En estas páginas puedes disfrutar de una cena de Navidad con el temible Begbie de
Trainspotting
y ver cómo reacciona ante el novio de su hermana y el anuncio de su compromiso. También descubrirás que alienígenas adictos a los cigarrillos Embassy Regal tienen el plan de colocar a algunos de sus jóvenes como los nuevos gobernantes de la Tierra. Y no te sorprenderá que dos tíos que pelean por una chica guapa descubran que la amistad entre ellos es más importante. Y te divertirá reencontrarte con «Juice» Terry Lawson, y presenciar lo que sucede cuando tropieza con su antiguo enemigo, Albert Black, en un club nocturno de Miami Beach… Los relatos aquí recopilados muestran en todo su esplendor los rasgos distintivos de Irvine Welsh: imaginación desenfrenada, humor negro y escandaloso, un finísimo oído para el habla cotidiana y la habilidad para crear algunos de los personajes más memorables de la ficción contemporánea.
«Toneladas de diversión, frenesí, guarradas» (Sebastian Shakespeare, Tatler).
«La obra de Welsh continúa siendo conmovedora, repelente y escandalosamente divertida, todo al mismo tiempo» (Will Shutes, Times Literary Supplement).
«Lo primero que llama la atención es la asombrosa energía de la escritura de Welsh, el suspense, la emoción visceral de estos relatos demenciales» (Doug Johnstone, The Independent on Sunday).
Irvine Welsh
Col recalentada
Relatos de degeneración química
ePUB v1.0
Dirdam22.04.12
Título original: «Reheated Cabbage»
Publicación original: 2009
Traducción: Federico Corriente
Editorial: Anagrama, S.A.
Publicación en castellano: 2012
ISBN: 978-84-339-7831-8
Para Kris Needs
Sólo uno de estos relatos, «Miami soy yo», es nuevo, en el sentido de que no había sido publicado con anterioridad. A lo largo de los años han ido apareciendo versiones de los demás relatos en diversas publicaciones que en su mayoría han dejado de editarse en su formato original: en general bochornosas antologías
Scotsploitation
o
drugsploitation
[1]
que abundaron durante la década de los noventa, por las que debo asumir al menos una parte de responsabilidad. Perdónenme.
Quiero dar las gracias a las personas siguientes: a Harry Ritchie por «A Fault on the Line» [«Una avería en la línea»], que apareció en
New Scottish Writing
(1997); a Nick Hornby por «Catholic Guilt» [«Sentido de culpa católico»], publicado en
Speaking with the Angel
(2000): a Richard Thomas por «Elspeth’s Boyfriend» [«El novio de Elspeth»], que apareció en
Vox ’n’ Roll: Fiction for the 21
st
Century (2000); a Kevin Williamson por «Kissing and Making Up» [«Hacer las paces»], publicado en
Rebel Inc.
(1994), y por «The Rosewell Incident» [«El incidente Rosewell»], publicado en
Children of Albion Rovers
(1996); a Richard Benson y a Craig McLean, antiguos colaboradores de
The Face,
por la publicación por entregas de «El estado del partido», y a Sarah Champion, que publicó después el relato completo en
Disco Biscuits
(1997); a Toni Davidson por «Victor Spoils» [«Los despojos de la victoria»], que apareció en
Intoxication
(1998).
También quiero dar las gracias a Robin Robertson por animarme a revisar todos estos relatos y mandar a la imprenta esta recopilación.
A finales de enero de 2009, Janice Welsh y Kelly Docherty, dos de las mujeres más entrañables y vivaces que he conocido jamás, murieron de forma súbita y prematura a escasos días una de la otra. Para mí y para muchísima gente más, Edimburgo nunca volverá a ser del todo igual.
Si me lo preguntan a mí, la puta culpa la tuvo ella. Los capullos del hospital estuvieron bastante de acuerdo conmigo, aunque tampoco llegaran a decirlo a las claras, pero se les notaba que por dentro era lo que pensaban. Ya sabes cómo son esos cabrones: no pueden decir lo que les pasa por la puta cabeza sin más. Será la puta ética profesional esa o como coño se llame. Claro, teniendo en cuenta que yo no soy un puto médico, ¿eh? Con esos cabrones yo no aguantaba ni cinco minutos. Ya os enseñaría yo cómo tratar a los pacientes, cabrones.
Pero fue culpa suya porque sabía que ese domingo quería quedarme en casa viendo el fútbol; el partido Hibs-Hearts; lo dan en directo en Setanta. Y entonces va y me suelta: «¿Por qué no llevamos a los críos al pub aquel de Kingsknowe, el que tiene terraza?»
«No puedo», le dije, «el fútbol empieza a las dos. Los Hibs contra los putos Hearts.»
«No hace falta que estemos mucho rato, Malky», me contesta. «Hace un día estupendo. Los críos se divertirían.»
Así que yo pensé: pues oye, a lo mejor no es tan mala idea. A ver, que ya tenía la priva metida en la nevera para el partido, pero unos cuantos tragos antes me dejarían estupendamente para el saque inicial. Así que le digo: «Bueno, vale, pero no nos quedaremos mucho rato, tenlo claro: el partido empieza a las dos, así que para entonces tenemos que estar de vuelta.» Pensé: que se salga con la suya, y así mantendrá la puta boca cerrada una temporadita.
Así que salimos, y sí que hacía un día estupendo, sí. Vamos pal puto pub y empezamos a bajarnos unas cuantas pintas de
heavy:
[2]
ella venga a darle al Smirnoff Ice y yo a las pintas de Stella. Los críos están contentísimos con los zumos y las patatas fritas, aunque al niño tuve que arrearle por tirarle del pelo a la niña cuando el muy cabrito pensaba que no le estaba viendo. Menudo susto se llevó cuando le arreé un puto sopapo en toda la mandíbula. Le digo: «¡Y ahora no me jodas poniéndote a llorar como una nena o te comes otro!»
De todas formas, no le quito el ojo de encima al puto reloj, por el fútbol y eso, pero ella está venga a pimplarse una detrás de otra, y cuando le digo que es hora de apurar y largarnos, empieza a darme la puta barrila.
«¿No podemos quedarnos a tomar la última?», me sale ella, y entonces le suelto yo: «Venga, pero rapidita, ¿vale? Y luego salimos zumbando que te cagas.»
Así que yo apuro mi pinta en dos tragos, pero ella no puede con la puta copa. Ésa es ella cien por cien: cree que sabe beber, pero cuando llega la puta hora de la verdad no tiene fuelle. Se lo digo claro: «Venga, que tenemos que largarnos, joder.» Así que les hago un gesto con la cabeza a los críos pa que se vengan calle abajo conmigo; ella va rezagada. Puta gorda de los huevos. También fue culpa suya por eso; está demasiado gorda, coño, que lo dijo el médico; se lo dijo bien claro no sé cuántas veces, coño. Así que le grito: «¡Venga!»
Por supuesto, es incapaz de hacer otra cosa que echarme esa puta mirada que hace que me suba por las putas paredes.
«Andando, y no me pongas esa puta cara», le digo a la muy capulla.
Así que llegamos a la estación de Kingsknowe y le suelto: «Podemos acortar por aquí.» Ella se da la vuelta y empieza a caminar por el andén hacia el puente colgante. Le digo: «Venga ya, zumbada», y me bajo a la vía de un salto, ¿sabes? Entonces ella empieza a montarme el puto numerito: que si viene el tren y que si debería darme cuenta por el mogollón de gente que hay en el andén.
«Ya, pero se te olvida un detalle», le suelto, «en tiempos yo trabajaba en el ferrocarril.» Fue antes de que a Tam Devlin y a mí nos dieran la patada. Por la priva, ¿sabes? Con ese tema los muy cabrones se mosquean que te cagas. Aunque sólo te hayas tomado un par de pintas, da igual: ya la has jodido. Y la verdad es que a mí me daba bastante igual, pero no deja de ser una forma de buscar chivos expiatorios, como dijo el capullo del sindicato. Que tampoco es que sirviera de mucho, eh?
«¡Pero sí que va a venir!», insiste. «¡Están todos esperándolo!»
Echo un vistazo al puto reloj de la estación y le suelto: «¡Todavía le quedan cinco minutos! ¡Venga ya, joder!» Cojo a Claire y la bajo a la vía, la atravesamos y la dejo del otro lado del andén. El peque, el cabrito de Jason, cruza la vía escopeteao, y por fin ella se baja del puto andén como un pato. Menudo papelón, andar por ahí con la tocina esta.
Así que subo a Claire al andén y entonces oigo un ruido metálico y empiezo a notar el temblor de los raíles bajo los pies. Por cómo suena debe de ser uno de esos InterCity que no paran. Me doy cuenta enseguida: a estos capullos los han desviado para aquí por las averías que provocan las inundaciones en la otra línea. Me acuerdo que leí esa mierda en el
News.
Así que subo escopeteao y le digo a la muy tocina: «¡Dame la puta mano!»
En fin, que la cojo del cazo, pero no veas la puta velocidad que lleva el Intercity este; que, por la velocidad que llevan, parece que los cabrones estos vayan a despedazar la puta estación entera, y como ella pesa tanto, en fin, que consigo subirla a medias al andén y ella venga a gritar que si los críos y yo diciéndole que los putos críos están bien, muévete, coño, pero llega el puto tren y la pilla que te cagas, y yo no puedo hacer otra cosa que notar la fuerza que tira de ella y me la arranca de las putas manos.
Joder, casi me cago, ya te digo. Creí que acabaría en el puto Aberdeen de los huevos o algún sitio de ésos, ¿sabes?, pero sólo está unos pocos metros más allá, en el mismo andén, mirándome y gritándome: «¡Tú, puto imbécil!», delante de toda la estación, ¿eh? Así que le digo que cierre la puta boca si no quiera que se la cierre de una patada en todos los piños y que levante su culo gordo del suelo y acelere. Claire se ríe, y yo miro a Jason y le veo ahí paralizado, sin moverse del puto sitio, así que estoy a punto de arrearle un bofetón cuando la miro a ella y veo que se ha quedado sin piernas, joder, como si el puto tren se las hubiera arrancado de cuajo; intenta arrastrarse hacia mí por el puto andén, haciendo fuerza con esos brazos fofos y dejando atrás un reguero de sangre.
Lo más fuerte de todo es que entonces miro al andén y veo las putas piernas, como recién amputadas. Como a la altura del muslo, las dos. Así que le grito al enano: «¡Jason! ¡No te quedes ahí mirando, recoge las piernas de tu madre! ¡Cógelas!»
Pensé que las podríamos llevar al hospital para que se las volvieran a coser. El cabroncete se echa a llorar, descontrolado que te cagas. Alguien dice a gritos que hay que llamar a una ambulancia, y ella tirada en el suelo maldiciendo mientras yo pienso en el puto partido: el saque es dentro de diez minutos. Pero entonces me pongo a pensar que lo más seguro es que de camino al hospital la ambulancia tenga que pasar por donde vivimos nosotros, así que podría bajarme y verla luego allí, después del partido y tal. Así que empiezo yo también: «Y que lo digas, colega. Una puta ambulancia, venga.»
Claire se ha acercado a donde están las piernas de su madre y las coge en brazos y corre hacia mí, así que le suelto un sopapo al listillo de Jason en toda la mandíbula; lo acusa que te cagas, porque deja de llorar de inmediato.
«¡Joder, tendrías que haber cogido las piernas tú, tonto del culo! ¡Mira que dejárselas a tu hermanita! ¡No es más que una cría! ¿Cuántos años tienes? ¡Nueve! ¡Pues a ver si se nota, coño!»
Un viejo se arrodilla junto a ella, la agarra de la mano y le dice: «No te preocupes, todo irá bien, la ambulancia ya está de camino, intenta mantener la calma» y toda esa mierda. Otro me dice: «Dios mío, esto es terrible.» Yo le contesto: «Y que lo digas, coño, fijo que ya me he perdido los dos primeros goles, fijo.» Entonces se me acerca un retrasado que me dice: «Sé que debe de estar conmocionado, pero todo irá bien. Ella resiste. Usted intente consolar a los niños.»