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Authors: Lluís Hernàndez i Sonali

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Certificado C99+ (5 page)

BOOK: Certificado C99+
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Fidel no era como Rosa. No se pasaba las horas argumentando sobre la existencia del amor y el enamoramiento… Fidel tenía claro, con una conciencia clara y absoluta, que el y Rosa no podían vivir uno sin el otro.

Dentro de un rato —de aquí a cinco minutos— saldría hacia el aeropuerto. Sería su luna de miel, por así decirlo, porque no necesitaban pasar por ningún registro para certificar lo que ellos ya tenían claro. Y después, cuando volvieran, esta casa que ahora era de él ya sería, para siempre, la casa de los dos. Fidel tenía muy claro que Rosa cambiaría cosas, que tirarían algunas y comprarían otras. Le parecía muy normal, muy bien.

Como los certificados.

Habían sido idea suya. Como símbolo de su nueva vida. Cada uno de ellos pondría su vida en manos del otro. Y lo habían hecho.

Habían pedido dos certificados, uno para cada uno; y los dos lo habían pedido lo más largo posible, sin reparar en el precio. A partir del C60 hacia abajo, hasta donde hiciera falta…

C60. Sesenta años más de vida significaba vivir hasta los ochenta y cuatro. Si los vivía con ella, ¡serían sesenta años muy cortos! Si ella moría antes, los demás le sobrarían…

Y habían tenido una idea: cada uno miraría el certificado del otro; cada uno sabría los años de vida que le quedaban al otro, pero no los propios. Y ambos se comprometían a hacer todo lo necesario para que el otro fuera feliz hasta el último día de su vida.

***

En el aeropuerto, muy juntos, fuertemente abrazados, se sometieron al último certificado de grupo que harían. Los nuevos certificados, que ella llevaba en la bolsa, no los abrirían hasta que hubieran llegado al hotel: sería su primer regalo común, el inicio de la nueva vida.

***

Pronunciaron, con gran seriedad, la frase que habían acordado y que en un primer momento les pareció cursi y forzada… Pero ahora no se lo pareció:

—Fidel: aquí tienes mi vida.

—Rosa: aquí tienes mi vida.

Sí, era una frase cursi, y por eso rieron, pero los dos sabían que sólo era una frase: en realidad, vivían juntos desde el momento en que se conocieron, desde el momento en que ambos comprendieron que, como se decía antes, habían nacido uno para el otro.

Habían quedado en que abrirían los certificados cuando estuvieran solos. Eran conscientes de que uno de los dos viviría más que el otro. Podría suceder que uno viviera muchos años y el otro muriera joven. No querían tener la tentación de mirar a los ojos del otro para adivinar el futuro. El futuro sólo podía ser en plural.

***

Ella lloró. Por el certificado de su hombre. ¡Era tan poco tiempo! La vida que se había imaginado, sin imaginársela, por supuesto, tan larga, sería, en cambio, tan corta… Y después, de manera cierta y fría, supo que él tenía que ser feliz. No serían los sesenta años de felicidad, ni los cincuenta con los que, entre bromas, se conformaban los dos.

¡Pero Serían felices!

Rosa se maquillaba ante el espejo. Para él, y también para ella misma. Porque sabía con certeza que su propia vida, de una u otra manera, tampoco tendría sentido cuando él muriera.

***

Él no lloró. Con el certificado de Rosa entre los dedos, decidió que no tenía tiempo para llorar. Unos días antes pensaba que veinte o treinta años ya eran un regalo enorme y que era muy irracional, muy egoísta, desear vivir sesenta años de felicidad, tanto como querer trescientos.

Si uno quiere, la felicidad se puede condensar en un año, en un día.

No necesitaba recordar la promesa: ¡Rosa Sería feliz mientras viviera!

***

Fue para los dos la noche más feliz y, por tanto, más infeliz de su vida. Cenaron, bailaron, pasearon bajo la luna, por la orilla de un mar del que nunca más volverían a disfrutar.

Después de hacer el amor, se abrazaron. Con los ojos cerrados. Los dos sabían que al día siguiente el otro no viviría.

LEY ÚNICA DEL CERTIFICADO

Artículo 100

El cumplimiento del artículo 48 de esta Ley Única, la Corporación del Certificado garantiza el derecho a la intimidad y a la salvaguarda de los datos de las personas, en especial en todo lo que se refiere al contenido de los certificados individuales o colectivos, con la limitación contenida en el artículo 99 y en su desarrollo reglamentario.

Julia y el encargado

Julia era satinada

Julia, por supuesto, nunca había oído hablar de personas satinadas, ni sabía que quería decir eso, pero estaba muy inquieta. Tenía tanto miedo como nunca había tenido, ni siquiera aquella noche en la que dos hombres la habían seguido a la salida del trabajo y le habían vaciado la cartera. Había pasado mucho tiempo desde entonces, pero, todavía ahora, Julia tenía miedo de caminar sola por la calle, a no ser que hubiera mucha gente junto a ella.

Pero este miedo era totalmente diferente.

La habían ido a buscar al trabajo, al supermercado. Julia trabajaba en la sección de perfumes y joyas para mujer, detrás de un mostrador muy pequeño que Julia se encargaba de mantener siempre muy limpio. A Julia le gustaba, sobre todo, atar un pequeño cordel alrededor del paquete recién hecho, y enlazar los extremos. Aquella mañana, precisamente, estaba colocando una pegatina en el nudo del primer paquete que hacía, una cadena y unos pendientes a juego, cuando de repente se encontró con el encargado a su lado. No lo había visto, seguro, porque estaba muy atenta a lo que hacía y en un instante repasó con la mirada el mostrador y los cajones inferiores para ver si todo estaba en orden, porque sabía que el encargado, aunque sólo tenía tres o cuatro años más que ella, era un hombre muy exigente. Le parecía que lo tenía todo bien arreglado y, mientras le daba el paquete a la clienta, procuró que no le saliera la voz demasiado temblorosa:

—Buenos días, señor Martín.

—Julia —le dijo el señor Martín sin devolverle el saludo—. Hay dos señores que te esperan en mi despacho. Cierra la caja mientras le digo a Mina que se ocupe de ella.

—Sí, señor Martín, ahora mismo —respondió Julia como pudo: ¡dos hombres en el despacho del encargado! Le faltaba el aliento mientras se imaginaba qué podían querer, qué desgracia le había caído encima. Hacía mucho tiempo que Julia sabía que las sorpresas nunca auguraban nada bueno.

Llamó a la puerta, y uno de los dos hombres la abrió. El otro estaba sentado en la silla del encargado, y esto hizo que crecieran los presentimientos de Julia. Tenían que ser personas muy importantes para que pudieran ocupar el despacho del encargado de aquella manera.

El hombre sentado habló de manera muy amable, lo que no ayudó a que Julia se calmara, al contrario:

—Siéntese, señorita —Julia se sentó con las rodillas muy juntas y no sabía si mirar al hombre del otro lado de la mesa o al que se había quedado de pie junto a la puerta.

—El mes pasado —continuó aquel hombre, que tenía unos papeles delante, como si tuviera cosas apuntadas en ellos—, usted fue de viaje…

—Sí, sí señor —dijo Julia, porque el hombre había hablado como si le preguntara—. La empresa nos pagó un fin de semana en las islas a quince chicas… Hicieron un sorteo, y me tocó.

—Y, aquí lo tengo anotado, el año pasado usted fue, me parece que con todo su colegio, de viaje de fin de curso, no…

Julia contestaba maquinalmente, sin pararse a preguntarse a qué venía todo aquello:

—Sí, sí señor, estudie en la Técnica Comercial… Es una de las mejores escuelas. Por eso —dijo muy satisfecha— encontré este trabajo tan pronto. Pero…

Julia dijo aquel «pero» sin darse cuenta, y enseguida se arrepintió de que se le hubiera escapado, porque no quería que aquellos señores pensaran que le molestaba que le hicieran aquellas preguntas… Pero es que realmente Julia estaba desconcertada. No entendía qué estaba pasando.

El hombre no se enfadó. Incluso a Julia le pareció que sonreía…

—No se inquiete, señorita, no pasa nada malo. Sólo estamos haciendo un estudio.

Y continuó:

—Somos agentes de la Corporación del Certificado. Estudiamos algunas incidencias…

—¿Del Certificado? —repitió Julia. Por tanto, no tenía nada que ver con el trabajo. Pero entonces, ¿qué hacían allí? Pero Julia sabía que la Corporación era muy importante. Nunca había conocido a nadie que trabajara para la Corporación.

Entonces habló el otro hombre, y Julia pudo comprobar que era más joven que el que estaba sentado:

—Al final, tuvieron que viajar en autobús, ¿no es verdad? Quiero decir, en el viaje de fin de curso…

—Sí, y perdimos dos días, porque el colectivo no funcionó —Julia contestó sin darle importancia.

—Y el mes pasado…

—Fuimos en ferry a las islas… —en ese momento Julia reparó en la coincidencia y le salió la voz atropellada—. El colectivo del aeropuerto tampoco…

—Señorita —dijo el hombre sentado—, ¿usted ha viajado en avión alguna vez?

***

Julia, efectivamente, nunca había viajado en avión. Las dos veces que había llegado al aeropuerto, el viaje se había tenido que alterar porque el colectivo no había funcionado.

Lo que Julia no sabía, y lo que los agentes tampoco le explicaron, es que, aunque los certificados habían dado negativo en los dos casos en los que ella lo intentó, ninguno de los componentes de los dos grupos había muerto. Ni en el caso del viaje de estudios de la Técnica, ni en el del viaje pagado por la empresa.

En ambos casos, el certificado había sido negativo, y en ambos, todos los componentes del grupo estaban vivos. Lo que Julia tampoco sabía era que ella era la única persona que había formado parte de los dos grupos.

***

La dejaron sola en el despacho del encargado un rato y cuando volvieron los acompañaba el encargado, aunque fue el agente de la Corporación el que se volvió a sentar.

Le explicaron que era muy importante que los ayudara en su estudio sobre los certificados negativos. Que necesitaban hacerle pruebas. Que posiblemente tardarían una semana.

El encargado, sin que nadie le preguntara nada, le aseguró que por parte de la empresa no había ningún inconveniente, y que no sólo le reservarían el puesto de trabajo, Sino que le pagarían el sueldo completo, como si estuviera trabajando, durante todo el tiempo que estuviera colaborando con la Corporación.

A Julia sólo se le ocurrió:

—Tendría que decírselo a mis padres…

El agente fue otra vez muy amable, pero también muy firme:

—No. Les diremos que la empresa le envía a la capital a hacer un curso. Los podrá llamar desde el coche.

—¿Y cuánto tiempo…? Tendría que ir a buscar ropa…

—No se preocupe, señorita. La Corporación se encarga de todo. Ya lo verá… Será como ir quince días de vacaciones.

***

La trataban muy bien. De hecho, a Julia nunca la habían tratado tan bien. Hablaba con sus padres cada día, si quería; y no tenía que preocuparse de nada, incluso le limpiaban la habitación, le cambiaban las sábanas y le daban ropa limpia —y nueva— cada día. Julia vivía como en un sueño, pero siempre tenía un gran peso en el pecho, porque aún no sabía si era un sueño o una pesadilla.

Era como en un hotel. Después de desayunar, en el comedor, iban a una especie de gimnasio, con el techo muy alto. Ella y diez o doce personas más. Tenían que mantenerse de pie en el centro del gimnasio y esperar mientras les hacían los certificados.

Un señor que llevaba una bata como de médico les había asegurado que los rayos del certificado no tenían ningún peligro, que eran inofensivos…, pero Julia se habría quedado más contenta si no lo hubieran repetido tantas veces…

Cada vez que hacían un certificado, retiraban a una persona del grupo. Y eso, diez, quince veces. Después iban a comer, y se acabó. El resto del día podían hacer lo que quisieran, en las habitaciones, en los jardines… Incluso había una piscina.

Julia hizo una amiga, otra chica de su edad llamada Noelia. Noelia, que era muy lista y quería ir a la universidad, porque había acabado los estudios garantizados con muy buenas notas, fue quien se lo dijo:

—Creo que somos satinadas.

***

Noelia había pedido el certificado obligatorio para ir a la universidad. El C10 dio negativo, pero no se lo dijeron, porque a las personas muy jóvenes no se lo decían enseguida. En cambio, le hicieron un C1, que tampoco salió. Entonces, en el viaje de final de curso con sus compañeros de instituto, el colectivo de un día tampoco funcionó, y al final se comprobó que todos sus compañeros de clase sí daban positivo. Era ella. Pero había pasado el día, y una semana, y todavía seguía viva.

Había llegado al hotel un par de días antes que Julia. Y había oído varias veces a los agentes de la Corporación decir la palabra «satinado».

―¿Y qué Significa eso de satinadas? —preguntaba Julia, porque con Noelia no tenía miedo.

—Pues que no somos brillantes, como las fotos: hay papel brillante, papel semi y papel satinado. El brillante es brillante, y el satinado, satinado, ¿no?

—¿Y eso qué quiere decir?

—No lo sé seguro. Son cosas que he oído. Pero lo que ocurre es que cuando nos enfocan con la luz para hacer el certificado no la reflejamos, o la reflejamos mal… Y el certificado no sale.

—¿Y eso quiere decir que nos moriremos?

—¡No, claro que no! Es decir, sí nos moriremos, pero cuando nos toque… Dicho de otra manera, a nosotras no nos pueden hacer el certificado porque siempre daremos negativo.

***

Julia envolvía un paquete. Un paquete pequeño, de los que a ella más le gustaban. Desde el día en que había vuelto, el encargado la miraba de manera diferente.

Julia había tenido miedo a que la echaran del trabajo, aunque le habían prometido que no… A fin de cuentas, se la habían llevado los agentes de la Corporación. Y además le habían dicho que cada tres o cuatro meses la volverían a llamar para hacer alguna prueba más. También tenía miedo a que la miraran mal, como si fuera sospechosa de algo…

Pero no. El encargado la había recibido con mucha amabilidad y, aunque le había dicho que no perdiera mucho tiempo charlando con las otras dependientas, que seguro que le harían muchas preguntas, después no se molestó cuando las vio a las cuatro juntas, hablando. Claro que entonces no había nadie comprando, pero en otro momento igual las habría reñido y las habría enviado a cada una de ellas a su mostrador. En cambio, entonces se acercó a ellas y se puso a escuchar él también lo que le preguntaban…

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