farlopa cada cinco minutos, y venga botellas y más botellas de champán por el gaznate. Para mí la Navidad va de eso: de soltarse la melena. Sobre todo con el champán: me encanta, podría estar bebiéndolo hasta el día del Juicio Final. Será el aristócrata que llevo dentro. Sangre azul, coño.

Eso sí, al día siguiente las pasas canutas. Ya te digo.

Así que la mañana del día de Navidad, Kate y yo volvemos a tener una pelotera enorme. Me duele la cabeza que te cagas, y llevo las sienes como si algún cabrón me las hubiera rellenado de hormigón. Mientras intento prepararme para ir a casa de mi madre, y encontrándome como me encuentro, va ella y me pregunta: «¿Crees que debería ponerme algo, Frank?»

La miro y le suelto: «Ropa.»

Eso le tapa la puta boca un rato.

Entonces voy y le digo: «¿Y cómo coño quieres que lo sepa?»

Ella me mira y me suelta: «Pero ¿debería arreglarme o no?»

«Ponte lo que te dé la puta gana», le digo. «Yo no voy a vestirme de pavo real para quedarme privando y viendo la tele en casa de mi madre. Unos Levi’s, una Ben Sherman y un jersey de Stone Island; con eso voy que ardo.»

Eso parece dejarla satisfecha, y se pone unos trapos deportivos. Informal pero elegante, ¿sabes?

Eso sí, me doy cuenta a un kilómetro de que está mosqueada que te cagas. Pero yo pienso que, en fin, si quiere ponerse en plan antisocial estas navidades, es su puto problema.

Salimos a la calle y bajamos hasta casa de la vieja. Joe y compañía ya están allí.

«¿Qué tal, Franco, todo bien?», me suelta la Sandra.

«Bien», le digo yo. A mí ella nunca me ha parecido bien. Demasiado bocas. No sé cómo Joe la aguanta. Pero oye, el que la eligió fue él. Desde luego que yo no lo habría hecho. Por lo menos ella y Kate se llevan bien, y menos mal, porque así los críos dejan a Joe tranquilo y nos dejan privar en paz. Saco una lata de Red Stripe de la nevera. Me voy a coger un pedo que te cagas; la Navidad está para eso.

Les entramos a saco a las birras. Estoy allí sentado, pensando a pesar de la resaca: como el capullo ese de Greg o como se llame empiece a ir de listo, se va a llevar un puto hostión en todos los morros, ni Navidad ni pollas.

Al cabo de un rato llaman a la puerta y es Elspeth. Detrás de ella entra un tipo alto y de pelo oscuro con la raya a un lado. Va de punta en blanco, con traje elegante y abrigo: se ve que el capullo se lo tiene muy creído. A mí lo que me tocó los huevos fue la raya. ¿Sabes esas cosas que te tocan los putos huevos sin que venga a cuento? Ahora, lo que de verdad me cabreó fue el ramo de flores que llevaba. ¡Flores! ¡En el puto día de Navidad!

«Para ti, Val», le suelta a la vieja, y le da un besito en la mejilla.

Entonces el capullo se acerca y mí y me suelta: «Tú debes de ser Frank», dice mientras saca la mano.

Yo estoy pensando: ya, ¿y quién coño quiere saberlo? y tal, pero lo dejo estar porque no quiero liarla. Eso sí, el maricón pelotillero este no me ha caído nada bien, ya sabes lo que pasa con cierta gente. Por más que te esfuerces, no hay manera de congeniar con ellos, joder.

Pero hago de tripas corazón y le estrecho la mano por aquello de la Navidad y tal, paz en la Tierra y todo eso.

«Encantado de conocerte por fin», dice. «Elspeth habla mucho de ti. En términos muy elogiosos, por supuesto», me suelta el capullo.

Me entran ganas de preguntarle de qué coño va, si intenta ir de listo o qué, pero se da la vuelta y se acerca a Joe.

«Y tú debes de ser Joe», dice.

«Así es», dice Joe, estrechándole la mano pero sin levantarse de la silla. «Y tú eres el novio de Elspeth, ¿no?»

«Desde luego», dice él, sonriéndole y dándole un discreto apretón en la mano. Ella le mira con cara de embobada, como si nunca hubiera salido con un tío.

«Qué bonito es el amor», suelta la Sandra, arrullándoles como si fuera una de aquellas palomas gordas asquerosas que tenía el viejo. Me acuerdo de una vez, después de que me diera una paliza, que les estrujé el cuello a un par de aquellas cabronas. Pero lo mejor que se puede hacer con las palomas es pegarles fuego. Mola a tope verlas intentar echar a volar cuando están ardiendo y chillando de agonía. Ya os daré yo arrullos, cabronas.

A veces subía al palomar que tenía el viejo en el huerto y le pegaba fuego a un par de palomas allí mismo, o cogía una y la clavaba al cobertizo. Sólo por ver la cara del viejo cuando volvía a casa todo pedo y hecho polvo. Le echaba la culpa a todo el mundo, además; a los vándalos, a los gitanos, a los vecinos, a los dueños de los pubs. Quería matar a medio Leith. Yo me quedaba sentado en la silla de enfrente con cara de inocente y le decía: «Ayy…, ¿a cuál han matado esta vez, papá?» Y él poco menos que llorando. Antes de volver al abrevadero, el cabrón destrozaba la casa en un ataque de rabia. Cuando lo pienso…, ¡seguro que se dio a la bebida por mi culpa! Él y sus putas palomas de mierda.

La Sandra esta de los cojones. Podríamos pasar del puto pavo: metemos a la tocina esta en el horno y damos de comer a medio Leith hasta las próximas navidades. En cuanto a lo de meterle relleno, ya no lo veo tan claro. En cualquier caso, no seré yo quien se presente voluntario para esa tarea. ¡Pero ni de coña!

Así que la enorme tocina abotargada se va directamente pal novio de Elspeth. «Yo soy Sandra, la mujer de Joe», le dice al tal Greg en plan coqueta y guarrona.

El tipo se acerca y le da dos besos, uno en cada mejilla, en plan bicho raro, joder. A mí no me parece bien eso de besar a una mujer a la que no conoces en casa ajena. En navidades y en una reunión familiar. Miro a Kate y me digo que como le haga eso a ella, le meto un cabezazo. Puto maricón baboso.

Pero ella me ve que la miro y sabe cómo comportarse. La tengo bien enseñada. Sabe que más le vale no hacerme quedar mal. Tendré que tener una charla con Joe sobre Sandra; mira que avergonzarle de esa manera. Conozco a esa arpía; la cabra siempre tira al monte, anda que no. En tiempos la llamábamos «el 32» porque todo el barrio se montaba en ella. De todos modos, no es asunto mío. Así que Kate le tiende la mano para que se la estreche y ella mira hacia abajo, para no mirarle a él a los ojos.

«Yo soy Kate», farfulla.

Ahí se ha manejado bien. En fin, parece que el mensaje respecto de ir provocando a los tíos ha empezado a calar. Más le vale, joder, por su bien. Tal y como lo veo yo, cuando una chavala está con alguien, no debería ir insinuándose a otros tíos todo el rato. De una arpía así no te puedes fiar, y la confianza es fundamental en una relación.

El Greg este parece sorprendidísimo, y luce una sonrisilla. El hijo de puta este tiene algo que me da repelús. ¿Sabes esa peña que sólo te da dentera? El cabrón me recuerda al capullo aquel del agente de seguros que solía venir por casa cuando éramos críos. Siempre nos traía golosinas, unas golosinas de mierda, en plan surtidos de gominolas y demás mierda barata. Se notaba que debajo de la fachada era un capullo de lo más empalagoso. Eso sí, yo siempre le cogía las golosinas. Anda que no, joder. Pero el cabrón nunca me cayó bien.

La vieja ha estado metida en la cocina toda la mañana currándose la cena. Tiene la cara toda colorada. Le gusta echar el resto en las navidades. Yo no lo haría ni en broma. Que le den a eso de currar como un negro, pendiente de un fogón caliente el día de Navidad. Y es que no hay manera de entender lo que le pasa por la cabeza a alguna peña. Ahora intenta organizar a todo dios armando un gran alboroto con el tema de abrir todo el mundo los regalos debajo del árbol. A mí todo eso me la suda. ¿A quién le importan los putos regalos? En lo que se refiere a ropa y todo eso, tengo dinero suficiente para comprarme lo que me salga de los huevos. A mí me gusta comprarme lo que me apetece ponerme, no lo que me quieran regalar otros. Le di doscientas libras a mi piba para que comprara ropa, y a mi madre igual. Luego le di otras cien a Joe para que le comprara algo a los críos, y cincuenta pavos a Elspeth para que se comprara lo que quisiera. El único regalo que compré yo fue para mis críos, y sólo lo hice porque sabía que si le doy el dinero a June para que les compre algo, como una puta PlayStation o una bici, les habría pillado alguna mierda de plástico del todo-a-cien y el resto se lo habría pulido en puto fumeque. Así que eso fue todo. A todos los demás les dije: aquí tenéis vuestro puto regalo de Navidad, compraros lo que os salga de los huevos.

Es lo mejor, coño. ¿A qué viene tanto alboroto con el rollo de envolver los regalos? Paso como de comer mierda. Que le den a lo de envolver los regalos.

A algún capullo le voy a tener que acabar tocando la puta cara.

Estoy mirando a Kate. Le di doscientos putos billetes para ropa y se presenta en casa de mi madre vestida como un puto feto. Me está haciendo quedar mal. Elspeth se ha esforzado; lleva un bonito vestido de fiesta negro, y encima para darle gusto al baboso ese de Greg. Hasta la puta arpía de Sandra se ha esforzado. Será una gallina vieja y apestosa disfrazada de picantón, pero al menos lo intenta, coño. ¿Pero Kate? ¡Es el día de Navidad y parece un puto borrachín callejero! ¡Y encima en casa de mi madre!

Están armando todos una pelotera que te cagas con los regalos. Que si «Ayy, qué bonito» y «Ayy, es lo que siempre he querido». Luego empiezan a darme todos la brasa para que abra los míos, así que me digo: por qué no. Así les dejo contentos. Si significa tanto para ellos, coño. Kate me ha regalado una Ben Sherman de color azul pastel, y Joe y Sandra una Ben Sherman amarilla. En el paquete de mi vieja hay otra Ben Sherman negra con rayas marrones y azul claro. Supongo que le habré pedido Ben Shermans a todo dios; eso sí, con las camisetas no se puede meter la pata. Queda una, y la etiqueta pone:
Para Francis, de Elspeth y Greg. Feliz Navidad.

Me da a mí que es otra puta Ben Sherman, pero cuando arranco el envoltorio, veo que es una sudadera con el escudo nuevo del club.

«Qué detalle», dice mi madre. Y Elspeth va y dice: «Sí, es la nueva. Lleva el escudo original con el arpa y el barco y el castillo que simbolizan a Leith y a Edimburgo.» Me sonríen y empieza a tocarme los putos huevos. Intentan quedarse conmigo, joder. Para mí que comprarle a alguien la elástica oficial de un club es como decirle que le consideras un puto gilipollas. A mí no me pescan con eso puesto ni muerto. Eso se queda para los putos críos y los retrasados de mierda. «Gracias», les digo, pero apretando los dientes, ¿me entiendes?

Estoy pensando: directamente a la basura en cuanto llegue a casa, así de claro.

Si la metedura de pata fue de Elspeth lo entendería. A ver si me explico: las tías son así. Pero si cuando la compró iba con el capullo este de Greg, eso quiere decir que intenta vacilarme. Estoy que echo chispas, así que para no decir algo que no debo me voy a la cocina a pillar otra birra de la nevera. Y luego pienso que Greg es tan nenaza que seguro que él tampoco tiene ni zorra idea.

Me sigue doliendo la cabeza, así que me trago un par de Anadin extrafuertes con un buchito de cerveza. Cuando vuelvo, veo al puto capullo de Greg en el suelo jugando con los críos de Joe y todos sus juguetes. Se supone que los juguetes nuevos son para los críos, no para que ande mamoneando una maricona. Cojo a Joe, me lo llevo a la cocina y le digo: «Ojito con ese cabrón y los críos. Tiene un toque
Gary Glitter
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que te cagas, así de claro.»

«¿Tú crees?», me dice Joe, asomando la cabeza por la puerta y echando un vistazo.

«Descarao. Ya sabes lo convincentes que pueden ser esos cabrones. Ahí está el quid. Me juego lo que quieras a que ese cabrón consta en el registro de pederastas. Se les ve venir a un kilómetro de distancia.»

Mamá nos ve y se acerca. «¿Qué hacéis vosotros dos ahí de pie en la cocina bebiendo como peces? Venid aquí y sed un poco sociables. ¡Se supone que estamos en Navidad!»

«A la orden, mamá», le suelto mientras miro a Joe. El capullo este de Greg le habrá lavado el cerebro a ella —así son las mujeres, de entrada no tienen mucho cerebro que lavar—, pero Joe y yo llevamos tiempo de sobra en el mundo para ver venir a un capullo como éste sin ningún problema.

Pero será mejor tener contenta a la vieja, coño, o se pasará el resto del día con mal careto. Así que volvemos adentro con los demás y yo me siento y cojo el
Radio Times.
Empiezo a ponerle círculos a todos los programas que vamos a ver. Tal y como veo yo las cosas, alguien tiene que tomar las decisiones para evitar que todo dios acabe riñendo, conque, ya puestos, seré yo. Eso es lo que más me gusta de las navidades, relajarme con unas cuantas latas y ver una buena peli.

¡Joder, qué pasada! Dan una de James Bond. Es
Agente 007 contra el doctor No,
y está a punto de empezar, coño.

El mejor Bond es Sean Connery, joder. No querrás que haga de James Bond una puta maricona inglesa, ¿no?

Ahora, tampoco es que me parezca muy bien que haga de Bond un capullo de Tollcross. Hay gente de Leith que podría haberlo hecho igual de bien que Connery. Davie Robb, que bebe en el Marksman, tendrá más o menos la misma edad que Connery. En tiempos era un tipo duro que te cagas, cualquiera te lo dirá. Igual le daba ocho que ochenta. Tipos como él podrían haber sido buenos Bond, si les hubieran dado la puta formación y tal.

«No vamos a ver
El doctor No»,
dice mi madre. «Venga, Francis.»

«Pero si ya la tenía elegida, mamá», le digo.

Se queda ahí con los brazos cruzados, en plan cabra loca del lavadero, como esperando a que le pase el mando a distancia. Lo tiene claro. A veces me parece que mi madre se olvida de que esta casa es tan mía como suya. Puede que lleve años viviendo fuera, pero es la casa donde me crié, así que siempre la considero mi casa. Creo que a veces se le olvida.

«¡La has visto montones de veces!», se queja. «¡A lo mejor los peques quieren ver los vídeos de dibujos animados que les han regalado por Navidad!»

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