Breve Historia De La Incompetencia Militar (24 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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Las negociaciones se estancaron y Stalin dio otra vuelta de tuerca pidiendo más territorio y bases. Los finlandeses se negaron una vez más. Al final de una reunión, el 3 de noviembre de 1939, Molotov, el ministro de Asuntos Exteriores soviético, les dijo a los finlandeses que ya era hora de que hablasen militarmente. Y a gritos. Es decir, utilizaron el código diplomático estalinista para decir «estás a punto de ser aplastado». Cuando los finlandeses volvieron a negarse, todos se estrecharon las manos y Stalin se despidió de sus homólogos finlandeses con los mejores deseos, otro código más para decir: «Estoy cavando vuestras tumbas». Entonces dejó de retorcerse el bigote y empezó a planear la destrucción de aquel país.

¿Qué sucedió?: Operación «Olímpiadas de Invierno»

Para los finlandeses parece natural esquiar por el bosque con el rifle colgado al hombro, deslizarse sobre los esquís, echarse al suelo y efectuar algunos disparos rápidos y precisos, y a continuación alejarse esquiando. Incluso se creó un deporte basado en ello: el biatlón, una combinación de esquí y tiro. En las competiciones, los biatletas disparan a dianas fijas. Durante los meses de invierno de 1939-1940, los competidores finlandeses dispararon a dianas vivas, que en ocasiones estaban más quietas que las olímpicas. Los nevados bosques de Finlandia de pronto se llenaron con los objetivos más fáciles de alcanzar en los que un soldado podría soñar jamás: soldados soviéticos.

Como casi todos los planes de Stalin, éste era brutalmente sencillo: alinear a tantos soldados y tanques como pudiera reunir en la frontera, introducirlos en Finlandia y aplastar a los finlandeses. Y, por si aquello no fuese suficiente, tenía listos miles de aviones para bombardear a los finlandeses y devolverlos a la Edad de Hielo. Los generales aseguraron a Stalin que la operación en conjunto no debería durar más de dos semanas. De hecho, a Stalin más bien le preocupaba que su ejército arrollara Finlandia tan deprisa que acabara llegando a la frontera de Suecia, un país que Stalin aún no quería conquistar.

El ataque se concentró en tres áreas principales. Primero, los soviéticos arrasarían el estrecho istmo de Carelia mediante el avance de sus divisiones, largas columnas de carros blindados y cientos de aviones de combate y bombarderos. Después, cinco divisiones barrerían el norte del lago Ladoga para flanquear a los finlandeses inmovilizados en la Línea Mannerheim, que era la línea defensiva finlandesa a través del istmo. Y mucho más lejos, al norte, en las regiones árticas y escasamente pobladas, los soviéticos lanzarían numerosas divisiones en un intento inútil de dividir el país por la mitad.

Stalin se inspiró para su ataque en la guerra relámpago que Alemania lidió en Polonia. Su plan era brillante excepto por dos importantes fallos: 1) él no tenía el ejército alemán y 2) Finlandia no es Polonia. La rápida ofensiva de Hitler estaba diseñada para luchar en las amplias y vastas llanuras de Europa. La invasión de Polonia fue tan bien en parte porque los nazis tenían mucho espacio de maniobra para sus inmensas columnas de tanques y el tiempo era cálido y seco. En aquellas condiciones, los inmóviles polacos se encontraron fácilmente flanqueados, aislados y diezmados.

Pero Finlandia es un país imponente para los invasores, incluso en verano. Una invasión en invierno es un acto de locura.

Una tercera parte del país está por encima del círculo polar ártico y en invierno toda su superficie está helada (la noche dura entonces veinticuatro horas y las temperaturas regularmente caen a 20-30 grados bajo cero). Hay pocas carreteras y además son estrechas e impracticables para los carros de combate. Entre las carreteras no hay más que oscuros y profundos bosques que se elevan encima de montículos de nieve capaces de engullir a un hombre.

Sin embargo, los soviéticos pronto descubrieron que la parte más dura de Finlandia eran los finlandeses. El país contaba con 4,5 millones de habitantes, todos ellos resistentes: es la única forma de sobrevivir en aquel entorno tan agreste. Los finlandeses poseen un conocimiento excepcional de cómo sobrevivir en el exterior durante el invierno. Su tenacidad, que ellos denominan sisu, resultaría su arma más potente en su batalla contra las fuerzas soviéticas, claramente superiores.

El ejército finlandés, capaz de reunir como máximo a unos 150.000 soldados, estaba terriblemente superado en número.

No disponían de carros de combate, y sólo contaban con unas pocas armas contracarro, una artillería que tenía unos cuarenta años de antigüedad y un esbozo de fuerza aérea. Mannerheim sabía que sus soldados irían armados con sisu y poco más. El ejército lucharía simplemente para sobrevivir con la esperanza de que alguna potencia extranjera —Gran Bretaña o Francia— los rescatase. Si no, Mannerheim decía, su ejército sufriría una «honorable aniquilación».

El Ejército Rojo, en cambio, parecía estar bastante bien sobre el papel, como un equipo de fútbol cargado de figuras.

Durante 1939, los rusos estuvieron preparándose para la invasión: construyeron cerca de la frontera finlandesa líneas ferroviarias que les permitirían no sólo colocar en el campo más tropas de las que Mannerheim esperaba, sino hacerles llegar las provisiones. Los rojos ya poseían montones de todo. Tal vez éste fue el último movimiento inteligente que hicieron. En el campo, sin embargo, el ejército soviético dejaba mucho que desear. Nunca había luchado contra un ejército real, de modo que no habían demostrado su valía en una batalla. Stalin había purgado los cuerpos de oficiales durante la década de 1930 y había reemplazado a muchos de los oficiales veteranos por zánganos que carecían de cualquier iniciativa y que se limitaban a cumplir órdenes. Si alguno de ellos se atrevía a correr algún riesgo, era recompensado con un pelotón de fusilamiento.

Otro problema menor era que el plan no tenía en cuenta ni la climatología ni el terreno. El único lugar donde podían operar grandes cantidades de tropas era el istmo, el resto del país estaba demasiado arbolado para moverse en camión. Y, aunque sobre los mapas soviéticos los bosques no parecían una barrera, en realidad la única forma factible de moverse por ellos era esquiando. No obstante, ningún soldado soviético había recibido entrenamiento sobre tácticas de combate con esquís. A algunos se les entregaron esquís, pero sin instrucciones de cómo usarlos. A otros sólo les llegó el manual de instrucción, pero no los esquís. Tal vez el plan era atar los manuales a los pies de los soldados y que los usasen. Pero, puesto que el ataque sólo debía durar dos semanas, no se molestaron en arrastrar todas aquellas ropas pesadas de invierno. Muchos de los soldados avanzaron simplemente vestidos con chaquetas de algodón y zapatos de lona.

Dos cosas revelaban el nivel de planificación que auguraba problemas para los soviéticos. En primer lugar, transportaban en camiones grandes cantidades de armas contracarro a pesar de que los finlandeses carecían de carros de combate. En segundo lugar, en lugar de cargar los camiones con abrigos de invierno, los llenaron de propaganda comunista y de prensa, por si los finlandeses necesitaban ponerse al día sobre las glorias de la vida en el paraíso de los obreros.

La guerra empezó el 26 de noviembre, cuando los soviéticos dispararon algunos proyectiles de artillería sobre Finlandia.

Con una bien estudiada indiferencia, Stalin denunció una agresión finlandesa y, apropiadamente ultrajado, declaró que debía tomar medidas para manejar el «tema finlandés». La mañana del 30 de noviembre, cuatro ejércitos soviéticos atravesaron la frontera. Seiscientos mil soldados de la Unión Soviética invadieron Finlandia a lo largo de sus mil doscientos kilómetros de frontera común. Los aviones rugían sobre sus cabezas, bombardeando y destruyendo campos y ciudades finlandesas, matando a cientos de civiles. Fue un glorioso comienzo. Cuidado, Suecia.

Los finlandeses retrocedieron tambaleándose, superados en número por más de diez a uno. En el norte, los soldados rápidamente se pusieron sus chaquetas de esquiar blancas de invierno y sus esquís hechos en casa y empezaron a esquiar en círculos alrededor de los soviéticos, ametrallando a los invasores y escabullándose en los bosques helados.

Después del primer día de la invasión, los soviéticos enviaron en camión a un comunista finlandés, O. W. Kuusinen. Vivía en Moscú desde que habían perdido la guerra civil finlandesa en 1918, y se autoproclamó nuevo líder de Finlandia. Aquella marioneta proporcionaba a los soviéticos el cambio de actitud refrescante que estaban buscando, puesto que enseguida estuvo de acuerdo con las demandas soviéticas. ¡Tres hurras!

Para impulsar aún más a su marioneta, los soviéticos crearon un ejército sólo para Kuusinen. Formado principalmente por otros finlandeses comunistas que vivían en Rusia, aquella patética horda desfiló ante la prensa mundial. Incapaces de encontrar otra indumentaria, los rusos vistieron a su ejército con unos antiguos uniformes de la época zarista que robaron a un museo militar local. Ofendido por aquella agresión, el resto del mundo expulsó a Rusia de la Liga de las Naciones e hizo campaña a favor de los valientes finlandeses.

A medida que los rusos los obligaban a retroceder hacia el norte del istmo, los finlandeses iban colocando bombas por doquier. Plantaron minas, instalaron explosivos en graneros e incluso convirtieron al ganado congelado en trampas mortales.

La apisonadora soviética avanzaba a paso de tortuga.

El plan de Mannerheim era impedir que los invasores utilizasen el sistema de ferrocarril interior. Si mantenía a los soviéticos en las carreteras secundarias, sabía que quedarían empantanados y se convertirían en una presa fácil para sus guerrillas móviles. Tal vez aquello no significase una victoria, pero le ayudaría a ganar tiempo.

El primer problema con que se encontraron los finlandeses fue la lucha contra los carros de combate. Los hombres de Mannerheim prácticamente no tenían armamento anticarro, y los que sí tenían andaban cortos de munición. Para librarse de ellos confiaron en el sisu y la ingenuidad, y recurrieron principalmente al «cóctel Molotov», un arma que ellos mismos bautizaron y perfeccionaron. Los cócteles Molotov eran recipientes llenos de gasolina, queroseno y otros líquidos inflamables que los finlandeses lanzaban contra los vehículos blindados desde distancias cortas.

La técnica era simple. Alguien colocaba un tronco en la trayectoria del tanque y, cuando el vehículo se detenía, recibía una lluvia de botellas de gasolina en llamas. Los finlandeses también atacaban las unidades blindadas con bolsas de explosivos y granadas de mano. Esto también requería grandes dosis de sisu. Unos dieciocho tanques fueron abatidos durante los primeros días, pero los valientes atacantes sufrieron duras pérdidas.

A pesar de la sólida resistencia finlandesa, el 6 de diciembre los soviéticos alcanzaron la línea Mannerheim, un continuo de bloques de cemento, fortines y trincheras armadas que se extendían a lo largo de 130 kilómetros. La barrera estaba guarnecida con luchadores decididos, pero andaba muy escasa de armamento anticarro, artillería y armas antiaéreas. Los finlandeses se atrincheraron. Los soviéticos siguieron adelante, preparados para aplastar a su enemigo. «Tácticas —exclamaron en tono de burla—, nosotros no necesitamos ridículas tácticas».

Los soviéticos iniciaron sus maniobras de ataque contra las defensas finlandesas, pero sus movimientos rápidamente resultaron predecibles: avanzaban justo después de que apuntase la primera luz del día, se acercaban lentamente a los defensores, lanzaban ataques continuos en formaciones cerradas, causando pocas bajas en el enemigo, pero muchas entre los suyos (en ocasiones, habían muerto mil soldados soviéticos en una hora). Los soviéticos se retiraban al anochecer y formaban círculos defensivos alrededor de alterados fuegos de campaña. Durante la noche, los finlandeses recuperaban el terreno perdido y disparaban desde sus escondites a los intranquilos soviéticos. Algunos ataques terminaban con artillería certera, otros se evaporaban con intenso fuego de ametralladora. Durante diciembre, los soviéticos intentaron avanzar por varios sectores de la línea finlandesa, pero sufrieron el mismo trato en todas partes. Los tiradores finlandeses segaban una tras otra las hileras de atacantes que se iban adelantando lentamente en un avance suicida, desprovistos de cualquier protección. Las bajas soviéticas fueron tan numerosas que algunos soldados finlandeses se vinieron emocionalmente abajo, tras matar a tantos enemigos. Fieles a la forma, los soviéticos nunca cambiaron sus tácticas.

Los finlandeses viven para el invierno: saben equiparse para el frío, esquiar a través de los densos bosques, quitarse rápidamente los esquís a la hora de luchar y mantenerse calientes. El ejército soviético, en cambio, a pesar de vivir en un país igualmente frío, no sabía nada de esto. Muchos de ellos ni siquiera tenían idea de dónde estaban. Así que mientras las tropas soviéticas trataban inútilmente de luchar contra el frío enfundados en sus oscuros uniformes, que destacaban a la legua sobre el fondo blanco del paisaje nevado, los finlandeses llevaban uniformes blancos de camuflaje, dormían en refugios subterráneos calientes y bien aprovisionados, e incluso disfrutaban de saunas ocasionales. Cada noche los soviéticos encendían fogatas y se apiñaban a su alrededor, resultando evidentemente un blanco fácil para los francotiradores. Para los invasores, el simple hecho de sobrevivir un día más se convertía en una proeza. Casi era una lucha injusta, excepto por el detalle de que el ejército soviético era diez veces más poderoso. Aunque, incluso teniendo eso en cuenta, era una lucha injusta.

Las batallas se libraban en la Línea Mannerheim, de modo que los soviéticos mandaban divisiones contra los finlandeses, muy inferiores en número y apostados en la orilla norte del lago Ladoga. Allí, los soviéticos presionaban sin descanso para avanzar mientras los finlandeses emprendían la retirada sin dejar de luchar. Cuando los soviéticos se aproximaron a las encrucijadas que les habrían permitido mayor libertad de movimiento, Mannerheim llamó a filas a los reservistas. Eran principios de diciembre. A pesar de haber incrementado sus fuerzas, los finlandeses aún estaban en clara desventaja numérica. Mannerheim sabía que necesitaba una victoria para elevar la moral de sus hombres. Durante la noche sin luna del 9 de diciembre, dos compañías finlandesas cruzaron un lago helado para atacar un campamento soviético. Una compañía se perdió. La otra, encabezada por el teniente coronel Aaro Pajari, se acercó sigilosamente a todo el regimiento soviético, tomó posiciones con sumo cuidado y abrió fuego. En pocos minutos todo había terminado: murió todo el regimiento, unos mil hombres borrados del mapa. El asalto desconcertó a los soviéticos, que no se movieron durante dos días, mientras que los finlandeses vieron un atisbo de esperanza al descubrir que los rojos podían ser vencidos.

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