Betibú (7 page)

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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

BOOK: Betibú
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Tanto fue el interés por Betty Boop que en una de las reuniones de tercer domingo de mes para lectura de diarios las amigas suspendieron las noticias y se dedicaron exclusivamente a intercambiar la información que cada una traía acerca del cartoon. La más prolija, como siempre, fue Carmen, que no sólo tenía los textos ordenados y subrayados sino que cada vez que leía citaba la fuente: la mayoría de las veces, Wikipedia. ¿Pero no es que a los alumnos les dicen que investiguen en lugar de sacar todo de la Wikipedia? Yo no, contestó Carmen, a Wikipedia le hacen mala prensa porque es el sitio más democrático que existe: hecho entre todos, para todos, sin línea editorial. Ése es el verdadero problema, lo que verdaderamente les molesta: quién es el dueño del saber, de la información, dijo. Y sin más empezó a leer el material acerca de Betty Boop: Nació —o la palabra que se utilice para cuando quien nace es un dibujo animado— en 1930. Apareció por primera vez en agosto en el dibujo Dizzy Dishes, en la serie Talkartoon producida por Max Fleischer. La creó Grim Natwick, un reconocido animador de la época, tomando como modelo a la cantante Helen Kane, la del hit «I wanna be loved by you», que murió a las 62 años de un cáncer de pecho contra el que luchó por más de diez años, acompañada hasta el último minuto por su marido de 27. Mirala a Helen, dijo Paula Sibona. Kane en aquel momento trabajaba para la Paramount Pictures, distribuidora de la serie, siguió Carmen. El dibujo de Natwick empezó siendo un caniche francés y de a poco fue tomando forma humana. Recién en 1932 Betty Boop —que todavía no había sido bautizada— fue evidentemente una mujer, cuando las orejas largas se convirtieron en sus característicos aros de argolla y su trompa negra en una nariz pequeña y respingada. En ese mismo año los productores se dieron cuenta de que ella era mucho más popular que su novio Bimbo, y dejó el lugar de personaje de apoyo en Talkartoon para ser protagonista y recibir el nombre que después heredaría nuestra amiga en su versión fonética: Betty Boop. Betibú.

El dibujo de Natwick fue la primera mujer flapper que apareció en un cartoon. En los años 20 se empezó a llamar «chica flapper» a mujeres jóvenes que desterraron o adaptaron a otros usos el tradicional corsé, redujeron el largo de sus polleras y se cortaron el pelo de manera no convencional. Mujeres a las que les gustaba escuchar jazz y bailarlo en clubes privados, un ritmo que aún no era tan escuchado, y mucho menos bailado, por la mayoría de la gente. Una flapper desafiaba todo el tiempo el estereotipo de mujer impuesto hasta esa época y transgredía la forma en que se suponía que una mujer debía comportarse: fumaba, manejaba automóviles o motocicletas a alta velocidad, tomaba bebidas fuertes y se maquillaba poco. O, en el otro extremo, se maquillaba como sólo hasta entonces lo hacían las actrices o las prostitutas. ¿Siempre en el mismo paquete nos tienen que poner?, se quejó Paula Sibona. La cara con polvo blanco, y las cejas y las pestañas bien negras para resaltar el rojo de los labios delineados con rouge «a prueba de besos». Y muchas pulseras y collares de cuentas. Zapatos de taco alto para salir y cómodos para trabajar. Más allá de las discusiones acerca de su origen, la palabra flapper apareció en Estados Unidos con la película protagonizada por Olive Thomas llamada The flapper, en 1920, que retrataba el modo de vivir de este estilo de mujeres. Thomas era considerada la auténtica flapper y fue recordada, más que como actriz muda, por su trágica muerte: a los veintiséis años, en un hotel de París, luego de haber salido de copas por bares de Montparnasse con su marido Jack Pickford, Olive Thomas bebió una botella de bicloruro de mercurio —una sustancia que Pickford usaba como solución tópica externa por su sífilis— que le produjo la muerte unos días después en el Hospital Americano en Neuilly, en las afueras de París. La acompañaban Pickford y su cuñado cuando murió. A falta de otras pruebas la justicia creyó la versión del accidente, aunque hubo sospechas acerca de si se trató de un suicidio o de un asesinato.

Recién bastante tiempo después de aquel domingo de Wikipedia, cartoons, flappers y mujeres que las inspiraron, Nurit Iscar notaría cuántas coincidencias había entre esta muerte, la de Olive Thomas, y la muerte de Gloria Echagüe. Y la muerte de tantas otras mujeres. ¿Es más frecuente que un marido mate a su mujer o una mujer al marido? Cuando muere una mujer de una forma dudosa, ¿siempre es sospechado el marido?, ¿siempre esas sospechas son fundadas?, ¿nunca hay pruebas? Cuando una mujer mata a su marido, ¿pasa lo mismo o es más probable que termine en la cárcel? ¿Cuál de las dos muertes —o asesinatos— estuvo o está más justificada socialmente? ¿Mató alguna mujer a su marido en un country o barrio privado? ¿Por qué no nos olvidamos después de tantos años de quiénes eran Norma Mirta Penjerek, Oriel Briant, la doctora Giubileo, María Soledad Morales o María Marta García Belsunce? ¿Cuántos casos no resueltos o resueltos a medias de hombres asesinados podría incluir en una lista como ésa nuestra memoria colectiva?

La aparición de este nuevo estilo de mujer, siguió Carmen después del postre, coincidió históricamente con la Primera Guerra Mundial y algunas de sus consecuencias: la escasez de hombres —Decímelo a mí, apuntaría Paula Sibona—, la necesidad de la mujer de incorporarse al mundo laboral, la moda dictada por lo que usaban las actrices, bailarinas y cantantes de la época. ¿Por qué escritores como ScottFitzgerald o Anita Loos popularizaron la imagen de las flappers como mujeres atractivas, seductoras e independientes y en cambio Dorothy Parker les dedicó un texto llamado Flappers: Una canción de odio? Y mientras Carmen leía ese texto, Nurit se preguntaba si a ella, a quien le gustaba Dorothy Parker, podía ser Betibú. ¿Le gustaba a ella de verdad Dorothy Parker? Dorothy Parker murió a los setenta y tres años, tenía algunos años más que Helen Kane y treinta y nueve años más que Olive Thomas a la hora de sus muertes, pero, a diferencia de la cantante que inspiró la imagen de Betty Boop y de la actriz ícono de las flappers, Parker murió en un hotel de New York acompañada por su perro y un vaso de whisky. Otra vez las preguntas de Nurit: ¿Quién estaba mejor acompañada al morir? ¿Quién es más fiel y amorosa compañía: un marido casi cuarenta años más joven, un marido sifilítico y sospechado de asesinato, o un perro y un vaso de whisky? ¿Cómo morirá ella, Nurit Iscar, cuando llegue su hora? ¿A qué edad? ¿Dónde? ¿Quién la acompañará? ¿Podrá ella elegir la respuesta a alguna de estas preguntas? ¿Por qué se pregunta tanto acerca de la propia muerte si tiene apenas cincuenta y pocos años? Por eso, porque ya tengo más de cincuenta años, contestó Nurit a la única de sus preguntas para la que tenía respuesta. Más de la mitad de la vida, una edad que está del otro lado de la colina, donde la loma empieza a caer hacia el siguiente valle.

El petting o juego sexual sin coito o previo al coito, se convirtió en algo usual en la vida de las mujeres flappers. Ah, debe ser como ahora las peteras, dijo Rodrigo que coincidió ese domingo en la casa familiar con las amigas de su madre. ¿Qué es eso?, le preguntó Nurit. Peteras, mamá, la que te hacen un pete. No entiendo. Las que te la chupan. No seas animal que están mis amigas. Vos preguntaste, mamá. Mirá, nene, intervino Paula Sibona, de esta casa vos podés salir como quieras: de izquierda o de derecha, heterosexual u homosexual, universitario o analfabeto, podés ser de la tribu urbana que más te guste, lo que quieras, una sola cosa ni tu madre ni nosotras vamos a permitir: que seas machista. ¿Y yo qué dije? Nada, nada, te lo digo por las dudas, me pareció que cuando te referías al sexo oral fuiste un poco despectivo con el rol de la mujer en el asunto. No, si a mí me gusta que me la chupen. ¡Basta!, intervino Nurit. Ustedes sacaron el tema del petting, no yo, se quejó Rodrigo. Porque estamos investigando un tema relacionado con las flappers. ¿Con las qué? Flappers, un estilo de mujer que apareció en los años 20… Okey, okey, olvidate, la interrumpió el chico, y se puso a mirar televisión.

Las flappers eran populares pero sucumbieron —como tantos— a una crisis económica: el Crack y la Gran Depresión de 1930. La década trajo un resurgimiento de las ideas conservadoras y de los mandatos religiosos, que veían con malos ojos la vida liberal, no sólo desde el punto de vista sexual, de estas mujeres. Incluso el dibujo Betty Boop suavizó algunos de sus rasgos durante esta época: a la pobre primero le alargaron la pollera, después le cerraron el escote, y por fin le sacaron la liga. Pero la verdadera Betty Boop sobrevivió a la censura y varios símbolos flappers quedaron como guiño de género para las generaciones futuras. Al menos para las generaciones futuras en el mundo occidental, que no es el mundo completo.

Betty Boop fue, es y será definitivamente una mujer sensual y sexual. Eso es lo que importa. Usa vestido corto y portaligas, muestra sus pechos con buenos escotes —pechos grandes pero no desaforados como los de Viviana Mansini a partir de la menopausia, aclaró Carmen—, los personajes con que comparte la serie intentan espiarla cuando se baña, le gusta bailar el hula hula bamboleando las caderas y repetir su frase Boop Boop a Doop mientras baila —frase que Helen Kane intentó impedir que se usara entablando un juicio contra la productora que finalmente perdió la actriz—. Betty Boop fue una de las primeras en hacer un cameo participando en Popeye el Marino. En los 60 le dieron color en la pantalla y en los 80 explotó el boom de su merchandising; hoy hay desde bombachas hasta tarjetas de crédito Visa del Bank of America con la imagen de Betty Boop. En 1988 hizo otro cameo en una película que terminó ganando un Oscar: ¿Quién engañó a Roger Rabbit? En 1994, una de sus películas de 1933, Snow White, fue seleccionada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para que forme parte de su videoteca y sea preservada en el Archivo Nacional de películas. ¿Eso es bueno?, preguntó Paula Sibona. A mí no sé si me gustaría que preservaran mi imagen en un archivo para la eternidad, eso de que me imagen sobreviva tanto tiempo a mi cuerpo en movimiento me da un poco de impresión. Pero el cuerpo de un dibujo animado no envejece como el nuestro, contestó Carmen. ¿Hacía falta que lo aclararas?, preguntó Paula.

¿Saben las chicas del secundario que la llevan estampada hoy en sus carpetas, cartucheras, mochilas o remeras qué representa Betty Boop? ¿Saben que tuvo que llamarse a la calma en los 30? ¿Por qué esa mujer cartoon reaparece con tanta fuerza en el siglo XXI? ¿Es Betty Boop sólo un producto más de marketing que consumimos sin pensar? Nurit Iscar no lo cree. Nurit Iscar, Betibú, se resiste a pensar que hoy Betty Boop está en todas partes sólo porque es negocio. Ella sigue creyendo en la fuerza que transmite el ícono, aunque sea al inconsciente de quienes la eligen ochenta años después.

CAPÍTULO 07

A las seis y media Lorenzo Rinaldi vuelve a llamar a Nurit Iscar y ella, esta vez, luego de oír su voz, atiende. Está nerviosa pero preparada. Después de aquel primer llamado, a las cinco y pico de esa misma tarde, Nurit habló dos veces con Paula Sibona, una con Carmen Terrada y recibió varios mails de las dos. No me traten como si estuviera a punto de mandarme la cagada de mi vida, que no tenemos más veinte años, escribió con copia a las dos después del quinto mail de Carmen insistiendo sobre el peligro de relacionarse otra vez con Rinaldi. Por lo menos preguntale antes si se separó de la mujer, pasó tanto tiempo que a lo mejor está libre y no sabemos, sugirió Paula, siempre la más esperanzada de las tres. Es un llamado de trabajo, nada más, respondió ella y apagó la computadora para no leer ningún otro consejo, advertencia o reto de sus amigas hasta después del llamado de Lorenzo Rinaldi.

Esta vez tenés que hacerlo, Betibú, hace mucho que nadie sabe nada de vos, que nadie te lee, ¿cuánto hace que no aparece un nuevo libro tuyo en las librerías? Más de tres años, el mismo tiempo que llevamos sin vernos, piensa ella pero no le contesta la pregunta. Una crónica de estas características en un diario como
El Tribuno
te va a devolver al ruedo. Es que no estoy segura de querer volver a ningún ruedo; pero si tuviera que elegir, a lo mejor preferiría torear que meterme otra vez en las fauces de la literatura y sus derivados en esta ciudad. Te va a devolver a tus lectores, ¿eso suena mejor? Nurit Iscar no contesta, por un instante se queda pensando en el sonido de su voz, de la voz de Lorenzo Rinaldi, y no en lo que dice. Esa voz es la misma, no cambió en estos tres años. La voz tarda más en envejecer, piensa. ¿Y sus manos? ¿Seguirá teniendo arriba de sus orejas esas canas que ella acariciaba o su pelo oscuro estará ahora más blanco? Intenta concentrarse otra vez en lo que esa voz le dice: ¿Cuánto querés?, ¿una columna?, ¿media página? Ella sigue sin responder. ¿Qué escritor que conozcas dispone hoy de media página en un diario que leen millones de argentinos? Ella suspira e intenta una pregunta directa: ¿Por qué querés que sea yo?, lo tenés a Jaime Brena en la redacción, quién mejor que él, que debe ser el periodista que más investigó y más sabe acerca del asesinato de la mujer de Chazarreta. Jaime Brena está afuera. ¿Qué quiere decir que está afuera? Cambió de sección dentro del diario. Ah, no sabía, dice ella, ¿por qué? Decisión editorial, agrega Rinaldi. Decisión editorial, linda frase para no decir nada; insisto: ¿por qué yo? Lo mismo, decisión editorial. No, a mí no me arreglás con una frase hecha. Cierto, casi me había olvidado de lo terca que sos. A ver, Betibú, tenés que ser vos porque en estos casos, sobre todo al principio, nadie sabe nada de nada por el secreto de sumario; en el punto en que está la cosa hoy, no se trata de investigar y repetir lo poco que dicen todos, hay que pensar, tener imaginación y, sobre todo, escribir bien. En el arranque se engancha al lector con la escritura y no con la información. Vos sos la dama negra de la literatura argentina, y la dama negra puede redactar lo que
El Tribuno
necesita en este momento; yo entiendo todo lo que hay que entender del mundo de la noticia y soy el editor de este diario, por eso sé que vos sos otra vez la mejor opción, como lo eras hace tres años, aunque no hayas aceptado aquel trabajo; eso quiere decir «decisión editorial», ¿ahora te gusta más? Un poco más. ¿Aceptás entonces? Si aceptara, lo que yo podría hacer no sería periodismo. Ya lo sé, te quiero a vos porque sos novelista, los periodistas jóvenes cada vez vienen peor preparados, parece que escribieran con los pies, yo quiero alguien que escriba bien, algo tan sencillo como eso. Brena escribe bien, dice ella. Pero tiene otros problemas. Quién no. Mirá, Betibú, te conseguí un lugar en La Maravillosa, un director del diario compró hace un tiempo una casa con la idea de usarla los fines de semana pero no va nunca. Te instalás desde mañana allí con quien quieras, tratá de que no me ponga celoso, y escribís. Escuchás, mirás, pensás, inventás, y escribís. No me interesa que busques la verdad, me interesa que escribas algo que a la gente la atrape, que cuentes ese mundo, que describas a los personajes que vas a ver pasar, eso que vos sabés hacer tan bien. Pensalo, te llamo en dos horas para una respuesta por sí o por no. Ella se queda en silencio un instante y luego dice: Okey, llamame en dos horas.

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