¿«Tratá de que no me ponga celoso» te dijo el conchudo?, pregunta Paula Sibona sin terminar de creer lo que su amiga le acaba de contar. Sí, responde Nurit, que convocó a sus amigas a una reunión de emergencia en su casa. ¿Sabés qué?, se te nota que querés hacerlo y eso me preocupa, le dice Carmen Terrada. Pero juro que no es por Rinaldi. Sí, sí, claro, ironiza Paula. Es por mí, insiste Nurit, porque es trabajo, porque en dos semanas más termino de desarmar los nudos de la ex mujer de ese transportista y me quedo sin ingresos a la vista, porque sería la oportunidad de cambiar aquello que pasó hace tres años. ¿Rinaldi sigue casado?, pregunta Carmen. No sé, responde ella. Si sigue casado no vas a cambiar nada, sentencia Paula. No me refiero a cambiar mi relación con él, me refiero a cambiar una decisión de mi carrera que a lo mejor estuvo equivocada; creo que si hubiera aceptado hacer ese trabajo quizás hoy seguiría escribiendo novelas propias. Mirado desde ese punto de vista me gusta más, dice Carmen. Pero sólo desde ese punto de vista. ¿Alguna de las dos sería capaz de venir a regar mis plantas? Cagamos, lo vas a hacer, concluye Paula. No sé, siento que esto me acercaría a un trabajo mucho más gratificante que escribirle libros a otros. En eso tenés razón, dice Paula. Pero cuidate de Rinaldi, pide Carmen. Me voy a cuidar. No sólo por vos, también por nosotras, ¿con qué grúa te levantamos si caes otra vez en las redes de ese tipo?
Tal como habían arreglado, dos horas después de que Nurit había escuchado su primera propuesta, llama por tercera vez Lorenzo Rinaldi. Sus amigas todavía están allí con ella. Cuidate, repite Carmen antes de que Nurit levante el tubo. Y preguntale si la casa que te dan en el country tiene pileta, dice Paula.
Una hora después Rinaldi arregla con su colega, director administrativo de
El Tribuno
, los detalles para que al día siguiente Nurit Iscar pueda establecerse en su casa de fin de semana en La Maravillosa. Ella arma una pequeña valija, de esas que en un avión le dejarían llevar como equipaje de mano, parece poco para un mes pero Nurit no cree que aguante tanto tiempo en esa casa. Antes de instalarse en el country de los Chazarreta, según lo acordado con Lorenzo Rinaldi, Nurit Iscar tiene que pasar por la redacción del diario para que él le dé las llaves, más algunas instrucciones acerca del uso de la casa, y para conversar con Rinaldi y con el periodista a cargo de Policiales sobre los detalles del caso. Desde allí, cuando terminen, la va a llevar un auto del diario directo a La Maravillosa para que de inmediato pueda empezar a trabajar.
En el mismo momento en que Nurit Iscar cierra la valija y la deja a un costado de su cama, el pibe de Policiales, en su casa, abre el buscador de Google una vez más en el día y combina distintas palabras clave con el objetivo de encontrar algún dato relevante para llevarle a Rinaldi al día siguiente: Chazarreta+degüello+La Maravillosa. Mierda, nada que sirva. Revisa la larga lista de tweets que se le acumularon, pero los relacionados con la muerte de Chazarreta no hacen otra cosa que enunciarla. Luego intenta dos o tres llamados con resultados también poco satisfactorios. Lo llamaría a su antiguo jefe, Zippo, que siempre tiene buena data, la mejor. Pero Zippo ahora es la competencia, así que el pibe no está tan seguro de que sea tan locuaz con él como lo es en la redacción, a quien desde que cambió de diario considera no sólo traidor sino un idiota. También lo llamaría a Jaime Brena, pero ya lo hizo tres veces y el tipo no le contestó los llamados. Además, su novia lo está esperando metida en la cama para ver un capítulo estreno de Grey’s Anatomy, así que mejor suspender la tarea por hoy mientras el pibe de policiales está cerrando programas para apagar su computadora. Paula Sibona y Carmen Terrada hablan en el taxi que comparten de regreso a sus casas acerca de cuánto les preocupa que Nurit caiga otra vez bajo el demoledor efecto Rinaldi. Aunque no podrían asegurar que ellas, en el lugar de su amiga, no harían lo mismo. Mejor dicho, están seguras de que harían lo mismo. Y cosas más humillantes también. Ejemplos sobran, mejor no recordarlos, dice Paula. Y Carmen Terrada completa: Yo me olvidé de todo, lo juro. Pero no se trata de ellas, sino de Nurit Iscar, y su obligación de amigas, más allá de comprenderla, es ayudarla a que Lorenzo Rinaldi no arrase con Nurit otra vez. Mientras tanto, Gladys Varela, desde que llegó de La Maravillosa, no para de contar en su barrio los detalles de lo que vio. Es medianoche y los vecinos siguen en su casa hablando de la muerte de su patrón. Ella es hoy una celebrity. Si la muerte de Chazarreta no hubiera sido adentro de un country, yo habría aparecido más en la tele, se queja. Pero en los countries, Gladys Varela lo sabe, no entran las cámaras sin autorización, casi ni la policía sin orden de allanamiento hasta que modifiquen los procedimientos como prometió el gobernador, así que si alguien le quiere hacer un reportaje va a tener que ser en su casa o en la cola antes de entrar en La Maravillosa. Aunque ahora, se acaba de dar cuenta Gladys Varela, ya no va a hacer cola frente a la barrera, al menos por un tiempo. Ella ya no tiene trabajo ni patrón en La Maravillosa. Se tendría que poner a buscar otro; lo va a hacer pronto, pero no ya. Le dijeron que en la puerta del country pregunta por ella la gente de un noticiero para llevarla a los estudios, aunque todavía no vinieron a su casa. Le dijeron que por esas participaciones se puede pedir buena plata. Le dijeron, le dicen otra vez en este momento. A lo mejor se da una vuelta por la puerta de La Maravillosa mañana, ve si siguen las cámaras allí y se presenta con el notero. Sí, eso va a hacer, piensa Gladys Varela, en el momento en que Karina Vives pone música clásica en la computadora de su casa y se dispone a darse una ducha. Recuerda lo que Brena le contó de la muerte de Chazarreta y se pregunta si la noticia ya habrá aterrizado en los canales de televisión, pero su interés no llega a tanto como para romper la paz de su hogar encendiendo ese aparato y buscando un canal de noticias. Sí, definitivamente, a ella Chazarreta y su muerte le importan poco en este momento, ya mañana oirá hablar bastante del asunto en la redacción. Se pregunta también si el pibe de Policiales habrá sabido qué hacer con el papel rosa que ella le señaló de parte de Brena en su tacho de basura. Y se teme que no habrá sabido qué hacer. O no se teme, está segura; además, a ella qué le importa en definitiva lo que haga el pibe de Policiales. Bajo la ducha, con Carmina Burana de Carl Orff a todo volumen y el agua caliente corriéndole por la espalda, Karina Vives ya no piensa ni en Chazarreta, ni en el pibe de Policiales, ni en Jaime Brena, sino en si ya será tiempo de que se decida y anuncie en la redacción que está embarazada. Espera que nadie le pregunte de quién. Porque si algo a ella no le gusta, es dar explicaciones. Y que no le hagan chistes estúpidos ni preguntas idiotas como qué apellido le piensa poner. Karina Vives mete la cabeza debajo de la lluvia y deja que el agua caliente la relaje, cuando a más de treinta cuadras de allí Jaime Brena entra en su casa. Son cerca de las once de la noche, y trae con él un paquete con tres empanadas de carne que compró en la rotisería de la esquina. Antes de eso caminó, se metió en un cine a ver una película pero se quedó dormido, llamó a Irina para ver cuándo puede pasar a buscar los libros que quedaron en la casa que compartían —libros que le reclama desde que se separaron, casi dos años atrás—, pero Irina no le contestó el llamado. ¿Creerá ella, Irina, que los libros que uno compra a partir de gustos, preferencias, recorridos y errores, la biblioteca personal que uno arma a lo largo de su vida, es también un bien ganancial?, se pregunta. ¿Lo es? No, no lo es, que ella crea lo que quiera. Aunque el Código Civil diga lo contrario, él está convencido de que podría defender ante el juez que sea que la biblioteca propia no es bien ganancial. No lo es. Cómo podría serlo. Jaime Brena siente que si su ex mujer, o cualquier otra mujer de las que tuvo en su vida, se quedara con esos libros, sería equivalente a que no le quisiera devolver su ropa, sus zapatos, los cuadernos donde tomó notas todos estos años o las fotos de su madre. En realidad, no son cuadernos sino anotadores Congreso, esos blocks de hojas pequeñas en los que la tapa y las hojas se mueven hacia arriba en lugar de derecha a izquierda. Allí él anota día a día qué habló y con quién. Por las dudas, por si alguien se queja, por si le preguntan de dónde sacó alguna información. Para cubrirse. Y debajo del día traza una doble línea larga. Los zapatos y los calzoncillos se los trajo él en el bolso con el que se fue de la casa que compartían. Fotos de su madre nunca tuvo. Los anotadores Congreso los tiene, se los mandó Irina en una caja el mismo día en que él consiguió ese departamento y dejó el hotel dos estrellas donde pasó los primeros días de hombre separado. Pero los libros no. A veces, él lo sabe, las mujeres se cobran lo que creen que les deben de maneras muy peculiares. Pasó por delante de esa casa, la que compartió durante casi veinte años con Irina, pero no se atrevió a tocar el timbre. El portero lo reconoció y lo saludó con un gesto duro, apretando la boca como para hacer un chasquido y negando con la cabeza varias veces, gesto que Brena entendió como de queja a las mujeres y solidaridad de género. Volvió a pensar en el perro. Pensó en él, en Jaime Brena, llevando un perro. La idea le gusta. Definitivamente lo va a intentar, un día de éstos se va a comprar un perro. Si ya lo hubiera decidido, si ya tuviera uno con él, ahora que entra en su departamento con las empanadas de carne el perro lo recibiría moviendo la cola, le haría gracias alrededor, estaría husmeando el paquete que lleva, y él sentiría que ese perro está contento de que su dueño, Jaime Brena, haya regresado a casa. Y que es sincero. Un perro no miente. No puede mover la cola falsamente. Además, un perro no se queda con la biblioteca completa que uno construyó a lo largo de la vida y cuando se le reclama que la devuelva no contesta los llamados. Un perro jamás haría nada así, ni equivalente. Jaime Brena primero apoya las empanadas arriba de la mesa y después enciende la luz. Cuando va a dejar las llaves sobre la mesita de entrada, se da cuenta de que a un costado de la puerta hay un sobre de papel madera al que seguramente, sin advertirlo, le pasó por encima unos segundos antes. Para: Jaime Brena, De: Comisario Venturini. Lo abre, hay una hoja oficio con frases garabateadas y sobre ella, enganchado con un clip, un papel de notas más corto que dice: Brena querido, vas a tener que bañarme en Dom Pérignon. Te mando los comentarios in situ de la policía científica. Los anoté para vos y te los estoy haciendo llegar por un efectivo de la Bonaerense que va para ese lado. Por supuesto, no tienen el valor de una autopsia, para eso habrá que esperar, pero acá tenés la data varios días antes y, por lo que me dijeron los que saben, la autopsia va a decir más o menos lo mismo. Ya hay muchos tontos diciendo lo que no es. Abrazo. Comisario Venturini. Jaime Brena no sabe si empezar por el contenido del sobre o por las empanadas, pero el microondas no estuvo andando bien los últimos días así que decide que es mejor comer las empanadas antes de que se enfríen. Ya ni se acuerda de cómo se calienta algo a baño María. Y horno común no enciende ni piensa encender en los años de vida que le quedan por delante. Se sirve el fondo de una botella de cabernet sauvignon que abrió dos noches atrás y prende la televisión. Busca un noticiero. Como se imagina, la muerte de Chazarreta está entre los titulares, pero es evidente que siguen sin tener demasiado qué decir porque llenan el espacio con notas viejas del asesinato de Gloria Echagüe, y hasta se ve a sí mismo en algún canal, con un poco más de pelo que hoy y mucha menos panza, hablando de aquel caso. Nada nuevo, nada importante. Cuando termina de ver su propio informe, mete lo poco que ensució en la pileta y lo enjuaga. Toma el sobre que le mandó el comisario Venturini y se va al dormitorio. Está cansado y espera dormirse pronto. Se saca los zapatos y la ropa. El bóxer que lleva puesto está a la miseria, fue negro alguna vez pero ya no puede decirse ni siquiera que sea gris. Va a tener que comprarse un par de calzoncillos nuevos. Antes se los compraba Irina. Pero no puede ser tan difícil comprarse un par de calzoncillos. Pone un almohadón alto en los pies de la cama para levantar las piernas y mejorar la circulación. Toma el informe del comisario Venturini y lee. El cuerpo se presenta en un sillón de terciopelo verde, en la mano derecha tiene una cuchilla de asado y a sus pies un vaso de whisky. La botella de whisky prácticamente vacía en el sillón, entre el cuerpo de Chazarreta y el apoyabrazos derecho. La herida en el cuello mide 16 centímetros aproximadamente. Con cola de ataque en mastoides izquierda y cola de salida en región laterocervical derecha. La cola de salida es más larga que la de entrada. Y más superficial. La herida es recta y paralela al piso, excepto en la salida, donde se eleva. El tajo secciona la membrana cricotiroidea y deja ver el vestíbulo de la laringe. Tiene labios bien separados y ángulos agudos. Los bordes y paredes están limpios, sin puentes de conexión entre uno y otro lado. No se observan cortes de tanteo ni heridas que permitan suponer defensa de un ataque. La mancha de sangre al pie del sillón no es a la hora de la inspección roja brillante, con lo cual ha pasado algún tiempo desde el degüello de Chazarreta. Pero no muchas horas, ya que recién empieza a coagular. Es probable que la muerte haya sido por embolia gaseosa y no sólo por hemorragia debido a que por la profundidad del corte es muy posible que haya entrado sangre en los conductos respiratorios. Brena deja las notas que acaba de leer a los pies de la cama. No saca conclusiones, está cansado. Ni siquiera sabe si mañana por la mañana recordará lo que leyó. Pero qué importa, si él no tiene que ocuparse de esto. Él tiene que informar a la población que el 65% de las mujeres de raza blanca duerme boca arriba y el 60% de los hombres boca abajo, mañana, hoy ya mandó una nota de parrilla. Ésa es hoy su misión como periodista después de cuarenta y tantos años de trabajo. Siente desprecio. No sabe si desprecio por él, o por Rinaldi, o por esta cosa extraña en la que se convirtió la profesión. Su profesión. Mañana va a volver a estudiar ese asunto del retiro voluntario. Acoger, qué verbo. Se sienta en el borde de la cama y abre el cajón de la mesa de luz. Antes de dormirse debería contestarle el llamado al pibe de Policiales, ver qué quiere y pasarle la información que acaba de leer y ya no recuerda, piensa. No sabe si se lo merece, el pibe, pero uno nunca sabe quién se merece qué. Y el comisario Venturini se tomó tanto trabajo que no sería justo desairarlo. Sí, tiene que llamar al pibe de Policiales. Con el cajón de la mesa de luz todavía abierto, Jaime Brena tantea y agarra la lata donde guarda la marihuana picada, una lata chica que alguna vez contuvo, en cambio, pastillas de limón, y deja el llamado para después. Abre la lata, la marihuana picada es poca, para dos o tres porros, cuatro con buena suerte. Revisa el cajón a ver si quedó algo de la última piedra que compró, tantea varias veces sobre la madera, pero no encuentra nada. Va a tener que ubicar a su proveedor antes del viernes si no se quiere quedar sin fumar todo el fin de semana. Y esta vez, cuando lo llame, se va a quejar de la calidad: demasiado palo y semilla. Agarra el atado de cigarrillos Virginia Super Slims, toma uno, y vacía el tabaco en el cenicero. Le gustaría saber armar, pero siempre fue muy torpe con las manos y a esta altura ya no va a aprender. Virginia Super Slims rellenos no está mal. Apoya en diagonal el cigarrillo vacío sobre el fondo de la lata y lo desplaza hacia delante como si fuera una pala, intentando que la marihuana entre. Levanta el cigarrillo y lo sacude levemente como para que la hierba baje y deje espacio para un poco más. Luego repite el movimiento varias veces hasta que el porro está listo. Lo aprieta en la punta. Lo enciende, da una pitada, retiene el humo y después lo larga despacio. Llama al pibe de Policiales que, como en ese mismo momento está cojiendo con su novia, no atiende. Brena deja el teléfono a un costado, sobre la cama, y fuma una vez más. Se acomoda entre las sábanas. Se dispone a relajarse. Nota cómo el cuerpo se le va ablandando, sobre todo la cintura. Se sonríe. Da una última pitada y luego apaga el porro, con cuidado, para poder seguir fumando, en otro momento, lo que queda de ese falso Virginia Super Slim. Las hojas manuscritas por el comisario Venturini se caen de la cama y resbalan por el piso de madera. El pibe de Policiales se deja estar junto a su novia un instante, luego le da un beso en la frente y va al baño. Recién cuando vuelve ve la llamada perdida de Brena iluminando la pantalla de su celular. ¿Vos no escuchaste que sonaba el teléfono?, le dice a su novia con voz enojada como si no escucharlo hubiera sido culpa de ella. El pibe de Policiales llama a Jaime Brena. Suena el teléfono en medio de las
sábanas arrugadas de la cama de Brena, que ya duerme. Atiende el contestador. El pibe corta sin dejar mensaje y vuelve a llamar, suena y otra vez aparece el contestador. Se maldice. Le da la espalda a su novia y se tapa con la sábana. Cierra los ojos pero se queda con el teléfono en la mano, por si vuelve a sonar. La chica gira hacia el lado contrario. Jaime Brena duerme relajado, profundo, no existen para él en este momento ni Chazarreta, ni el retiro voluntario, ni los hombres y mujeres de raza blanca. Si sueña, no es con ellos. Si soñara con alguno de ellos, su cara no tendría la paz que tiene. Junto a él se ilumina la pantalla de su teléfono con las llamadas perdidas del pibe de Policiales. Dos (2) llamadas perdidas, número desconocido.