Certificado C99+ (3 page)

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Authors: Lluís Hernàndez i Sonali

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

BOOK: Certificado C99+
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En cambio, ahora, las preocupaciones quedaban ya muy lejos y se podía dejar llevar por una completa sensación de bienestar sin urgencias.

La niña que ahora la llamaba abuela era ya casi una muchacha de pelo largo que le colgaba sobre los hombros, pero Jessica aún recordaba la primera vez que había visto aquella cara redondeada, aquella vocecita menuda, aquellos ojos brillantes que Siempre la miraban con admiración y envidia. Muy pronto la cara redondeada se alargaría, la voz Sería una voz de mujer y la niña sería una muchacha que probablemente ya no se sentiría tan a gusto haciendo compañía a su abuela. Pero, entre tanto, Jessica lo aprovechaba.

Hacía muchos años que Jessica se había jubilado. En realidad, para ella la jubilación no había sido ni el final de la vida ni un merecido descanso. Nunca había comprendido, y tampoco las comprendía ahora, a esas personas que siempre se quejaban del trabajo pero que no se jubilaban a la primera oportunidad que tenían. Jessica no comprendía a quienes se empeñaban en seguir trabajando hasta la muerte y no se jubilaban cuando podían hacerlo.

Ella había sido juiciosa. Lo decía con orgullo y sin presunción alguna. Había aprovechado las ocasiones que la vida le había ofrecido, que habían sido muchas, porque había sido afortunada… Pero ella sabía perfectamente que otras personas habían tenido las mismas oportunidades, incluso mejores, y no las habían aprovechado como ella había hecho. Había tenido suerte, pero nadie le había regalado nada; al contrario, tuvo que luchar contra muchas envidias y tuvo que eludir muchas trampas que otras personas habían puesto en su camino.

Y ahora, con su nieta al lado, podía constatar con orgullo que había conseguido un empleo importante, ciertamente privilegiado, que le había permitido conseguir, entre muchas otras cosas, un C99+.

Pero lo que más le gustaba recordar es que había sabido dejarlo a tiempo. Como quien dice, estaba en un momento culminante de su carrera, un momento de éxito en el que tenía las puertas, todas las puertas, abiertas. Habría podido ser directora, e incluso habría podido llegar a ser la primera presidenta.

Y ella había preferido dejarlo todo. Para vivir, para dedicarse a su hija y, sobre todo, para dedicarse a ella misma.

Y ahora, jubilada desde hacía muchos años, sentía el placer de sentarse en una butaca, de cuidar su jardín, de releer libros y, especialmente, de saberse admirada y escuchada por su nieta, la pequeña Jessica.

—¿Que que hice? En primer lugar, Jessica, lo más importante: no perder la calma. Pensar. Confiar en la capacidad del pequeño cerebro que todos tenemos y que no todos sabemos aprovechar. Mucha gente, entre ellos el señor Santana, que entonces era mi director, perdió los nervios; no digo que echasen a correr, ni que destrozaran papeles, ni cosas por el estilo; pero fueron incapaces de pensar con serenidad. No se lo reprocho. Seguramente era la primera crisis seria a la que se enfrentaban dentro de la Corporación.

—¿La primera, abuela?

—Sí, hija mía, la primera. Hasta entonces, el sistema nunca había fallado. Y si había fallado, nadie se había enterado. Aquella fue la primera vez que se detectó que algo había funcionado mal y, por tanto, todos adquirimos conciencia, por primera vez, de que las cosas
podían
funcionar mal, incluso en la Corporación. Dentro de unos años estudiarás la física oscura y comprenderás cómo funciona todo…

—¿Qué es la física oscura, abuela?

—Espera, déjame que te lo explique a mi manera… Porque si te digo que es la física que estudia la energía oscura, te quedarás igual. Ya te he dicho que cuando seas mayor lo estudiarás… porque creo que serás tan inteligente como tu abuela… Quiero decir que ya lo eres… Mira, ya hace mucho tiempo que se descubrió que, además de las cosas que vemos y que podemos medir o contar, hay muchas otras cosas hechas de una materia que, para entendernos, llamamos «oscura». Como la de los agujeros negros, que supongo que no sabes que son.

—No…

—Bueno, es igual, ya lo estudiarás. El caso es que un científico muy importante que se llamaba Twint y que había dedicado muchos años de su vida a estudiar la física de la energía y de la materia oscura descubrió que se podía enviar un rayo de energía «negra» hacia un agujero negro, de manera que ese rayo no se perdía en el interior del agujero, sino que se reflejaba en él y volvía hacia el lugar desde donde se había enviado… con una pequeña diferencia.

—¿Qué diferencia, abuela?

—Una diferencia de tiempo… Entre el momento en que se enviaba el rayo y el momento en que se podía recoger la reflexión pasaba un tiempo… A ver cómo te lo explico… Tú sabes que la luz va muy aprisa, ¿no?

—¡Pues claro! Va tan aprisa que parece instantánea, aunque no lo es. De hecho, no hay nada que pueda ir más aprisa que la luz…

—Y Supongo que también sabes que hay cosas, como las estrellas y las galaxias, que están tan lejos de nosotros que su luz ha tardado años y años en llegar hasta aquí…

—Sí… bueno, más o menos…

—Es decir, que la luz que vemos ahora, en este momento, salió de aquella estrella hace un tiempo, incluso años.

—De acuerdo.

—Y también sabes que, a partir de la luz que vemos, podemos saber cosas del cuerpo que nos la ha enviado: de qué material está hecho, y cosas así.

—Sí, Sí que lo sé, aunque no acabo de entender cómo se puede saber.

—No importa. Lo importante es que sepas que la luz que nos llega de un cuerpo luminoso, como una estrella, nos da información sobre cómo es esa estrella. Y si la luz ha salido de ella hace un año, la información que tenemos es sobre cómo era aquella estrella hace unos años, no sobre cómo es ahora… ¿Lo entiendes?

—Es lógico, ¿no, abuela?

—Pues claro que sí, aunque la gente no lo ha tenido siempre tan claro… Pues con los rayos de energía o de luz «oscura» pasa lo mismo que con la luz «visible»: que tarda un tiempo en llegar. La luz «oscura» viaja también a la velocidad de la luz…

—Es decir, a la máxima velocidad posible…

—Efectivamente, pero lo que ocurre es que hay una diferencia entre la luz «normal», la que vemos cada día, y la luz «negra»…

—¿Cuál, abuela?

—Pues que van en direcciones diferentes: una viene hacia aquí, y la otra va en dirección contraria. Por decirlo de otra manera, una va hacia delante, y la otra, hacia atrás. Y así, si con la luz visible podemos saber cómo era una estrella hace mucho tiempo, porque la luz que nosotros vemos salió de la estrella hace mucho tiempo, con la luz oscura podemos ver…

—¿Qué…?

—A ver silo adivinas. Si una luz va en una dirección y podemos ver el pasado, y la luz oscura va en dirección contraria, ¿qué podemos ver?

—¿El futuro, abuela?

—¡Muy bien! Ya decía yo que eres tan lista como tu abuela: con la luz oscura reflejada en un agujero negro, podemos ver el futuro. Es decir, podemos ver cómo será aquel rayo en el futuro, un futuro tanto más distante cuanto más lejos de nosotros este el agujero negro…

***

—¿Y que pasó con aquella señora que murió aunque no le tocaba morirse, abuela?

—Cada cosa a su tiempo, Jessica, ahora te lo cuento. ¿Seguro que ya entiendes cómo funciona el sistema de los certificados?

—Explícamelo otra vez…

—De acuerdo. Ya sabes que podemos enviar un rayo de luz negra a un agujero negro y captarlo otra vez después de reflejarse en él. Se necesita un sistema de satélites, claro, y muchas complejidades añadidas… Pero, en resumen, el rayo que leemos corresponde al rayo que hemos enviado… con un tiempo de diferencia, quizás unos días, quizás unas horas, incluso unos años…

—¿Y eso quiere decir que podemos ver el futuro?

―Más o menos, pero no del todo… Supongo que algún día encontrarán la manera de ver el futuro, pero ahora sólo podemos ver una cosa: si hay futuro o no.

—No lo entiendo…

—Me parece que sí lo entiendes: no podemos ver cómo es el futuro, pero sí podemos ver si hay futuro o no. No podemos saber cómo será una persona de aquí a unos días, pero podemos ver si esa persona aún existirá de aquí a unos días… o unos años. Especialmente, lo que podemos ver es una diferencia muy clara entre el rayo que emite una persona viva, tanto si es un animal como si es una planta, y el que emite una cosa que no está viva… Como los minerales… y como los animales o las plantas
muertas
.

—Ahora sí que lo entiendo.

—De acuerdo. Pues bien: cuando se descubrió la luz negra y se comprobó su importancia, se fundó la Corporación del Certificado, que se dedicaba —y se dedica— a decir a una determinada persona si aún existirá al cabo de un tiempo. Cuanto más lejos, más caro, por supuesto, y más difícil. Porque tarde o temprano, todos tenemos que morir, ¿no?

—Pues claro, abuela… Pero tú no te morirás, ¿no?

—Te lo prometo. El caso es que la Corporación podía certificar que una persona aún estaría viva al cabo de un año, o de diez… Imagínate lo que esto significaba para las compañías de seguros, para los bancos que habían de conceder créditos, incluso para la mujer que decidía tener un hijo y quería saber si lo podría criar o no…

—Pero ahora los certificados son obligatorios, ¿no?

—No, no. Nadie puede obligar a una persona a hacerse un certificado. Pero hay excepciones, hay casos en los que es obligatorio tener un certificado… Por ejemplo, ya hace mucho tiempo que se exigió que todas las personas que fueran a coger un avión tuvieran un certificado que garantizara, al menos, el tiempo que tardaría en llegar al aeropuerto de destino…

—Pero si dices que no era obligatorio… Y que era muy caro…

—Por eso se establecieron los certificados colectivos: se hace un certificado a un grupo de personas, que sólo da positivo si todas seguirán vivas al cabo de un tiempo, normalmente un día o unas horas. Basta con que haya una persona que no cumpla ese requisito para que el certificado colectivo dé negativo… Pero nunca se llega a saber quien es: sólo se va descartando por grupos de personas, hasta que el certificado da positivo.

—Pero también hay certificados individuales.

—Por supuesto; pero, como decía, son caros. Hoy día hay mucha gente que lo puede tener, porque no son tan exclusivos como cuando yo trabajaba. Tú tendrás tu certificado sin ningún problema, y no sólo porque yo tenga un C99+, sino porque tus padres te lo pueden comprar… Pero entonces sólo las personas más ricas o más importantes lo podían tener. Como aquella señora que, como has dicho, se murió cuando no le tocaba.

—¿Y cómo murió, si tenía un certificado?

—En teoría, ya te lo puedes imaginar, era imposible: el certificado era auténtico, se había identificado correctamente a la persona y, en cambio, había fallado. Si no se podía saber dónde se había producido el error, toda la credibilidad del sistema desaparecería. Toda.

—Y tú descubriste lo que había pasado…

—Sí. yo solita.

—¿Y era que el certificado se lo habían hecho a otra persona?

—No. Al respecto no había duda alguna: el certificado era para ella.

—¿Pues que había pasado entonces?

—A ver, te doy más pistas: Se envía un rayo desde la persona a un satélite, el satélite lo envía a un agujero negro específico, más lejano o más próximo según queramos certificar menos o más años; el rayo vuelve al satélite desde el agujero negro, y desde el satélite va a un receptor terrestre que lo analiza y hace el certificado. Naturalmente, hay todas las medidas de seguridad que te puedas imaginar en el sistema de tierra y en las transmisiones…

—¿Entonces…?

—Había un punto en el que se podía hacer trampa. Por supuesto, esta era muy sofisticada y reclamaba un conocimiento perfecto del sistema; pero era una posibilidad, y yo la descubrí.

—Cuál, abuela, dímelo…

—Pues que alguien había introducido en el sistema un código para que el rayo de energía o de luz negra no se enviara al agujero negro, sino que volviera a tierra al cabo de cierto tiempo, lo que daría a entender que ya había hecho el viaje de ida y vuelta, pero la que volvía a tierra era la misma luz que se había enviado. Así, naturalmente, el sistema certificaba tantos años como se quisiera.

—Y lo descubriste tú, abuela.

—Yo solita, Jessica, yo solita.

—­Es que tú eres muy lista, ¿verdad?

—Casi tanto como tú, hija mía.

LEY ÚNICA DEL CERTIFICADO

Artículo 45

La expedición del certificado sólo la podrá solicitar la persona a la que se le deba expedir.

Artículo 48

Los funcionarios de la Comisión del Certificado mantendrán en secreta reserva los datos de las personas que hayan solicitado la expedición de un certificado, tanto en el caso de que el certificado haya dado positivo como negativo.

Artículo 347

Se establece la destitución inmediata de su cargo y la remisión a las autoridades penales de las personas que violen por acción, omisión o intención lo dispuesto en el artículo 48.

Marcos

Después de ponerse el pijama —ya era suficientemente mayor para ponérselo él solo—, Marcos corrió hacia la estantería del comedor a buscar un cuento para que su madre se lo leyese antes de dormir.

Mientras acababa de recoger la ropa que su hijo había dejado en la silla, la madre lo riñó medio en broma:

—No vuelvas a coger el de los cerditos otra vez.

—¿Y por qué no, si me gusta? —respondió él, como cada noche.

—Porque cada noche quieres que te lea el mismo cuento, y tenemos muchos que aún no te he leído. Hagamos una cosa… Empezamos a leer uno nuevo y, si no te gusta, volvemos a los cerditos, ¿qué te parece?

—De acuerdo —se resignó Marcos, no muy convencido—. ¿Y cuál cojo?

—No sé, elígelo tú mismo… Hay cinco o seis que nunca has mirado. Hay el del asno y la flauta, el de las gemelas tristes…

Pasado un momento, Marcos, muy satisfecho, le dio a su madre los dos cuentos que le había dicho y se tumbó en la cama.

—Pero si no me gusta me lees otra vez el de los cerditos, ¿vale?

—Ya verás como te gustará. ¡Más que el de los cerditos incluso!

Y la madre empezó:

—«La bruja despreciada».

—¿Qué quiere decir
apreciada
, mama?

—Despreciada, Marcos, no
apreciada
. Quiere decir que no le tienen la consideración o el respeto que le deberían tener, que no se siente bien tratada. ¿De acuerdo?

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