Caminos cruzados (32 page)

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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

BOOK: Caminos cruzados
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—Clasificadlas —dice una de ellas, una funcionaria—. ¿Habéis estado en el río? —nos pregunta.

Asentimos.

—Vamos a tener que descontaminaros —dice—. Llevadlas primero ahí. —Nos sonríe—. Bienvenidas al Alzamiento.

Mientras salimos del minúsculo edificio, los tres funcionarios nos observan. Dos tienen los ojos castaños, uno azules. Hay una mujer. Dos hombres. Todos con patas de gallo. ¿Por trabajar demasiado? ¿Por hacerlo para la Sociedad y también para el Alzamiento?

Van a clasificarme, pero yo puedo hacer lo mismo.

Cuando nos hemos lavado, una mujer joven nos toma una muestra de los brazos y comprueba si nos hemos contaminado.

—Estáis limpias —dice—. Ha venido bien que lloviera y el veneno se haya diluido. —Nos conduce a otra parte del campamento.

Trato de fijarme en todo mientras caminamos, pero no veo mucho aparte de otras estructuras de hormigón, pequeñas tiendas de campaña y un vasto edificio que debe de albergar algo enorme.

Después de entrar en otro edificio similar al primero, la mujer abre una de las puertas del pasillo.

—Tú estarás aquí —dice a Indie— y tú aquí. —Abre una segunda puerta para mí.

Van a separarnos. Y estábamos tan concentradas en sobrevivir que ni siquiera hemos pensado en lo que deberíamos decir.

Recuerdo el dilema del prisionero. Así es como pillan a los reos, como saben si dicen la verdad. Debería haber supuesto que el Alzamiento también recurriría a esa técnica.

No hay tiempo para decidir nada. Indie me mira y esboza una sonrisa. Y yo recuerdo cómo me ayudó a esconder las pastillas en la aeronave. Ya hemos conseguido ocultar cosas una vez. Podemos volver a hacerlo. Le devuelvo la sonrisa.

Solo espero que las dos decidamos mantener en secreto las mismas cosas.

—Di tu nombre completo, por favor —dice un hombre que tiene una voz agradable.

—Cassia Maria Reyes.

Nada. Ni un solo parpadeo. Ningún indicio de que haya reconocido mi nombre, ninguna mención de mi abuelo o el Piloto. Sabía que no podía esperar nada semejante, pero, aun así, me estremezco, levemente decepcionada.

—Estatus en la Sociedad.

«Decide, deprisa, qué decir y qué no.»

—Ciudadana, que yo sepa.

—¿Cómo has acabado en las provincias exteriores?

No voy a mencionar a mi abuelo ni los poemas; ni tampoco a los archivistas.

—Me trasladaron aquí por error —miento—. Un funcionario de mi campo de trabajo me dijo que subiera a la aeronave con las otras chicas y no me hizo caso cuando le dije que era una ciudadana.

—¿Y luego? —pregunta el hombre.

—Luego huí a la Talla. Un chico nos acompañó, pero murió. —Trago saliva—. Llegamos a un pueblo, pero estaba vacío.

—¿Qué hicisteis allí?

—Encontramos una barca —respondo—. Y un mapa. Descifré el código. Nos indicó cómo encontraros.

—¿Cómo te enteraste de que existía el Alzamiento?

—Por un poema. Y luego, por escritos del pueblo.

—¿Salió alguien más de la Talla con vosotras?

Las preguntas son demasiado rápidas para pensar. ¿Es mejor hablarles de Ky? ¿O no? Mi vacilación, aunque es poca, me ha delatado y respondo sinceramente porque me estoy preparando para mentir sobre otra cuestión.

—Otro chico —respondo—. También estaba en los pueblos. Como no cabíamos todos en la barca, viene a pie.

—¿Su nombre?

—Ky —respondo.

—¿El nombre de tu otra compañera, la chica que está aquí ahora?

—Indie.

—¿Apellidos?

—No los sé. —Es cierto en el caso de Indie y lo es en parte en el caso de Ky. ¿Cuál era su apellido cuando vivió aquí?

—¿Encontrasteis alguna pista de dónde han podido ir los labradores?

—No.

—¿Qué te ha hecho decidirte a unirte al Alzamiento?

—Ya no tengo fe en la Sociedad después de lo que he visto.

—Es suficiente por ahora —dice el hombre en tono amable mientras cierra el miniterminal—. Accederemos a los datos que la Sociedad tiene de ti y obtendremos más información para saber dónde colocarte.

—¿Tenéis los datos de la Sociedad? —pregunto, sorprendida—. ¿Aquí?

Sonríe.

—Sí. Hemos descubierto que, aunque nuestras interpretaciones difieren, los datos suelen ser fiables. Por favor, espera aquí.

En el cuartito de hormigón con paredes completamente desprovistas de vida, recuerdo la Caverna. Todo en ella tenía el sello de la Sociedad: los tubos, la organización, la entrada camuflada. Incluso la grieta abierta en su carcasa, el túnel secreto que Hunter conocía, era como las grietas que la Sociedad tiene en su sistema. Recuerdo otras cosas. Polvo en los rincones de la Caverna. Una lucecita azul del suelo fundida y sin cambiar. ¿Ha podido más que la Sociedad todo lo que ella trata de controlar y dominar?

Imagino una mano abriéndose, retirándose, cortando una atadura, y al Alzamiento ocupando su lugar.

Al final, la Sociedad ha decidido que no merecía la pena conservarme. Mi funcionaria me consideró un experimento interesante: dejó que no me tomara la pastilla roja y me observó para ver qué hacía. Confundí su interés personal con un interés del sistema, creí que la Sociedad tal vez me consideraba especial, pero parece que, para ella, nunca fui nada aparte de una excelente clasificadora, un proyecto de investigación interesante que podía abandonarse en cualquier momento porque, a la larga, yo haría lo que los datos habían predicho.

¿Qué pensará de mí el Alzamiento? ¿Interpretará mis datos de un modo distinto? Debe hacerlo. Dispone de más. Sabe que he atravesado la Talla y bajado por el río. He corrido muchos riesgos. He cambiado. Lo siento, lo sé.

La puerta se abre.

—Cassia —dice el hombre—. Hemos analizado tu información.

—¿Sí?

«¿Adónde me enviarán?»

—Hemos decidido que donde más útil serás al Alzamiento es dentro de la Sociedad.

Capítulo 53

Ky

—Por favor, di tu nombre completo.

«¿Cuál debería utilizar?»

—Ky Markham —respondo.

—¿Estatus en la Sociedad?

—Aberrante.

—¿Cómo te enteraste de que existía el Alzamiento?

—Mi padre se unió a vosotros hace mucho tiempo —respondo.

—¿Cómo has dado con nosotros?

—Por un mapa que encontramos en la Talla.

Espero que mis respuestas coincidan con las de ella. Como de costumbre, no hemos tenido tiempo suficiente. Pero confío en mi instinto, y también en el suyo.

—¿Iba alguien más contigo aparte de las dos chicas que han llegado en barca?

—No —respondo. Esta es fácil. Sé que Cassia jamás delataría a Eli y a Hunter, por mucho que quiera confiar en el Alzamiento.

El hombre se recuesta en la silla. No altera la voz.

—Bien —dice—. Ky Markham. Explícanos por qué quieres unirte a nosotros.

Cuando termino de hablar, el hombre me da las gracias y me deja solo durante un rato. Cuando regresa, se queda en la puerta.

—Ky Markham.

—¿Sí?

—Enhorabuena —dice—. Trabajarás como piloto de aeronaves y serás trasladado a la provincia de Camas para recibir instrucción. Vas a ser muy útil al Alzamiento.

—Gracias —digo.

—Te irás esta misma noche —añade mientras abre la puerta del edificio—. Come y duerme en la carpa con los demás. —Señala una de las tiendas de campaña más grandes—. Hemos estado utilizando este campamento para reunir a fugitivos como tú. De hecho, una de las chicas con las que has venido debería seguir aquí.

Vuelvo a darle las gracias y voy rápidamente a la tienda. Cuando entro, es la primera persona que veo.

«Indie.»

No me sorprende. Ya contaba con esta posibilidad, pero, de todos modos, se me encoge el corazón. Esperaba volver a ver a Cassia aquí. Ahora.

Sé que volveré a verla.

Indie está sentada sola. Cuando me ve, se mueve para hacerme sitio en la mesa. Paso por delante de los demás, que comen y hablan de sus destinos. Hay unas cuantas chicas, pero la mayoría son chicos y todos somos jóvenes y llevamos ropa negra de diario. Se ha formado una cola para la comida en el otro extremo de la tienda, pero quiero hablar con Indie. Me siento a su lado y le hago la pregunta más importante:

—¿Dónde está Cassia?

—La han hecho volver a la Sociedad —responde—. A Central. A donde va Xander. —Pincha un trozo de carne con el tenedor—. Cassia sigue sin conocer su secreto, ¿no?

—Pronto lo sabrá —afirmo—. Se lo dirá él.

—Lo sé —dice.

—¿Cómo se la han llevado? —pregunto.

—En aeronave —responde—. La han mandado a un campo de trabajo donde hay un miembro del Alzamiento que puede filtrar personas a la Sociedad en el tren de largo recorrido. Es probable que ya esté en Central. —Se inclina hacia mí—. Estará bien. El Alzamiento ha comprobado sus datos. La Sociedad ni la había reclasificado aún.

Asiento y me recuesto en la silla. Cassia debe de estar decepcionada. Sé que esperaba quedarse en el Alzamiento.

—¿Cómo ha sido el camino a pie? —pregunta Indie.

—Largo —digo—. ¿Qué me dices del río?

—Envenenado —responde.

Me echo a reír, aliviado de que alguien en quien pese a todo confío me haya confirmado que Cassia está bien. Indie se ríe conmigo.

—Lo hemos conseguido —digo—. No hemos muerto ninguno.

—Cassia y yo nos caímos al río —explica—, pero parece que estamos bien.

—Gracias a la lluvia —digo.

—Y a mis dotes de piloto —añade.

—Van a fijarse en ti, Indie —digo—. Vas a ser importante para ellos. Ve con cuidado.

Ella asiente.

—Sigo pensando que acabarás yéndote —añado.

—A lo mejor te sorprendo —dice.

—Ya lo has hecho —afirmo—. ¿En qué vas a trabajar?

—Aún no me lo han dicho —responde—, pero nos vamos esta noche. ¿Lo sabes tú? ¿Adónde vas?

—A Camas. —Si tuviera que ir a algún lugar lejos de Cassia, elegiría Camas. La tierra de Vick. Quizá consiga averiguar qué ha sido de Laney—. Al parecer, mis datos sugieren que puedo ser un buen piloto.

Indie pone los ojos como platos.

—De aeronave —aclaro—. Nada más.

Me mira un momento.

—Bien —dice, y me parece percibir un deje burlón en su voz—. Cualquiera puede pilotar una aeronave. Las colocas en la dirección correcta y pulsas un botón. No es como bajar por un río. Hasta alguien tan pequeño como Eli sabría... —Se interrumpe, abandona su actitud juguetona y deja el tenedor.

—Yo también lo echo de menos —digo en voz baja. Pongo mi mano sobre la suya y se la aprieto.

—No les he hablado de él —susurra—. Ni de Hunter.

—Yo tampoco —digo.

Me levanto. Tengo hambre, pero aún me queda una cosa por hacer.

—¿Sabes cuándo te marchas? —pregunto.

Ella niega con la cabeza.

—Intentaré volver a tiempo para despedirme de ti —digo.

—Cassia no quería marcharse sin decirte adiós —observa—. Eso lo sabes.

Asiento.

—Me ha pedido que te diga que volveréis a veros —añade—. Y que te quiere.

—Gracias —digo.

Sigo esperando que la Sociedad se cierna sobre el lago como un manto de oscuridad, pero todavía no lo ha hecho. Pese a saber que no es lo que Cassia quería, una parte de mí no puede evitar alegrarse de que esté lejos del núcleo del Alzamiento.

Aquí es posible llevar prisa y mostrar un propósito sin llamar la atención. Los demás se dirigen a las aeronaves y se disponen a recoger las tiendas de campaña. No tengo que mirar al suelo. Los saludo con la cabeza cuando me cruzo con ellos.

Pero lo que no puedo manifestar es desesperación. De modo que, cuando se hace de noche y sigo sin encontrar lo que quiero, no permito que mi inquietud se refleje en mi rostro.

Y entonces, por fin, veo un individuo que podría ser lo que busco.

A Cassia no le gusta clasificar personas. A mí se me da demasiado bien y me preocupa terminar aficionándome a ello. Es un don que he heredado de mi padre. Y para que ese don deje de ser una ventaja y se convierta en una carga basta con dar uno o dos pasos en falso.

Aun así, debo arriesgarme. Quiero hacer llegar los escritos a Cassia para que pueda intercambiarlos en la Sociedad. Quizá los necesite.

—Hola —digo.

El hombre todavía no ha hecho el equipaje. Es alguien que tiene que quedarse hasta el final pero sin categoría suficiente para asistir a las reuniones de última hora con quienes deciden la estrategia, que consigue ser útil y pasar desapercibido, que es competente pero no destaca: el cargo ideal para alguien que es, o era, archivista.

—Hola —responde. Su rostro educado carece de expresión. Su voz es amable.

—Me gustaría oír la gloriosa historia del Alzamiento —digo.

Es rápido en disimular su sorpresa, pero no lo bastante. Y es inteligente. Sabe que me he dado cuenta.

—Ya no soy archivista —arguye—. Estoy con el Alzamiento. Ya no hago intercambios.

—Ahora sí —digo.

No es tan fuerte como para resistirse.

—¿Qué tienes? —pregunta mientras mira alrededor de forma casi imperceptible.

—Escritos de la Talla —respondo. Me parece percibir un nuevo brillo en su mirada—. Están cerca de aquí. Te diré cómo encontrarlos. Y luego necesito que se los hagas llegar a una chica que se llama Cassia Reyes y acaba de ser trasladada a Central.

—¿Y mi comisión?

—Elige tú —respondo. Es el pago al que ningún verdadero archivista es capaz de resistirse—. Coge lo quieras. Pero sé lo que hay y, si te quedas con más de una cosa, lo averiguaré. Te denunciaré al Alzamiento.

—Los archivistas somos honrados —alega—. Es parte de nuestro código.

—Lo sé —digo—. Pero me has dicho que ya no eras archivista.

Sonríe.

—Esto se lleva en la sangre.

He tardado demasiado en encontrar al archivista y no regreso a tiempo para despedirme de Indie. Su aeronave comienza a despegar cuando apenas queda ya luz y advierto que tiene la base quemada y dañada. Es como si hubiera tratado de aterrizar en un lugar donde no la querían y le hubieran disparado. Las pistolas de los señuelos no pudieron hacer eso.

Creo que se trata de una de las aeronaves que los labradores intentaron derribar.

—¿Qué le ha pasado a esa aeronave? —pregunto al hombre que está a mi lado.

—No lo sé —responde—. Salió hace unas noches y volvió así. —Se encoge de hombros—. Eres nuevo, ¿verdad? Ya verás que aquí solo sabemos lo que nos concierne. Es más seguro así, si nos cogen.

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