Col recalentada (21 page)

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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

BOOK: Col recalentada
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«¿No lo pillas, verdad, colega?»

«No, el que no lo pilla eres tú», replicó Gavin, pero sentía que iba perdiendo confianza en sí mismo. Intentó explicarse por qué temía a Victor, que se había cortado después de que le sometiera de un solo golpe. Se dio cuenta de que era porque no podía ensañarse. La violencia era algo que le llegaba de forma reactiva, por instinto, pero no tenía la resistencia psíquica necesaria para una pelea real. Gavin no soportaba la idea de que hubiera ganadores y perdedores, pero todos envilecidos y en el fango: la violencia, hermana deforme de la economía. Era bueno que Victor se hubiera cortado.

Victor sacudió la cabeza. Exploró la placentera gama de su dolor, físico y psicológico. A través de él medía la magnitud de sus futuras represalias. Ya pillaría él al donjuán de Gavin Temperley en otro momento, pero la agresión de su viejo amigo le había dejado atónito. Parecía tan impropio de él… Lo que había hecho con Sarah también era impropio. Gav era buen tipo. Gav era legal. Se rumoreaba que había delatado a gente en su curro del paro, pero él jamás podría creer que Gav hubiera hecho una cosa así aunque los cabrones del Instituto de Empleo le hubieran puesto en ese trance. Seguro que habría dimitido. Seguro. Pero sacudirle de aquella manera, eso no era propio de Gav. En cualquier caso, calculó Victor, había sido mejor dejar que Sarah viera cómo le hacían daño, por el voto de simpatía; se dio cuenta de que aquello la había hecho dudar. Existían otras formas de dejar fuera de combate a Gavin.

«Esto ya ha pasado otras veces, Gav. Se ha ido con otros tíos. Pero siempre vuelve a mí. No digo que no me», y Victor levantó bruscamente la voz a la vez que estrellaba el puño contra la mesa, «TOQUE LOS PUTOS HUEVOS…, porque me los toca. Me duele porque ésa es mi hembra, coño.»

Gavin estaba completamente chafado. Estaba a punto de decir algo, pero se detuvo; era consciente de que su voz estaría falta de convicción, de que sonaría llena de incertidumbre.

Victor siguió hablando. «La última vez fue con Billy Stevenson. Le conoces. La vez anterior fue con el Paul ese. Paul Younger…» Escupió los nombres como si fueran veneno y Gavin se estremeció al oírlos, como si cada uno de ellos fuera un rayo. Billy Stevenson no le caía bien; era un cabrón listo y arrogante. ¿Él, con Sarah? Qué horror. Frente a eso, casi era agradable imaginarse la polla de Victor, llena de esperma y orina de cerveza, dentro de ella. Paul Younger no era mal tipo, pero anodino a más no poder. ¿Cómo era posible que una mujer como Sarah se hubiera enrollado con un puto don nadie como aquél? ¡Paul Younger, joder! Si Victor se hubiera propuesto mencionar dos nombres que pudieran dolerle más, no lo habría logrado.

«¿Billy Stevenson?», repitió Gavin. Esperaba haberle oído mal.

«Lo hizo por despecho, por la vez que yo me lié con Lizzie McIntosh.»

Conque Victor también se había tirado a Lizzie. A Gavin Lizzie le caía bien. Sabía que se prodigaba un poco. No era demasiado sorprendente que Victor y ella se hubiesen enrollado. Qué raro. Hasta entonces, Gavin nunca había imaginado que Victor y él hubieran tenido la polla metida en el mismo sitio, a excepción de los urinarios de clubs, pubs y estadios de fútbol. Ahora resultaba que se habían follado a la misma tía no en una sino en dos ocasiones al menos. Empezó a pensar en todas las otras chicas con las que había estado que pudiera conocer Victor. Edimburgo, vaya mierda de sitio: todo el mundo había follado con todo el mundo. No era de extrañar que el sida se hubiera propagado tan rápidamente. Le echaron la culpa al jaco, pero el folleteo tuvo por lo menos la misma culpa. Tenía que ser así. El mito de que los yonquis no tenían vida sexual. Había cantidad de tías consumiéndose en el hospicio que no se habían inyectado otra cosa que carne que podían dar fe de lo contrario. Pensó en su difunto amigo Tommy, el ex de Lizzie, y en la paranoia que había pasado después de follársela el año anterior. Pero no se lo podía preguntar, no podía preguntarle sobre Tommy y ella. Sabía que habían cortado antes de que Tommy se metiera jaco, pero se hizo la prueba de todos modos. Los demonios le visitaban de noche. Siempre lo hacían.

«Para mí no significó nada, tío, sólo fue un polvo, ¿vale? Ya sabes lo que pasa cuando vas hasta el culo de éxtasis», adujo Victor. Gavin se sorprendió asintiendo; dejó de hacerlo cuando pareció demasiado alusivo. Victor no dejaba pasar la menor ocasión. «Supongo que eso es lo que pasó en vuestro caso, ¿no?»

«¡Pues no, no pasó eso! ¡No pasó eso, joder! ¿Vale?»

«Pues entonces más vale que lo recuerdes así, colega, porque se acabó.»

«No, joder, lo que se acabó es lo vuestro, Vic. Esto no es como si ella se hubiera ido a la cama con un mamón como Billy Stevenson o un gilipollas como Younger. Para esos capullos no sería más que un polvo. A mí ella me importa, ¿vale?»

«¡No, no vale, joder! ¡Búscate tu propia chica y ocúpate de ella! ¡Sarah es mía! ¡La quiero!»

«¡El que la quiere soy yo, joder!»

«¡Pero si hace cinco minutos que la conoces! ¡Yo llevo tres putos años con ella!», exclamó Victor, golpeándose el pecho con la mano. «¡Tres putos
años!»

De repente apareció Ormiston corriendo: «¡Por favor! ¡Dejen de alborotar o váyanse! Tengo que sacar dos muelas del juicio.»

Gavin levantó una mano de inmediato para acallar al dentista, y luego se acercó a Victor. «¡Ahora somos ella y yo, cabrón! ¡¿Vale?! ¡Hazte a la idea, porque eso es lo que hay!»

Victor se puso en pie. Gavin retrocedió un paso y el puño de Victor pasó a escasos centímetros de su cabeza. «¡Y UNA MIERDA!»

«¡Ya está bien! ¡Fuera de aquí! Voy a llamar a la policía», chilló el señor Ormiston. «¡Fuera! ¡Ahora! ¡Esperen fuera! ¡Salgan de mi consulta! Estoy intentando extraer un par de muelas del juicio…» La voz del dentista se descompuso hasta convertirse en una acongojada súplica.

Victor y Gavin se encaminaron de mala gana hacia la salida. Ya fuera, permanecieron lejos el uno del otro; Gavin se sentó en las escaleras mientras Victor seguía apoyado sobre la verja de hierro forjado del inmueble georgiano.

Se miraron fijamente durante un minuto, antes de apartar la vista. Gavin empezó a reírse con suavidad, y muy pronto lo hizo a mandíbula batiente. Victor se sumó. «¿De qué coño se supone que nos reímos?», preguntó, sacudiendo la cabeza.

«Esto es una locura, tío, una locura que te cagas.»

«Sí…, vamos a echar un trago», propuso Victor, señalando un pub situado en una esquina.

Entraron y Gavin pidió dos pintas de rubia y las abonó. Pensaba que debía pagar él; se sentía culpable por lo del mentón de Victor. Además, Victor no trabajaba, que él supiera, aunque tampoco aparecía por la oficina del paro de Leith.

Se sentaron en un rincón, dejando cierto espacio entre los dos.

Victor miró con gesto ceñudo su burbujeante pinta. «Por mí», brindó sin levantar la vista antes de añadir: «No sé cómo puedes decir que la quieres.» Levantó la cabeza con gesto suplicante y miró a Gavin a los ojos. «Ibas de éxtasis, tío.»

«Fue a la mañana siguiente.»

«Sigue estando en el organismo.»

«No dura tanto. No…, no hicimos nada por la noche…, quiero decir, no puedo hacer el amor cuando voy de éxtasis, a ver, puedo hacer el amor pero no se me levanta, ¿me entiendes?» Gavin se detuvo al ver cómo la rabia contraía las facciones de Victor.

«Sigo sin creer que la quieras», bufó éste, aferrando la mesa con suficiente fuerza como para hacer palidecer sus nudillos.

Gavin se encogió de hombros, y de repente pareció inspirarse. «Mira, tío, dicen que el éxtasis es como un suero de la verdad. Se lo dan a parejas que están en terapia y tal…»

«¿Y?»

«Que sí la quiero, coño. Te lo demostraré.» Gavin sacó una pequeña bolsa de plástico del bolsillo de reloj de sus vaqueros, sacó tímidamente una pastilla y se la tragó, bajándola con un trago de cerveza. Hizo una mueca y luego dijo: «Eres tú el que no la quiere, para ti no es más que una adicción que no puedes dejar. Tienes miedo al rechazo. Eso es todo, Vic, ego masculino de mierda. Tómate una de estas pastillas y luego, cuando te haya subido, dime que la quieres.»

Victor le miró con expresión dubitativa. «No tengo la pasta, tío…»

«Al carajo con la pasta, esto es importante. ¡Invito yo!»

Generoso y pagado de sí mismo, Gavin buscó otra pastilla dentro de la bolsa.

«Hala, venga.» Victor extendió la mano, cogió la pastilla de manos de Gavin y se la echó rápidamente al coleto.

Para ser un domingo a la hora de comer, el pub estaba extrañamente desierto, con la salvedad de un vejete que estaba tomándose una pinta mientras leía el periódico, y que parecía un arquetipo de satisfacción.

«Muy tranquilo por aquí hoy, ¿eh, amigo?», le preguntó Gavin con una sonrisa.

El anciano le contempló con una expresión levemente suspicaz. «Acaba de cambiar de dueños. Todavía no han empezado a servir comidas.»

«Ah…»

Gavin se acercó a la gramola para echarle de comer. Estaba apagada. Sonaba un hilo musical. Eran los
Greatest Hits
de Simply Red. «Es una cinta», le dijo a Victor, que frunció el ceño con desagrado antes de volverse en el asiento y aproximarse rápidamente a la barra.

«¿Qué pasa con la gramola?», le preguntó a la jovencita que estaba tras la barra limpiando unos vasos.

«Está estropeada», dijo ella.

Victor buscó una cinta en el bolsillo de su chaqueta bomber. Era el
Platinum Breaks
de los Metalheadz. «Venga, ponme ésta, anda.»

«¿Qué es?», preguntó la camarera.

«Un poco de bajo y de sección rítmica, ¿vale?»

La chica miró con cierta inquietud al viejo que leía el periódico, pero cedió y puso la cinta en el aparato.

Veinte minutos después, Victor y Gavin estaban colocados y meneando el esqueleto en el suelo del pub desierto. El viejo de la pinta levantó la vista y les miró. Victor le saludó con el pulgar hacia arriba y le dio la espalda. La música estaba impregnándoles por todos lados. La pastilla era excelente.

«J Majik. Espera a oír a este cabrón», le gritó Victor a Gavin.

Tras unos botes más, se sentaron para relajarse y charlar.

«Fua, tío, estas pastillas son fuertes de la hostia; desde luego, son mejores que la mierda que me metí anoche», reconoció Victor.

«Huy, sí, son de lo que no hay.»

«Oye, colega, esto no tiene que ver contigo y conmigo, eso ya lo sabes, ¿no?» A Victor le costaba expresarse. Al fin y al cabo, se trataba de él y de Gav.

«Te voy a decir una cosa, Victor, y te seré totalmente sincero: te respeto, tío. Siempre lo he hecho, y sí, te quiero. Eres un amigo. Sé que siempre nos hemos visto con otra peña por medio, como Tommy cuando estaba vivo, Keezbo, Nelly, Spud y todos ésos, pero así son las cosas. Te quiero, tío.» Gavin abrazó a Victor con fuerza; su amigo hizo lo propio.

«Tú también me caes bien, Gav, tío, lo sabes…, la verdad es que eres uno de los tíos más legales que conozco. Nadie dice nunca una mala palabra de ti, tío.»

«Pero, tío, lo de Billy Stevenson…, eso me ha dejado totalmente alucinado, tío…»

«A mí me dejó hecho polvo…, te lo aseguro. Preferiría que se hubiera tirado a cualquier puto borrachín antes que a ese capullo.»

«Yo también. Nunca he podido aguantar a ese gilipollas.»

«Pero ése es su rollo, espera a que una tía se sienta un poco vulnerable y un poco baja de fuerzas, y entonces entra a saco en plan meloso…»

«Yo no soy así», dijo Gavin, «la cosa no fue así entre ella y yo. No habría seguido adelante si no hubiera tenido claro que lo vuestro era historia, Vic. Nunca me liaría con la chica de un colega. Quiero decir, ni siquiera se me había pasado por la cabeza pensar en ella una sola vez hasta anoche en el Tribal, tío. Créetelo, tío, te lo digo en serio, joder. Te lo juro por la vida de mi madre.»

«Te creo, tío, pero es que es difícil de aceptar, después de tres años…»

«Pero oye, colega, ¿estás seguro de que os seguís queriendo? ¿No se ha echado la cosa a perder? A lo mejor te estás aferrando por el motivo que sea, a lo mejor en el fondo sabes que…, quiero decir…, como lo mío con Lynda, tío…, tengo que ser sincero, era como…, ya no había nada, tío, ya no había nada y yo no hacía más que aferrarme a ella. No sé para qué, pero es lo que hice.»

Victor meditó un poco sobre aquello. Seguía agarrado a Gavin; parecía importante que así fuera. Ahora el dolor de su mandíbula palpitaba deliciosamente. Estaba rodeando los hombros de Gavin con un brazo y la mandíbula le palpitaba con el arrebol de una honda comunión. Quizá fuera posible, quizá fuera cierto que todo había terminado entre Sarah y él. Últimamente habían tenido unas peleas terribles. Desde que sus mutuas infidelidades habían salido a la luz, entre ellos había una tensión y una desconfianza que ahora parecían algo más que un malestar que podrían superar. A lo mejor debería dejarlo estar y seguir con su vida.

El pub vibraba con el sonido de Photek. «Joder, qué cinta, ¿eh?», reconoció Gavin.

«Metalheadz, tío, los putos amos. Aquí en Escocia la gente no ha visto
drum ‘n’ bass
de verdad.»

Gavin sabía que Victor bajaba a Londres al menos una vez al mes para las sesiones Sunday Metalheadz del Blue Note. Él había tardado más en pillar esa onda, porque sus gustos eran más garajeros y souleros, pero ahora era evidente. Aquello era música de película. Su película. Dos amigos, dos compadres, dos guerreros urbanos de los Hibernians luchando por el corazón de una hermosa mujer a la que ambos amaban. Ésa era la banda sonora de aquella horrible y maravillosa película. La vida. Era un absurdo repugnante y al mismo tiempo precioso. «Oye, colega, pase lo que pase con Sarah quiero que sigamos siendo amigos. Quiero bajar a Londres contigo un día a uno de los bolos esos de Metalheadz.»

«Guay», dijo Victor, dándole un suave achuchón a Gavin.

Gavin besó a Victor en la mandíbula. «Perdona, tío, perdóname por haberte pegado, Vic.»

«Tengo que reconocer que fue una hostia de las guapas, Gav. Es la primera vez que te veo sacudirle a alguien. Siempre te vi como una especie de gigante pacífico. Spud decía que en el colegio había que tener cuidado contigo, pero, en fin, ¿qué iba a decir Spud, eh? Es un tío estupendo, pero lo que dice no hay que tomárselo al pie de la letra. La verdad es que me dejó bastante alucinado. El puto Gav, tío: ¡pam!», dijo Victor mientras se acariciaba la mandíbula. «Eso sí, Gav: ahora mismo la sensación es de puta madre, el latido y tal, ¿sabes?»

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